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India y los graznidos de Washington

Fuentes: El viejo topo

La India no es solo una nación: es una civilización, donde el Bharatiya Janata, BJP, agita el hinduismo desde el gobierno hace ya una década, y honra a Visnú en Ayodhya apelando a su equilibrio y virtud, satisfecho de sus éxitos electorales sin reparar en que el primer ministro, Narendra Modi, es un peligro para el país, que conduce un Estado gigantesco con su agresivo nacionalismo y con el hindutva, y que, al mismo tiempo, quiere aprovechar el desmantelamiento paulatino de la hegemonía estadounidense en el mundo para insertarse en un nuevo orden donde pueda desempeñar una función y una influencia semejantes a las otras cuatro o cinco grandes potencias: quiere conseguirlo en el centenario de la independencia, en 2047.

Pese al crecimiento económico, la situación en el país no es buena: la juventud de su enorme población —­junto con China, la mayor del mundo— es una baza, pero su gran diversidad (el sur tamil y el musulmán Rajastán, los bengalíes y los maharastrianos de Bombay, los radicales hinduistas y la extrema derecha gobernante, las más de veinte lenguas, el norte conservador y el sur progresista) plantea amenazas para el futuro y la partición de 1947 sigue siendo un amenazante ejemplo con la proliferación de partidos regionales y el agobiante nacionalismo de Modi y el BJP, que está convirtiendo a India en un Estado hinduísta que margina a la población musulmana (doscientos millones de personas) aunque mantiene buenas relaciones con países musulmanes del golfo Pérsico como Emiratos Árabes Unidos. La grave desigualdad entre la plutocracia que despilfarra millones en joyas y mansiones y los centenares de millones de indios desamparados, la rivalidad religiosa y la persistencia de las castas, que determina con mucha frecuencia el futuro de los más pobres, junto a la marginación de los dalit o intocables y de los ādivāsī o «grupos étnicos originarios», y la limitación de la libertad que ha impuesto una década de gobiernos del BJP, no son el mejor cortejo para llevar al país hasta el centenario de la independencia.

La Rastriya Swayamsevak Sangh (RSS, una organización fascista que cuenta con más de cinco millones de miembros, y de la que el propio primer ministro fue miembro) coloniza muchas asociaciones e incluso sindicatos, y tiene un protagonismo creciente en la imposición de un imaginario hinduista exclusivo que ha llevado a Modi a impulsar la irresponsable construcción en Ayodhya de un templo hindú de Rama, una encarnación de Visnú, ofendiendo gravemente a la población musulmana que treinta años atrás vio su mezquita destruida en el mismo lugar y después enfrentamientos que causaron miles de muertos en todo el país. A ello se añade una creciente represión política, la detención de numerosos militantes de izquierda, el encarcelamiento e incluso el asesinato de otros, el incendio y la destrucción de sedes comunistas, el masivo apoyo económico de las grandes empresas e indios ricos al BJP que le permite desplegar apabullantes campañas electorales, y el progresivo control de los medios de comunicación y la ocupación de instituciones por miembros del partido de Modi, que están limitando la libertad en el país. La acción de los grupos de matones del RSS y el BJP que organizan linchamientos, persecuciones y asesinatos, derriban las casas de opositores y hacen llamamientos para matar musulmanes y militantes de izquierda no se detiene, y aunque Modi y el BJP han conseguido poner al nacionalismo y el hinduismo en el centro de la política y la vida la población india, ese constante extremismo identitario puede abrir nuevos enfrentamientos sectarios y poner en peligro su futuro. La izquierda resiste y combate al BJP, y consiguió que Modi, aun ganando las elecciones de 2024, perdiera la mayoría parlamentaria, pero en una situación cada día más difícil: el Bharatiya Janata ha tenido que recurrir a sus aliados de la Alianza Democrática Nacional para conseguir la mayoría en el parlamento y formar gobierno.

