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India, entre Antilia y Dharavi

Fuentes: El viejo topo

En el sur de Bombay, entre Bhendi Bazaar y Colaba (no lejos de Malabar Hill donde se concentran opulentas residencias de millonarios, y del disparatado rascacielos privado, Antilia, del empresario más rico de la India, Mukesh Ambani, donde vive servido por seiscientos criados), más del ochenta por ciento de los edificios están en mal estado, los ciudadanos viven entre montañas de basura, callejuelas, alcantarillas reventadas y edificios en ruinas; en 2023, casi cien casas se derrumbaron, y la zona de Mohammed Ali road sigue esperando su reconstrucción, pese a su relevancia económica para la ciudad. Al norte, se encuentra el caótico Dharavi, uno de los barrios de chabolas más grandes del mundo, donde malvive más de un millón de personas, dedicadas al reciclaje de plásticos o a curar el cuero, y donde sus dignos y pobres vecinos rechazan practicar la mendicidad pero temen por su futuro: el gobierno de Narendra Modi ha concedido a Gautam Adani (otro de los mayores multimillonarios de la India, financiador del Bharatiya Janata Party de Modi, gracias a lo que ha conseguido enormes contratos públicos) un acuerdo para derribar Dharavi y contruir nuevos edificios: sus habitantes se oponen porque temen perder sus pobres viviendas y sus trabajos, sin obtener nada a cambio. Esa India opulenta y miserable de Antilia y Dharavi es la que ha estado fomentando Modi: casi la mitad de la riqueza y las propiedades del país están en manos del 1 % de la población, y los Ambani, Adani, Poonawalla, Damani, Nadar, Jindal, controlan la economía del país: la India de nuestros días es uno de los países más desiguales del mundo.

Las elecciones de 2024 no han ofrecido el resultado que esperaba Modi. Aunque ha vencido, su coalición ha perdido votos y escaños, sin conseguir las dos terceras partes del parlamento como ansiaba para cambiar la Constitución laica del país. De los 543 escaños de la Lok Sabha, su coalición, National Democratic Alliance, NDA, ha conseguido 286 escaños, de los que 240 pertenecen al Bharatiya Janata, 16 al Telugu Desam Party, TDP; y 12 al Janata Dal (United), JD(U), por lo que el partido de Modi no tiene por sí solo mayoría absoluta. Además, partidos como el TDP de Chandrababu Naidu y el JD(U) de Nitish Kumar pueden cambiar de coalición: de hecho, Kumar participó previamente en la creación de la alianza INDIA del Congreso de Gandhi. Por su parte, la coalición INDIA ha conseguido 202 asientos, de los que 99 pertenecen al partido de Gandhi, 37 al Samajwadi Party, SP, 22 al Dravida Munnetra Kazhagam, DMK; y el resto, a otros partidos menores; y los comunistas han obtenido 8 escaños. Otros partidos no integrados en ninguna de las dos coaliciones han conseguido 55 escaños en total. La NDA de Modi tiene por tanto mayoría para formar gobierno, pero no el BJP, que deberá cumplir las exigencias de sus socios minoritarios si no quiere que confluyan con la oposición.

Hace diez años que Narendra Modi gobierna la India. En 2019, obtuvo 303 escaños del total de 543. En esa década, en la que el BJP ha recibido financiación de las grandes compañías y del empresariado corrupto, Modi no ha dudado en recurrir a métodos fascistas, la India ha visto retroceder la libertad y se ha deteriorado la vida de los trabajadores cuya gran mayoría permanece sin acceso a la seguridad social, al tiempo que crecían las disputas territoriales, nacionalistas y religiosas con el empeño de imponer la Hindutva Rashtra, la nación hindú, y los problemas políticos y enfrentamientos, a veces armados, y por la intervención de Modi en los Estados que no gobierna el BJP, que además intenta colonizar las instituciones educativas y las universidades con el control de organismos de dirección a todos los niveles y con la imposición del nacionalismo hinduista.

