Desde hacía varias semanas se rumoreaba que finalmente las fuerzas francesas que operan en el Sahel localizaron y consiguieron “neutralizar” al emir del Estado Islámico en el Gran Sahara (EIGS), lo que recién fue confirmado este último miércoles 15 de septiembre por el presidente francés Emanuel Macron en un twitter en el que confirma la muerte de Adnan Abu al-Walid al-Sahraoui y califica dicha operación como un “gran éxito” de los efectivos de la Operación Barkhane, que desde hace nueve años están intentando derrotar la insurgencia fundamentalista que estalló en 2012 en el norte de Mali y desde entonces, no sólo ha permeado con muchísima fuerza las fronteras de Burkina Faso, donde prácticamente han paralizado todo el norte de ese país, y hacía Níger, donde los muyahidines han golpeado duramente en la región occidental de Tillabery, próxima a la frontera con Malí, que solo en lo que va de este año han sido asesinadas 550 personas, en su mayoría aldeanos. Mientras las tropas occidentales que operan en esa región están aplicando el método remove the water from the fish (quitando el agua al pez) obligando a miles de aldeanos a abandonar el área para evitar que la insurgencia tenga apoyo y cobertura de la población local tal como lo han aplicado en las guerras centroamericanas, Vietnam y Afganistán.
Aunque París cuenta con los más de 5.000 efectivos de la Operación Barkhane desde 2014, operación que reemplazó a la Serval, que actuaba en la región desde finales del 2012. Además de Francia en esa área tienen presencia militar y de inteligencia los Estados Unidos, Alemania, el Reino Unido y otros países europeos, a los que se suma la de los ejércitos que forman el Grupo Sahel Cinco (GS5), compuesto por Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger, no ha conseguido detener a esa insurgencia, compuesta por pequeñas khatibas (brigadas o fracciones) que operaban en la región haciendo cada una lo que podía en la tenue frontera entre el terrorismo integrista y la delincuencia común, especializándose en contrabando, tráfico de personas, de drogas, secuestros extorsivos e incluso dando protección al tránsito de los grandes alijos de droga que desde Brasil y México llegan al golfo de Guinea, para continuar por tierra hacia el Mediterráneo, donde con muchas más suerte que los refugiandos consiguen alcanzar las costas europeas.
La agobiante presencia de las tropas europeas y estadounidenses ha conseguido que esas pequeñas khatibas se estructurasen en dos grandes bloques a partir de 2017, los alquedeanos del Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimīn o Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM) y la franquicia del Dáesh o Estado Islámico para en el Gran Sáhara (EIGS), fuerza que lideraba Adnan Abu al-Walid al-Sahraoui.
Thierry Burkhard, jefe del Estado Mayor del ejército francés, informó de que la operación que terminó con la vida de al-Sahraoui se realizó en el bosque de Angarous, en la región de las tres fronteras (Malí, Níger y Burkina Faso) tras haber sido detectada su presencia en ese lugar. El 17 de agosto un dron alcanzó una moto donde viajaban dos hombres. Tras haberlos impactado un grupo comando, apoyado por drones y aviones Mirage, pudo llegar al lugar donde había sido asesinado el emir cinco días después y pudieron identificar fehacientemente que el cuerpo pertenecía a al-Sahraoui. Este ataque podría convertirse en fundamental para el accionar del Dáesh en la región, ya que tras la campaña de bombardeos de la Barkhane entre febrero y junio del año pasado se había registrado una importante disminución de acciones del EIGS, que durante el 2020 reivindicó 90 operaciones y solo 30 en lo que va del año, siendo la última el pasado 13 de junio.
La muerte de al-Sahraoui, quien había realizado su juramento de lealtad o baya´t al entonces califa Ibrahim (Abu Bakr al-Baghdadi) fundador, líder espiritual y militar del Dáesh, nombrado emir del EIGS en 2014 y muerto en 2019, rememora otro “gran éxito” de las tropas francesas en el Sahel cuando en junio del año pasado se anunció la muerte de una pieza clave en la conformación del JNIM, Abdulmalik Droukdel, quien fue “neutralizado” en el norte de Mali (Ver: Sahel: La muerte del emir).
