Traducido para Rebelión por Susana Merino
Desde la caída del régimen de Ben Alí en Túnez, una ola de disturbios recorre el mundo árabe, mostrados por las imágenes de la cadena Al-Yazira que permite a la opinión pública seguir los acontecimientos en directo. De Marruecos a Barein, de Argelia a Irak, ciudadanos generalmente desarmados salen a las calles para reclamar reformas políticas y una mayor justicia social. En la mayoría de los casos las autoridades dudan de recurrir a un empleo indiscriminado de la fuerza. En Libia en cambio los manifestantes se enfrentan a la represión más terrible. (Le Monde Diplomatique publicará en su próximo número del 2 de marzo un informe de ocho páginas sobre «El despertar árabe»).
Las informaciones procedentes de Libia son contradictorias, parciales y en muchos casos sin confirmar. La brutalidad del régimen no deja lugar a dudas y la cantidad de muertos es muy grande: centenares según las organizaciones no gubernamentales, probablemente más si se tiene en cuenta la violencia ejercida por las milicias del régimen. Aunque el este del país, con las ciudades de Benghazi y de Tobruk, ha caído en poder de los insurgentes, lo que ha permitido la entrada de periodistas extranjeros, la zona oeste y especialmente Trípoli resultan inaccesibles. Gadafi parece que ha recuperado el domino de la capital y parece que conserva la confianza de las tribus de la región. («Gaddafi tightens grip on Libyan capital as rebels swiftly advance west», por Leila Fadel y Sudarsan Raghavan, The Washington Post, 24 febrero). Y acaba de anunciar que Trípoli permitirá mañana el acceso a todos los periodistas. Por otra parte se está apoyando en mercenarios de los países del Africa subsahariana, lo que crea el riesgo de desarrollar un racismo contra los negros en el país.
El carácter errático y dictatorial del coronel Muammar Gadafi se ha confimado en su discurso iluminado del 22 de febrero. (leer una traducción en inglés aquí http://www.antiwar.com/blog/
Las justas indignaciones contrastan con el silencio que prevaleció cuando el régimen, a comienzos de los años 2000 cuando empezaba a esbozarse la reconciliación con Occidente, aplastaba sin piedad a los islamistas. El arresto y la tortura de los militantes islámicos en Libia (como en Egipto o en Túnez) no indignaban a las buenas almas.
Como quiera que sea los llamados a intervenir militarmente se multiplican.
Marc Lynch , en su blog Foreign Policy es muy claro como puede verse en el título de su envío: «Intervening in the Libyan tragedy» (21 de febrero de 2011).
«Debe compararse con Bosnia y Kosovo, o mejor aún con Ruanda, se está desarrollando una masacre en directo en la televisión y está instando al mundo a actuar. Es tiempo de que los EE.UU., la OTAN, la ONU y la Liga árabe actúen decididamente para impedir que esta sangrienta situación degenere todavía en algo peor.»
Resulta difícil entender estas comparaciones. En Ruanda se trataba de un genocidio que se cobró miles de muertos. En cuanto a Kosovo, es dudoso que la intervención militar fuera un éxito (leer Noam Chomsky. «En Kosovo había otra solución» Le Monde diplomatique, marzo de 2000)
Marc Lynch prosigue:
«Actuar, y entiendo como tal dar una respuesta lo suficientemente enérgica y directa que impida al régimen libio utilizar recursos militares para aplastar a sus adversarios. He leído informes según los cuales la OTAN ha advertido severamente a Libia sobre el uso de más violencia contra su pueblo. Hacerlo creíble significaría la declaración y la imposición, por parte de la OTAN sin duda, de una zona de exclusión aérea sobre Libia que impìda el uso de aviones militares contra los manifestantes.»
Un punto de vista al que se opone fuertemente Justin Raimondo en el sitio Antiwar.com, «Interventionist Target Libya» (23 de febrero):
«El espectro de una intervención estadounidense es justo lo que desea Gadafi: eso jugaría a su favor. Como suele suceder a menudo con las intervenciones estadounidenses, este tipo de intervención produciría precisamente efectos contrarios a los buscados (…) ¿Cree acaso el profesor Lynch que una intervención «enérgica» no fortalecería la posición de Gadafi (1), que sabe como usar las pasiones y los prejuicios de su pueblo y su estrategia es dividir al país según líneas generacionales? (…)
«Una intervención occidental fortalecería a Gadafi y tal vez lo salvaría de un final bien merecido. Daría munición a la corriente islamista marginal que simpatiza con Al-Qaida. Ambos se hallarían fortalecidos en sus puntos de vista: miren, diría Gadafi, los extranjeros vuelven para tomar el control del país; miren dirían los islamistas, los Cruzados vienen a robarnos nuestra revolución»
Las imágenes procedentes de Libia son terribles. Pero ¿quién pidió una intervención militar occidental cuando los aviones israelíes bombardeaban Gaza durante la operación Plomo fundido? ¿O cuando los bombardeos en Afganistán? ¿o en Irak por los EE.UU.? ¿Era necesario intervenir militarmente contra Israel y los EE.UU. esa vez?