Modi y el Bharatiya Janata llegaron al poder cabalgando las promesas de lucha contra la corrupción del Congreso de Gandhi, pero han terminado por ser el partido indio más corrupto, y sus dirigentes no han dudado en recurrir a los sobornos y la extorsión mafiosa. Los años del gobierno Modi destacan por la desastrosa gestión de la pandemia de la Covid-19 (que contrasta con el éxito que obtuvo el gobierno comunista en Kerala), cuya cifra total de fallecidos en la India todavía se ignora, aunque una investigación de 2021, calculaba entonces más de cuatro millones de muertos. También ha destacado por la privatización de empresas públicas, la eliminación de controles del Estado en la economía, junto a la liberalización y desregulación, por las ayudas fiscales a empresas y plutócratas, llegando el gobierno a cancelar préstamos a las corporaciones indias; por abolición del impuesto sobre la riqueza, la reducción de tributos sobre la renta para los más ricos y el trato de favor para los capitalistas cómplices y beneficiarios del BJP, el saqueo de la riqueza del país con licencias a empresas privadas para gestionar infraestructuras, la eliminación de derechos obreros y el ataque a los sindicatos, que ha ido acompañada de un discurso de éxito económico que maquilla y exagera el verdadero crecimiento del país. La década de Modi ha sido un completo programa de enriquecimiento de la burguesía india y de saqueo de los trabajadores y las riquezas del país.

La contaminación de las ciudades (que ahoga a Delhi, por ejemplo) y la dificil situación de los campesinos son problemas que tampoco ha resuelto Modi. En mayo de 2024, el Tribunal Supremo, por medio de su presidente, Dhananjaya Y. Chandrachud, pedía al gobierno una respuesta sobre el abuso de los pesticidas y otros productos químicos en la agricultura, que causan numerosas muertes y envenenan los alimentos, y que Modi no ha reducido. Mientras esos problemas siguen enquistados, el espectro de Rama, uno de los principales dioses del hinduismo, se adueñaba de la India, y los grupos de escuadristas y matones del BJP recurrían a la violencia, el asesinato, la quema de locales comunistas, la persecución de indios musulmanes, amparados por la Rashtriya Swayamsevak Sangh, RSS, una violenta organización paramilitar fascista e hinduista que cuenta con más de cinco millones de afiliados, y que incluye al partido de Modi.

Pese a esa realidad sangrante, Modi ha conseguido un gigantesco apoyo popular que se sustenta en el hinduismo, en la marginación creciente de los musulmanes, en el control de los medios de comunicación, y en un patriotismo que se envuelve en los rasgos milenarios y religiosos de la cultura india. La república laica que nació de la descolonización está dejando paso, con Modi, a una nación hindú. Los frecuentes asesinatos de musulmanes (que son unos 200 millones del total de 1.400 millones de indios), han culminado con la inauguración del Shri Ram Janmabhoomi Mandir, porque Modi prometió levantar un templo hindú en la ciudad santa de Ayodhya sobre las ruinas de la destruida mezquita de Babri. Un recurso para inflamar los sentimientos religiosos, consiguiendo más adeptos en el nacionalismo hindú cabalgando el tigre del odio.

Modi ha utilizado una retórica falsaria sobre el desarrollo del país, esgrimiendo después un agresivo nacionalismo hinduista y ha utilizado la religión y la defensa del templo Shri Ram, acusando al Congreso de Gandhi y al Rashtriya Janata Dal, un partido de centroizquierda, de intentar que el templo no se construyera en Ayodhya. Modi no ha dudado en recurrir a un lenguaje de odio contra los musulmanes que puede tener graves consecuencias para el futuro, y su partido sigue lanzando sus grupos de matones contra los comunistas, que han sido también puestos en la diana por el primer ministro. Pero a Modi no le importa el creciente clima de violencia: en 2002, cuando era gobernador del Estado de Gujarat, turbas de fanáticos hinduistas asesinaron a más de mil personas en una orgía de sangre, con la policía protegiendo a los asesinos, pero la matanza favoreció su carrera política. Hoy, continúa amparando la misma política. En el pequeño Estado de Manipur, los enfrentamientos entre la mayoría hindú y las minorías, que estallaron en 2023, han causado centenares de muertos y centenares de miles de desplazados, y pueden extenderse a los Estados de Assam, Mizoram y Meghalaya, e incluso a la vecina Birmania. El Estado de Jammu y Cachemira, el único de mayoría musulmana en la India y donde el ejército ha cometido asesinatos y tortura a los detenidos, fue disuelto por Modi en 2019, aplazando indefinidamente las elecciones del Estado.

