La conmemoración del 40 aniversario del levantamiento de febrero de 1979 en Irán ha estado marcada por docenas de seminarios académicos en Europa, numerosos documentales producidos por los medios de comunicación en idioma persa, así como el habitual desfile militar dentro del país. Los documentales producidos fuera de Irán se centran en los recuerdos de […]
La conmemoración del 40 aniversario del levantamiento de febrero de 1979 en Irán ha estado marcada por docenas de seminarios académicos en Europa, numerosos documentales producidos por los medios de comunicación en idioma persa, así como el habitual desfile militar dentro del país.
Los documentales producidos fuera de Irán se centran en los recuerdos de personajes clave que aún están vivos, desde la esposa del ex sah, Farah Diba, y los funcionarios de la corte de Pahlavi, hasta Abolhassan Banisadr, uno de los aliados más cercanos del ayatola Ruhollah Jomeini en 1979, que actualmente está exiliado en Francia. La mayoría de ellos han hecho comentarios similares en anteriores aniversarios de la revolución iraní, pero esta vez las citas de los informes del general estadounidense Robert Huyser (desclasificados originalmente en 2015), que han sido repetidas por varias agencias de noticias, nos dan una mejor idea de los planes de los EE.UU. después de la partida del sah.
Los opositores iraníes de la República Islámica han difundido diversas teorías conspirativas sobre la misión secreta de Huyser en enero de 1979. Sin embargo, los documentos publicados muestran la confusión que emanaba de la administración Carter, que intentaba gestionar los eventos a miles de kilómetros de distancia, en circunstancias en las que no había entendido las razones detrás de las protestas masivas contra su tirano favorito en el Medio Oriente. Una de las tareas principales de Huyser fue alentar al sah a abandonar el país y detener un posible golpe militar por parte de los generales leales a él. Según el periodista de la BBC World Service, Kambiz Fattahi, que ha estudiado los documentos desclasificados del departamento de estado, diez días después de la partida del sah Jomeini envió un mensaje a Washington ofreciendo un acuerdo:
Si el presidente Jimmy Carter pudiera usar su influencia en el ejército para despejar el camino para su toma de poder, sugirió Jomeini, calmaría a la nación. Se restablecería la estabilidad y se protegerían a los ciudadanos y los intereses de Estados Unidos en Irán.[1]
La nota de Jomeini al presidente fue desclasificada en 2016, pero solamente ahora, en el 40 aniversario de la revolución islámica, los comentarios y análisis de la misma se han hecho bien conocidos -arrojando más luz sobre las negociaciones secretas de la administración Carter en las semanas cruciales después de la huida del sah de Teherán. Si bien, como he señalado, la misión principal de Huyser era impedir que los generales pro-sah organizaran un golpe militar, de hecho, les había dado luz verde para el mismo si la izquierda pudiera tomar el poder. En otras palabras, el acuerdo secreto demuestra que la administración estadounidense temía más a la izquierda que a los islamistas -especialmente a la clase trabajadora, cuyas huelgas habían paralizado el país-. En la verdadera tradición de la «intervención extranjera» de los Estados Unidos, sobre todo durante la guerra fría, era mejor aliarse con los islamistas contra las fuerzas seculares y de izquierda.
El plan acordado entre el gobierno de Carter y Jomeini (a través de sus asesores seculares) era frenar el movimiento de los trabajadores y organizar una transferencia de poder sin problemas a Jomeini. Lo que destruyó esos planes fue la participación de los homafars (técnicos y tripulantes de vuelo junior) en las fuerzas aéreas iraníes, que tomaron las armas contra sus comandantes en apoyo de la Organización de las Guerrillas del Pueblo Iraní el 11 y12 de febrero.
