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Farsa electoral en Túnez

Fuentes: Agencia de Información Solidaria

El próximo domingo 24 de octubre más de cuatro millones y medio de tunecinos están llamados a las urnas para votar en las elecciones legislativas y presidenciales que se celebran en el país norteafricano. Sin embargo, poco importan sus votos porque el resultado ya está decidido: el presidente Zine- el Abidine Ben Ali será reelegido […]

El próximo domingo 24 de octubre más de cuatro millones y medio de tunecinos están llamados a las urnas para votar en las elecciones legislativas y presidenciales que se celebran en el país norteafricano. Sin embargo, poco importan sus votos porque el resultado ya está decidido: el presidente Zine- el Abidine Ben Ali será reelegido con un porcentaje superior al 99 por ciento de los votos emitidos. Por su parte, el Parlamento nacional se dividirá entre el Agrupación Constitucional Democrática (ACD, en el poder) y un grupo de partidos de la oposición oficial y fiel al régimen. Se conocen incluso los porcentajes: 80 por ciento de los escaños para el primero y el resto para los demás. La participación, por supuesto, se situará por encima del 95 por ciento. 

Túnez es un caso curioso dentro del continente africano. Se trata de un país más o menos bien gestionado pero pésimamente gobernado. En efecto, su economía muestra una buena salud, los ingresos, gracias al turismo, no paran de crecer, las grandes reservas de gas aportan beneficios a las arcas del Estado, las ventajas del acuerdo preferencial firmado con la Unión Europea empiezan a notarse y su Producto Interior Bruto ha crecido una media de un 5 por ciento durante la última década.

Autoritarismo y represión

Sin embargo, la gestión económica es el único aspecto positivo de un régimen que ha convertido el país en una gran cárcel. Desde su llegada al poder en 1987 (después de la retirada de su antecesor Habib Bourguiba por demencia senil) la deriva autoritaria de Ben Ali ha sido evidente. Después de una falsa y coyuntural apertura política (libertad de presos políticos, supresión de los tribunales de excepción, libertad de prensa, desaparición de la presidencia vitalicia…) Ben Ali ganó las elecciones de 1989 sin contestación alguna. A partir de ese momento empieza la pesadilla. En 1994 y 1999 Ben Ali fue el único candidato serio en las elecciones presidenciales. Cada victoria afianza su poder y un obsesivo culto a su personalidad que no hacen sino acelerar la represión contra toda forma de oposición. A la eliminación física o política de los islamistas siguió la de los laicos progresistas. El referéndum constitucional celebrado en mayo de 2002 le aseguró la posibilidad de aspirar a un cuarto mandato. La ley antiterrorista de diciembre de 2003 cerró el círculo represivo y creó el contexto jurídico necesario: a partir de ahora todo opositor es un terrorista. Militar que hizo carrera en los servicios secretos antes de llegar al poder, Ben Ali ha convertido el país en un estado policial. Las violaciones de los derechos fundamentales y los abusos por parte de las fuerzas del orden son continuos; los periódicos ajenos al círculo presidencial son cerrados y sus redactores perseguidos; grupos de jóvenes son acosados, detenidos y condenados por utilizar Internet y 23.000 presos convierten a Túnez en el cuarto país del mundo con más encarcelados por habitante. Es más, según la Liga Tunecina por los Derechos Humanos, 600 de estos presos son reos políticos detenidos por delitos de opinión y diez de ellos llevan más de dos décadas incomunicados. Ante esta situación, una oposición dividida en exceso se ha visto finalmente abocada al exilio. De hecho, como afirma el periodista y opositor Taoufik Ben Brik, de la oposición auténtica y honrada en Túnez sólo quedan «unos cuantos locos». Entre ellos Ben Brik y algunos abogados, médicos y otros profesionales liberales. 

Circo electoral 

En este contexto, es difícil creer a Ben Ali cuando afirma que las elecciones serán «democráticas y transparentes». El control absoluto de los medios de comunicación, la confusión entre la ACD y el Estado, la corrupción política y económica y la ausencia de rivales de entidad garantizan otra apabullante victoria del actual presidente. En efecto, líderes de la oposición como el histórico Mocef Marzouki, del Congreso por la República, y los candidatos del Forum Democrático por el Trabajo y las Libertades, Nejib Chebbi, y del Partido Democrático Progresista, Mustafá Ben Jaâfar, han sido excluidos de los comicios y sus formaciones han llamado al boicot de la consulta. Los otras cuatro partidos políticos se encuentran dentro de lo que se podría llamar «oposición domesticada». Es decir, formaciones que permiten a Ben Ali presentar una imagen de pluralismo y a cambio reciben un 20 por ciento de los escaños en el Parlamento en las legislativas. Mientras, en las presidenciales piden el voto para el presidente o presentan un candidato títere. Un Observatorio Nacional de las Elecciones creado por el gobierno y la supervisión internacional de la Liga Árabe completan el escenario de la farsa. Paradójicamente, Ben Ali es visto con buenos ojos desde Occidente. Más aún después del 11 de septiembre cuando sus tesis se vieron legitimadas con tan sólo añadir el adjetivo «terrorista» a cualquier disidente represaliado. De hecho no son pocos los políticos, entre ellos el presidente francés Jaques Chirac y su ministro de Asuntos Exteriores Michel Barnier, que alaban la progresiva «democratización» de Túnez y su reflejo de la «modernidad». Mientras, Ben Ali ha convertido el país en una gran cárcel y aspira a la presidencia vitalicia que en su día suprimió. En 1999 fue reelegido con el 99,44 por ciento de los votos. ¿Conseguirá superarse?