Los sicarios del BJP han llegado a utilizar excavadoras para destruir casas de indios musulmanes, y en febrero de 2020, mientras Modi recibía al presidente estadounidense Trump, los fanáticos hinduistas iniciaron un pogromo en Delhi donde más de cincuenta personas fueron asesinadas y algunas, castradas, ante la pasividad de la policía. También la minoría cristiana está siendo perseguida. Miles de personas han sido detenidas durante el último mandato de Modi, que reprime sin contemplaciones las protestas impulsadas por la izquierda, ataca a los periodistas que no se someten al BJP e intimida con amenazas a diputados de la oposición incluso en el parlamento. El 21 de abril, en la ciudad de Banswara, en el sur del Rajastán, Narendra Modi hizo un feroz ataque contra los musulmanes indios, lanzó proclamas anticomunistas y calificó las propuestas de justicia social de la izquierda como la «entrega del oro hindú» a los infiltrados en la nación.

El Bharatiya Janata ha violado la Constitución, que consagra la libertad religiosa y el derecho a no tener ninguna confesión, y que prohíbe favorecer a una religión concreta; ha impulsado la liberalización de la economía con su apuesta por políticas neoliberales. Esas decisiones del gobierno han suscitado la respuesta de los trabajadores y sindicatos, que han protagonizado gigantescas huelgas generales, y también de la «comuna Kisan» de los campesinos pobres, que consiguieron la retirada de las tres leyes que ponían en peligro el futuro de la agricultura, aunque Modi no ha renunciado a poner en manos de las corporaciones la mayor parte de las tierras del país. También han rechazado su política las comunidades tribales, agrupadas en el término adivasi. El creciente autoritarismo de la India de Narendra Modi ha ido de la mano de un desarrollo económico desigual: la pobreza campesina, el arraigo del sistema de castas (que no ha combatido el gobierno, incumpliendo la Constitución) y la persecución a los dalits o intocables, el atraso de la India rural, se conjuga con los nuevos centros de industria moderna y el ahogo de las grandes ciudades como Delhi, donde literalmente no se puede respirar. El gobierno de Modi ha tolerado también la creciente privatización del agua potable disponible, y ha visto crecer la deuda externa.

Ante los comicios, las preocupaciones de buena parte de los ciudadanos estaban centradas en la inflación y los elevados precios de los alimentos y los combustibles, en la falta de trabajo por el aumento del desempleo (Modi prometió que crearía dos millones de puestos de trabajo anuales, promesa que no ha cumplido) y en el desigual desarrollo económico del país, en el endeudamiento de buena parte de las familias, y en la rampante corrupción que gangrena todas las instituciones. Los salarios reales se han estancado en la última década, y la difícil situación del campesinado, que compone el sesenta por ciento de la población, la precaria situación de la juventud, con casi la mitad de los jóvenes indios sin trabajo, la existencia de más de trescientos cincuenta millones de analfabetos, son otros rasgos lacerantes de la India de nuestros días. El gobierno de Modi lanza proclamas triunfalistas sobre la disminución de los pobres en el país, y las cifras oficiales sitúan la línea de pobreza en 75 céntimos de euro diarios per cápita, algo muy insuficiente incluso para una vida precaria: más del treinta por ciento de la población vive por debajo de ese mínimo, y centenares de millones de personas son prisioneras de la miseria. Un informe de 2023 de agencias de la ONU sobre seguridad alimentaria en la India concluía que casi tres cuartas partes de la población, más de mil millones de personas, no pudieron pagarse una dieta saludable en 2021. Y las mujeres llevan la peor parte, víctimas de la pobreza, la violencia y el acoso sexual y, entre ellas, las mujeres dalits o de minorías adivasi, que padecen una doble marginación.