Y luego allí está el caso iraquí para incitarnos a la prudencia. La dictadura de Sadam Hussein fue una de las más brutales de Medio oriente, fue aliado de los EE.UU. mientras llevaba a cabo su agresión a Irán. Por su invasión a Kuwait perdió la dama y se volvió un paria. Pero ¿quién puede pensar que luego de ocho años de intervención estadounidense ésta ha sido un éxito? Las manifestaciones en el Kurdistán iraquí (presentado como un modelo de democracia) como en el resto del país, son objeto de brutales represiones que pocos medios mencionan.
¿Qué hacer entonces?
Aceptar entonces que salvo en el caso de un genocidio como el de Ruanda, una intervención militar bajo la égida de la ONU no es siempre la mejor solución. Debido a que se delegaría sin duda en la OTAN cuyo papel en Afganistán no es precisamente positivo. Los movimientos tunecino y egipcio lo lograron sin intervención militar externa.
Debemos alegrarnos también de la actitud de la Liga Árabe que por primera vez suspende a un Estado miembro por problemas relacionados con la «soberanía nacional». Esta posición, como la de la Unión Africana y la de la Organización de la conferencia Islamica debería agravar las fisuras en el régimen, especialmente en el ejército y entre los numerosos diplomáticos que ya han abandonado a Gadafi. Tendrá más peso que el de los gobiernos europeos y estadounidense sospechosos, no sin razón, de dobles intenciones y que han mantenido estrechas relaciones durante años con el dictador libio.
La UE también puede aprender ciertas lecciones para el futuro.
Si a los Estados europeos no les es posible fundar toda su política exterior sobre el respeto de los derechos humanos y si es imposible y no deseable romper relaciones con todos los regímenes que los violan (con Israel por ejemplo) es cierto que se pueden adoptar políticas más equilibradas entre principios e intereses, siendo que muchos proyectos resultaron ser extravagantes espejismos (leer Alain Faujas: «Los peligros y las ilusiones del comercio con Gadafi» Le Monde, fr. 24 de febrero):
– En el curso de los últimos años los países europeos, incluida Francia, armaron a las fuerzas libias, las asesoraron y les proporcionaron los medios para combatir a su propia población (Francia pensaba también en venderles Rafales);
– El apoyo al régimen del coronel Gadafi en la Unión Europea y especialmente en Italia se basó en un chantaje: la capacidad de Libia de detener el flujo de emigrantes africanos hacia el viejo continente; esa obsesión emigratoria ha conducido a Bruselas a ayudar a toda una serie de regímenes poco preocupados por los derechos humanos a administrar ellos mismos la emigración en condiciones a menudo terribles. Es necesario defender a cualquier precio la fortaleza Europa; y desde ese punto de vista Gadafi era un aliado que Silvio Belusconi se resiste a abandonar (leer Stefano Liberti: «Italia y Libia las manos juntas» Visions cartographiques, 25 de agosto de 2010);
– Como en su cooperación con otros países del entorno mediterráneo, la UE hizo prevalecer los principios de libre comercio por encima del desarrollo multiplicando los informes elogiosos sobre Túnez o Egipto; ¿no ha llegado acaso el tiempo de que prevalezca otro concepto? («Quand la ‘rue árabe’ sert de modèle au nord», Le Monde .fr, 11 de febrero).
– Es lamentable que las principales preocupaciones de los europeos frente a los acontecimientos de Libia sean en primer lugar el temor relativo a las exportaciones de petróleo (2) y el miedo a ver llegar oleadas de inmigrantes. No es muy buen presagio para el futuro.
– Los principios invocados, más que el llamado a las intervenciones militares, deberían guiar la política europea con relación a los países árabes alcanzados por la ola revolucionaria que se extiende por el mundo árabe.
Notas:
(1) Sobre las tribus, tema complejo que no pretendo conocer bien se puede leer «Libya – Tribalries» en el sitio Bnet.
(2) Leer «Batailles pour l’energie» Manière de voir, nº115, febrero-marzo 2011.
Fuente: http://blog.mondediplo.net/
rCR