La India de hoy equivale a la China de 2007, y su potencial económico se sitúa solo por detrás de China, Estados Unidos, Japón y Alemania.
En 2012, la India era la undécima economía del planeta. En septiembre de 2022, el Fondo Monetario Internacional publicaba que la India era ya la quinta potencia económica mundial, y The Hindu, uno de los diarios en inglés más importantes del país, recogía con orgullo las palabras de Narendra Modi anunciando que habían superado a la antigua potencia colonial, Gran Bretaña: «Hemos dejado atrás a quienes nos gobernaron durante doscientos cincuenta años». Que la nueva India adelantase a la antigua metrópoli parecía una revancha de la historia, porque fueron Gran Bretaña y su primer ministro Churchill los responsables de la desgracia india y de la gran hambruna bengalí de 1943, la peor del siglo XX, que causó la muerte de unos tres millones de indios. Churchill, un criminal de guerra, respondió a las peticiones de ayuda de los funcionarios británicos de la India alegando que si la miseria y el hambre eran tan grandes era extraño que Gandhi no hubiera muerto aún.
La India de hoy equivale a la China de 2007, y su potencial económico se sitúa solo por detrás de China, Estados Unidos, Japón y Alemania; y eso a precios nominales en dólares estadounidenses, porque si se atiende a la estadística más ajustada en PPA, es ya el tercer país del mundo por el volumen de su economía. En noviembre de 2022, el economista jefe para Asia de Morgan Stanley, Chetan Ahya, publicaba en el Financial Times su pronóstico de que para 2027, en valores nominales, la India se convertirá en la tercera economía del mundo, aunque a considerable distancia de China y Estados Unidos. El desarrollo industrial, tecnológico e informático ha sido enorme, y Bangalore, Madrás, Hyderabad y otras grandes ciudades más se han convertido en potentes centros de innovación y tecnología.
Sin embargo, la India sigue siendo un país de enormes desequilibrios y el logro de superar a Gran Bretaña coexiste con una difícil situación interna, donde el gobierno de extrema derecha dirige un país-continente que vive en varios siglos distintos. Ahya recordaba en su artículo que Modi ha abandonado las «políticas de redistribución» y ha reducido el impuesto de sociedades con el propósito de incrementar las exportaciones y aumentar la inversión y el empleo. El Banco Mundial cifró el crecimiento de la economía india para 2023 en un 8,7 por ciento, aunque después fue recortando sus previsiones hasta dejarlo en 6,5 por ciento, que otros organismos internacionales rebajan hasta menos de un 5 %, un porcentaje que si bien supone uno de los mayores aumentos del mundo va acompañado de una disminución del crecimiento industrial, una considerable merma de la reserva de divisas, un aumento del déficit comercial y una caída de la rupia frente al dólar que encarece las importaciones de petróleo, aunque Delhi espera mejorar la situación gracias a los acuerdos con Rusia y al intercambio comercial en las monedas respectivas, porque la India depende de las compras de crudo para el funcionamiento de su economía.
El desempleo alcanza a casi el ocho por ciento de la población, según el Centre for Monitoring Indian Economy. El informe del Banco Mundial, Poverty and Shared Prosperity 2022, indica que más de las tres cuartas partes de las personas que cayeron en la pobreza en el mundo en 2020 a consecuencia de la pandemia eran indias, y el hambre sigue haciendo mella: el Global Hunger Index, GHI, indica que en la India hay un «nivel alto de hambre», situación que en Asia solo se da en Pakistán, Afganistán, India y Papúa Nueva Guinea. Se calcula que unos doscientos millones de personas pasan hambre en el país, y el veinte por ciento de los niños pesa demasiado poco para su edad, lo que revela emaciación. El país, que corre el riesgo de tener déficit de alimentos pese a ser uno de los mayores productores del mundo, ha visto con vergüenza que los vecinos Pakistán y Bangla Desh, que también formaron parte del Raj británico, tengan mejores indicadores.
