Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Por fin, después de más de una década de un lenguaje periodístico en un único sentido (y sin-sentido), parece que en Francia se ha creado una apertura en la prensa (1), y quizá no sólo en Francia, para hablar de otra manera de Yugoslavia o, simplemente, para empezar a hablar de ella.
Parece que se ha vuelto posible un debate, una discusión, un discurso, una disputa fructífera, un cuestionamiento en común, unos relatos que se responden…Antes: la nada y otra vez la nada, difamaciones en vez de un debate, expresadas por medio de palabras exclusivamente prefabricadas, repetidas hasta el infinito, utilizadas como arma automática.
Agrandemos, pues, esta brecha o apertura, la primavera de las palabras. Escuchémonos, por fin, los unos a los otros en vez de gritar y de ladrar en dos campos enemigos. Pero también, no toleremos más a los seres (?), a los malos (¡) espíritus (?) los cuales siguen lanzando, en el mágico problema yugoslavo, las palabras-bala como «revisionismo», «apartheid», «Hitler», «sangrienta dictadura», etc. Dejemos de hacer todo tipo de comparaciones y de paralelismos en lo que concierne a las guerras en Yugoslavia. Quedémonos con los hechos que, como hechos de una guerra civil desencadenada o, al menos, coproducida por una Europa de mala fe o, al menos, ignorante, una vez descubiertos son bastante terribles desde todos los lados. Dejemos de comparar a Slobodan Milosevic con Hitler. Dejemos de compararle a él y a su mujer, Mira Markovic, con Macbeth y su Lady , o de establecer paralelismos entre la pareja y el dictador Ceausescu y su mujer, Elena. Y no empleemos nunca más la expresión «campos de concentración» para los campos instalados durante la guerra de secesión en Yugoslavia.
Es verdad : entre 1992 y 1995 sobre el terreno de las Repúblicas yugoslavas, sobre todo en Bosnia, existieron campos intolerables. Sólo que dejemos de relacionar automáticamente en nuestras cabeza estos campos con los bosnio-serbios: también había campos croatas y campos musulmanes, y los crímenes cometidos ahí, y ahí, son y serán juzgados en el Tribunal de La Haya. Y, por último, dejemos de relacionar las masacres (entre las cuales, en plural, las de Srebrenica en julio de 1995, en efecto, son con mucho las más abominables) con las fuerzas o los paramilitares serbios. Finalmente, escuchemos también a los supervivientes musulmanes de las masacres en los numerosos pueblos serbios alrededor de Srebrenica la musulmana , masacres cometidas y repetidas durante los tres años previos a la caída de Srebrenica, masacres dirigidas por el comandante de Srebrenica que en julio de 1995 dirigió una venganza infernal, vergüenza eterna para los responsables bosnio-serbios de la gran matanza, y por una vez la repetida palabra está bien utilizada, «la mayor de Europa desde la Segunda Guerra Mundial«, añadiendo, con todo, la siguiente información: que todos los soldados u hombres musulmanes de Srebrenica que huyeron de Bosnia a Serbia atravesando el río Drina, la frontera entre ambos Estados, huidos a Serbia, país entonces bajo la autoridad de Milosevic, que todos estos soldados que llegaban a la Serbia digamos enemiga, se salvaron, ahí no hubo matanza o masacre.
Sí., escuchemos, tras haber escuchado a «las madres de Srebrenica», escuchemos también a las madres o a una sola madre del pueblo de Kravica, serbio, al lado, contar la masacre de las Navidades ortodoxas en 1992-1993, cometida por las fuerzas musulmanas de Srebrenica, una masacre también contra mujeres y niños de Kravica (crimen único para el que la palabra genocidio es adecuada).
Y dejemos de asociar ciegamente a los «snipers» [francotiradores] de Sarajevo con los «serbios«: la mayoría de los cascos azules franceses asesinados en Sarajevo eran víctimas de tiradores musulmanes. Y dejemos de relacionar el asedio (horrible, estúpido, incomprensible) de Sarajevo exclusivamente con el ejército bosnio-serbio: en el Sarajevo de los años 1992-1995 la población serbia permanecía bloqueada por decenas de miles en los barrios centrales como Grbavica que, a su vez, eran asediados, y ¡cómo!, por las fuerzas musulmanas. Y dejemos de atribuir las violaciones únicamente a los serbios. Y dejemos de relacionar las palabras unilateralmente, como el perro de Pavlov. Ampliemos la apertura. Que la brecha no se obture nunca más con palabras podridas y envenenadas. Queden fuera los malos espíritus. Abandonad por fin el lenguaje. Aprendamos el arte de la pregunta, viajemos al país sonoro, en nombre de Yugoslavia, en nombre de otra Europa. Viva la otra Europa. Viva Yugoslavia. Zinela Yugoslavija.
Peter Handke es escritor y dramaturgo.
(1) Véase, entre otros, los artículos de Brigitte Salino y de Anne Weber en Le Monde del 4 de mayo, el comentario de Pierre Marcabru en Le Figaro del mismo día y el llamamiento de Christian Salmon en el Libération del 5 de mayo.