Afganistán ha sido, y seguirá siendo, la tumba de los invasores extranjeros. Ese país centroasiático ha sido invadido por Alejandro Magno, Gengis Kan, Tamerlán, el Imperio Mogol (que no es el imperio Mongol), los Zares de Rusia, el Imperio Británico, la Unión Soviética, y actualmente se encuentra ocupado por una coalición de países occidentales liderados […]
Afganistán ha sido, y seguirá siendo, la tumba de los invasores extranjeros. Ese país centroasiático ha sido invadido por Alejandro Magno, Gengis Kan, Tamerlán, el Imperio Mogol (que no es el imperio Mongol), los Zares de Rusia, el Imperio Británico, la Unión Soviética, y actualmente se encuentra ocupado por una coalición de países occidentales liderados por los EEUU. En un sentido geopolítico, controlar al sur asiático requiere el control de Afganistán, por lo cual ese país fue una pieza importante del «Gran Juego», término utilizado para referirse a las rivalidades geopolíticas imperiales entre la Rusia de los zares y el Imperio Británico por el control sobre Asia Central y el Cáucaso durante el siglo XIX. Desde el Sur, el Imperio Británico consolidaba su poderío en el subcontinente indio, mientras que desde el Norte la Rusia Imperial se apoderaba del centro asiático, ambas expansiones destinadas a encontrarse en Afganistán, pues es el territorio que otorga acceso desde el Norte al subcontinente indio y los territorios del Océano Índico. Todos dejaron su marca sobre este territorio, pero igualmente, todos eventualmente fracasaron. Aparentemente, esto es una lección de la historia que los EEUU se rehúsan a aprender, y nueve años después de su invasión, se encuentra en el mismo pantano que estaba en Vietnam en la década de los 1960 y 1970 del siglo pasado.
El 11 de marzo de 2012, un soldado norteamericano (aún no sabemos su nombre) fue detenido en Afganistán tras abandonar de madrugada una base de la OTAN y masacrar por lo menos a 16 civiles, la mayoría de ellos niños y mujeres, en una aterradora cacería, casa por casa, en una lejana aldea de la provincia de Kandahar, uno de los bastiones de la insurgencia de los Talibán. El Pentágono ha explicado que el soldado actuó por su cuenta, y ofreció unas disculpas tímidas y reservadas a la ciudadanía de Afganistán, con una «promesa» que el soldado en cuestión (si es que de verdad fue solamente un soldado) será «procesado» (igualmente no sabemos qué es exactamente ser «procesado») por las autoridades militares estadounidenses. En primer lugar, este «incidente», como lo identifican los estadounidenses, nos hace recordar de otros dos «incidentes» en la historia. El primero fue una serie de masacres en las aldeas de My Lai y My Khe en el Sur de Vietnam en 1968. Un regimiento de soldados norteamericanos masacró a la indefensa población civil de las aldeas vietnamitas de My Lai y My Khe. Sin avisar y sin más, 100 soldados de la Compañía C de la 23° División de Infantería del ejército estadounidense masacraron a más de 500 personas, la mayoría mujeres, niños y viejos, en un hecho atroz que contó con la mutilación de varios cuerpos de niños (hasta infantes) y mujeres, y con un reporte oficial preliminar que aseguró que solo masacraron a 120 guerrilleros del Vietcong en una operación rutinaria de búsqueda y destrucción (Seek and Destroy). Las ordenes que recibieron los soldados estadounidenses fue de destruir a todas «las moradas, las viviendas y el ganado, y también envenenar las fuentes de agua potable» (Capitán Ernest Medina – comandante de la Compañía C) en el área de My Lai, acto conocido como una política de tierra arrasada o «Scorched Earth» típica del ejército Nazi durante la II Guerra Mundial. De los 26 soldados investigados por parte del ejército estadounidense en relación a la masacre, solo uno de estos recibió una sentencia por la misma: tres años bajo arresto domiciliario, luego de ser indultado por el presidente Richard Nixon, a raíz de sus actos «heroicos» en su combate contra el comunismo. Es de notar que los tres soldados estadounidenses que trataron de controlar la orgia de sangre de sus camaradas en armas (entre ellos teniente Hugh Thompson, Jr.) fueron «denunciados» por legisladores estadounidenses como el ex – congresista Mendel Rivers, Presidente de la Comisión de Defensa del Congreso durante la investigación sobre My Lai, quien identificó a soldados como Thompson de «traidores» a la patria. Estos soldados sufrieron, junto a sus familias, de todo tipo de humillación por parte de la población estadounidense.
