Allá por el verano del año 2002, un reputado periodista de The New York Times se entrevistaba con un miembro del gabinete de Bush: «Me dijo -escribió el periodista algún tiempo después- que los tipos como yo pertenecemos a lo que llamamos ‘gente que se apoya en la realidad’, es decir, los que creen que […]
Allá por el verano del año 2002, un reputado periodista de The New York Times se entrevistaba con un miembro del gabinete de Bush: «Me dijo -escribió el periodista algún tiempo después- que los tipos como yo pertenecemos a lo que llamamos ‘gente que se apoya en la realidad’, es decir, los que creen que las soluciones se alcanzan tras un estudio juicioso de la realidad perceptible. Yo asentí y comenté algo sobre los principios de la Ilustración y del Empirismo. Él me interrumpió: ‘El mundo no funciona así ya. Somos un imperio y, cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Mientras ustedes estudian esa realidad -tan juiciosamente como deseen-, nosotros actuamos otra vez y creamos otras realidades que ustedes tienen que volver a estudiar; así es como pasan las cosas. Somos los actores históricos y a ustedes, a todos ustedes, solo les queda estudiar lo que nosotros hacemos'».
No es preciso recalcar la soberbia y la prepotencia que revela este modo de pensar; ni insistir en que, seis años después de haber sido expresado de modo tan crudo, la realidad que EEUU ha «creado» en Iraq, actuando imperialmente, dista mucho de lo que inicialmente se previó. La diferencia entre lo deseado y lo obtenido es indicativo de un fracaso tan general que sólo muy a regañadientes se es capaz de asumir hoy en la Casa Blanca y su entorno más inmediato.
Ese modo «imperial» de pensar y actuar puede implicar hoy muy graves consecuencias para la humanidad (como las ha implicado para el desdichado pueblo iraquí), cuando los tambores de guerra resuenan de nuevo y en Israel y EEUU se oyen voces que amenazan seria y repetidamente a Irán con un ataque preventivo que ponga fin a su programa de energía nuclear. La combinación de la nefasta teoría del ataque preventivo -que ha permitido a EEUU atacar a diestro y siniestro sin dar explicaciones a nadie- con la absurda tendencia a ignorar una realidad que se tiene por maleable a gusto de la voluntad imperial, puede poner hoy al mundo al borde de una catástrofe de límites impredecibles. Pero no todo está perdido aún. Los que en EEUU propugnan el ataque a Irán y los que desde Israel hacen sonar las alarmas de la supervivencia del Estado, no tienen todos los triunfos en su mano. Por mucho que subsista la voluntad de desencadenarlo, cada día que pasa se hace menos probable. Son muchos los factores que hacen difícil la creación de una realidad ficticia, imperial, ignorando la verdadera realidad.
Ésta se compone hoy de varios factores determinantes. El primero se llama petróleo. ¿Es imaginable el efecto que sobre su precio tendría un ataque aéreo contra Irán, sea israelí, estadounidense o combinado? Los especialistas prevén que, minutos después de explotar las primeras bombas en territorio iraní, el barril de crudo alcanzaría los 200$. A partir de ahí, cualquier otra cifra superior entra dentro de lo posible.
El cierre del estrecho de Ormuz, por donde se transporta el petróleo de la región, mediante un simple minado de sus aguas por la flota iraní, implicaría otro gran incremento en el precio del crudo. Eso, sin contar con el astronómico incremento de los seguros de navegación que habrían de pagar las empresas petroleras.
Irán es una mediana potencia regional -que jamás ha invadido un país vecino- pero tiene una gran capacidad de represalia. Las bases de EEUU en Iraq se convertirían en objetivos para el multiplicado terrorismo internacional, apoyado desde el vecino país. Sus vulnerables líneas de aprovisionamiento quedarían a merced de las acciones perturbadoras iraníes. Lo mismo ocurriría con las zonas petrolíferas de otros estados del Golfo Pérsico, fácilmente atacables por Irán o por los grupos terroristas desde allí controlados. Y no hay que ignorar la posibilidad de que Hamás o Hezbolá extiendan su acción a otros territorios donde ya cuentan con suficiente arraigo.
Algunos altos mandos militares estadounidenses son conscientes de todo lo anterior. Incluso quien ocupa la cúspide militar, el almirante Mullen, ha declarado que «un ataque contra las instalaciones nucleares de Irán crearía unos problemas para los que apenas estamos preparados». En el mismo sentido se ha expresado Mohamed El Baradei, el egipcio director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica: «Un ataque militar, en mi opinión, sería lo peor de todo lo posible. Convertiría la región en una bola de fuego».
En el pasado he citado ya la frase que circulaba por Washington antes de invadir Iraq: «Todos quieren ir a Bagdad: pero los verdaderos hombres anhelan ir contra Teherán». Una facción de iluminados, reunidos en torno al vicepresidente Cheney, propugnaba esta estrategia. De la influencia que tan alucinados tahúres ejerzan todavía sobre la declinante presidencia de Bush, dependerá lo que los próximos meses ocurra en esa crítica región del globo.
* General de Artillería en la Reserva