El aún presidente Donald Trump basó su estrategia política en una idea principal: la confrontación. Y la aplicó no solo en el orden interno, extremando las posturas hasta el punto de hacer asomar el increíble debate en torno a una hipotética guerra civil en suelo estadounidense, sino también en el orden internacional, cuya expresión más evidente fue la beligerancia con China.
Consciente de esta realidad, el presidente electo Joe Biden anunció su voluntad de cerrar las heridas abiertas en estos últimos cuatro años como máxima prioridad. Sus palabras iban dirigidas a la sociedad estadounidense, pero ¿primará el mismo mensaje en su política exterior? Sin duda no seguirá la política de Trump respecto a los países aliados, ¿pero qué ocurrirá con China, el mayor desafío internacional de EEUU?
Trump deja una larga lista de frentes abiertos con Beijing. Sin duda, algunos se podrán resolver con cierta prontitud. Es el caso, por ejemplo, de ámbitos como la pugna con los medios de comunicación chinos, calificados por Trump de “misiones extranjeras”, con restricciones de visados a un nivel nunca visto; o la recuperación de cierta normalidad en los intercambios estudiantiles o académicos, muy restringidos en estos años, pudiendo alcanzar a la actividad de los institutos Confucio, igualmente en el obsesivo radar antichino de la Casa Blanca. También podría operarse la reapertura de los consulados cerrados en el último verano. Incluso en el orden institucional es previsible la reanudación progresiva de los contactos y la suspensión de cancelaciones anunciadas como el foro de gobernadores entre ambas partes. Y tampoco saldrán de sus labios expresiones como “virus chino”, aguardándose un lenguaje más político en el tratamiento de las cuestiones bilaterales. Pero ¿qué ocurrirá con el núcleo duro?
En lo sustancial, Biden no cambiará la política estadounidense hacia China. Su mix integrará cooperación, contención y confrontación y las dosis de cada una evolucionarán en función de la competencia geopolítica. No es previsible, por tanto, que EEUU abandone la presión política hacia China en asuntos como los derechos humanos, Hong Kong, etc. Públicamente declaró, por ejemplo, que si era elegido se reuniría con el Dalai Lama, aunque es verdad que habrá que verlo. Es probable que resulte más exigente en estas cuestiones, a tono con la tradición demócrata. Pero no es probable que se desprenda de la presión económica, comercial y tecnológica hacia China aunque pueda mostrar una mayor voluntad negociadora. Realmente, la necesitará porque China ha dado claras muestras de que no se va a ablandar y que devolverá el golpe. En Canberra ya saben de qué va esto tras filtrar China la suspensión de siete tipos de exportaciones australianas, incluidos el vino y el carbón. Muchas miradas están puestas en las tierras raras, indispensables en la nueva era tecnológica y en su mayoría bajo control chino. Sería deseable que cualquier decisión en este sentido no se adoptara de forma unilateral por parte de Washington sino que pueda ser acordada con sus principales socios del G7 tratando de resucitar una postura común en dosieres de alcance global.
En lo estratégico, Biden puede poner a China las cosas más difíciles, salvando el sarpullido que provocaba Trump en muchas capitales. Ignoramos si Beijing logrará cerrar este año el tratado de inversiones con la UE y el megaacuerdo de Asociación Económica Integral Regional. De lograrlo, serían dos grandes éxitos diplomáticos. Algunos países pueden preferir esperar….
A China le puede beneficiar la actitud de Biden en el problema de Taiwán, el más delicado asunto bilateral. Estos últimos años, Trump jugó esta carta para influir en el curso chino. Biden será más cauto, sin duda. El potente lobby taiwanés en Washington tiene aquí mucho terreno por recuperar. Taipéi lo apostó todo a Trump, aunque ahora intenten disimular. Biden guardará distancias con el soberanismo de la isla.
Los internautas chinos recibieron con alegría la victoria de Joe Biden. Las autoridades chinas la han complementado con cautela ante las dificultades de reconstruir la confianza mutua. Las diferencias en términos de valores que separan a EEUU y China son de conocimiento público, aunque en Beijing se confía en que este asunto no derive en una relación irreconciliable.
Los EEUU de Biden serán menos erráticos y más previsibles, una circunstancia que en China probablemente agradecerán mucho. Hay una agenda internacional que pueden compartir, que necesitan abordar codo con codo aunque el regreso de EEUU al multilateralismo suponga un freno al entrismo de China en los organismos internacionales.
La respuesta anticipada a las elecciones estadounidenses fue el quinto pleno del Comité Central del PCCh, que pudo haberse celebrado con posterioridad. Y en él se apostó por un patrón de desarrollo que debe hacerla menos vulnerable al exterior pero también por prestar cada vez más atención a la seguridad, palabra mencionada hasta 22 veces en el comunicado final de la reunión. Por tanto, China se quiere empoderar a tal punto que le resulte indiferente quien gobierne en Washington. Su reflexión: si no pueden con nosotros, tendrán que cooperar con nosotros.
En suma, aunque las formas den una tregua, la hostilidad de fondo permanecerá intacta.
Fuente: https://politica-china.org/areas/politica-exterior/joe-biden-y-china