El segundo incidente fue una serie de ataques perpetrados el 22 de julio de 2011 en Noruega, que consistieron en una explosión en el distrito gubernamental de Oslo y un tiroteo ocurrido dos horas después en el campamento juvenil político del Partido Laborista Noruego, que dejó un saldo provisional de 77 muertos y más de un centenar de heridos. El perpetrador de estos actos fue el joven Anders Behring Breivik, un empresario noruego de 32 años, un ex-masón señalado por la policía de ese país como simpatizante de la ultraderecha. Fue identificado por varios medios escritos como «fundamentalista cristiano«, de ideología nacionalista (contrario al multiculturalismo que busca «integrar» a los inmigrantes africanos y asiáticos en el continente europeo), pro–israelí, islamófobo y admirador del movimiento político estadounidense del Tea Party. El joven fue inmediatamente diagnosticado como un Paranoico Esquizofrénico, asunto que fue aceptado por todo el mundo sin la más mínima duda. Sus actos fueron productos de su demencia – más nada.
Cabe señalar que cuando un «loco» que se autodenomina como musulmán atenta contra el público en cualquier país del mundo, se coloca automáticamente la culpa sobre la religión y la sociedad de más de 1.600 millones de personas en el mundo (población islámica mundial en el 2010), mientras que los actos barbaros perpetrados por occidentales siempre se reducen a un individuo «loco» que actuó de manera aislada («Lone-Wolf Fighter» – terrorismo por actos personales): por ejemplo, Baruch Goldstein (Masacre de Hebrón – 1994) o Timothy McVeigh (Atentado de Oklahoma City – 1995). Estos «lone wolves» siempre son convenientemente identificados –por parte de los medios de comunicación y los «expertos» en terrorismo– como elementos completamente desarticulados o «foráneos» de sus verdaderos entornos y contextos socio-culturales que contribuyen decisivamente en el proceso de formación ideológica y les otorga el conjunto de ideas y nociones extremistas que impulsan las masacres en primer lugar. Ya veremos en las próximas semanas, o meses, o cuando el Pentágono desea hablar sobre el «incidente», que el soldado estadounidense que masacró los civiles en Afganistán fue también otro «loco» de esos que sufren de esquizofrenia o Dios sabe cuál otro «desorden mental» que sea adecuado por estas situaciones, y que no posee relación alguna con la cultura de supremacía racial ni con el odio étnico-cultural que existen con tanta abundancia en la sociedad estadounidense (o de los sionistas, en el caso de Goldstein).
La acción inhumana de un soldado que asesinó a 16 personas, en la mayoría mujeres y niños, unido a la reciente quema de varios ejemplares del Corán por parte de soldados estadounidenses (sin mencionar los tantos acontecimientos de la misma naturaleza que suceden en Guantánamo) y al vídeo colocado en internet en el cual enseña a militares norteamericanos orinando sobre los cadáveres de los talibanes, resalta claramente una condición casi universal de odio que posee las tropas extranjeras hacia la población a la que se supone que deben proteger de los supuestos extremistas islámicos. Después de una década en Afganistán, los EEUU no se ha ganado el favor de los afganos -los «hearts and minds» (corazones y mentes) de los afganos- expresión popular que utilizaban los gringos en Vietnam, que también no pudieron lograr allá. La reconstrucción del estado afgano ha fracasado miserablemente, lo único que pudieron «edificar» en ese país es el odio y el caos. La democracia farsante en Afganistán se encuentra desprestigiada por irregularidades electorales y corrupción masiva por parte de la estructura de poder de Hamid Karazai, títere de los EEUU en ese país. Digo «estructura de poder», pues no se puede identificar un gobierno en el país centroasiático: en primer lugar, no posee soberanía ni interna ni externa -la misma usurpada por Washington y la OTAN- pero tampoco posee control sobre el territorio mismo, ya que los talibanes poseen más control estratégico y hasta administrativo en las regiones que el gobierno «legitimo» en Kabul. La labor estadounidense de entrenar al ejército afgano ha fracasado igualmente bajo los repetidos incidentes de soldados afganos que se volvían contra sus adiestradores. En este sentido, las tropas que supuestamente deben remplazar a los estadounidenses luego de su retirada en el 2014, en vez de continuar en sus labores, se incorporan a los talibanes o atacan a los propios norteamericanos.