El modelo de crecimiento que ha impulsado Modi no ha resuelto los problemas del país, hasta el punto de que una tercera parte de los niños indios no tiene una alimentación suficiente, y la precariedad laboral, la pobreza y los bajos salarios, las viviendas miserables (centenares de millones de personas carecen de retrete en sus casas), el analfabetismo de casi trescientos millones de indios adultos, la limitada participación de las mujeres en la economía, los crecientes problemas agrarios, los ríos envenenados como el Ganges en Benarés, la destrucción de medios naturales y las privatizaciones conviven, además, con las constantes exigencias de los empresarios indios para «desregular» más la economía, que en su lenguaje de tramposos significa liquidar conquistas sociales, impedir la acción de los sindicatos obreros y «apoyar a las empresas»: es decir, que los gobiernos amplíen y faciliten subvenciones de dinero público para los empresarios. Esa ha sido la política del gobierno: Modi no dudó en beneficiar a los indios ricos eliminando el impuesto sobre patrimonio. Por el contrario, en un Estado como Kerala, de unos treinta y cinco millones de habitantes, gobernado por el Partido Comunista y sus aliados de izquierda, las garantías sanitarias y educativas universales, el esfuerzo en la enseñanza, la lucha contra la división social impuesta por las castas, el relevante papel protagonista de las mujeres y la fuerte organización social han conseguido un desarrollo que contrasta con el centro y el norte del país.

El gobierno Modi, a semejanza de los objetivos de China, impulsa el plan Viksit Bharat que para el centenario de la independencia tras la retirada de Gran Bretaña, en 2047, pretende conseguir una India desarrollada. Ese objetivo precisa que el país mantenga un crecimiento sostenido, y el lanzamiento en 2017 del Asia-Africa Growth Corridor (AAGC, un corredor marítimo que transcurre, sobre todo, por el sur de Asia para conectar con África) por parte de India y Japón busca la difícil competencia con la nueva ruta de la seda china, que algunos centros de análisis indios tachan de «asedio a India», cuando lo cierto es que Pekín quiere impulsar más acuerdos económicos con Nueva Delhi. En una involuntaria ironía, Modi insiste en que el plan Viksit Bharat debe inspirarse en una forma de gobierno regida por la honradez y la ética… como si esa fórmula borrase la evidente corrupción de su partido y las extendidas redes clientelares y corruptas que alimentan grandes empresas y gobernantes del BJP en Nueva Delhi o en Estados como Uttar Pradesh, el más poblado de la India, Maharashtra, Gujarat, Karnataka, Madhya Pradesh, Tripura.

Aunque muestra otro rostro en la modernidad de Bangalore, en su capacidad en la industria informática y la ingeniería, en su programa espacial, India sigue siendo un país de campesinos: más de dos terceras partes de la población viven en áreas rurales y dependen de la agricultura, y aunque ha desarrollado importantes núcleos ligados a las tecnologías de la información, la informática y los servicios, la pretensión de sustituir a China como fábrica del mundo tropieza con la evidencia del estancamiento de las manufacturas en el país desde hace años y con unos quinientos millones de usuarios de internet frente a los más de mil cien millones que utilizan las redes en China, y la distancia entre sus estructuras productivas es desmedido: hoy, la India produce poco más del 2 % de las manufacturas del planeta, mientras que China fabrica la tercera parte del total mundial, y el déficit comercial indio con China es enorme.