La India ha llegado a convertirse en una gran potencia económica, lastrada por la pobreza, con un gobierno de extrema derecha desde 2014. En las elecciones generales de 2019, el Bharatiya Janata Party, BJP, obtuvo 353 escaños sobre un total de 545. En ellas, el BJP consiguió el 37 % de los votos y con su coalición (Alianza Democrática Nacional, NDA) alcanzo el 45 %. A su vez, el Partido del Congreso consiguió la cuarta parte de los escaños que obtuvo el partido de Modi, y la izquierda comunista quedó muy debilitada. Así, el BJP tiene mayoría absoluta en las dos cámaras del parlamento. La clave de su victoria reside en que el BJP consiguió desplazar la lucha de clases y la situación de los trabajadores y campesinos del centro de interés del país por unos planteamientos religiosos y nacionalistas. Tras hacerse con el gobierno, Modi impulsó una política de privatización en plantas siderúrgicas, en compañías de seguros y bancos del Estado, junto a la subvención de empresas privadas (asignando tierras, otorgando concesiones fiscales y préstamos de miles de millones de dólares que no fueron devueltos por los empresarios), amparado en su mayoría absoluta parlamentaria. Esos favores a la gran burguesía india han sido correspondidos: las grandes corporaciones financian al BJP, y Gautam Adani (el empresario más rico de Asia y uno de los mayores del mundo, dueño incluso del aeropuerto internacional de Bombay) es el principal financiador de Modi y su partido. De hecho, la llegada de Modi al gobierno en 2014 fue una consecuencia directa del acuerdo entre grandes empresarios indios en el Vibrant Gujarat de 2011 para financiarlo y llevarlo al poder, olvidando deliberadamente la escalofriante matanza de dos mil musulmanes perpetrada por grupos de fanáticos hindúes en Gujarat en 2002, cuando Modi gobernaba ese Estado.
Esa política de privatizaciones y neoliberalismo no es nueva. Modi la ha compartido con el Partido del Congreso en las tres últimas décadas: P. V. Narasimha Rao fue primer ministro durante cinco años, y Manmohan Singh gobernó entre 2004 y 2014, siendo ambos miembros del Congreso, aunque Singh tuvo que moderar sus intenciones porque necesitó a la izquierda comunista para formar gobierno entre 2004 y 2009 y tuvo que ceder en algunos de sus propósitos privatizadores. En ese periodo de treinta años han sido privatizados puertos y aeropuertos, empresas de construcción naval, líneas aéreas, ferrocarriles, refinerías, compañías de telecomunicaciones, la red ferroviaria, hoteles, los bancos del sector público y la siderurgia, entre centenares y centenares de otras empresas públicas. Pese a ello, la resistencia de los trabajadores a la privatización consiguió mantener numerosas empresas en el sector público, como las plantas siderúrgicas, muchas de las cuales fueron construidas con ayuda de la Unión Soviética. Ha sido también muy relevante la victoria de los campesinos (afectados por los bajos ingresos, endeudamiento y frecuentes suicidios) en su pulso al gobierno para hacerle retirar las tres leyes agrícolas aprobadas en 2020 que facilitaban la penetración de grandes empresarios como Gautam Adani y Mukesh Ambani. La huelga general de marzo de 2022 fue seguida por doscientos cincuenta millones de obreros y campesinos, en protesta por la falta de puestos de trabajo, las privatizaciones, las reducciones salariales e incremento del coste de la vida, agravados por la pandemia y por las dificultades en los suministros y en la economía mundial, que ha reducido las exportaciones.
