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A seis meses, un primer balance

Jorge Bergoglio cumple medio año como sumo pontífice

Fuentes: Revista Debate

Las preocupaciones, los desafíos y el impacto que provocó en el mundo el Papa Francisco.

Cabe preguntarse si pasados los primeros seis meses del pontificado de Francisco no es ya el momento de realizar un balance de su gestión. Desde el punto de vista político, los analistas podrían decir que la etapa de los iniciales fervores y entusiasmos ya ha pasado. Desde un enfoque histórico, para la milenaria Iglesia se trataría de apenas un instante. Pero también es cierto que el mismo evangelio aconseja estar siempre preparados porque «el Hijo del Hombre vendrá a la hora menos pensada»; es decir, que siempre se está en tiempo de examen, de balance, por más que no sea el final y definitivo.

Pocas semanas atrás, en un fugaz encuentro en Buenos Aires con un sociólogo italiano, viejo conocido, docente universitario en Europa, experto analista de los fenómenos religiosos y agudo observador, le pregunté qué pensaba del Papa y de su pontificado. Este profesor romano, alegre y algo escéptico, tal como corresponde a su condición de ciudadano de la caput mundi, elogió sin reservas la figura de Francisco y su contagiosa simpatía, pero con respecto a evaluar su gobierno me dijo: «Iremos viendo lo que hace». Por su parte, un prestigioso intelectual y periodista de la capital italiana, a su paso en esos días también por nuestro país, me lo confirmaba: «No caben dudas de que este Papa en poco tiempo cambió radicalmente el estado de ánimo de los católicos, es increíblemente querido y admirado, pero nadie conoce sus planes de acción y tampoco sabemos bien hacia dónde apunta».

Pero las novedades han llegado de repente: tenemos un nuevo secretario de Estado y un nuevo presidente del Governatorato vaticano, los monseñores Pietro Parolin (italiano, hasta ahora nuncio en Caracas) y Fernando Vargez (español, durante años secretario del cardenal argentino Eduardo Pironio). Los he conocido personalmente a ambos y todo confirmaría la línea pastoral de Francisco. Entonces, ¿qué balance puede hacerse hoy de su gobierno? En primer lugar habría que señalar la vigencia de la extrema (y todavía creciente) popularidad en buena parte del mundo, puesta de manifiesto de una manera extraordinaria durante los días del multitudinario encuentro en Río de Janeiro con ocasión de celebrarse la Jornada Mundial de la Juventud. De esa antes desconocida capacidad de comunicación masiva, Jorge Bergoglio hace ostentación todas las semanas en Roma, en las audiencias de los miércoles y en el Ángelus de los domingos, siempre en la Plaza de San Pedro. Y de Brasil a Roma volvió lleno de gloria después de que uno, dos o tres… millones de jóvenes lo ovacionaran a cada paso como a un líder amado. Regresa al estilo de Julio César o de Napoleón después de alguna de sus rutilantes victorias. En una Iglesia que advertía perder terreno y que contemplaba angustiada la ausencia de nuevas levas, Francisco parece resucitar la popularidad de Juan Pablo II. Y este fenómeno le agrega fuerza a la hora de enfrentar los tres grandes desafíos de su pontificado: la tolerancia cero para con los abusos sexuales de menores por parte de religiosos, la transparencia en materia económico-financiera en el Vaticano y la reforma de la curia central, el equipo de gobierno del Papa. Desde esta óptica, es menos populista y más reformador.

En segundo lugar, no puede dejar de considerarse su estilo de comunicación, tanto verbal como gestual, apoyado en una imagen de extrema austeridad, en el alejamiento de toda forma de suntuosidad y en su tenaz defensa de los más pobres y desprotegidos de la sociedad. En este sentido, su figura se convierte en la de un paladín de la justicia, un testimonio creíble, un modelo digno de ser imitado, profundo cuestionador de otros dirigentes sociales y políticos. Lejos de toda forma convencional o burocrática, sorprende con las cartas manuscritas, los llamados telefónicos personales, los continuos y genuinos encuentros con niños, ancianos y enfermos en cada audiencia. Cuando su popularidad alcanza los puntos más altos, él afirma que las estadísticas que cuentan son las que hace Dios. Esa Iglesia «pobre y para los pobres», que a él le gustaría, se convirtió en una expresión destinada a perdurar en la memoria histórica y a conquistar a muchos.