La masiva creación de puestos de trabajo es la más urgente necesidad del país. Los institutos de investigación y think tanks indios insisten de manera casi obsesiva en el gran potencial de su enorme población joven, menor de treinta años, pero no reparan con la misma obstinación en la precariedad de centenares de millones de puestos de trabajo, o en el desempleo, factores que pueden retrasar el desarrollo económico: para alcanzar el ritmo de crecimiento chino, la India debería crear al menos cien millones de puestos de trabajo en los próximos cinco años, y ni siquiera así está asegurado el objetivo. Según los datos del Banco Mundial en su Digital Progress and Trends Report 2023, que examinó las exportaciones de servicios de tecnología de la información (software, computación en la «nube», consultoría y procesamiento de datos), el crecimiento más rápido del planeta se ha dado en Asia oriental, sobre todo en China, y en ese campo, en la India representa un tercio del total de sus exportaciones de servicios, aunque numerosos puestos de trabajo van a disminuir por la aplicación de la inteligencia artificial en muchos procesos. Los responsables de la economía india siguen especulando con atraer inversiones extranjeras: creen que el desarrollo que ha hecho aumentar notablemente los salarios chinos, las diferencias de Estados Unidos con Pekín, la nueva capacidad india para producir semiconductores y la creciente tensión internacional harán que buena parte de las inversiones que antes se dirigían a China se orientarán a la India gracias a sus bajos salarios y su gran capacidad en tecnologías de la información. Pero ese escenario puede ser un espejismo, porque la insuficiente red y el bajo nivel de enseñanza de buena parte de los centros del país, unido a la marginación de las mujeres, limita el potencial indio.

En su travesía por los escenarios internacionales, la India ha transitado desde el Movimiento de Países no Alineados, MPNA, engendrado en Bandung y con una alianza principal con la Unión Soviética hasta una paulatina evolución en la última década del siglo XX (bajo P. V. Narasimha Rao, del Congreso, y después con Atal Bihari Vajpayee, del BJP) para culminar con la década del primer ministro Manmohan Singh (también del Congreso) en una política que en la práctica abandonó el no alineamiento y que buscaba abrirse a otras relaciones con las grandes potencias en la búsqueda de un equilibrio que reforzase su autonomía estratégica. Tras Singh, la década de Modi ha supuesto un mayor acercamiento a Estados Unidos: une a los dos países su preocupación por el constante fortalecimiento de China. Aunque India ha seguido siendo miembro del MPNA, cuya última cita se celebró en Kampala en 2024, Modi no ha asistido nunca a una cumbre del movimiento.

Modi puede continuar dirigiendo el gobierno hasta 2029 si no le abandonan sus aliados. En la década que lleva gobernando, ha mantenido un difícil equilibrio entre Moscú y Washington: a diferencia del Congreso de los Gandhi, el primer ministro responde a la extrema derecha hinduista, con un acentuado pragmatismo en su política exterior junto a un mayor acercamiento a Estados Unidos, y si históricamente India compraba su armamento a Moscú, ahora está dotando a su ejército con armas estadounidenses, Washington ha suscrito con Modi numerosos acuerdos en los últimos años para impulsar el rearme indio (para adquisición de aviones, cooperación espacial, compartir información militar y tecnología cibernética), y en mayo de 2022 Modi y Biden anunciaron la U.S.-India initiative on Critical and Emerging Technology, iCET, un plan para la cooperación en materia militar entre los dos gobiernos, y empresas y centros de investigación, y en septiembre de 2024 se celebró en la Universidad de Stanford, en Palo Alto, California, la tercera edición de la Cumbre INDUS-X, India-US Defense Acceleration Ecosystem, una iniciativa nacida el año anterior, para crear un entramado conjunto de India y Estados Unidos para la «innovación en defensa».

Nueva Delhi realiza frecuentes ejercicios militares con el Pentágono, y ha asumido la retórica estadounidense sobre «un Indo-Pacífico libre» y sobre la «libertad de navegación» que, en realidad es el discurso propagandístico que utiliza Washington para intervenir en esa enorme región, como se constata en el estrecho de Taiwán que, a todas luces, forma parte de las aguas chinas porque las internacionales comienzan a partir de doscientas millas náuticas, pero que Washington ignora con su ambigüedad con la supuesta «independencia» de la isla y por donde los buques de guerra estadounidenses navegan con frecuencia para forzar en la práctica que una parte de sus aguas pertenecen a Pekín y la otra a Taipéi. También utiliza ese subterfugio con los patrullajes de la Navy en el Mar de China meridional, ignorando las reclamaciones chinas.El gobierno Modi esgrime su acercamiento a Estados Unidos como otro recurso para la «disuasión estratégica» ante lo que percibe erróneamente como una agresiva intervención de China en los océanos Índico y Pacífico: de hecho, asume así la visión estadounidense sobre esa gran región.

