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¿Ha llegado a su límite el modelo chino?

Fuentes: Rebelión

El Hotel Jingxi, administrado directamente por la Comisión Militar Central, acogió en Beijing el Tercer Pleno de la dirección del Partido Comunista (PCCh) que se ha saldado con un largo comunicado, un tanto críptico, que apunta a un batiburrillo de medidas en los más diversos órdenes para dar un nuevo impulso a la política de reforma y apertura. A primera vista, la palabra clave es la profundización. Sin embargo, esta representa cualquier cosa menos una novedad.

La actual generación de dirigentes del PCCh, la quinta, bajo el liderazgo de Xi Jinping, se ha centrado en la “profundización integral de la reforma” desde el inicio del mandato en 2012. El Grupo Dirigente Central para la Profundización Integral de la Reforma se estableció en noviembre de 2013 y se convirtió en la Comisión Central para la Profundización Integral de la Reforma en marzo de 2018. Con una reunión mensual en promedio, habría celebrado 126 reuniones y aprobado varios miles de medidas, programas, planes y decisiones de reforma durante su existencia en los últimos diez años y medio. No obstante, a juicio del PCCh se necesita profundizar más…..

El tercer pleno se considera ampliamente uno de los eventos más importantes de la agenda política de China y generalmente se centra en varios aspectos de la reforma en el país. La tercera sesión plenaria del XI Comité Central en 1978, por ejemplo, fue un acontecimiento transcendental que marcó el comienzo del nuevo período de reforma, apertura y modernización que apuntaló el milagro económico de China y su rápido ascenso en el escenario mundial durante las últimas décadas. Simbolizó el inicio del denguismo.

El encaje del mercado y de la propiedad privada

Más allá de las medidas sugeridas en el orden fiscal, financiero, comercio exterior, etc., que serán muchas y se irán desgranando próximamente, dos asuntos sobresalen en la agenda: la gobernación del mercado y el espacio de la propiedad privada en la economía. Atendiendo en exclusiva al plano interno y dejando a un lado los efectos derivados de las tensiones geopolíticas o de la pandemia de Covid-19, en los últimos años se ha imputado al liderazgo chino un denodado afán por reactivar el intervencionismo partidario-estatal en todos los ámbitos y limitar el potencial de la propiedad privada. Esta, dicen los críticos, sería una causa principal de la moderación en los índices de crecimiento y cabría relacionarlo no con el cambio en el modelo de desarrollo sino con el propósito de Xi de actualizar el compromiso fundacional del PCCh, incluida la reafirmación del ideario marxista y a tono con la máxima maoísta de que “cuando el sector estatal avanza, el sector privado retrocede”.

Sabido es que la china es una economía con mercado donde la planificación sigue desempeñando un papel determinante; asimismo, la propiedad pública, instalada en los principales sectores estratégicos, sigue siendo un activo esencial por más que la propiedad privada haya experimentado un fuerte crecimiento. Los datos muestran que de 2012 a 2023, por ejemplo, la proporción de empresas privadas en el número total de empresas del país, en su inmensa mayoría pymes, se incrementó de 79,4 a 92,3 por ciento, mientras que un total de 124 millones de empresas de propiedad individual habían sido registradas hasta fines del año pasado, en comparación con los cerca de 40 millones de 2012.

Esa capacidad de liderazgo de la economía brinda al PCCh un atributo esencial para poder determinar el rumbo de la reforma y el temor a la pérdida de esa palanca que, junto al ejército, blinda la orientación ideológica del proyecto, constituye una preocupación persistente. La transgresión de ese doble límite, el liderazgo del PCCh sobre la economía y sobre el ejército, supondría el principio del fin del modelo.