Así se ha llegado a los comicios de 2024. Las elecciones parlamentarias en la India se organizaron en cuatro fases a lo largo de casi dos meses. La participación en las tres primeras fases fue baja, aunque finalmente votaron dos terceras partes del censo. La baja participación preocupaba al Bharatiya Janata y sus aliados, que confiaban en una victoria aplastante como indicaban las encuestas. Se presentaban a las elecciones centenares de partidos, entre ellos seis coaliciones nacionales y más de setenta partidos de los diferentes Estados, aunque las dos agrupaciones fundamentales eran la NDA e INDIA. El sistema electoral indio favorece a partidos con grandes recursos, y cada circunscripción elige a un diputado por escrutinio mayoritario uninominal. Una cuarta parte de los escaños están reservados para los dalits o intocables, con 84 escaños, y 47 para las comunidades adivasi.

El Bharatiya Janata congregaba una coalición de doce partidos derechistas en esa National Democratic Alliance que agrupa también al Partido Popular Nacional (NPP), al conservador y anticomunista Shiv Sena (del difunto Bal Thackeray, un admirador de Hitler, dirigido después por su hijo Uddhav Thackeray); al Janata Dal, al Rashtriya Lok Dal (RLD), al Partido del Congreso Nacionalista (NCP), y el Rashtriya Lok Janshakti Party (RLJP). A su vez, el Partido del Congreso de Gandhi creó esa Alianza para el Desarrollo Nacional Inclusivo de India (INDIA), que agrupaba a más de veinte partidos, entre ellos al de la ministra principal de Bengala Occidental, Mamata Banerjee (tránsfuga del Congreso, que gobierna Bengala desde 2011 con el All India Trinamool Congress, TMC); al del ministro principal de Delhi, Arvind Kejriwal (del partido Aam Adami, o del «hombre común», de centro izquierda); y al del ministro principal de Tamil Nadu, Muthuvel Karunanidhi Stalin, del Dravida Munnetra Kazhagam, DMK, un partido que conjuga el movimiento dravídico, nacionalista y levemente progresista. El Congreso disputaba 328 escaños, y más de 200 asientos se reservaron para el resto de partidos del bloque INDIA, desde el Partido Comunista de India (marxista), y el Partido Comunista de la India, hasta el All India Trinamool Congress, el Aam Aadmi, el Samajwadi Party, socialista; y el Rashtriya Janata Dal. Rahul Gandhi, dirigente del Congreso, ha insistido durante la campaña en la urgencia de «salvar la democracia»; de hecho, se han producido numerosas detenciones entre dirigentes de la oposición, entre ellos el ministro principal de Delhi, Arvind Kejriwal, y el primer ministro Modi agitó al electorado acusando a sus oponentes, como a Mamata Banerjee, de «amenazar a los monjes hindúes» y de querer convertir a los hindúes en «ciudadanos de segunda clase».