En la planificación estratégica india y en sus planes de contingencia militar, China y Pakistán son los principales asuntos a los que dedica atención el Estado mayor de las Fuerzas Armadas, y su Nuclear Command Authority (NCA) tiene como preocupación central el programa nuclear paquistaní. En la periferia india, donde Nueva Delhi dedica gran parte de sus esfuerzos políticos y diplomáticos, los cambios de los últimos años han creado un nuevo escenario: tras protestas populares, el golpe de Estado del ejército en Bangladesh, en 2024, derribando a Sheikh Hasina, de la centrista Liga Awami, ha llevado al gobierno a Muhammad Yunus, premio Nobel de la paz y enemigo de la primera ministra derrocada, a quien le negaron asilo Estados Unidos y Gran Bretaña. Sin citar a un país concreto aunque afirmó que la propuesta «viene de un hombre blanco», Hasina denunció que «como en Timor Oriental, pretenden crear un país con partes de Bangladesh y Birmania, con una base militar en la bahía de Bengala». La Comisión Anticorrupción de Dacca abrió investigaciones a Hasina y su familia sobre el desvío de cinco mil millones de dólares, y la sombra de la corrupción ha llevado incluso a la dimisión de la ministra británica del gobierno Starmer, Tulip Siddiq, sobrina de Hasina y sospechosa de corrupción en Bangladesh. Estados Unidos, que denunció la victoria electoral de Hasina en enero de 2024, apoya al gobierno interino de Yunus impuesto por los militares, mientras la India, que teme la agitación islamista y ataques contra la minoría hindú, intenta mantener su influencia tras el derrocamiento de su aliada Hasina, al tiempo que el Partido Comunista de Bangladesh, en un acto con miles de personas en Sohrawardi Park, Dacca, en enero de 2025, impugnó las decisiones del gobierno Yunus y la intención de la India de dominar Bangladesh, exigiendo la celebración inmediata de elecciones para que no se dilapide el éxito de la revuelta popular contra Hasina y se organice la revolución social. También Nepal forma parte de esa periferia que preocupa al gobierno Modi, donde el gobierno presidido por el comunista K. P. Oli es aliado de China; y Sri Lanka, con la reciente victoria electoral del candidato comunista Anura Kumara Dissanayake, que como presidente ya se ha entrevistado con Xi Jinping y ha suscrito acuerdos de colaboración en el marco de la nueva ruta de la seda, nueva inversiones y la construcción de una refinería de petróleo en Hambantota, reforzando la asociación estratégica entre ambos países y el apoyo chino a la soberanía del país. A su vez, Pakistán que tiene el respaldo de Estados Unidos y dispone de armamento nuclear, sigue reclamando Cachemira. India teme la acción de los grupos terroristas que son activados por los servicios secretos paquistaníes, como en los atentados de Bombay en 2008 que causaron casi doscientos muertos. Y Birmania, donde a la dictadura militar de Min Aung Hlaing se une la intervención estadounidense a través de la Liga de Aung San Suu Kyi y de grupos rebeldes.

