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India, Pakistán, humo y niebla

Fuentes: Rebelión

Quizás nunca se resuelva el verdadero entramado que hubo detrás del ataque a los turistas indios en el valle de Pahalgam, en el sector de la Cachemira administrada por India, el pasado 22 de abril que, además de dejar veintiséis muertos, puso una vez más a India y Pakistán al borde de una guerra que desde el 6 al 10 de mayo pareció incontenible.

Según lo que se conoce, es responsabilidad de un casi desconocido Frente de Resistencia de Cachemira (FRT), que a la vez es un desprendimiento o estaría articulado por el grupo armado Lashkar-e-Taiba o LeT (Ejército de los Puros), que se presume desde siempre una creación del Inter-Services Intelligence (ISI), la inteligencia del ejército pakistaní.

Aunque en este juego de mamushkas a nadie sorprendería que el ataque haya sido una operación alentada por el mismísimo Narendra Modi y su ministro del interior y pareja política de hace más de veinticinco años, Amit Shah, que desde las matanzas de musulmanes en Gujarat de 2002 son responsables de infinidad de operaciones de falsa bandera y no tanto, casi siempre contra la comunidad islámica.

Aunque desde el comienzo de la operación Sindoor, lanzada por India para castigar a los presuntos responsables del ataque del 22 de abril, se activó una imponente guerra de desinformación desde uno y otro bando con la que se intentó ocultar el curso de las acciones, articuladas fundamentalmente hacia sus propios pueblos. Reafirmando una vez más aquello de “la primera víctima de la guerra…”.

Desde entonces versiones sobre el derribo de aviones, capturas de batallones enteros, avances sobre territorio enemigo, toma de ciudades, destrucción de bases, ciberataques que habían destruido redes eléctricas, detención de altos jefes militares e incluso un golpe de Estado, cruzaron las fronteras con mayor velocidad que los verdaderos misiles con los que sí se produjeron algunos daños, aunque no tan graves para no olvidar convenientemente.

Hasta algún alto jefe del militar indio se atrevió a afirmar: “Mañana desayunaremos en Rawalpindi”, la ciudad que es base del cuartel general del ejército pakistaní, a unos doscientos cincuenta kilómetros de la frontera india. En muchos casos esas mentiras fueron apoyadas por imágenes que más tarde se comprobaría que fueron producto de inteligencia artificial (IA) o pertenecían a guerras ajenas.

Este conflicto, a nivel global, tiene un solo beneficiario, y como siempre son los Estados Unidos, mientras que para Rusia y mucho más para China, podría traer consecuencias extremadamente negativas en lo estratégico y económico, repercutiendo de manera negativa también en Irán.

Moscú, por ejemplo, trabaja con Islamabad para la construcción de un ferrocarril transeurasiático que uniría Rusia con India a través de su territorio, además de estar programando darle un fuerte impulso a la alicaída industria siderúrgica de ese país. Proyectos por los que Rusia, hace años, mantiene neutralidad en el eterno conflicto indo-pakistaní y mucho más en su último capítulo.

Por lo que el ministerio de Exteriores ruso ha extremado las acciones, tratando de mediar ya no solo entre Islamabad y Nueva Delhi, sino también con Beijing, que desde hace décadas ha invertido en importantes proyectos en Pakistán, sino que además tiene algunas cuentas fronterizas pendientes con India, además de recordar que también tiene una porción en el disputado pastel cachemir.

Aunque estrictamente sobre la microguerra del mes de mayo, en los últimos días el jefe del Estado Mayor de Defensa de la India, general Anil Chauhan, reconoció que durante la Operación Sindoor, que se lanzó para eliminar a los terroristas y contener cualquier avance de Pakistán, el ejército indio cometió graves fallos e incluso sufrió pérdidas de algunos aviones de combate, calificando esos “incidentes” como errores tácticos. Manifestando además la necesidad de corregirlos para permitir que el ejército pueda reanudar sus operaciones cuando le sea requerido por el poder político.

Mientras que Islamabad continuó sus operaciones en Waziristán del Norte, en la frontera con Afganistán, donde eliminó a catorce muyahidines del Tehrik-e-Taliban Pakistan, los que según esas fuentes cuentan ahora con mayor apoyo financiero y táctico de India. También se informó que el día 3 de junio apareció muerto sin razones evidentes que explicaran la causa de su muerte, en Bahawalpur, en la provincia pakistaní de Punjab, Abdul Aziz Esar, uno de los emires del Jaish-e-Mohammed (Ejército de Mahoma), otra de las formaciones presuntamente financiadas por la inteligencia pakistaní para operar en Cachemira y otras regiones de India. Por lo que no sería extraño que ese líder haya sido eliminado por algún agente de India.