La situación de los EEUU en Afganistán no está nada buena, asunto que no se justifica solo por los acontecimientos recientes, sino a raíz de tantas masacres de civiles que le ha entregado una ventaja estratégica a los talibanes. Los errores no fueron meramente militares: peor fueron las catástrofes de inteligencia. El 30 de diciembre de 2009, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) sufrió el segundo ataque más devastador de su historia (el peor fue el atentado contra la embajada de EEUU en el Líbano de 1983 (ocho agentes de la CIA muertos) cuando la Base de Operaciones Avanzada Chapman -una instalación clave de la CIA en Afganistán- sufrió un ataque suicida por un doble agente (el medico jordano Humam al-Balawi) que pudo infiltrar a la CIA y detonar una bomba que acabó con la vida de siete agentes de la CIA, el jefe de la base, y un oficial de la Dirección General de Inteligencia de Jordania.
Actualmente, la estrategia de Barack Obama en Afganistán se derrumba tras dos anuncios recientes productos de la masacre. El primer anuncio fue la decisión de los talibanes de suspender las negociaciones con los Estados Unidos que iniciaron en Catar en el 2011. En el marco de las negociaciones, y como una oferta de «buenas intenciones«, se propuso trasladar a cinco Talibanes detenidos en Guantánamo a Catar, con la intención de enviarlos finalmente a Afganistán. El segundo anuncio fue la petición del presidente Hamid Karzai de que las tropas extranjeras se replieguen a sus bases a final de este año. Estos anuncios reducen extraordinariamente el margen de maniobras políticas de los EEUU en sus esfuerzos de crear lo que los gringos denominan «exit strategy» o estrategia de salida del pantano en el cual se encuentran en Afganistán. El diálogo, no obstante, parece estancado desde el mes de enero, pues la Administración de Obama se ha encontrado con una fuerte resistencia en el Congreso estadunidense para poner en libertad a los 5 presos en Guantánamo. A criterio de los senadores, no se debe dar concesiones a los talibanes, sino que los mismos deben rendirse incondicionalmente a los dictámenes de los EEUU, asunto que no pretendo explicar cómo se pudiera dar si las condiciones militares están a favor de los talibanes, y son los estadounidenses quienes están desesperados para huir de ese país. Igualmente, las condiciones climáticas actualmente en Afganistán son propicias para reasumir las operaciones militares (la llegada de la primavera ayuda con las operaciones militares), elemento que los Talibanes quieren utilizar para mejorar su posición estratégica antes de la retirada de los estadounidenses de Afganistán en el 2014.
