La voz de Irina Grigoryan queda totalmente ahogada bajo la algarabía de 230 niños y niñas que esperan su almuerzo en un jardín de infantes de la capital de la República de Nagorno Karabaj (RNK), autoproclamada independiente y aún motivo de disputa entre Armenia y Azerbaiyán. El estrépito de las voces y risas de los […]
La voz de Irina Grigoryan queda totalmente ahogada bajo la algarabía de 230 niños y niñas que esperan su almuerzo en un jardín de infantes de la capital de la República de Nagorno Karabaj (RNK), autoproclamada independiente y aún motivo de disputa entre Armenia y Azerbaiyán.
El estrépito de las voces y risas de los niños es algo a lo que está habituada esta mujer de 60 años, directora del jardín de infantes N3 de Stepanakert.
Pero el cartel detrás de su escritorio, con una paloma volando sobre la frase «Démosle una oportunidad a la paz», revela que no todo está bien en esta brumosa y montañosa ciudad de 50.000 habitantes, ubicada 2.400 kilómetros al sur de Moscú.
De hecho, la RNK está en medio de una larga y olvidada guerra.
Dos pueblos, el armenio y el azerí, que vivieron juntos por muchos años, están ahora enfrentados.
Cuando todavía existía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Nagorno Karabaj era una región autónoma.
Sin embargo, en 1936, el líder soviético Joeph Stalin la puso bajo la jurisdicción de la República de Azerbaiyán, lo que desató los primeros pedidos de autonomía por parte de la mayoritaria población armenia.
A fines de los años 80, cuando la URSS comenzaba a dar señales de resquebrajamiento, la oposición al control azerí se hizo más fuerte, y en Stepanakert se realizaron masivas manifestaciones de ciudadanos demandando que se les permitiera unirse a la República de Armenia.
Finalmente, en 1991, con una población de 191.000 habitantes, 75 por ciento de los cuales eran armenios, la RNK proclamó su independencia. Un mes después, en enero de 1992, Baku envió sus tropas para reprimir al movimiento secesionista.
Acusaciones mutuas
Las divisiones entre armenios y azeríes continúan siendo profundas. Los primeros desprecian a los segundos por la matanza de Sumgait, ciudad de Azerbaiyán a unos 30 kilómetros de Baku donde, a fines de febrero de 1988, azeríes asesinaron a 32 armenios e hirieron a otros 2.000.
La matanza provocó el desplazamiento de miles de armenios que huyeron a la entonces república soviética de Armenia, que obtuvo la independencia tras la caída de la URSS.
Mientras, los azeríes siguen acusando a las tropas armenias de lo que consideran el episodio más oscuro de la guerra entre 1992-1994: la masacre de Khojaly, una pequeña aldea a pocos kilómetros de Stepanakert, en febrero de 1993.
Funcionarios azeríes dijeron que alrededor de 650 civiles, incluyendo niños, niñas y mujeres, fueron asesinados, muchos de ellos con disparos a quemarropa en la cabeza, y cientos de cuerpos quedaron desmembrados.
Los azeríes responsabilizan de la masacre a los soldados armenios que atacaron la aldea cuando avanzaban hacia Agdam, 30 kilómetros al este de Stepanakert, pero Ereván rechaza las acusaciones.
Nunca se realizó una investigación independiente sobre lo ocurrido, y por tanto el caso añade dolor y desconfianza entre las dos comunidades.
Pero Grigoryan cree que hay esperanzas de reconciliación, especialmente cuando la sociedad civil gana fuerza en el panorama político.
Entre 1992 y 1993, las fuerzas azeríes tomaron control de 70 por ciento de la RNK, por lo cual Armenia decidió entrar en combate.
Un cese del fuego de 1994 «congeló» el conflicto y creó una zona de amortiguación pocos kilómetros al este de lo que era la frontera administrativa de Nagorno Karabaj en la URSS.
En el conflicto murieron unas 30.000 personas y más de un millón se convirtieron en refugiadas.
Hoy, los dos países permanecen oficialmente en guerra, y los 150.000 habitantes de la RNK siguen en un limbo político.
Para ellos, la precaria situación es motivo de ansiedad y temor constantes. Aunque ya pasaron casi 20 años desde que fue declarado el cese del fuego, los ciudadanos siguen viviendo bajo la sombra de la guerra.
«Durante la guerra, yo enseñaba en un colegio secundario local, y vi morir a 80 por ciento de mis estudiantes varones», dijo Grigoryan a IPS.
«No quiero que esto vuelva a ocurrir. Es por eso que aquí, en nuestro jardín de infantes, no hablamos sobre la guerra y no enseñamos el odio a nuestros alumnos», añadió.
Pero, aunque no hable abiertamente de sus recuerdos, estos siguen frescos en su mente.
Ella recuerda vívidamente el sitio a Stepanakert en 1992, cuando el ejército azerí colocó lanzacohetes en las colinas del cercano pueblo de Shushi y desde allí lanzó todos los días misiles contra la capital de la RNK.
Los civiles aprendieron rápidamente los ritmos de la guerra, y pronto descubrieron que a los soldados azeríes les tomaba 18 minutos recargar la batería, por lo cual comenzaron a aprovechar esos intervalos para trasladarse en la ciudad.
Grigoryan también colabora en el Instituto de Diplomacia Pública, organización local que trabaja para construir puentes entre organizaciones no gubernamentales armenias y antiguos habitantes azeríes de la RNK que se vieron obligados a mudarse a Azerbaiyán durante la guerra.
La maestra lamentó que «dos comunidades que vivieron juntas por muchos años» ahora estén separadas, pero dijo confiar en que se podrán recuperar los vínculos a través del diálogo directo entre personas y activistas por la paz de ambas partes.
Parte del trabajo de Grigoryan consiste en «explicar» a sus compatriotas que, si desean paz, deben estar dispuestos a realizar sacrificios, incluyendo concesiones territoriales y políticas a los azeríes.
«No queremos perder a otra generación en la guerra», señaló, refiriéndose a las escaramuzas que constantemente se producen a lo largo de la línea de cese del fuego, y las amenazas periódicas de Baku.
Hasta 2009, la comunidad internacional apoyó los esfuerzos de acercamiento entre ambos países, como la serie de reuniones auspiciadas por la organización no gubernamental International Alert en Tbilisi y Moscú.
Pero esas iniciativas se fueron congelando, así como las negociaciones celebradas bajo el auspicio del Minsk Group, iniciativa diplomática copresidida por Estados Unidos, Francia y Rusia.
«Con los años, la independencia de la RNK se fue convirtiendo en un tema de orgullo e identidad nacional para los armenios y los azeríes, por lo cual se vuelve más difícil hacer concesiones a la otra parte», explicó a IPS el analista Richard Giragosian, director del Centro de Estudios Regionales, del sur del Cáucaso.
«Armenia y Azerbaiyán se encuentran en un estancamiento político que perjudica a ambas partes», añadió, y sostuvo que Rusia, con fuertes relaciones y con presencia militar en los dos países, es quien debe asumir la mediación.