Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Al ocupante de la Oficina Ovalada le gusta condenar a «asesinos». Pero su administración sigue asesinando impunemente.
«Van a Irak y hacen esto y aquello», dijo el jueves Martha Madden, ex secretaria del Departamento de Calidad Medioambiental de Louisiana «¿pero no pueden lanzar algunos alimentos en Canal Street en Nueva Orleans, Louisiana, ahora mismo?» Simplemente no le cabe a uno en la cabeza».
Políticas es cosa de prioridades. Y las prioridades de la Casa Blanca de Bush son claras. Para matar en Irak, no escatiman gastos. Pero cuando se trata de proteger y sustentar la vida, las alacenas están vacías.
El problema no es incompetencia. Es inhumanidad, crueldad y codicia.
Los medios noticiosos han popularizado algunas tácticas críticas de las operaciones militares en Irak. Pero la administración es suficientemente competente como para mantener viento en popa al complejo militar-industrial. Sirve para generar inmensos beneficios para los contratistas de la «defensa», las compañías petroleras y sus pares. La cosa comienza y termina con los mismos socios.
¿Para qué apuntalar diques cuando el precioso dinero que costaría puede ser mejor utilizado para la guerra en Irak? ¿Por qué permitir que unidades de la Guardia Nacional se queden en casa si pueden ser utilizadas para matar y morir en una guerra lejana basada en mentiras?
Y cuando la catástrofe azota a gente cercana, ¿por qué iba a reaccionar el presidente con urgencia o adecuación si sus vidas no le parecen verdaderamente importantes para sus cálculos políticos?
Es hora de terminar con la impunidad del presidente George W. Bush.
Desde luego, no es él quien aprieta el gatillo, lanza las bombas o supervisa personalmente la tortura. Y evita a los moribundos cuya suerte no ayudó a evitar después del huracán. Criminales de oficina – en este caso criminales de guerra de oficina – pocas veces se acercan a su trabajo más sucio.
Cada minuto contaba después del huracán. Mientras holgazanea y complica la masiva tragedia, Bush trata de pasar a otros la responsabilidad. Tenemos que detenernos y pensar porqué agitaba su alcancía de hojalata a mediados de la semana.
Mientras la cantidad de víctimas aumenta en Nueva Orleans y las críticas por su inactividad se hacen cada vez más furibundas en todo el país, el individuo quiere que pensemos en hacer una contribución caritativa, no en emprender una acción política. Pero no hay que dejar que George Bush y Dick Cheney se salgan del atolladero.
Hay algo insignemente obsceno en el hecho de que la gente a cargo del gobierno de EE.UU. diga a los ciudadanos que donen dinero para un esfuerzo de ayuda por el huracán mientras la administración, del presidente para abajo, ha abdicado cruelmente sus responsabilidades más elementales.
Para las actividades que considera realmente importantes, como la guerra en Irak, la Casa Blanca de Bush difícilmente requiere contribuciones privadas mientras desvía inmensas sumas de dinero del contribuyente. Pero cuando la tarea es salvar vidas en lugar de destruirlas, se supone que los niños abran sus huchas.
«La verdadera compasión», señaló Martin Luther King Jr., «es más que lanzar una moneda a un mendigo, es ver que un edificio que produce mendigos necesita ser reestructurado». Acusó al gobierno federal de demostrar «hostilidad a los pobres» – asignando «fondos militares con presteza y generosidad» pero suministrando «fondos para la pobreza con tacañería». Cuatro décadas más tarde, la hostilidad de facto hacia los pobres sigue siendo política gubernamental, y sus resultados incluyen muertes masivas en Nueva Orleans que podrían haber sido evitadas.
Hay que rendir respetos a los muertos, y hay que crear justicia. No podemos devolver la vida a los muertos, no podemos deshacer los sufrimientos de los últimos días. Pero sí podemos crear máxima presión para que haya un esfuerzo de rescate verdaderamente adecuado – y organizarnos efectivamente mientras exigimos responsabilidad política. Eso significa privar a Bush, Cheney y sus aliados del Congreso del poder del que gozan de modo tan cruel. Y eso significa terminar con su impunidad, para que la verdad tenga consecuencias.
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Norman Solomon es autor del nuevo libro «War Made Easy: How Presidents and Pundits Keep Spinning Us to Death.» Para obtener información [en inglés] vea: www.WarMadeEasy.com
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