Una presa de cinco millones de dólares
Tras la emboscada, en octubre de 2017, en cercanías de la aldea de Tongo-Tongo, en la región de Tillabery (Níger) en la que murieron cuatro Green Berets norteamericanos, junto a trece soldados nigerinos y otros once resultaron desaparecidos (Ver Níger: ¿Qué esconde Trump en el desierto?) y tras comprobarse que la responsabilidad de dicho ataque había sido de hombres de al-Sahraoui, el Departamento de Estado de los Estados Unidos clasificó a al-Sahraoui como terrorista mundial “especialmente clasificado” de acuerdo con un decreto del Ejecutivo norteamericano y al EIGS como “Organización terrorista extranjera” el 16 de mayo de 2018, tras lo que se estableció una recompensa de cinco millones de dólares por la muerte o captura de quien era el jefe del grupo.
Adnan Abu al-Walid al-Sahraoui, hasta hacer su baya´t al Dáesh, había sido
portavoz del Movimiento por la Unidad y la Jihad en África Occidental (MUJAO), una de las tantas khatibas que operaban en el Sahel, vinculadas a al-Qaeda global, que más tarde se fundiría en el JNIM.
El MUJAO, finalmente, terminaría aliándose en el 2013 con Muthalimin (los que firman con sangre) liderado por Mokhtar Belmokhtar, un argelino veterano de la guerra civil de su país (1991-2002) y Afganistán, para conformar al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI).
Tras la aparición del Dáesh, finalmente una escisión de al-Qaeda producida en Irak en enero de 2014, estalla un fuerte conflicto entre Belmokhtar y al-Sahraoui, quien para 2015 se pasaría a las fuerzas de al-Baghdadi, no solo político, sino también militar, habiéndose registrado importantes enfrentamientos armados que se siguen produciendo hasta hoy a pesar de que ambas organizaciones el Estado Islámico en el Gran Sahara y el Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimīn, están en la mira de más de una docena de ejércitos regulares que operan en el Sahel.
Si bien la muerte de al-Sahraoui estaría absolutamente confirmada, según el presidente Macron, también muchas veces se habían anunciado las muertes tanto de Abdulmalik Droukdel, finalmente corroborada el año pasado, como la de Belmokhtar, que ha sido dado por “neutralizado” en varias oportunidades, lo que nunca se ha logrado confirmar.
Tras vivir parte de su juventud en Argelia, donde al-Sahraoui se habría enrolado en grupos armados islamistas vinculados al FIS (Frente Islámico de Salvación) uno de los grandes animadores de la guerra civil argelina que en más de diez años provocó 200.000 muertos, al-Sahraoui habría participado en octubre de 2011 en el secuestro de tres cooperantes humanitarios en el campo de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia), por lo que el MUJAO exigió un rescate de unos 18 millones de dólares.
Entre fines de 2019 y enero de 2020 el grupo de al-Sahraoui realizó distintas operaciones contra campamentos militares en Níger, Malí y Burkina Faso, asesinando a centenares de efectivos.
Esta escalada de violencia llevó a Francia a la cumbre antiterrorista de enero de 2020 en la ciudad de Pau (Francia), junto a las naciones que conforman el G5 Sahel, a rotular al EIGS como “enemigo prioritario” sobre el que tenían que centran sus acciones militares.
Según algunos servicios de inteligencia, catalogan al-Sahraoui como un jefe extremadamente cruel, que concentraba todo su poder en sí mismo y que nunca había considerado en el planeamiento de sus operaciones la posibilidad de reducir la muerte de civiles. Al punto de aplicar la sharia de forma inadvertida a la población civil, habiendo aplicado la pena de amputación de manos y pies a ladronzuelos descubiertos en algún mercado comunal.
Con la muerte del emir Adnan Abu al-Walid al-Sahraoui no solo se cierra un capítulo sangriento en el Sahel, sino que la lucha por su sucesión puede abrir otro de características desconocidas.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.