El Congreso que gobernó las primeras décadas de la independencia es hoy un partido sin proyecto, que intenta recomponerse de la década ultraderechista: los indios aún no han olvidado la corrupción de sus gobiernos, pero era imprescindible para articular un bloque opositor a Modi. Los comunistas y la izquierda, aunque criticaron duramente la política neoliberal que se ha impuesto al país en las tres últimas décadas, rasgo que afecta también a los gobiernos del Congreso anteriores a Modi, optaron por confluir en el bloque INDIA para intentar detener el proyecto ultraderechista del Bharatiya Janata, aunque forzosamente en la condición de aliados minoritarios. La debilidad de la izquierda india está ligada a la pérdida del gobierno del PCI(M) en Bengala en 2011 ante la alianza del TMC de Mamata Banerjee y el Congreso, tras treinta años de gobiernos comunistas: entonces, el PCI (M), tras haber repartido la tierra entre millones de campesinos con la reforma agraria desde finales de los años setenta, incautó en Singur cuatrocientas hectáreas de tierra para promover la industrialización con una fábrica de Tata Motors. Fue un grave error, que rechazaron los campesinos con grandes movilizaciones, y que se repitió en Nandigram, donde la policía del Estado, bajo las órdenes del gobierno bengalí, protagonizó en 2007 una matanza de catorce personas, además de los enfrentamientos con los maoístas naxalitas que no se han detenido. Cuatro años después de esa masacre, el TMC de Mamata Banerjee y el Congreso ganaron las elecciones en Bengala, desalojando a los comunistas del gobierno. Apurando el veneno, tres años después de la victoria de Banerjee, Modi obtuvo la victoria en las elecciones indias. El retroceso de los comunistas se debe también a una conjunción de errores políticos y divisiones posteriores: en el PCI (M) se contraponían la llamada línea de Bengala con la línea de Kerala; el secretario general, Sitaram Yechury, considera que la izquierda debía impulsar una alianza progresista para luchar contra el fascismo de Modi y el BJP, pero otro dirigente, Prakash Karat, cree que el riesgo no es el fascismo, sino el duro autoritarismo y que el pacto con el Congreso no es la respuesta adecuada. También ha influido el hecho de que los comunistas perdiesen el papel de oposición a la política neoliberal en el país tras la salida del gobierno del Congreso y la llegada de Modi y, finalmente, a la durísima represión que se ha extendido por todo el país y ha encerrado en las cárceles a numerosos presos políticos, en un clima donde proliferan los linchamientos, las «desapariciones» y los asesinatos. Bastará un ejemplo de esa feroz represión. Había otros dos Estados gobernados por el PCI (M): en Tripura, tras veinte años de gobiernos comunistas presididos por Manik Sarkar, en 2018 pasó a gobernar el Bharatiya Janata, primero con Biplap Kumar Dep y, desde 2022, con Manik Saham, un tránsfuga del Congreso hoy miembro del BJP. En ese Estado, los grupos de matones del Bharatiya Janata han asaltado y quemado más de cien sedes comunistas y las instalaciones de su periódico, el Daily Deshar Katha. Es casi desconocido en Europa, pero solamente entre 2018 y 2020, los esbirros del BJP atacaron casi tres mil domicilios de militantes del PCI (M), y asesinaron a 18 dirigentes comunistas tripureños. En el otro Estado, Kerala, siguen gobernando los comunistas, agrupados en el Frente Democrático de Izquierda. En las elecciones de 2019, los dos partidos comunistas consiguieron casi quince millones de votos, y en las de 2024, donde la izquierda buscaba reforzarse, derrotar al BJP, y asegurar un gobierno laico para restañar las heridas del nacionalismo hinduista, lo han conseguido parcialmente, ganando tres escaños.

Los comunistas quieren revertir la privatización de los sectores públicos y la industria militar, y en el sector de energía, los ferrocarriles y los servicios básicos; reclaman una fiscalidad que grave los patrimonios de la burguesía y sus herencias, el aumento de la inversión del Estado y contener el dominio del capital financiero internacional en amplios sectores de la economía india; junto al fomento de la industria propiedad del Estado, la creación de puestos de trabajo impulsando de nuevo ocupaciones tradicionales como las fábricas de yute, las plantaciones, las manufacturas textiles y del cuero; un sistema público de salud en vez de los seguros privados impulsados por el gobierno de Modi, un salario mínimo de 26.000 rupias (unos 290 euros) al mes, y pensiones de jubilación de, al menos, 13.000 rupias mensuales; junto a la entrega de diez kilogramos de cereales mensuales por persona: cinco, gratuitos, y otros cinco a precio subvencionado, y el suministro de productos básicos (legumbres, aceite comestible, azúcar y queroseno) a precios controlados. También, buscan la prohibición del trabajo infantil y asegurar por ley la presencia de mujeres en el parlamento en al menos un tercio de los escaños; doblar la inversión en agricultura y la entrega gratuita de tierras baldías cultivables a familias campesinas pobres, y dedicar un 5 % del presupuesto a la sanidad pública y otro 6 % a la enseñanza, además de medidas de protección de las minorías, de consolidación democrática, junto a la prohibición de los ejércitos privados. Los comunistas exigen retirar todos los acuerdos con Estados Unidos que lesionen la soberanía india, y quieren también poner fin a las negociaciones con la Unión Europea para acordar un Tratado de Libre Comercio en los términos que negocia el gobierno de Modi. Un programa ambicioso que, si continúa gobernando Modi, deberá esperar.

