Ranjhan pasó 40 años de su vida trabajando en una fábrica de ladrillos como esclavo en Pakistán para pagar una deuda que su mísero salario no le permite saldar. En Pakistán, según activistas de derechos humanos hay más de dos millones de personas que viven como esclavos modernos en fábricas y cultivos agrícolas, condenados de […]
Ranjhan pasó 40 años de su vida trabajando en una fábrica de ladrillos como esclavo en Pakistán para pagar una deuda que su mísero salario no le permite saldar.
En Pakistán, según activistas de derechos humanos hay más de dos millones de personas que viven como esclavos modernos en fábricas y cultivos agrícolas, condenados de por vida a privaciones y a un trabajo extenuante.
«Pasé los últimos 40 años en esta rutina», se lamenta Ranjhan desde una planta a cielo abierto en las afueras de Hyderabad, una ciudad ubicada a 150 kilómetros al noreste de Karachi. En el horizonte se ven chimeneas que sueltan un humo tóxico, que irrita las fosas nasales. Un grupo de niños recogen con las manos desnudas la arcilla que colocan en moldes.
Ranjhan luce una barba canosa y viste una túnica manchada por la arcilla. Sus pulmones respiran con dificultan. Al igual que otros obreros, está condenado a ser esclavo para afrontar una deuda que su mísero salario no le permitirá alcanzar. Trabaja todos los días de la semana. Si logra producir más de mil ladrillos podrá cobrar cerca de dos euros, que irán íntegramente a manos de su patrón.
«Pedí prestados entre 40.000 y 50.000 rupias (entre 310 y 390 euros) para pagar la comida de mis hijos. Nunca voy a poder pagar ese dinero antes de morir. Mi deuda morirá conmigo», confiesa lejos de la mirada de su patrón Ranjhan, padre de tres hijos.
Según un informe global realizado por la ONG australiana Walk Free Foundation, Pakistán es el tercer país del mundo con más esclavos, después de India y China.
Ranjhan no habla mucho sobre el origen de sus deudas. De la compra de alimentos al pago de dotes matrimoniales, no faltan los motivos por los cuales los obreros acuden a sus empleadores para pedir un préstamo que nunca van a llegar a saldar por los altos intereses.
Pequeños sindicatos intentan convencer a los empleadores de que aumenten los salarios a cerca de cuatro euros por día.
«Antes del sindicato, los trabajadores ni siquiera tenían el derecho a tener un nombre. Si alguien venía y les preguntaba ‘cómo te llamas’, ellos repondían: ‘anda a ver al propietario y él te dirá'», cuenta Puno Bheel, quien creó hace algunos años un pequeño sindicato de obreros del ladrillo en Hyderabad. Sin embargo, la labor sindical es marginal en Pakistán, y si bien permite mejorar las condiciones de los obreros, no ha logrado convencer a los patrones de liberar a los esclavos.
«Encadenados como animales»
Sajan Kumar, un hombre de 30 años con los dientes machacados y enrojecidos por mascar ‘gutka’, una adictiva mezcla de nueces, tabaco negro y parafina, cuenta que logró liberarse de la esclavitud.
Hace cinco años, el propietario de una plantación de arroz donde trabajaba con su familia les reclamó 3.600 euros, esgrimiendo que su labor no alcanzaba para cubrir los gastos que generaban. El tío de Sajan contactó con la ONG Green Rural Development, que acudió a los tribunales.
Para escapar a la policía, «el propietario y sus guardias armados nos metieron en vehículos y nos llevaron por el desierto, encadenados como animales», cuenta Sajan. Tras varios días, los esclavos, unas 87 personas pertenecientes a la familia extendida de Sajan, fueron rescatados por la policía.
Finalmente, la familia demandó al propietario por detención ilegal y logró obtener 17.000 euros con los que compró una camioneta y abrió una pequeña tienda. Sin embargo, el futuro es incierto. Según Ghulam Haider, director de Green Rural Development, «cerca de la mitad» de los obreros liberados terminan por volver a ser esclavos ante la falta de oportunidades.