Un sol de fuego, violenta luz jamás vista en el mundo, se eleva lentamente, rompe el cielo y se derrumba. Tres días después, otro sol de soles revienta sobre el Japón. Debajo quedan las cenizas de dos ciudades, un desierto de herrumbre, muchos miles de muertos y más miles de condenados a morir de a […]
Un sol de fuego, violenta luz jamás vista en el mundo, se eleva lentamente, rompe el cielo y se derrumba. Tres días después, otro sol de soles revienta sobre el Japón. Debajo quedan las cenizas de dos ciudades, un desierto de herrumbre, muchos miles de muertos y más miles de condenados a morir de a pedazos a lo largo de los años que vienen.
Estaba la guerra casi acabada, ya liquidados Hitler y Mussolini, cuando el presidente Harry Truman dio la orden de arrojar las bombas atómicas sobre las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki. En los Estados Unidos, un clamor nacional exigía la pronta aniquilación del Peligro Amarillo. Ya era hora de acabar de una buena vez con los humos imperiales de este arrogante país asiático jamás colonizado por nadie. Ni muertos son buenos, decía la prensa, estos monitos traicioneros.
Ahora no caben dudas. Hay un gran vencedor entre los vencedores. Los Estados Unidos emergen de la guerra mundial intactos y más poderosos que nunca. Actúan como si todo el planeta fuera su trofeo.
(Tomado de ‘Memorias del Fuego’, Eduardo Galeano)
La ciudad japonesa de Hiroshima recordó este jueves el 65 aniversario del lanzamiento de la primera bomba atómica con un llamamiento al desarme nuclear, en una ceremonia en la que, por primera vez, participó oficialmente EE UU y un secretario general de Naciones Unidas.
Además del embajador de Estados Unidos en Japón, John Ross, al aniversario asistieron también por vez primera representantes del Reino Unido y Francia -aliados en la II Guerra Mundial y hoy potencias nucleares- y el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, con diplomáticos de otros 70 países.
A las 08.15 hora local (23.15 GMT del jueves), la misma en la que el avión estadounidense «Enola Gay» lanzó la bomba atómica en 1945, un intenso silencio se hizo entre las 55.000 personas que, según la agencia local Kyodo, se congregaron en el Parque de la Paz de Hiroshima.
El parque ocupa la explanada dejada por la detonación de la bomba de uranio «Little Boy» que arrasó Hiroshima, una ciudad que contaba entonces con unos 350.000 habitantes, según los cálculos actuales.
Cerca de 80.000 personas perdieron al vida al instante y para finales de 1945 los muertos se elevaban a unos 140.000, aunque fueron muchas más las víctimas por las radiaciones en los años posteriores.
Tres días después de aquel ataque, EE UU lanzaba una segunda bomba nuclear sobre la ciudad de Nagasaki que causó 74.000 muertos a finales de ese año, llevó a Japón a la rendición y puso fin a la II Guerra Mundial.
Objetivo: fin de las armas nucleares
En la ceremonia que hoy marcó 65 años desde la tragedia, el alcalde de Hiroshima, Tadatoshi Akiba, reclamó que Japón abandone el «paraguas nuclear» de EE UU, que tras la II Guerra Mundial se convirtió en su principal aliado de seguridad.
Ante un público que incluía al primer ministro nipón, Naoto Kan, Akiba rindió homenaje a los muertos y a los «hibakusha», como se conoce a los supervivientes del desastre atómico, que «sin entender la razón, se vieron envueltos en un infierno más allá de sus peores pesadillas».
La bomba
El 6 de agosto de 1945 un bombardero B-29 llamado «Enola Gay» lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima, destruyendo casi completamente la ciudad y matando inmediatamente a 80.000 personas.
La bomba, de 15.000 toneladas de TNT, fue lanzada por el piloto Paul W. Tibblets a las 8.15 AM, formando una columna de humo gris-morado, con una temperatura de 4000 grados centígrados.
El 15 de agosto de 1945, el emperador Hirohito anunció al país la rendición incondicional de Japón, durante un discurso pronunciado por radio en el que reconoció del devastador poder de una «nueva y cruel bomba» estadounidense.
La decisión de lanzar las bombas atómicas sobre Japón fue adoptada por el presidente Harry S. Truman, luego de que un grupo de científicos lo pusiera al tanto del llamado «Proyecto Manhattan», tras realizarse una prueba atómica en Alamo Gordo, en Nuevo México.
Las bombas fueron bautizadas con los nombres de «Little boy» (pequeño muchacho) y «Fat man» (hombre gordo).
En un editorial del diario de la resistencia francesa «Combate», el célebre escritor argelino Albert Camus escribió sobre la bomba en Hiroshima: «La civilización mecanizada acaba de alcanzar la última etapa del barbarismo».
«En un futuro cercano tendremos que elegir entre el suicidio total y el uso inteligente de las conquistas científicas (…) esto puede no más ser simplemente un rezo», dijo Camus, autor de las novelas «El Extranjero» y «La Peste», entre otras obras que lo llevaron a ganar el Premio Nobel de Literatura.
Estados Unidos nunca pidió perdón por los ataques de Hiroshima y Nagasaki.