Modi ha conjugado esa política interior con su aspiración a un nuevo protagonismo internacional de la India, aunque las disputas con Pakistán sobre terrorismo y seguridad, y con Sri Lanka por los derechos de la minoría tamil, han sido mal conducidas por Delhi. Modi ha utilizado el expediente de la pequeña isla deshabitada de Katchatheevu (cedida a Sri Lanka por el gobierno del Congreso con Indira Gandhi) que quiere recuperar ahora agitando la cuestión de las zonas de pesca como vía para captar votos en Tamil Nadu y en todo el sur de la India. Modi quiere también mantener la histórica relación de la India con Moscú, mientras consolida su alianza con Washington, y ha ignorado al Movimiento de Países no alineados, donde la India había tenido un protagonismo indiscutible. El gobierno del Bharatiya Janata ha diseñado un calculado equilibrio en sus relaciones con Estados Unidos y China, aunque suscribe la mayoría de las decisiones del gobierno estadounidense y ha suscrito acuerdos militares con el Pentágono, además de apoyar a Israel. Tras los «Acuerdos de Abraham», el gobierno Modi suscribió en 2022 el Grupo I2U2 (una suerte de QUAD de Oriente Medio compuesto por Estados Unidos, India, Israel y Emiratos Árabes Unidos) para asegurar sus intereses en esa región. En ese tránsito, Modi ha reforzado los lazos con Washington, integra el QUAD (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, instrumento estadounidense contra Pekín como el AUKUS del Pacífico), pero no renuncia al incremento de los intercambios comerciales con China, pese a sus diferencias territoriales con Pekín en el Himalaya sobre Arunachal Pradesh y Aksai Chin. Intentando controlar la evolución en los océanos Índico y Pacífico, Estados Unidos dispone de un rosario de instalaciones, y al sur de la India y Sri Lanka de una base militar con armamento nuclear en la isla de Diego García, ocupada ilegalmente por Gran Bretaña. En la carrera por aumentar el poder económico de la India (que ya ha superado a Gran Bretaña, la vieja metrópoli colonial, en el PIB en dólares nominales), Modi diversifica sus iniciativas que crean contradicciones para su diplomacia: apoya a Israel, pero su ministro Sarbananda Sonowal firmó en mayo de 2024 con Irán para invertir en el proyecto del puerto iraní de aguas profundas en Chabahar con objeto de desarrollar más el International North-South Transport Corridor, INSTC, algo que no ha gustado ni en Tel-Aviv ni en Washington, que ha amenazado a Delhi con sanciones. Así, Chabahar unirá un corredor desde Bombay a Moscú y San Petersburgo, atravesando Irán, el Cáucaso, el Caspio y Rusia, dejando de lado el cuello de botella del canal de Suez, e impulsando los intercambios comerciales entre Rusia, India, Irán, el Cáucaso y Asia central. India también pertenece a la Organización de Cooperación de Shanghái y a los BRICS, en un delicado equilibrio de alianza y competencia con China.

Huyendo de los problemas de hoy, Modi ha lanzado Viksit Bharat@2047 con la promesa de convertir a la India en un país moderno y próspero para el centenario de la independencia de Gran Bretaña en 2047. Antes de que se conociese el resultado electoral, cuando el BJP confiaba en obtener las dos terceras partes de la Lok Sabha, altos funcionarios cercanos a Modi revelaron que el gobierno planea nuevas medidas favorables a las empresas y para facilitar más los despidos de trabajadores. La democracia india está en retroceso, soportando a Modi y al Bharatiya Janata, que beben del fascismo explícito de la Rashtriya Swayamsevak Sangh, RSS, y camina hacia un Estado policial, construyendo un «capitalismo de compinches». La victoria de Modi y su coalición en las elecciones es otra nube negra que recorre la India y que acompaña el ascenso de la extrema derecha y del fascismo en otros escenarios del planeta, pero su parcial retroceso electoral puede ser el primer signo de la reconstrucción de un poderoso movimiento opositor al nacionalismo, a la política neoliberal y al odio religioso y étnico, si el Congreso de Gandhi vuelve a las políticas progresistas de los primeros años de la independencia y la izquierda y los comunistas consiguen reforzarse impulsando la movilización de sindicatos, campesinos y trabajadores.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.