Horrorizado por las atrocidades que cometieron las fuerzas invasoras estadunidenses en las Filipinas, y por el vuelo retórico acerca de las nobles intenciones que acompañan de manera rutinaria los crímenes de Estado, Mark Twain admitió que estaba incapacitado para blandir la formidable arma de la sátira. El objeto de su frustración era el famoso […]
Horrorizado por las atrocidades que cometieron las fuerzas invasoras estadunidenses en las Filipinas, y por el vuelo retórico acerca de las nobles intenciones que acompañan de manera rutinaria los crímenes de Estado, Mark Twain admitió que estaba incapacitado para blandir la formidable arma de la sátira.
El objeto de su frustración era el famoso general Frederick Funston. «Ninguna sátira sobre Funston puede llegar a la perfección», lamentó Twain, «pues Funston ocupa esa cumbre por su cuenta… (él es) la sátira encarnada». La conjetura de Twain pareció repetirse en recientes semanas, durante la guerra entre Rusia, Georgia y Osetia del Sur.
George Bush, Condoleezza Rice y otros dignatarios invocaron de manera solemne la santidad de Naciones Unidas, y advirtieron que Rusia podría ser excluida de las instituciones internacionales, al «adoptar acciones en Georgia que contradicen» los principios de la ONU.
La integridad territorial y la soberanía de todas las naciones debe ser acatada de manera rigurosa, señalaron. Cuando aludían a «todas las naciones» excluían al parecer aquellas que Estados Unidos elige atacar: Irak, Serbia, tal vez Irán, y una larga, familiar, lista de otras.
El socio menor se unió al coro. El secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, David Miliband, acusó a Rusia de comprometerse en «formas de diplomacia propias del siglo XIX», al invadir un Estado soberano, algo que Gran Bretaña nunca haría en la actualidad.
Tales actos, añadió Miliband, «no son la forma en que las relaciones internacionales deben concretarse en el siglo XXI». De esa manera, sumó su voz a la de Bush, quien dijo que la invasión de un «Estado soberano vecino… es inaceptable en el siglo XXI».
El juego entre la sátira y la vida real se hace «inclusive más iluminador», escribió Serge Halimi en Le Monde Diplomatique, «cuando para defender las fronteras de su país, el encantador y pro estadunidense (Mijail) Saakashvili repatria parte de los 2 mil soldados que había enviado a invadir Irak», uno de los más grandes contingentes despachados a la nación árabe, aparte de los dos estados guerreros.
Prominentes analistas se unieron al coro. Fareed Zakaria aplaudió la observación de Bush de que la actitud de Rusia es inaceptable en la actualidad, a diferencia del siglo XIX, «cuando la intervención de Rusia hubiera sido considerada un procedimiento normal para una gran potencia». Por tanto, debemos desarrollar una estrategia para que Rusia «ingrese al mundo civilizado», donde la intervención es impensable.
Siete de los miembros del Grupo de los Ocho, las principales potencias industriales del mundo, emitieron un comunicado «condenando la acción de nuestro miembro del G-8», Rusia, pues aún no entiende el compromiso angloestadunidense de no intervención. La Unión Europea realizó una reunión de emergencia, algo bastante infrecuente, para condenar el crimen de Rusia. Fue la primera reunión de ese tipo desde la invasión de Irak, que por cierto no generó condena alguna de la UE.
Rusia pidió una sesión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU, pero no se llegó a consenso alguno pues, de acuerdo con los diplomáticos del consejo, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros rechazaron una frase que pedía a ambas partes «renunciar al uso de la fuerza».
Las reacciones recuerdan las observaciones de George Orwell sobre «la indiferencia ante la realidad que exhibe un nacionalista», quien «lejos de desaprobar las atrocidades cometidas por su propio bando… tiene una notable capacidad para no escuchar nada acerca de ellas».
La básica historia no está seriamente en disputa. Osetia del Sur y Abjasia (que tienen puertos en el mar Negro) fueron asignadas por José Stalin a su nativa Georgia. (Ahora, los dirigentes occidentales señalan con firmeza que las órdenes de Stalin deben ser respetadas).
Las provincias disfrutaron de cierta autonomía hasta el colapso de la Unión Soviética. En 1990, el ultranacionalista presidente de Georgia, Zviad Gamsakhurdia, abolió las regiones autónomas e invadió Osetia del Sur. La guerra que siguió dejó mil muertos y decenas de miles de refugiados.
Una pequeña fuerza rusa supervisó una tregua prolongada, difícil, que fue rota el 7 de agosto cuando el presidente georgiano Saakashvili ordenó a sus fuerzas invadir.
De acuerdo con «gran cantidad de testigos», informó The New York Times, el ejército de Georgia comenzó a «bombardear sectores civiles de la ciudad de Tsjinvali, así como la base de las fuerzas de paz de Rusia, usando artillería pesada y cohetes».
La predecible respuesta de Rusia fue desalojar a las fuerzas georgianas del sur de Osetia. Rusia procedió a continuación a conquistar partes de Georgia, y luego se retiró parcialmente a las cercanías de Osetia del Sur. Hubo muchas bajas y atrocidades. Tal como es normal, los inocentes sufrieron mucho.
