Hace unos meses llamó la atención lo que dijo el primer ministro de Bután, Jigme Thinley, quien, refiriéndose a la necesidad de un cambio tras la catástrofe económica en la que estamos a nivel mundial, propuso hablar de «Felicidad Nacional Bruta». En tiempos en los que la felicidad parece ser un bien escaso, y en […]
Hace unos meses llamó la atención lo que dijo el primer ministro de Bután, Jigme Thinley, quien, refiriéndose a la necesidad de un cambio tras la catástrofe económica en la que estamos a nivel mundial, propuso hablar de «Felicidad Nacional Bruta». En tiempos en los que la felicidad parece ser un bien escaso, y en los que las múltiples crisis atacan tanto al individuo como a la colectividad en su conjunto, hace ilusión saber que hay lugares del mundo en los que «están trabajando en ello». El Sr. Thinley retomaba así un indicador inventado en los años ’70 en su mismo país, para desarrollarlo como alternativa al convencional Producto Nacional Bruto. Su argumento es que éste último había fracasado rotundamente en el desarrollo de las economías industrializadas y, sobre todo, en conseguir la felicidad de sus habitantes.
En este pequeño país de tan solo 700 mil habitantes, de los cuales solamente un 36% del total se puede considerar como población urbana, las fuertes raíces budistas impregnan toda la sociedad. El desarrollo es concebido como una mezcla de crecimiento económico, respeto por la cultura y protección del medio ambiente. La misma -recién estrenada- Constitución butanesa de 2008 está orientada hacia la consecución de la «felicidad nacional». Fue con las dimisiones del antiguo Rey (Druk Gyalpo), Jigme Singye Wangchuck a finales del 2006, que se empezó a abrir el paso hacia la democratización del país, dejando atrás la monarquía absoluta. Mientras, la corona pasaba a manos del joven Jigme Khesar Namgyel Wangchuck, que mantenía la jefatura del Estado pero sin poderes ejecutivos.
Es el Lhengye Zhungtshog el cuerpo que ejerce las funciones de gobierno de la nación. Las primeras elecciones democráticas se celebraron en marzo de 2008 dieron la victoria al (como era de esperar) Partido para la Paz y el Bienestar de Bután, que obtuvo 44 de los 47 diputados de la cámara baja. El Partido Democrático Popular, su rival, prácticamente no tenía un programa alternativo y estaba volcado también en promover los mismos valores y en alcanzar los mismos objetivos. El 18 de julio de 2008 se publicaba la primera Carta constitucional del país, que abría un poquito más y siempre de forma cauta el país al mundo exterior.
A mitad de camino entre China y la India, Bután (Druk Yul en butanés, o tierra del dragón de truenos) se esconde entre las montañas de la cadena del Himalaya. Históricamente, desde que los tibetanos del norte establecieron allí los primeros asentamientos humanos, cruzando por los durísimos pasos del Himalaya, apenas mantuvo lazos con el exterior. Sin embargo, las relaciones con la India han sido muy buenas, antes y después de la independencia butanesa de 1949. Nueva Delhi hasta se encargaba de gestionar las relaciones externas de Bután, a condición de no interferir en los asuntos internos del pequeño país vecino. Hoy en día a la India, gigante económico mundial, le interesa sobre todo la capacidad hidroeléctrica butanesa, para abastecer sus grandes ciudades y fábricas.
En Thimbu, la capital de Bután, algunos temen que abrirse signifique «importar» los problemas de muchos países de la región, y sobre todo malas conductas, degradación moral, prácticas como la corrupción e inestabilidad socio-política. En el vecino Nepal, por ejemplo, se ha vivido una década de durísima insurgencia maoísta y la represión monárquica ha sido muy sangrienta, causando muchas muertes. La violencia y las eventuales tensiones sociales son algo que los butaneses quieren evitar a toda costa. De hecho, miles de personas fueron excluidas del participar en las elecciones butanesas de 2008 por haber participado en las protestas de 1990. En su gran mayoría fueron protagonizadas por hindúes, quienes fueron considerados como inmigrantes ilegales y tuvieron que buscar refugio precisamente en Nepal [1] (aunque algunos de ellos obtuvieron posteriormente el estatus de refugiado en los EE.UU.)
Bután es y busca mantenerse como un lugar privilegiado del planeta, una joya aún por explorar, con grandes bosques y lagos sin contaminar, que emanan luz, mucha luz debido a la altitud, y transmiten paz y armonía. A nivel cromático, las casas, los edificios y los templos son el reflejo de la belleza, la tranquilidad que se respira y… ¿de la felicidad? En un país donde los cigarrillos están prohibidos y la televisión se ve sólo desde 1999, donde no hay semáforos y solamente un policía de tráfico está actualmente en servicio, lo único que faltaba era cuantificar y definir la felicidad. Quizás empujados por los «expertos» occidentales en estadísticas, se llegaron a publicar ecuaciones y fórmulas matemáticas, y a desglosar por ejemplo el tiempo que, durante un día, una persona podía estar con su familia, en el trabajo y dedicándose a otras actividades. Siempre con el fin de obtener como resultado una vida feliz.
De ahí que cada dos años, los 72 indicadores que se toman en cuenta para medir la «Felicidad Nacional Bruta» -entre ellos el bienestar psicológico, la calma, la generosidad, la envidia, la frustración o los pensamientos suicidas (éstos se encuentran en el «dominio» del bienestar psicológico)- se revisarían mediante un cuestionario nacional. Los cuatro pilares de los cuales se derivan los nueve dominios que, a su vez, originan los 72 indicadores son la economía [2], el buen gobierno, la cultura y el medio ambiente. No hace falta añadir mucho más para entender que Bután sea un ejemplo de resistencia a la globalización, y un observatorio privilegiado para un especial índice de desarrollo humano. Los más importantes think tanks están sin duda pendientes de todo lo que ocurre en este pequeño país-laboratorio de Asia.
Pero no nos hagamos demasiadas ilusiones si estamos pensando en una estancia prolongada o un lugar paradisíaco para jubilarse. La Bhutan Tourism Corporation supervisa el número de visitantes que pueden acceder cada año al país, controlando rutas, alojamientos, contacto con familias y personas, y limitando la estancia de los extranjeros a una semana como máximo. Y no se crean que todos los 2.000 entre templos y monasterios butaneses sean de tan fácil acceso, si ya se creen que están escuchando la paz en sus oídos: algunos se encuentran en zonas tan remotas que se pueden visitar solamente tras muchas horas de caminos en la alta montaña. En fin, no nos resulta fácil, entre la crisis y tantos obstáculos, sacar aunque sea una foto turística de la felicidad. Ojalá se demuestre pronto que funcionan las fórmulas matemáticas de cómo llegar a la Felicidad y las apliquemos aquí.
Notas
[1] Según el último Informe sobre Desarrollo Humano 2009 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Bután tenía en 2007 un total de 108.100 refugiados y Nepal de 128.200.
[2] Con un PIB per cápita de tan solo 1.668 dólares USA, en Bután hay una gran parte de la población que vive bajo el umbral de pobreza según ingresos: el 26,2% de la población con menos de 1,25 dólares USA al día y el 49,5% con menos de 2 dólares USA al día. Fuente: PNUD, ibid, 2009.