Como he escrito en varias ocasiones, en febrero de 1979 no nos enfrentábamos a una situación de «doble poder» en Irán. Así como los islamistas eran poderosos antes del levantamiento, los activistas de izquierda fueron los últimos en ser liberados de prisión. De hecho, bajo el sah los islamistas habían sufrido mucha menos represión que la izquierda -las reuniones celebradas en mezquitas y otras instituciones religiosas habían sido toleradas-. También estaban mucho mejor económicamente, beneficiándose de las donaciones del bazar. Es por eso que el movimiento religioso estaba mucho mejor organizado que la izquierda y otras fuerzas seculares. Además, la izquierda estaba políticamente confundida, cometió muchos errores y permitió que los islamistas les ganaran la partida.
Mirando retrospectivamente los carretes de películas de hace 40 años es interesante ver cómo la situación actual en Irán no es lo que se preveía en el momento de la revolución de febrero. A fines de 1978 y principios de 1979, dos de los eslóganes comunes en las manifestaciones eran: «¡Pan, trabajo, libertad!» E «¡Igualdad, independencia!». Cuarenta años después, no creo que nadie en su sano juicio pueda decir que los iraníes han ganado la «libertad» o la «igualdad», por no hablar de democracia. El líder supremo domina la agenda política, mientras que los presidentes son «elegidos» de entre una lista preseleccionada de partidarios del orden actual. Las prisiones están llenas de activistas de los derechos civiles y laborales y la orden religiosa chiita ni siquiera puede tolerar la oposición dentro de sus propias filas. Los líderes del movimiento verde reformista han estado bajo arresto domiciliario durante los últimos diez años.
Por eso, cuando me pidieron que hablara en un seminario para conmemorar el 40 aniversario, decidí hablar sobre «Igualdad» y su relación con la «independencia».
Desigualdad
No hace falta decir que el pueblo iraní no se habría rebelado contra el sah si no hubiera sido por la enorme brecha entre los ricos y los pobres. En ausencia de un apoyo financiero para el campesinado, la «reforma agraria» del sah había empobrecido el campo, mientras que el éxodo masivo a las grandes ciudades creó una gran extensión de barrios marginales.
Existían dos universos paralelos, no solo en términos de ingresos y niveles de vida, sino también en términos de cultura. Las clases superiores seculares en el norte de Teherán menospreciaban a los pobres e incluso a la clase media baja. Las mujeres de clase alta, occidentalizadas, utilizaban la palabra chadori (el manto largo que usan las mujeres devotas) como un término despectivo. En palabras de Pierre Bourdieu, ciertas formas de «capital cultural» se valoraban por encima de otras y ayudaron u obstaculizaron la movilidad social tanto como el ingreso o la riqueza.
Lejos de ser una ‘conspiración occidental para deponer al sah, porque se estaba volviendo demasiado poderoso’ (una de las teorías expuestas por los monárquicos iraníes), el levantamiento fue un resultado directo de los fracasos del régimen del sah al responder a la crisis económica que siguió al boom de principios de los setenta. La mayoría de los trabajadores cualificados sufrieron una caída en sus niveles de vida en 1976, mientras que la «Revolución Blanca» en la agricultura dejó a un gran número de campesinos sin tierra y sin dinero, lo que los obligó a buscar empleos estacionales en las grandes ciudades. La recesión los dejó desempleados e indigentes. Además de los dos grupos anteriores, los pequeños productores independientes se vieron obligados a cerrar el negocio y a veces cayeron en bancarrota debido a la decisión de la cámara de comercio de Irán de apuntalar la posición ya privilegiada de los grandes capitalistas. La corrupción y el gobierno de una camarilla cortesana significaron que muchos comerciantes tradicionales, a menudo asociados con el bazar, se vieron privados de las grandes ganancias al alcance de los sectores más privilegiados de la clase dominante.
Este tipo de decisiones, que ejemplifican la arrogante dictadura de la familia real, alimentaron el descontento político generalizado, mientras que la supresión de la izquierda y, de hecho, de toda la oposición secular permitió que secciones del clero y el movimiento islámico movilizaran lo que en realidad era descontento de clase en nombre de la religión. El clero, que había sobrevivido a las medidas represivas de la dictadura del sah llegando a acuerdos con el régimen, estaba en una posición mucho mejor para beneficiarse del descontento político que los grupos seculares y socialistas, que habían sufrido muchas pérdidas en sus filas debido a las ejecuciones y encarcelamientos. En el verano de 1978, las manifestaciones religiosas en las principales ciudades fueron lideradas por el clero, financiadas por el bazar y apoyadas por productores independientes, los pobres urbanos y los estudiantes.
