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China

En Wukan, una elección contra la corrupción

Fuentes: Mediapart

Entre los chasquidos de las cámaras de fotos, el viejo Lin Zuluan sale de la escuela del pueblo como un boxeador victorioso sale del ring. Junto con Yang Semao, otra figura de la revuelta campesina en la que los habitantes del pueblo se habían atrincherado frente a un millar de policías armados, Zuluan acaba de […]


Entre los chasquidos de las cámaras de fotos, el viejo Lin Zuluan sale de la escuela del pueblo como un boxeador victorioso sale del ring. Junto con Yang Semao, otra figura de la revuelta campesina en la que los habitantes del pueblo se habían atrincherado frente a un millar de policías armados, Zuluan acaba de ganar una elección decisiva, la que designa a los nuevos gobernantes del municipio, llamados a recuperar los innumerables terrenos a pie de playa vendidos contra la voluntad de los habitantes por dirigentes corruptos.

Es por tanto en esta localidad de 13.000 almas donde ha tenido lugar el primer sufragio universal transparente. De un total de 8.263 electores han participado 6.899 votantes, lo que supone un porcentaje de participación del 83,4%, con una modalidad de escrutinio que incluso los habitantes de Hong-Kong, a 200 km de distancia, quisieran poder organizar alguna vez.

Delante de las cámaras de la BBC, de CNN y también de periodistas de la televisión estatal china, una ristra de circunspectos cargos del Partido y otros tantos militares en uniforme, los habitantes de Wukan han celebrado la gran fiesta. A las 9 de la mañana del sábado comenzó la votación en el patio de la escuela municipal. Vistiendo sus galas, cuatro niñas han izado la bandera china, sacando pecho y haciendo el saludo militar.

Un perfume de incienso produce cosquillas en la nariz, no en vano desde el alba se consumen los bastoncillos en el cercano templo de los ancestros. Detrás de una larga mesa roja, los sabios del comité electoral designado el mes pasado por los habitantes del pueblo repiten las últimas consignas por megáfono. Primero en dialecto chaoshan, después en cantonés y finalmente en mandarín. «Por la estabilidad y el desarrollo del pueblo, hay que votar al más capacitado.» Candidata popular entre los jóvenes, la bella Xue Jian Wan, de 22 años de edad e hija del pescador mártir Xue Jinbo, muerto oficialmente por «crisis cardiaca» cuando estaba detenido, acudirá a votar, pero al final del día renunciará a formar parte del consejo municipal electo.

Por supuesto, las cabinas de votación de Wukan se dejan ver: 120 cajas de madera colocadas sobre pequeños pupitres, tomados prestados dos días atrás para el acontecimiento. En total, diez docenas de cabinas colocadas en el patio de la escuela, una para cada uno de los diez distritos de la localidad. Para mayor transparencia, 107 vecinos, también elegidos, supervisan el correcto desarrollo de la votación. Entre ellos, muchos pescadores pobres, que para la ocasión han dejado momentáneamente de faenar. Pero también en este sentido está todo previsto, gracias a una hucha solidaria. Cada donativo, por minúsculo que sea, se registra en un letrero, junto al nombre del donante.

Delante de nosotros, una anciana encorvada rellena minuciosamente su papeleta y va a reunirse con sus amigas, eufóricas. Presa de la emoción o intimidada por los periodistas chinos que se apresuran a recabar sus impresiones, ha olvidado meter la papeleta en la urna metálica. Pero para orientar a estos valientes electores por el recto camino de la democracia hay unos «voluntarios» venidos de fuera que están al tanto. Como Pei Jun Feng, de 23 años de edad y estudiante de máster de ciencias políticas en la Universidad Sun Yat Sen de Guangzhou. «Quería ayudar a los analfabetos a marcar los nombres de los candidatos de su elección. Y después pienso participar en el recuento final de esta noche.»

También ha acudido una cantonesa que estudia en la Universidad de Nueva York. Al igual que numerosos blogueros y otros defensores de los derechos civiles bien conocidos en las redes sociales, ella esperaba «tuitear» su experiencia en directo… pero la conexión a internet 3G está cortada desde ayer. La única posibilidad es ir al centro de prensa, creado para la ocasión por el departamento de propaganda de la provincia de Guangdong, pero está reservado a los periodistas. ¿Y el hotel más cercano? Está cerrado desde el mes pasado. Únicamente la ciudad de Lufeng, a 20 minutos de viaje, ofrece cobijo a estos mercenarios de la información ciudadana.

La impronta del régimen chino

Si los wukaneses tratan cueste lo que cueste de controlar su propio destino, el Partido no oculta su intento de controlar el acontecimiento. Cuatro días atrás, representantes oficiales han colgado sus propios carteles, en los que solicitan a cada uno que respete las leyes electorales. Porque desde la década de 1980, la China comunista autoriza la celebración de elecciones en los pueblos para la gestión de las finanzas y el uso de los terrenos. Sin embargo, para la mayoría de habitantes esos escrutinios no valen un comino, pues los dirigentes electos no tienen en ningún caso más poder que el responsable local del Partido Comunista.

«No sé leer muy bien, pero mirando los dibujos me digo que esto no es bueno: se ven coches de policía, cruces rojas por todas partes, como para prohibirnos ciertas cosas», dice la señora Wang. Cuando los campesinos se enfrentaron a los policías, ella alojó valientemente a varios periodistas extranjeros. «Mi marido ha dejado de beber desde que hubo la revuelta. Vuelve a ser valiente,» dice mostrando las puertas hundidas, testigos de disputas conyugales del pasado. Su hijo, que vive en Cantón, ha vuelto para la elección.