La Covid-19 causó estragos en la precaria sanidad pública, con miles de muertos diarios en 2021, mientras los hospitales privados rechazaban atender a los afectados, y la pandemia no se ha detenido. La inflación en 2022 es del 8 %, y algo más alta en la India rural, aunque es mayor para los alimentos de primera necesidad. Si la desigualdad ha imperado siempre, con Modi ha aumentado y las diferencias entre ricos y pobres se acentúan, con ventajas fiscales para la burguesía y deterioro del salario de los trabajadores a causa de la inflación. La difícil situación de las mujeres, de los campesinos, los crecientes ataques violentos contra los parias en muchos Estados, y la limitación de la libertad y los derechos democráticos, todo se ha agudizado con Modi. La falta de viviendas es un serio problema, en las ciudades y en el campo, porque la mayoría de la población dispone de alojamientos inadecuados, a veces junto a desagües y cloacas, de los que la expresión más evidente son los gigantescos barrios de barracas de Bombay, Delhi o Calcuta, mientras proliferan los nuevos barrios para la burguesía y la mesocracia con recursos. Los problemas alrededor de los grupos OBC (Other Backward Class, denominación utilizada para identificar a las castas más atrasadas, que, de hecho, son más de la mitad de la población del país) a los que el gobierno debe proteger guardando un porcentaje del empleo público, dividen a la población y congregan alrededor del BJP a un importante porcentaje de la población pobre que rechaza las ayudas a los grupos OBC: disputas entre pobres.
Modi ha impuesto una política de privatización en sectores como la sanidad y la enseñanza, agravando la situación de los trabajadores. Pese a ello, las elecciones parciales de marzo de 2022 en cinco Estados de la Unión dieron la victoria en cuatro de ellos al BJP, y ese desenlace tiene mucho que ver con la fuerza del movimiento Hindutva, la caracterización del hinduismo que definió Vinayak Damodar Savarkar en los años de entreguerras y que está arrastrando a decenas de millones de indios tras la estela de Modi gracias al apoyo del Rastriya Swayamsevak Sangh (RSS, una organización paramilitar de extrema derecha, fascista, que defiende el nacionalismo hindú) y del BJP. El gobierno central impuso también la Ley de Ciudadanía, que otorga esa condición a inmigrantes de Bangla Desh, Pakistán y Afganistán, excluyendo a los musulmanes, y que encendió los enfrentamientos en Delhi que causaron más de treinta muertos en febrero de 2020 ante la pasividad de la policía y del gobierno de Modi. En Cachemira, el gobierno de Modi ha creado una gravísima situación con una dura política represiva, cierre de medios de comunicación, utilización del ejército, manipulación de censos electorales para beneficiar al BJP y feroz persecución de las protestas, y son frecuentes los asesinatos por diferencias políticas. Los campesinos cachemires se enfrentan a la caída de precios agrícolas, transportes deficientes y acusado descenso del nivel de vida.
La abrumadora campaña del gobierno Modi imponiendo un discurso nacionalista e hinduista, de rasgos primarios y emocionales, con recurso a constantes rituales religiosos y ataques a la amplia minoría musulmana (que ha llegado al extremo de que la policía azote en público a jóvenes islámicos, y a perdonar parte de las penas a convictos condenados por la violación y el asesinato de musulmanes), y la persecución a los dalit o intocables, explica una parte de la fuerza electoral del Bharatiya Janata Party: esos fundamentos religiosos y nacionalistas han arrastrado también a parte de los dirigentes de trabajadores sindicados y de sindicatos (ligados a castas superiores), y que se han convertido en duros críticos de los comunistas que mantienen desde hace un siglo el combate contra la esclavitud y por la abolición del sistema de castas. Aunque la discriminación por castas está prohibida por la Constitución, el combate contra ese sistema es duramente señalado por el RSS y el BJP como un intento de dividir a la «nación hindú», discurso que ha arraigado en buena parte de la población. Al mismo tiempo, Modi también mantiene programas de asistencia social, y la elección de Draupadi Murmu (perteneciente a la comunidad santhal) como presidenta del país es un guiño a las minorías tribales. Más de treinta organizaciones confluyen en el activo Dalit Shoshan Mukti Manch, DSMM, que lucha contra la discriminación de castas. De hecho, solo el DSMM y los comunistas se oponen activamente a la persecución a los dalit o intocables.