Después de la revolución, las protestas contra la desigualdad y por mejores salarios y condiciones de trabajo continuaban en las fábricas y en toda la industria petrolera, por lo que el nuevo gobierno islámico atacó a los manifestantes y activistas laborales. Para un régimen cuyo apoyo principal se basaba en el bazar y los pequeños capitalistas, la defensa de la propiedad privada se convirtió en algo primordial.
Además, la mezcla no homogénea (multiclase) en el campo de los islamistas requería una política de negación de la lucha de clases, o al menos marginarla y eliminarla de la agenda política. Este bloque social, unido bajo el paraguas de la cultura religiosa, no tenía otra manera de superar los antagonismos de clase dentro de él entre los pobres habitantes de las barriadas de chabolas y los representantes de los bazares, más acomodados. El nuevo estado religioso necesitaba «unidad» y en consecuencia desarrolló rápidamente un odio hacia la izquierda, que quería continuar la lucha, y propugnaba la acción de la clase obrera independiente. En el primer mes después de llegar al poder, el nuevo régimen utilizó paramilitares y partidarios civiles para atacar las protestas de los trabajadores. En marzo de 1979, los asistentes a una reunión de trabajadores petroleros en la refinería de Teherán fueron atacados por las milicias de Hezbollah y Bassij, que gritaban Hezb faghat hezbollah: «Solo un partido: el partido de Allah».
Nuevo y débil
La guerra Irán-Irak (1980-88) fue la única ocasión en que el estado tomó medidas de bienestar social como la emisión de cupones para la mayoría de la población. Las duras condiciones creadas por la guerra enmascararon algunas de las desigualdades subyacentes dentro del país. Pero incluso entonces los ricos y poderosos podían pagar sobornos para evitar que sus hijos fueran enviados al frente, algunos incluso encontraron formas de enviar a sus hijos al extranjero para evitar el servicio militar obligatorio. En otras palabras, no hubo mucha igualdad en cuanto a los que fueron enviados al frente, donde cientos de miles de soldados perdieron la vida.
El final de la guerra estuvo marcado por la reintegración del país en la economía mundial. La muerte de Jomeini llevó al nombramiento de un nuevo líder supremo, Ali Jamenei, que en comparación era relativamente débil -no era aún el dictador en el que se convertiría en los años posteriores-. Era completamente leal a Akbar Rafsanjani, el clérigo principal que lo había nominado como vali faghih («guardián de los imbéciles» o líder supremo). La dominación internacional del capital financiero y la globalización, así como el ascenso de una poderosa facción «reformista» en el régimen iraní, allanó el camino para un plan masivo de reconstrucción de postguerra, totalmente en línea con el nuevo orden mundial capitalista. Nadie persiguió esto con más entusiasmo que el ayatolá Rafsanjani, que ya era un hombre de negocios con una considerable fortuna personal. Este período marcó el comienzo de una brecha cada vez mayor entre los ricos y los pobres en la República Islámica de Irán.
Este es el momento en que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se involucraron en ayudar a la economía de Irán -una situación que ha durado hasta hoy, a pesar de los reclamos de «independencia» de los líderes islámicos-. Estas instituciones impulsaron la política de privatización y la maximización de las ganancias en aras del «crecimiento» (además del fin de los subsidios de bienestar).