Modi y el BJP, con la mirada puesta en China, buscan una mayor cercanía a Washington. India tiene buenas relaciones con aliados estadounidenses como Japón y Corea del Sur, aunque al gobierno Modi también le disgusta la intervención de Washington en Pakistán, Bangladesh y Birmania. Nueva Delhi no olvida la ayuda estadounidense en la breve guerra que sostuvo en 1962 con China, en Arunachal Pradesh y Aksai Chin, con el trasfondo del enojo de Pekín por la decisión india de acoger al esclavista Dalái Lama tras el fracaso de su rebelión tibetana. Han añadido inquietud en Nueva Delhi los enfrentamientos con China en 2017 en el incidente de Donglang (o Doklam) que no causó víctimas, y en Galwan, donde en junio de 2020 una patrulla india se enfrentó con soldados chinos y hubo más de veinte soldados muertos entre ambos bandos. De la preocupación da idea que el jefe del Estado Mayor del Ejército indio, el general Upendra Dwivedi, declarase en el desfile de las fuerzas armadas en enero de 2025 que «lo que ocurrió en Galwan no debe repetirse […] y no debemos tener esas sorpresas en el futuro». Donglang y Galwan están situados en las fronteras conjuntas del Himalaya. Un analista influyente, Rahul M. Lad, afirmaba en enero de 2025 en el diario The Hindu que «el anuncio del gobierno chino de la construcción de una represa en el río Yarlung Zangbo (que es el río Brahmaputra), y la creación de dos nuevos condados en el noreste de Ladakh, han hecho sonar las campanas de alarma», alegando que pone en peligro la seguridad del suministro de agua en la India, Nepal, Bangladesh, Bhután y Pakistán, por lo que instaba a Modi a encabezar una «respuesta colectiva» a China.

India cuenta, además, con un activo lobby en las instituciones y universidades que denuncia las «ambiciones imperialistas de China» (pese a que Pekín no ha intervenido en ninguna guerra desde hace cuarenta años a diferencia de Estados Unidos) y mantiene que el fortalecimiento indio y sus intereses estratégicos están ligados a Occidente, aunque figuras relevantes como el diplomático y sinólogo Sujan R. Chinoy, que estuvo destinado en Shanghái y es director general del Institute for Defence Studies and Analyses (IDSA), trabajen para mejorar las relaciones con China. Centros de investigación y análisis como la Observer Research Foundation, ORF, el citado Institute for Defence Studies and Analyses, y la India Foundation influyen en el pensamiento estratégico indio. India Foundation tiene como presidente a Ram Madhav, secretario general del BJP hasta 2020 y autor de libros tan reveladores como The Hindutva Paradigm y Uneasy Neighbours: India and China After 50 Years of the War (Vecinos incómodos: India y China tras cincuenta años de guerra). Con China, algunos sectores del gobierno Modi dan prioridad a los aspectos económicos, algo que mejoraría la relación entre ambos países, mientras que otros ponen énfasis en la seguridad y la defensa aumentando así la desconfianza entre Nueva Delhi y Pekín, sector que recibe el estímulo de Estados Unidos. Junto a ello, Modi también recibe la influencia de personajes como el estrafalario empresario y gurú Baba Ramdev (partidario del BJP, y que asegura curar el cáncer con la práctica del yoga) que sueña con una «India hinduista» al margen de Occidente y cuenta con numerosos seguidores.

Los problemas internos de la India, la competencia con China, la amistad con Rusia (científicos rusos, por ejemplo, ayudan a Nueva Delhi a desarrollar su misil hipersónico BrahMos-2, que puede llevar cabezas nucleares) la creciente asociación con Estados Unidos, aunque lejos de la sumisión europea o japonesa, conviven con la apuesta por la multipolaridad y la integración en grupos con visiones opuestas (India pertenece al BRICS+ y a la OCS, pero también al QUAD, Quadrilateral Security Dialogue) y quiere formar parte del pequeño grupo de superpotencias globales que, en la visión india, hoy está reducido a China, Estados Unidos y Rusia, y de forma accesoria a la Unión Europea y Japón. En septiembre de 2024, Modi y Biden asistieron a la cuarta cumbre del QUAD en Vilmington junto al japonés Kishida y al australiano Albanese, aunque India se resiste a que ese Diálogo se transforme en una organización militar similar a la OTAN. La quinta cumbre será organizada por India. Washington ha dejado atrás la presión (que Clinton planteó abiertamente en el parlamento indio en marzo de 2000) para que la India renunciase a su armamento nuclear, y lleva un cuarto de siglo intentando atraerse al país lanzando además alarmas sobre el reforzamiento del poder nuclear chino… que aumentan la inquietud de la derecha india y el BJP.