La alianza del BJP con la Rastriya Swayamsevak Sangh, RSS, no solo persigue a las minorías, sobre todo la musulmana. También pretende imponer el hindi en todas los centros de enseñanza, y busca la centralización política en nombre de la «nación hindú». En un país tan diverso y caótico como la India, la Constitución consagra el federalismo y la existencia de veintidós idiomas oficiales, algunos tan extendidos como el bengalí hablado por cien millones de personas en la India (Bengala) y otros ciento cincuenta millones en la vecina Bangla Desh; el tamil, con setenta millones, y el maratí, otros setenta millones de hablantes. Ese plan tiene en el proyecto para la construcción del templo de Ayodhya (la ciudad de Rama, santa para el hinduismo) en el lugar donde había una mezquita cuya demolición por fanáticos hinduistas en 1992 causó después miles de muertos en enfrentamientos, un poderoso instrumento que aumenta el fanatismo religioso y la violencia y sirve a los propósitos del BJP. De hecho, la construcción del templo, que Modi prometió que estará listo en enero de 2024, forma parte de su estrategia para volver a ganar las elecciones.
Entre la minoría musulmana se había fortalecido el Frente Popular de la India, PFI, un movimiento islamista radical que ha sido acusado de mantener lazos con al-Qaeda y con los talibán afganos, y que se enfrenta a los hinduistas del RSS en Kerala y Karnataka, donde ambas organizaciones han cometido asesinatos. El ministerio del Interior prohibió las actvidades del PFI en septiembre de 2022 por un periodo de cinco años. La trayectoria sectaria, violenta y nacionalista del RSS y del PFI alimentan la lógica del enfrentamiento entre comunidades religiosas. El BJP además interviene en el interior de otros partidos, compra voluntades, en los Estados y en el Parlamento, persigue a la izquierda recurriendo a la violencia y los asesinatos, e intenta desestabilizar gobiernos de izquierda. En el Estado de Kerala, donde gobierna el Frente Democrático de Izquierda (LDF, una coalición de los dos partidos comunistas y otros partidos menores de izquierda), el BJP intenta apoderarse del sistema universitario del Estado para derribar al gobierno del LDF e introducir sus postulados nacionalistas e hinduistas en las universidades, sin que el Partido del Congreso haya mostrado una decidida oposición. En Bengala Occidental, un gigantesco Estado con cien millones de habitantes, los errores del Partido Comunista (M) llevaron a la pérdida de la mayoría parlamentaria y del gobierno en 2016, y una escisión del Partido del Congreso, el anticomunista All India Trinamool Congress, TMC, de Mamata Banerjee, pasó a formar un gobierno que rápidamente derivó en un pozo de corrupción y una maquinaria represiva contra protestas y huelgas. El descrédito creciente de la primera ministra Banerjee le ha llevado a acercarse más al BJP y a Modi para hacer frente a la oposición comunista que está impulsando gigantescas protestas contra el gobierno. En el Estado de Tripura, en los últimos tres años, más de seiscientos locales comunistas y más de tres mil domicilios de militantes fueron asaltados, saqueados e incendiados por grupos fascistas de matones del BJP, ante la pasividad de la policía, creando un ambiente de terror. El 21 de octubre de 2022, un masivo mitin del Partido Comunista en Agartala, la capital de Tripura, que reunió a cuarenta mil personas, fue obstaculizado por numerosos piquetes de sicarios del BJP que se desplazaban en vehículos y que atacaron a los asistentes causando numerosos heridos.