Esto sirve de argumento a las cautelas. De hecho, existe de larga data una escuela de pensamiento que considera que el surgimiento del sector privado ha sido una aberración temporal, pero que China ahora se siente más segura y que la propiedad pública en sus diversas manifestaciones está en mejores condiciones para afrontar tiempos turbulentos. Oficialmente, China ha reconocido la importancia del sector privado cuando Jiang Zemin (1989-2002) articuló su teoría de la “triple representatividad” en 2000. Y Hu Jintao (2002-2012) aprobó la primera legislación específica tras tres lustros de debate interno, dejando bien claro que la tierra seguirá siendo de propiedad pública.

Una decisión de reforma en 2013 apuntaba al objetivo de que el mercado desempeñara un papel «decisivo» en la asignación de recursos. Sin embargo, no hay constancia de medidas sobresalientes en este orden, al contrario que de la campaña regulatoria contra los gigantes tecnológicos y llamamientos a la prosperidad común que, pese a su connotación meramente socialdemócrata en un país que reclama una intensa moderación de las exacerbadas desigualdades, ha alentado virulentas críticas en el exterior. Hubo entonces multas récord contra empresas y penalizaciones a las grandes acumulaciones de capital. Los inversores dijeron “perder la confianza”….

No está claro si a resultas de esta tercera sesión plenaria se pretenden políticas expansivas reales más allá de la retórica. Se apunta a una liberalización del mercado eliminando las restricciones pero enfatizando igualmente el control para “garantizar el orden y remediar las fallas”, un equilibrio de no fácil gestión y una exploracion ideológicamente siempre compleja en un contexto, por añadidura, de una revolucion tecnológica acelerada. El mayor temor es evitar que las medidas dispuestas sofoquen el dinamismo innovador expresado en términos de autonomía en un tiempo de auge de la centralización. Esto requiere un debate más abierto y menos condescendiente sobre las decisiones y las políticas, lo que siempre es complicado dados los límites sistémicos.

El PCCh ha recordado en esta tercera sesión que China vive un periodo crítico y que de lo que se haga en los próximos cinco años dependerá en gran medida el éxito de la modernización. Apunta a la innovación, a la transformación industrial, e institucional, de la gobernanza, de la educación, la deuda local, la vivienda, el desempleo juvenil, diferencias campo-ciudad y regionales, salud, etc. En lo cronológico, los objetivos de China, se ordenarían así: alcanzar en 2035 una posición en la que el país lidere el desarrollo mundial en campos importantes, y para mediados de siglo convertirse en un importante centro científico y base de innovación en el mundo.  Entretando, en 2029, en el 80 aniversario de la fundación de la República, las reformas delineadas deberán estar completadas en lo básico.

Por último, en la reunión se reconoció la importancia de adoptar el pensamiento sistémico para equilibrar las relaciones clave entre economía y sociedad, gobierno y mercado, eficiencia y equidad, vitalidad y orden, así como entre desarrollo y seguridad.

Ponerse en lo peor

Si internamente el desafio parece mayúsculo, en lo que se refiere al mundo exterior, particularmente las relaciones con EEUU y el Occidente desarrollado en general, se antojan aun más formidables. La candidatura de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos está asegurada y ha elegido como compañero de fórmula y sucesor al senador J. D. Vance, un republicano con una postura firme contra China. Esto presagia un panorama más espinoso para las relaciones entre China y Estados Unidos. Si como parece Trump resulta elegido, será casi inevitable que se produzca una guerra comercial más intensa entre China y Estados Unidos. Y si continúa la disociación comercial entre ambos países, las empresas tecnológicas serán las primeras que se verán obligadas a tomar partido. 

Contrariamente a la sabiduría expresada por Deng Xiaoping de mantener un perfil bajo y esperar pacientemente el momento oportuno, a Xi se le ha acusado de enfrentarse prematuramente a EEUU como resultado de una exageración del poderío propio y de una interpretación equivocada del declive de Washington. Es tan discutible como quien fue primero, si el huevo o la gallina. Sea como fuere, el principal reto es como lograr mantener tantas relaciones como sea posible con Estados Unidos -y Occidente- con una tenacidad absoluta, en lugar de adoptar una actitud displicente por orgullo.