El siguiente informe del Banco Mundial de octubre 2018 ofrece un razonable resumen de la situación:
Las autoridades iraníes han adoptado una estrategia integral que abarca reformas basadas en el mercado, tal como se refleja en el documento de previsión a 20 años del gobierno y en el sexto plan de desarrollo quinquenal para el período 2016-2021 … En el frente económico, el plan de desarrollo prevé una tasa de crecimiento económico anual del 8%, reformas de las empresas estatales y del sector financiero y bancario, y la asignación y gestión de los ingresos del petróleo, como principales prioridades del gobierno durante el quinquenio.[2]
Sin embargo, en Irán -como en todas partes bajo el capitalismo neoliberal- no hubo un «efecto filtración». No se redujo la brecha entre los ricos y los pobres, y mucho menos se cumplieron las promesas de «igualdad». Mientras que los clérigos y sus más cercanos partidarios civiles y militares han ganado miles de millones de dólares con el contrabando y el mercado negro, los iraníes corrientes se han enfrentado al hambre, la pobreza extrema y la muerte debido a la escasez de medicamentos y equipos quirúrgicos. Sin duda, el despliegue de una riqueza esperpéntica añade el insulto a la lesión, pero el líder supremo no presta mucha atención a la lesión.
El año pasado, una periodista del New York Times se sorprendió por lo que vio en un programa presentado por la progubernamental Press TV:
No fue solo la riqueza lo que me impactó, sino también la forma en que los del «uno por ciento» iraníes alardeaban de los símbolos de la decadencia occidental sin temor a las represalias del gobierno… Después de una revolución que prometía una utopía igualitaria y se comprometió a erradicar el gharbzadegi -los estilos de vida modernos y occidentalizados de los iraníes cosmopolitas- ¿cómo algunos se han vuelto tan ricos? Resulta que gran parte de la riqueza de Irán está en manos de los propios encargados de mantener la justicia social. Líderes religiosos de línea dura, junto con la Guardia Revolucionaria Islámica, han diseñado un sistema en el que son principalmente ellos, sus familiares y sus leales amiguetes quienes prosperan.[3]
El hijo de un diplomático iraní, Sasha Sobhani, que aparentemente tiene medio millón de seguidores en Instagram, publicó recientemente unas fotografías de sus viajes a las islas griegas. Aparecía sentado en la cubierta de un yate caro bebiendo champagne. Debajo de un post escribió: «¿Hasta cuando estaréis celosos de mí?»
En otras palabras, no queda nada de las consignas igualitarias del levantamiento de febrero. Hoy en día, la mayoría de jóvenes iraníes se ríen de las afirmaciones de sus gobernantes de perseguir la «justicia social» y, como en febrero de 1979, los iraníes viven en dos universos paralelos. En el norte de Teherán, helados recubiertos de oro y automóviles Lamborghini y Porsche, son un mundo aparte de la vida real de millones de iraníes que se enfrentan al hambre y la falta de medicamentos básicos, por no mencionar a las decenas de miles que todavía viven en barrios de chabolas, como Nassir Shahr en las afueras de Teherán. Además, el predominio de la cultura superficial, de celebridades, de tipo estadounidense, se ha extendido ampliamente a través de las redes sociales entre los sectores acomodados de la juventud iraní, lo que significa que los ricos ostentan su riqueza sin vergüenza, aumentando la ira y el resentimiento de la mayoría de la población.
El umbral de la pobreza en 2018 se situó aproximadamente en $ 480 al mes por hogar. Esto significa que el 33% de la población, más de 24 millones de iraníes, vive por debajo de ese umbral de pobreza. El ingreso medio de un hogar promedio es de tan solo $ 885, haciendo que quienes se encuentran por encima del umbral de la pobreza oficial tengan que luchar para llegar a fin de mes. El uno por ciento superior gasta 86 veces más que el uno por ciento más pobre. Según el periódico iraní Donya-e-Eqtesad, «el 10% más pobre de la población gasta una 14ª parte de la suma gastada por el 10% más rico».
