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¿Es China ingenua?

Fuentes: Rebelión

El ex presidente Yanukovich visitó China a comienzos de diciembre sellando importantes acuerdos cuando ya en Kiev asomaban las protestas que pocos meses más tarde acabarían por derribarle. En medio del actual vacío de poder, Beijing, moderado en sus juicios, ha hecho saber su intención de seguir profundizando la asociación estratégica con las nuevas autoridades […]

El ex presidente Yanukovich visitó China a comienzos de diciembre sellando importantes acuerdos cuando ya en Kiev asomaban las protestas que pocos meses más tarde acabarían por derribarle. En medio del actual vacío de poder, Beijing, moderado en sus juicios, ha hecho saber su intención de seguir profundizando la asociación estratégica con las nuevas autoridades de Ucrania, un país sin duda relevante por muchas razones, entre ellas para la puesta en marcha de su estrategia de revitalización de la Ruta de la Seda.

El desarrollo de los acontecimientos en Ucrania, al margen de otras consideraciones, ha puesto de manifiesto la intervención directa y abierta de potencias extranjeras en su conflicto político interno. No quiero imaginar qué dirían las autoridades españolas si hace unos años la Puerta del Sol de Madrid se llenara de altos cargos rusos repartiendo bocadillos a los manifestantes del 15M y aconsejando sus pasos….. Es este un proceder frecuente tras el fin de la guerra fría, con discreción y sin ella, sin y con intervención armada, y del que China se ha venido manteniendo al margen, lo cual, habitualmente se traduce en no pequeños costes geopolíticos, estratégicos y económicos. Y también críticas.

Si partiéramos de la convicción de que aquel país que hoy se muestre dispuesto a estrechar lazos significativos con China, el principal competidor estratégico global de EEUU y de Occidente, puede verse asediado por una inestabilidad inducida para impedir cambios sustanciales en la geopolítica mundial, estos estados difícilmente podrían contar con la ayuda de Beijing, férreamente apegado a su modelo de no intervención. Esta «indiferencia» puede llegar a ser interpretada como una «ventaja» que juega a favor de sus hipotéticos rivales.

Imaginemos por un momento que los indicios de desestabilización que vive Turquía guardan relación con sus decisiones de comprar armamento a China -que han provocado gran contrariedad en la OTAN- o su interés en dar la espalda a la UE y acercarse a la Organización de Cooperación de Shanghai. Con el manido argumento de la corrupción, a Erdogan se le mueve la silla, pero Ankara no puede esperar mucho de Beijing. ¿O sí?

Se ha sugerido que los países de Asia-Pacifico que tienen disputas con China no deben hacerse demasiadas ilusiones con los apoyos, económicos o militares, de EUA o de Japón ya que sus economías están debilitadas, pero, a día de hoy, en una hipotética dinámica de disimulada confrontación, podría ser más seguro y decidido el apoyo de Washington o Tokio que el de Beijing.

De una parte, pues, se celebra como respetuosa la posición china de no ingerencia en los asuntos internos pues infunde confianza y disipa temores circunscritos a límites moderados; de otra, en el marco de un entendimiento que se pretende estratégico se agradecería mayor contundencia en la expresión de la alianza ante hipotéticas presiones de terceros, especialmente en un momento como el actual de re-alineamiento y efervescencia global.

Beijing sigue fundamentando su política exterior en el sistema westfaliano que preserva la inviolabilidad de la soberanía nacional, el principio de no ingerencia y el equilibrio entre potencias. Pero los países occidentales, argumentando sobre todo la necesidad de proteger a las poblaciones que son víctimas de abusos, hace tiempo que enarbolan el deber de ingerencia, que se acostumbra a aplicar con una doble vara de medir como bien sabemos, aceptando el recurso a la violencia y refrendándola expresamente cuando sirve a sus propósitos «morales» (puede ser «revolucionaria» la violencia opositora en Ucrania o Venezuela pero no en el Egipto de sus generales). China condena esta actitud, considerándola políticamente sospechosa y estratégicamente peligrosa.

Incluso sin llegar a crisis graves, esa doble lectura es obvia. En los últimos tiempos, por ejemplo, cuando tantos ejercicios militares se suceden uno tras otro en los mares de China, si es Beijing el promotor se trata de una velada amenaza a los países ribereños o incluso la antesala de una invasión; pero cuando es EEUU y sus aliados quienes las realizan, se trata de mera rutina y las advertencias chinas se consideran totalmente injustificadas. La presunta neutralidad en los conflictos territoriales malamente disimula una burda intervención en apoyo de una de las partes. Y con un buen propósito: garantizar la «libertad de navegación» ….

Es verdad que nadie puede ni debe sentirse moralmente indiferente ante el sufrimiento humano ni avalar el cinismo de una diplomacia tantas veces impotente ante los abusos de todo signo. El problema radica en regular esa compleja línea que nos ayude a democratizar esas soluciones contando con el aval mayoritario de la comunidad internacional evitando las manipulaciones unilaterales.

China está comprometida con el desarrollo de una diplomacia más incisiva, dotándose de mayores capacidades a tal efecto. Pero carece de instrumentos equiparables a los de las grandes potencias para incidir de modo efectivo en el rumbo de los acontecimientos. China desarrolla, por ejemplo, importantes negocios con Angola, pero ¿puede combatir con inhibición política y generosidad económica el activismo de otros países a favor de intereses que pueden llegar a ser contrarios a los suyos? ¿De qué capacidades dispone para anticiparse a crisis como la vivida en Libia ayer y como podría ocurrir mañana en Venezuela? Es evidente que tales acontecimientos no son producto de la fatalidad y que sus consecuencias pueden revestir un duro coste. Mañana puede ser Pyongyang, a sus puertas.

¿Es China ingenua al persistir en sus principios en un mundo donde el argumento de la moral, la democracia y los derechos humanos tanto puede servir para acabar con el dictador Gadafi como para apuntalar el linaje de la no menos dictatorial Casa Saud en Riad? ¿O la ingenuidad radica en quienes echan cuentas a corto plazo embarcándose en aventuras que a la postre, como en Afganistán o Irak, se saldan con más que clamorosos reveses y sentidos dramas para la inmensa mayoría de la población?

Dos concepciones de las relaciones internacionales están en juego. Las espadas están en alto.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.