El Ejército afgano no está aún en condiciones de garantizar la seguridad en el país y de oponerse a las fuerzas talibanes. La realidad militar en la cual se encuentra el ejército estadounidense en Afganistán coloca a Washington en un callejón sin salida en una guerra que ni pueden ganar ni pueden abandonar dignamente. La matanza ocurrida fulmina cualquier esperanza de una evolución positiva de la guerra para los EEUU, y a las pocas maniobras que les queda a los mismos no puede garantizar una salida «digna». Cómo hacerlo sin perder la cara y sin entregar precipitadamente el país a los talibanes (como finalmente los EEUU tuvo que hacer en Vietnam) es la gran duda que en estos momentos envuelve a los centros de decisión en Washington, especialmente a la Casa Blanca. La ilusión de una victoria había desvanecido desde hace mucho tiempo. Los objetivos de la invasión habían sido rebajados considerablemente. Ya no se contaba con la derrota de los talibanes ni con la reconstrucción o la democratización de Afganistán, sino que ahora buscan crear la ilusión mediática de una retirada digna, cuando lo único que no se puede ocultar es otro «Síndrome de Vietnam» (sentimiento de derrota e impotencia sufrido por la sociedad estadounidenses en los años 70 y principios de los 80 del Siglo XX tras la derrota en la Guerra de Vietnam – Wikipedia).
Pero otros países imponen presiones políticas a los EEUU que complican aún más la situación de este país invasor: «Cumplir los objetivos, primero. Retirarse, después». Este es el mensaje que el recién (re)electo Vladimir Putin transmite a los Estados Unidos y a la coalición de países que combaten en Afganistán desde el 2001 con un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU para erradicar el terrorismo y el narcotráfico. Como ya señalamos, el Presidente Obama quiere retirar las tropas norteamericanas del país centroasiático para el 2014, dejando atrás un desastre producto del fracaso total de la invasión militar a Afganistán. Los plazos artificiales que se anuncian de forma arbitraria para la retirada de Afganistán son irreales y solo reflejan la desesperación con lo situación actual de las tropas extranjeras que ocupan ese país.
Podemos señalar que el contingente militar internacional dirigido por la OTAN no resolvió las tareas planteadas en Afganistán: la fuerza de los talibanes y el flujo de narcóticos no han disminuido en aquel país. Es más, la producción de narcóticos en Afganistán se ha incrementado casi en un 40%, y los países vecinos se enfrentan con una verdadera epidemia de narcóticos. Por otra parte, los países vecinos, particularmente Rusia y la China, no apoyan una presencia de largo plazo de los EEUU en Asia Central. La nueva estrategia del Pentágono es dedicarse a crear en los estados vecinos bases militares sin un mandato claro, sin fines y plazos de funcionamiento. El cierre de la ruta de aprovisionamiento de la coalición vía Pakistán (producto de la resistencia de los talibanes de Pakistán y múltiples masacres estadounidenses contra soldados pakistaní) ha revalorizado la ruta del norte. Moscú, que tiene acuerdos de tránsito de contingentes y equipos con varios países, negocia con la OTAN la posibilidad de que los transportes entre Europa Occidental y Afganistán puedan hacer escala en Uliánovsk, en el Volga.
La instalación de bases norteamericanas en Asia Central (en Uzbekistán y Kirguizistán) crea fricciones entre los EEUU y los países de la región, particularmente los países que poseen una influencia substancial en la región como Rusia y la China (dentro del marco de la Organización de Cooperación de Shanghái). Aunque estos países pudieron obligar a EEUU a marcharse de Uzbekistán (base aérea de Karshi-Khanabad fue evacuada en el 2005), los militares norteamericanos esperan, no obstante, poder permanecer en el aeropuerto de Manás a 25 kilómetros de la capital Bishkek, en Kirguizistán, tema principal de la reciente presencia del jefe del Pentágono, León Panetta, en Bishkek, capital de Kirguizistán (13 de marzo de 2012). Los EEUU poseen un contrato para operar la base hasta el 2014 (renegociado en el 2009, cuando el gobierno de Kirguizistán detectó la desesperación de Washington y aumentó la renta anual de $17 a $60 millones), y la visita de Panetta busca extender el contrato lo máximo posible. El ministro de defensa de Kirguizistán, Taalaybek Omuraliev, informó que aunque están dispuesto a cooperar, después del 2014 no se podrán realizar «misiones militares» desde el aeropuerto de Manas, pues a criterio de su gobierno, el aeropuerto es «civil».