Refinar el modelo

El PIB de China se ubica como el segundo mayor a nivel mundial. En apenas una década, cerca de 100 millones de personas salieron de la pobreza. La población de ingresos medios ha superado los 400 millones, la mayor del mundo. Y en la última década unos 140 millones de inmigrantes (población flotante) se han regularizado en las ciudades con el acceso a los servicios públicos. China también cuenta con el segundo mayor mercado de consumo del mundo, el mayor mercado de ventas minoristas en línea y el segundo mayor mercado de importación. La renta per cápita en 1949 era de 66 yuanes, en 1978 de 316 yuanes y en 2024, superó los 20.700, representando en torno al 17% de la de EEUU cuando en 1990 era el 2%.

Es innegable que es mucho lo logrado; no obstante, abundan cada vez más los analistas que sugieren que la trayectoria económica de Beijing ha tocado techo y que corre el riesgo de precipitarse en un período prolongado de casi estancamiento y amenazas de deflación persistentes como las observadas en Japón desde los años 1990. Muchos apuntan que China no puede más, ha llegado al tope, y que no habrá sorpasso a menos que se apunte al ideario liberal. El propio tono del comunicado con pocas concrecciones o la tardanza misma en la celebración del Tercer Pleno, con más de medio año de retraso con respecto a la fecha al uso, bien podría entenderse como un signo de vacilaciones políticas internas o incluso divergencias.

El enfoque del Tercer Pleno no apuesta por eso. Al contrario, requiere un desarrollo de nivel superior y de alta calidad para encarar la definida como la contradicción principal del actual periodo, la existente entre la demanda social y el desarrollo desequilibrado e ineficiente. El impulso de las reformas de mercado, la mejora del Estado de derecho debe completarse con la elaboración de políticas detalladas que combinen la autosuficiencia con la apertura para contornear la política de contención occidental. Pero se aventuran muchas contradicciones complejas y un camino accidentado por delante para su implementación. Advertía Xi Jinping en la revista teórica Qiushi que no existe una “solución rápida” o un “manual de instrucciones extranjero” del que valerse, apelando a la fe y el empeño de la militancia y a la neutralización de lo que llama “riesgos ideológicos”.

La exploración de esa nueva dirección para China en un contexto internacional particularmente adverso y complejo persiste en su ancla de mayor relieve, el propio PCCh, conminado a llevar a cabo una autorrevolución mediante la búsqueda de la perfección ética y el ejercicio de una lealtad absoluta. Una confianza casi religiosa que apela a la envergadura de la “cultura roja” para evitar el fracaso.

Por tanto, cabe pensar que la profundidad reivindicada no incluye la intención de introducir cambios sistémicos en el modelo. En la tercera sesión plenaria se dijo que China construirá una economía de mercado socialista de alto nivel en todos los aspectos para el año 2035, en lo que representa la primera gran zancada del xiísmo con el horizonte del segundo centenario (1949), tras el primero (2021, del PCCh).Tendrá que trabajar muy duro para dar con ese sistema eficaz que permita avanzar hacia los objetivos fijados sin renunciar a su idiosincrasia singular. La agenda económica concreta no se conoce al detalle pero algo se podrá ver en el diagrama del próximo plan quinquenal (2025-2030).

Si el modelo que condujo a China a ser la segunda potencia mundial, asegurando a la par desarrollo y estabilidad, requería de una mayor profundización para llegar a a ser la primera, y si lo aprobado en el Tercer Pleno, a modo de segunda ola del tiempo iniciado en 2012 y de viaje a las profundidades de la reforma, fracasa, el éxito de la modernización como proyecto histórico que arranca de finales del siglo XIX, demandaría la adopción de un modelo sobre otras bases. Eso supondría tener que admitir que el socialismo incluso caracterizándolo como residual bajo el ropaje de las “características chinas”, resulta inconveniente para maximizar el desarrollo y colmar aquellas aspiraciones. Una certeza de impacto brutal y global.

Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China y autor, entre otros, de “La metamorfosis del comunismo en China”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.