Si Moscú y Pekín comparten el objetivo de terminar con la hegemonía estadounidense y configurar un nuevo orden mundial, Nueva Delhi coincide con ese propósito mientras trabaja para ser portavoz de lo que antes se denominaba Tercer Mundo y ahora Sur Global, aspirando incluso a convertirse en uno de los países dirigentes del planeta, pero teme la confluencia entre China y Rusia, que espera equilibrar con su acercamiento a Estados Unidos aunque sin aceptar la subordinación, y fortaleciendo su papel internacional para desempeñar una función similar a las tres grandes potencias con poder de veto en el Consejo de Seguridad; porque Londres y París son apenas paisaje. Esa visión ha llevado a Modi a intentar una mediación en la guerra de Ucrania.

La preocupación por la seguridad del país hace que muchos dirigentes indios, siempre inquietos por el poder nuclear paquistaní y las diferencias con China en el Himalaya, aunque siguen dando relevancia al acuerdo Panchsheel de 1954, suscrito por el primer ministro Nehru y por Zhou Enlai, que definió los cinco principios de coexistencia pacífica adoptados después en la Conferencia de Bandung por buena parte del mundo, consideren hoy que China no los ha respetado, aunque esos principios fueron elogiados hace unos meses por Xi Jinping como una excelente guía para las relaciones internacionales. Las diferencias de Nueva Delhi con Washington se basan, sobre todo en tres cuestiones: desconfianza ante la solapada intervención estadounidense en los asuntos internos indios, la ayuda que presta a Pakistán, y la relación histórica con Moscú. Nueva Delhi mantiene su asociación con Rusia, que no piensa abandonar: ni la derecha del BJP ni el Congreso o la izquierda quieren alejarse de Moscú, y el país se beneficia además de la compra de petróleo ruso a precios muy ventajosos, imprescindibles para la economía india. Desde el inicio de la guerra en Ucrania, tras el golpe de Estado del Maidán, India se ha abstenido siempre en la ONU ante las frecuentes resoluciones de condena a Rusia inspiradas por Estados Unidos y se ha negado a imponerle sanciones económicas como le reclama el gobierno Biden: no deja de ser una paradoja que Nueva Delhi, sin abandonar la cercanía con Rusia, se haya acercado a Estados Unidos mientras recela del pujante poder chino y colabora con él en el grupo BRICS+. Es el peculiar multilateralismo del nacionalismo indio.

La Casa Blanca, el Pentágono, Langley y Foggy Bottom, saben que si consiguen hacer que la India se incline hacia Washington tienen una oportunidad para detener su declive y el de Occidente, y quieren ligarla a su visión estratégica. El proteccionismo estadounidense y europeo es un signo de decadencia y de la disminución de su poder económico, y la nueva agresividad estadounidense (en Groenlandia, Panamá, Canadá, México) es un intento de fortalecerse en América para resistir ante el mundo que llega. Y el poder real estadounidense, ayer con Biden y hoy con Trump, apuesta por la fuerza militar para retener su hegemonía: el Financial Times ha documentado la exigencia de Trump para que los países de la OTAN aumenten los presupuestos militares hasta un disparatado 5 % del PIB (hoy, todavía no se llega al 2 %, un porcentaje ya elevado): con el pretexto de los peligros del mundo, Estados Unidos quiere vender sus productos, su armamento, recuperar poder industrial y reducir así el déficit comercial, cabalgando el tigre de la guerra. En ese nuevo esquema estratégico, Estados Unidos navega entre su astronómica deuda, el déficit comercial y el monstruo del presupuesto militar, y quiere utilizar a la India, pero el desarrollo del subcontinente necesita más el concierto con Pekín y Moscú que los graznidos de Washington, más la amistad de China que las inquietantes aventuras del Pentágono en la gran región de Asia-Pacífico.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.