Sanciones
Cuando Donald Trump reimpuso las sanciones contra Irán, después de la retirada unilateral de Estados Unidos del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) en noviembre de 2018, los sectores petrolero y bancario de Irán fueron fuertemente dañados. La moneda perdió más de la mitad de su valor el año pasado. No es necesario recordar a los lectores que quienes están en el poder, o cerca de los centros de poder, no se han visto afectados por estas nuevas sanciones. Todavía pueden comprar bienes a los tipos de cambio irreales del gobierno -vendiéndolos al precio semioficial altamente inflado, asegurándose así enormes ganancias-. Además, los relacionados con los centros de poder tienen un monopolio sobre la distribución de alimentos y medicinas. La mayoría de ellos ha amasado su fortuna astronómica a través del control del mercado negro durante la era de las sanciones. Este grupo utiliza su experiencia en el contrabando en el creciente sector de la economía negra para acumular aún más riqueza a expensas de la clase trabajadora y los pobres.
Jamenei y cada vez más el gobierno del presidente Hassan Rouhani dicen a los iraníes que los «sacrificios» que están haciendo valen la pena, porque, al fin y al cabo, Irán es ahora políticamente independiente. Esto, desde luego, no es cierto. El acuerdo nuclear firmado en 2016 fue, de hecho, un signo de sumisión al dictado occidental. Hablando ante la multitud reunida para las celebraciones del levantamiento de febrero, Rouhani dijo que el país estaba en «estado de guerra» y mientras que los iraníes cuestionan cada vez más el precio que tienen que pagar por esta célebre «independencia», la realidad obvia es que ésta no tiene sentido, dada la dependencia económica del país del capital global. Las sanciones económicas han tenido un efecto devastador en la economía de Irán precisamente por esta dependencia -al menos en términos de la importación de productos básicos-.
Para ejercer la hegemonía es útil que, además de la independencia económica, se disfrute de un apoyo abrumador dentro de las propias fronteras. Pero esto difícilmente puede lograrse si se acusa a los trabajadores que protestan por la falta de pago de los salarios de ser agentes de poderes extranjeros; si se arresta a cada abogado que se atreve a representar a un activista de izquierda; ¡si se acusa de espías a maestros jubilados y empleados estatales que exigen el pago de sus pensiones ganadas con tanto esfuerzo!
En el 40 aniversario de la revolución islámica, el estado iraní cumplió con la rutina habitual de las celebraciones masivas en las calles, mientras que el ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Mohammad Javad Zarif, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, intercambiaban insultos en Twitter.
Trump escribió: «40 años de corrupción. 40 años de represión. 40 años de terror. El régimen en Irán ha producido solamente #40añosdefracaso. El sufrido pueblo iraní merece un futuro mucho más brillante».
Zarif respondió: «#40añosdefracaso en aceptar que los iraníes nunca volverán a la sumisión. #40añosdefracaso en ajustar la política estadounidense a la realidad. #40añosdefracaso para desestabilizar a Irán a través de la sangre y el dinero. Después de 40 años de malas decisiones, es hora de que @realDonaldTrump reconsidere la política estadounidense fallida».
Los clérigos y su gobierno lograron que decenas de miles de iraníes asistieran a las celebraciones. Sin embargo, la mayoría eran soldados, maestros, alumnos y empleados del gobierno. Las imágenes muestran que no hubo ni el entusiasmo ni la espontaneidad de 1979. En contraste, las manifestaciones del mes pasado en la planta azucarera de Haft Tapeh y las protestas de los trabajadores en Ahvaz a mediados de enero demostraron que el espíritu de 1979 está vivo y fuerte. Si va a haber algún cambio en Irán, vendrá de estas fuerzas, y definitivamente no de los partidarios del «cambio de régimen desde arriba» patrocinado por la administración Trump, Arabia Saudita e Israel.
Notas
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www.nytimes.com/2014/06/11/opinion/clerical-rule-luxury- lifestyle.html?_r=0
Yassamine Mather es una socialista iraní exiliada en el Reino Unido, profesora de la Universidad de Glasgow y Directora de la Campaña «Fuera las manos del Pueblo de Irán» (HOPI).
Fuente: http://weeklyworker.co.uk/worker/1238/forty-years-of-inequality/
Traducción: Anna Maria Garriga Tarré para Sin Permiso (http://www.sinpermiso.info/textos/iran-cuarenta-anos-de-desigualdad)