Para poner estos asuntos en su contexto geopolítico regional, cabe destacar que en abril de 2010 el Presidente Kurmanbek Bakiyev fue derrocado a raíz de una serie de disturbios civiles que se suscitaron en varias ciudades de este país. La oposición formó un gobierno provisional liderado por Roza Otunbayeva, quien posee nexos estrechos con el partido Rusia Unida, de Dimitry Medvedev, y el arquitecto de la nueva Rusia, Vladimir Putin. El actual presidente, Almazbek Atambayev (del mismo partido de Otunbayeva), igualmente ha demostrado su postura pro-Kremlin. Atambayev apoyo la propuesta de Putin de crear una nueva alianza de países ex – soviéticos denominada «Unión Euroasiática» presentada en octubre de 2011. En noviembre de 2011, los presidentes de Bielorrusia, Kazajistán y la Federación Rusa firmaron un acuerdo para la creación de la Unión en el 2015. Debemos señalar, de la misma manera, que el retiro de los EEUU de Afganistán no será en las mismas condiciones en las cuales se retiraron los rusos de ese mismo país en 1989: el régimen de Mohamed Najibullá en esa instancia controlaba la situación en Afganistán. Najibullá llevaba a cabo una política de reconciliación nacional, tenía un ejército más o menos capaz y hubiera resistido, de no haber sido porque en 1991 la Unión Soviética se desintegró y en 1992, el entonces presidente ruso, Boris Yeltsin, se negó a seguir ayudando a Najibullá y le cortó los suministros de combustibles y armas. El actual presidente, Hamid Karzái, está en una situación muy difícil, no solo a raíz de la poca popularidad de su gobierno y la ausencia de gobernabilidad externa o interna, sino que igualmente por tener la responsabilidad de justificar la pésima historia de masacres de los EEUU en su país – todas durante sus años de «gobierno».
En fin, vemos como la situación de los EEUU se encuentra tan difícil como la que tenían durante la Guerra de Vietnam, hasta peor, pues el poder de los EEUU se encuentra en declive a nivel internacional (económico y político, aunque no se encuentra en declive militarmente). La evaluación rápida de la geopolítica de la región que señalamos aquí demuestra un concierto político en el cual ciertas alianzas tratan de impedir la entrada y el dominio de los EEUU sobre los países de Asia Central de la misma manera que hoy en día dominan los países del golfo arábigo. Continúa el Gran Juego del Siglo XIX, pero ahora los jugadores principales son la China, Rusia y los EEUU, y en segundo nivel India y Pakistán, pero el tablero de ajedrez sigue siendo Afganistán.
Este tipo de masacres no es nada nuevo para los EEUU, ya lo vimos en tantos ejemplos como la masacre en Vietnam señalada en este artículo, ni tampoco es la primera masacre que sufre el pueblo afgano desde la invasión norteamericana en el 2001. ¿Qué tipo de justicia puede esperar el pueblo afgano cuando quienes juzgarán al supuesto soldado que cometió la masacre son los mismos responsables de tanta muerte de civiles en ese país centroasiático? ¿Cómo podemos esperar justicia del mismo sistema político-militar que le dio 3 años de arresto domiciliario y luego un indulto presidencial a los otros criminales que masacraron a civiles vietnamitas? Mientras el acto terrorista de unos grupos minúsculos de ciertas sociedades musulmanas generan o justifican invasiones masivas de las potencias occidentales, con saldos en los millones de muertos y heridos (Irak, Afganistán, Libia), los actos terroristas que cometen los occidentales son actos «aislados» de «locos» que para nada tiene que ver con los valores decentes del mundo occidental, como que si fueran marcianos que aterrizaron en el planeta tierra, cometieron sus masacres, y luego desvanecen en un hospital de enfermedades mentales en donde todo lo mal se hace bien por obra sagrada de los gobiernos occidentales.
Esta última observación la presento para invitar al lector a reflexionar sobre la guerra sagrada entre el Occidente y el Islam, y como la locura de los extremistas – en ambos lados -posee más poder para controlar los destinos del mundo que las palabras sensatas de quienes rechazan la violencia y el odio- tanto de los terroristas como de los estados imperiales del mundo occidental.