Como telón de fondo de la tragedia en el Caúcaso hay dos asuntos cruciales. Uno es el control del gas natural y de los oleoductos desde Azerbaiyán hasta Occidente.
Georgia fue elegida por Bill Clinton para circunvalar a Rusia y a Irán, también fuertemente militarizada para ese propósito. Por lo tanto, Georgia representa «un valor estratégico muy grande para nosotros», observa Zbigniew Brzezinski.
Es de notar que los analistas se están poniendo menos reticentes para explicar los reales motivos de Estados Unidos en la región, a medida que los pretextos de sombrías amenazas y de liberación se desvanecen y se hace más difícil eludir las demandas para que retire sus tropas de ocupación de Irak. Es por eso que los editores de The Washington Post criticaron a Barack Obama por considerar Afganistán «el frente central» para Estados Unidos. El periódico recordó que Irak «se halla en el centro geopolítico de Medio Oriente y contiene algunas de las reservas de petróleo más grandes del mundo», y que la «importancia estratégica de Afganistán empalidece con relación a Irak». Una bienvenida, aunque tardía, admisión de la realidad de la invasión estadunidense.
El segundo tema de división en el Cáucaso es la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en dirección al este. Cuando la Unión Soviética se derrumbó, Mijail Gorbachov aceptó una concesión que resulta asombrosa a la luz de la historia reciente y de las realidades estratégicas: aceptó que una Alemania unida se uniera a una alianza militar hostil.
Gorbachov aceptó la concesión sobre la base de «garantías» de que la OTAN no ampliaría su jurisdicción hacia el este, «ni una sola pulgada» en las exactas palabras (del entonces secretario de Estado) Jim Baker, de acuerdo con Jack Matlock, embajador de Estados Unidos en Rusia en los cruciales años de 1987 a 1991.
Clinton rápidamente abjuró de ese compromiso, y también desechó los esfuerzos de Gorbachov para poner fin a la guerra fría mediante una cooperación entre los socios. Y la OTAN rechazó una propuesta rusa para una zona libre de armas nucleares entre el Ártico y el mar Negro, que podría haber «interferido con planes para ampliar la OTAN», según Michael McGwire, un analista de estrategia y quien trabajó en la OTAN en tareas de planificación.
Las esperanzas de Gorbachov fueron abandonadas ante el triunfalismo estadunidense.
Los pasos de Clinton fueron rápidamente escalados por la agresiva postura y las acciones de Bush. Matlock escribe que Rusia podría haber tolerado la incorporación de ex satélites de Rusia en la OTAN si Estados Unidos «no hubiera bombardeado Serbia y hubiera continuado su expansión. Pero, en definitivas cuentas, misiles balísticos en Polonia y la intención de que Georgia y Ucrania se unieran a la OTAN, cruzaron las líneas rojas. Y la insistencia en reconocer la independencia de Kosovo fue el colmo. Putin ha aprendido que las concesiones a Estados Unidos no resultaban recíprocas, sino que eran utilizadas para promover el control de Estados Unidos sobre el mundo. Una vez que tuvo la fuerza de resistir, lo hizo», en Georgia.
Se habla mucho sobre una «nueva guerra fría» instigada por la brutal conducta de Rusia en Georgia. Hay motivos para alarmarse por contingentes navales de Estados Unidos en el mar Negro -algo homólogo en el Golfo de México difícilmente sería tolerado- y por otras señales de confrontación. Las recientes visitas del vicepresidente Dick Cheney a Georgia y Ucrania son temerariamente provocadoras.
De todas maneras, parece muy difícil que exista una nueva guerra fría. Para evaluar la posibilidad, debemos tener en cuenta con claridad la vieja guerra fría. Más allá de la retórica, la guerra fría fue en la práctica un pacto tácito en el cual cada uno de los rivales tenía libertad para apelar a la violencia y a la subversión a fin de controlar sus dominios. Para Rusia, eran sus vecinos orientales. Para la superpotencia global, la mayor parte del mundo.
Una alternativa sensata es la visión de Gorbachov rechazada por Clinton y socavada por Bush. Un consejo sensato fue ofrecido hace poco por el ex ministro de Relaciones Exteriores de Israel e historiador Shlomo Ben Ami. En un artículo escrito en la prensa libanesa, Ben Ami dijo que «Rusia debe buscar una genuina asociación estratégica con Estados Unidos, y Estados Unidos debe entender que, cuando Rusia es excluida y despreciada, puede arruinar las cosas a escala global. Ignorada y humillada por Estados Unidos desde que concluyó la guerra fría, Rusia necesita incorporarse a un nuevo orden global que respete sus intereses como una potencia que resurge, no con una estrategia antioccidental de confrontación».
Los ensayos de Noam Chomsky sobre lingüística y política acaban de ser recolectados en The Essential Noam Chomsky, editados por Anthony Arnove y publicados por The New Press. Chomsky es profesor emérito de lingüística y filosofía en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, en Cambridge.
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