A las cuatro de la tarde concluye la votación. Un pescador, todavía con su delantal de goma, se abre paso a empujones entre sus compañeros para poder votar a tiempo. Después se llevan las urnas metálicas a las aulas de la planta baja, vigiladas cada una por dos impasibles «policías armados del pueblo», uno vestido de paisano, el otro uniformado. Vuelcan las papeletas rosas sobre el suelo. En medio de un silencio sepulcral, una serie de vecinos en cuclillas se ponen a contarlas, antes de apilarlas en pequeñas cajas de cartón cerradas con cinta adhesiva que se exhibirán de nuevo en el patio para un escrutinio público. Este durará cuatro horas.

Indicado con rotulador sobre grandes paneles de color naranja, cada voto corresponde a una pequeña barra. Los vecinos no se pierden ni un detalle… hasta que dan las 6, la hora de ir a cenar. Es también el momento elegido por una señora de Huang Tian, el pueblo de al lado, para llamar discretamente la atención de numerosos periodistas. Ling Wen, de 50 años de edad, lleva en el bolsillo varias memorias USB que contienen documentos abrumadores: el autoproclamado jefe del Partido de su municipio, que ya es patrón de diez pequeñas sociedades privadas, ha vendido por lo visto las tierras de los habitantes del pueblo a su hijo por un precio irrisorio, se ha construido su propio puerto privado y ha creado una milicia de granujas para que nadie rechiste. Pero Ling Wen es un peticionario astuto: para transmitir su escandaloso mensaje, el pescador ha logrado esquivar la vigilancia de los policías, cuyos quince vehículos están estacionados, preventivamente, a la entrada de Wukan. «Espero que también tengamos elecciones como esta», dice. «Esto está hecho, aunque vayamos paso a paso», incide otro.

La rebelión, ¿un paso obligado?

En Wukan, el paso anterior ha consistido en meses de violencia entre la policía y los habitantes cuando estos se enteraron de que todas las tierras, que se supone pertenecen a la comunidad, habían sido vendidas por Xue Chang y Chen Sunyi, representantes municipales, a Chen Wenqing, un wukanés que ha hecho fortuna en Hong-Kong.

«Estas ventas se habían iniciado a finales de la década de 1990, pero nadie sabía nada porque siempre han mantenido los terrenos en el mismo estado. El propósito era que se especulara con ellas y aumentaran de valor a medida que prosperaba la región», cuenta un comerciante que ofrece botellas de agua. Nos hallamos a 250 km de la zona económica especial de Shenzhen, templo del «made in China». Los terrenos adyacentes a la autopista cercana acogen obras de construcción.

Los wukaneses no descubrieron el engaño hasta el año 2011. Presentaron una petición a las autoridades locales y más tarde se manifestaron masivamente ante la sede del gobierno provincial, el 21 de septiembre. «Para acallarnos, el traidor de Hong-Kong nos envió la policía a Wukan al día siguiente. Golpearon a mucha gente y entonces comenzaron los enfrentamientos», recuerda la dueña del cibercafé, madre de una niña pequeña. «Hubo nueve coches oficiales y un autobús de la policía volcados», añade orgullosamente un maestro del pueblo. «Junto con mis colegas convertimos la escuela en zona neutral, donde los niños y adolescentes podían estar seguros.» Para asombro de todos, el gobierno local aceptó la celebración de elecciones para sustituir a los representantes denunciados. «Con esta historia, puedo deciros que mis dos hijos se harán científicos, nunca representantes oficiales». Fuerte como un coloso, echa una mano a los jóvenes asesores. «En Wukan todavía hay seguidores del antiguo jefe corrupto del pueblo. Estoy aquí para disuadirles de meter las narices en todo.»

Detrás del ambiente de buen rollo que reina en este fin de semana especial, en Wukan se esconde una miseria humana que contrasta con la ostentosa opulencia de las grandes ciudades de Guangdong. Al fondo de una callejuela encontramos a la señora Hu Jung, que se lava en un cubo de agua. Su marido es mariscador y pescador de morralla que vende a 3 yuanes el kilo. Gana 50 yuanes al día (unos 6 euros), con los que han de alimentar a sus seis hijos. Los dos últimos no están inscritos en el registro civil para evitar la multa de la oficina de control de nacimientos. Todos ellos sobreviven en una cabaña insalubre, cubierta con un gran toldo de plástico desde que el tejado dejó de protegerles de la lluvia. Duermen sobre dos grandes literas. Hu Xiaobei, la hija mayor, tiene 17 años y termina el instituto.

En un mandarín perfectamente aprendido en la escuela, cuenta que está harta de tener que lavarse en plena calle, a la vista de todos. Este verano tratará de encontrar un empleo en la fábrica de Huawei, el fabricante chino de los Smartphone, que proporciona comida y alojamiento a la mano de obra. Para ella, como para todos los irreductibles de Wukan, es la corrupción la que ha impedido el desarrollo de la localidad y perpetuado tanta pobreza.

En Wukan, lo más importante, este sábado, tal vez no haya sido el hecho de votar para elegir un jefe. «Lo verdaderamente nuevo es que el nuestro no habrá tenido que comprarse el puesto para conseguirlo», dice divertido el conductor del motocarro que nos traslada a la estación de autobuses.

(Véase el anterior reportaje sobre Wukan en http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=4734)

Traducción Viento Sur

Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=4958