Miente, miente, que algo quedará

La problemática fronteriza entre Pakistán e India por Cachemira, una trampa que dejó preparada el colonialismo británico tras su retirada en 1947, podría ser comparable a otras tantas en diferentes regiones como Etiopía-Somalia, Nicaragua-Costa Rica o Serbia y Kosovo, entre otras muchas semejantes alrededor del mundo, pero quizás ninguna tan basada en el odio religioso como el que practica el Gobierno de Narendra Modi contra la comunidad musulmana.

Con unos doscientos veinte millones de fieles, el islām indio se convierte en la tercera población musulmana más grande del mundo después de Pakistán con doscientos cuarenta y ocho y de Indonesia con otros doscientos treinta millones.

Lo que para el actual Primer Ministro de India ha sido desde siempre una excelente excusa para sus campañas electorales. Desde sus inicios, cuando se candidateaba como ministro principal (gobernador) de Gujarat en 2001, hasta la que lo llevó a su tercer mandato como primer ministro el año pasado.

Por lo que la instrumentación del odio no es para nada un fenómeno nuevo en el prontuario político de Modi, aunque cuando tiene que golpear otros sectores religiosos o políticos tampoco duda, aunque lo tenga que hacer muy lejos de sus fronteras, como ya ha sucedido contra miembros de la comunidad sij exiliados en Canadá, Reino Unido o los Estados Unidos (Ver: India, cuando los dioses matan a distancia).

Aunque la exacerbación del odio al islām ha sido siempre su leitmotiv, para lo que no escatimó en recursos ni midió sus mentiras. Ni siquiera siendo la máxima autoridad de una nación que ya puede ser considerada una potencia mundial, ha dejado de acompañar sus mentiras con un lenguaje soez, brutal, callejero, digno de un netaji (politiquero) de provincia.

Modi ha utilizado, como nunca antes ningún jefe de gobierno indio, su poder casi mesiánico para estigmatizar a una minoría, lo que marca un momento crítico para la democracia del país articulando prejuicios, odio y calumnias de todo tipo. Que apunta a convertirlos en enemigos de la Madre India y de la Hindutva.

Investigaciones periodísticas han recopilado la larga lista de estos exabruptos que incitan de manera descarada al odio y la aniquilación del diferente en sus discursos e intervenciones públicas desde 2013, cuyo patrón común es la estigmatización y demonización de la comunidad islámica de India.

Un mismo patrón empapa sus discursos: el odio al islām desde 2013 a 2024, donde los musulmanes reciben acusaciones de ser infiltrados, extraños y extranjeros que han llegado a India de manera ilegítima, quitando trabajo y beneficios a los nacionales. Ninguna novedad en tanto discurso neofascista de la actualidad, en donde sea que estas pústulas sociales hayan reencarnado y, en India, el Bharatiya Janata Party (BJP), el partido de Modi, es una clara referencia.

En sus giras electorales más allá de ser un fanático hinduista tiene al menos la gentiliza de nombrar a los dioses prominentes de las comunidades que visita como pueden ser el Mahavir, del jainismo, obviamente Buda o el gurú Gobind Singh del sijismo, aunque nunca en ninguna ocasión se ha referido a ningún nombre relacionado con el Islām.

En el abanico de acusaciones utilizadas por Modi se incluyen desde la práctica de la caza furtiva de rinocerontes en el Parque Nacional de Kaziranga, en el estado de Assam, en el noreste del país al sur del río Brahmaputra, al acoso sexual de niñas hindúes, instrumentar los precios de las verduras por parte de los agricultores musulmanes, acaparando deliberadamente sus productos para aumentar sus precios, generar desabastecimiento y por último, lo más obvio, instalar la idea de que detrás de cada musulmán hay un terrorista.

Modi relaciona a los musulmanes con lo que él define como los grandes males de la India, que compendia en la dinastía, como llama al liderazgo de la familia Nehru-Gandhi del Partido Nacional del Congreso (el mayor partido de la oposición), que da cobijo y representación a los musulmanes y el apaciguamiento, término que describe a las políticas y programas de protección y compensación de las minorías islámicas, las que le aportarían sus votos.

Por lo que, en cambio, el Partido del Congreso estaría dispuesto a repartir entre esa comunidad los ahorros y las joyas de las familias hindúes, entre los que se incluye el mangalsutra, el collar sagrado que simboliza el matrimonio de los hindúes.

Cerrado con esto el ciclo al que alentaba su admirado Joseph Goebbels, miente, miente…

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asía Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.