Modi está reescribiendo la historia de la India, introduce libros sagrados hindúes en los programas escolares, ataca a Nehru y al moderado socialismo de las primeras décadas de libertad, y destaca el papel del nacionalismo hindú en la conquista de la independencia. También, ataca al Congreso (recordando la evidente corrupción de sus gobiernos y aprovechando su debilidad actual) y a los comunistas, achacándoles las dificultades del país, mientras contempla con satisfacción las disputas internas y las dificultades del Partido del Congreso. La histórica organización de Nehru e Indira Gandhi ha padecido en los últimos meses la fuga de dirigentes regionales que se han pasado al BJP de Modi, y que han llevado a Rahul Gandhi, RaGa, junto al primer ministro de Tamil Nadu, M. K. Stalin, a lanzar el movimiento Bharat Jodo Yatra (Unite India March) en septiembre de 2022, una apuesta por reforzar el Congreso ante las próximas elecciones en 2024. La marcha pretende recorrer 3.500 kilómetros caminando desde el sur tamil de la India hasta Cachemira en cinco meses, para unificar a los indios contra el gobierno de Modi, contra la desigualdad y el desempleo. En noviembre de 2022, la marcha había recorrido dos mil kilómetros, y esperan culminarla en febrero de 2023. Otro dirigente del Congreso, Jairam Ramesh, ha criticado la decisión del Tribunal Supremo de poner en libertad a los asesinos del primer ministro Rajiv Gandhi (padre de RaGa) que han pasado veintitrés años en la cárcel: son Nalini Sriharan, la única india, y otros cinco condenados de Sri Lanka.
La política exterior de la India estaba tradicionalmente centrada en sus más cercanos vecinos: Nepal, Sri Lanka, Bangla Desh, con una actitud vigilante hacia Pakistán, enemigo desde la partición de 1947, protagonista de la disputa por Cachemira y frecuente instigador de atentados terroristas en la India. En segundo plano se situaban Japón, Corea del Sur y los países de la ASEAN. También definía su diplomacia la imponente presencia de China y la relación histórica con Moscú, y su creciente aproximación a Estados Unidos. Su nueva influencia y su potencial económico han otorgado nuevo vigor a su política exterior: su pertenencia al BRICS, al QUAD, su reclamación para ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU (integra el G-4 con Japón, Brasil y Alemania, que también lo piden), junto a su creciente actividad en las crisis internacionales, y su atento seguimiento de las negociaciones nucleares entre las grandes potencias y del Tratado de No Proliferación Nuclear, TNP (del que no forma parte), así como su cauta fiscalización del nuevo Afganistán talibán, su atención a Oriente Medio y su amistosa relación con Irán, dan fe de la nueva ambición de Delhi.
Bajo el gobierno Modi, la India pretende convertirse en una de las potencias protagonistas del nuevo orden internacional que está surgiendo y que sustituye a la anterior e incontestable hegemonía estadounidense del último cuarto de siglo. Quiere ejercer su autonomía y dejar atrás su papel secundario en las relaciones internacionales: pertenece al QUAD que le liga a Estados Unidos, Japón y Australia frente a China, pero en octubre de 2022 no aceptó seguir las indicaciones de Washington para aprobar una resolución contra Moscú en la ONU por la incorporación a Rusia de cuatro regiones ucranianas de habla rusa. La diplomacia india cree favorable para sus intereses el surgimiento de un nuevo mundo con varios centros de poder, donde le será más fácil defender sus intereses nacionales. Rusia sigue siendo el principal proveedor de armamento de la India, y la decisión del gobierno Biden, en septiembre de 2022, de cerrar un importante acuerdo con Islamabad para facilitar 450 millones de dólares para los F-16 pakistaníes, no gustó al gobierno de Modi, que expresó públicamente su enojo. La revocación del estatuto especial del Estado de Jammu y Cachemira aumentó la tensión y enconó más las diferencias con Pakistán. Ese es su principal problema.
Modi mantiene que la India, el segundo país más poblado del planeta y la quinta economía mundial, debe ser uno de los centros del nuevo esquema de relaciones internacionales, y comparte la visión de su ministro de Asuntos Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, que cree que el desarrollo de Asia depende sobre todo de la relación entre China e India; aunque la relación entre ambos países no siempre es fácil, China ofrece a ingenieros y científicos indios posibilidad de desarrollo en sus compañías tecnológicas. Jaishankar es también miembro del BJP, ha servido como embajador en Pekín y Washington, y es un experto en asuntos nucleares que negoció el acuerdo con Estados Unidos que entró en vigor en 2009 aceptando separar los centros nucleares civiles y militares indios y permitir el control del OIEA de las instalaciones civiles. El pragmatismo de Modi y Jaishankar no está reñido con su aspiración de ver reconocida a la India como una de las principales potencias del mundo. Jaishankar es partidario de profundizar las relaciones con China, aunque también suscribió con Estados Unidos en 2020 el acuerdo BECA para intercambio de información de inteligencia, decisión que disgustó a Pekín. Por su parte, Estados Unidos envió a la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, a Delhi en noviembre de 2022, quien manifestó que los dos países son «aliados naturales», y que las tensiones en las cadenas de suministros a causa de la guerra de Ucrania estaban acercando a la India y Estados Unidos. Sin embargo, Washington recela de la creciente autonomía de Delhi y es también consciente de que sin la participación de la India su estrategia para el Indo-Pacífico no va a funcionar. Mientras, Washington continúa reforzando su dispositivo militar en la región: en los días de la visita de Yellen, el U.S. Indo-Pacific Command anunció que Estados Unidos ampliaba los recursos de su Fuerza Espacial en los océanos Índico y Pacífico «para detectar e interceptar misiles balísticos lanzados desde China o Corea del Norte».
La India mantiene su histórica relación con Moscú y ha aumentado significativamente las compras de petróleo ruso, aprovechando la creciente desconexión de los compradores europeos. Delhi esperaba conseguir ventajas adicionales si empeoraba la relación de Pekín con la Unión Europea, pero al mismo tiempo es consciente de que uno de los perdedores de la crisis suscitada por la guerra en Ucrania es Europa. La prudencia del gobierno Modi respecto a la guerra en Ucrania incomoda a Estados Unidos, mientras los comunistas la ven como un enfrentamiento global de Rusia con Estados Unidos y la OTAN, con Ucrania como teatro de operaciones, y defienden al mismo tiempo el cese inmediato de los combates, la apertura de negociaciones y el fin de la expansión de la OTAN hacia el Este de Europa.
Modi también anunció en el Foro de Vladivostok que su país quiere participar en los planes y nuevas rutas para el océano Ártico que está desarrollando Rusia y en los que colabora China, y en la cumbre del G-20 en Bali insistió en que la ONU y las instituciones internacionales no han podido hacer frente «al caos en el mundo» y a los principales riesgos de nuestros días: cambio climático, guerra de Ucrania, ruptura de las cadenas de suministro y pandemia de la Covid-19. En esos mismos días, Xi Jinping insistía en su entrevista con Biden en la necesidad de salvaguardar el sistema de Naciones Unidas.
Guardando las distancias y sin implicarse en operativos agresivos, India acepta incorporarse a mecanismos militares urdidos por Washington, que sigue presionando al gobierno indio para que cierre filas con el bloque occidental, y mantiene cautela ante la evolución de sus relaciones con China, aunque ha cerrado un acuerdo para pacificar la frontera del Himalaya entre los dos países: en septiembre de 2022, los soldados chinos e indios destacados en la zona empezaron a retirarse del llamado Punto de patrullaje en la zona de Gogra-Hotsprings a lo largo de la Línea de control real (LAC) al este de Ladakh. En esa zona hubo enfrentamientos en abril y mayo de 2020. Pekín busca apaciguar la frontera común y Delhi es consciente de que su gran vecino tiene el asunto de Taiwán entre sus prioridades. Rusia quiere mantener la histórica buena relación con Delhi, y China se abstiene de realizar movimientos que empujen a la India en brazos de Estados Unidos: tanto en el QUAD como en el sur de Asia y en la relación con la ASEAN, Pekín quiere evitar un alineamiento de Delhi con Washington.
El gobierno de extrema derecha de Modi se desempeña con habilidad utilizando la carta nacionalista e hinduista en el interior de un país que se desarrolla pero deja atrás a centenares de millones de personas que viven en la miseria y la precariedad, y navega entre aguas en el complejo escenario internacional, mientras refuerza su papel: espera su momento para ser reconocida entre las grandes potencias.
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