En tercer lugar, sorprende su silencio hasta llegada la hora de anunciar nombramientos para los puestos clave. Bergoglio es un hombre acostumbrado a gobernar y no anuncia sus decisiones antes de ejecutarlas. Los cambios se ven cuando ya se han llevado a cabo, no antes. En ese sentido, no abandona su condición de jesuita por el hecho de ser papa, el primero de la Compañía de Jesús: sigue siendo un hombre político.

¿Se lo percibe como demasiado argentino fuera de nuestro país? Ciertamente es sustancialmente argentino (por no decir, como Mariano de Vedia en su biografía, «porteño de pura cepa»), pero en todo caso lucen en él las mejores virtudes de nuestra nación (y de esta ciudad) y no tanto sus defectos. De hecho, Bergoglio se muestra amigable, informal, sin temores ni complejos, alegre y decidido. Curiosamente, estos aspectos atractivos de su personalidad no eran tan conocidos durante sus años en la Arquidiócesis de Buenos Aires: fue un cardenal de bajo perfil, serio, callado, más amigo de escuchar que de decir. El conflicto interno con el gobierno nacional y su intransigencia con parte importante de la curia romana lo dejaban en incómoda posición.

Ya lleva escrita una encíclica, aunque fue obra de Joseph Ratzinger, su predecesor y actual hombre de consulta, prestigioso intelectual, incomprendido todavía hoy, y cuya renuncia marcará la historia. Probablemente se decida a encarar algunos viajes internacionales más adelante (viajar no le atrae mucho), pero no hay anuncios formales todavía. También su agenda es reservada y puede ofrecer repentinas sorpresas, como la de su ida a la Isla de Lampedusa.

Se lució en la improvisada conferencia de prensa en el avión que lo llevaba de regreso de Río de Janeiro a Roma. Nunca había concedido un encuentro de esas características. Respondió a preguntas embarazosas y arduas con notable tacto y amplitud, pero sin abandonar nunca el nexo con la tradición, ni moverse un ápice de lo que marca la mejor ortodoxia. Su plus, en todo caso, radica en la sorprendente dimensión humana y pastoral de la que hace gala. Para algunos entendidos, ya cometió desaciertos en los nombramientos en el IOR (el Banco del Vaticano) y en la elección de algunos consultores, pero habría que entender si fueron equivocaciones a las que fue llevado por algunos burócratas de la vieja curia o si sólo se debieron a su responsabilidad. Es sabido que Bergoglio es hombre de tomar decisiones en soledad. Alguna elección episcopal así lo confirmaría.

Uno de los vaticanistas mejor informados, el italiano Sandro Magister, afirmaba con acierto en su blog: «Un elemento clave de la popularidad de Francisco es su credibilidad personal. Como arzobispo de Buenos Aires vivía en un modesto piso de dos habitaciones. Se cocinaba él mismo. Se movía en autobús y subte. Huía como de la peste de las citas mundanas. Su modo de hablar es probablemente uno de sus rasgos más originales: sencillo, comprensible, comunicativo. Tiene la apariencia de la improvisación, pero en realidad está cuidadosamente estudiado, tanto en la invención de las fórmulas como en los fundamentos de la fe cristiana que él más ama repetir y que se condensan en un consolador ‘todo es gracia’, la gracia de Dios que sin cesar perdona, aunque todos sigamos siendo pecadores. Pero además de las cosas dichas están las que han sido deliberadamente calladas. No puede ser casualidad que no hayan salido aún de los labios de Francisco las palabras aborto, eutanasia, matrimonio homosexual».

Y bien, ¿a qué arqueo llegamos después de seis meses? A que él sabe lo que está haciendo y nosotros, poco. A que sus prioridades siguen apuntando a darle coherencia y credibilidad a la Iglesia, aspirando a la vida ejemplar de sus dirigentes y castigando las conductas perversas, mediocres e interesadas. Que quiere ser un mensajero de la paz y del diálogo. Que anhela con una relación ecuménica e interreligiosa amplia y generosa. Que está decidido a exigir seriedad y transparencia en su sede, no siempre tan santa. Que ninguna de sus prioridades tiene que ver con la agenda que hubiera pretendido imponerle la opinión pública a cualquier otro papa. Que va a ir «contra corriente» cueste lo que cueste, en temas económicos, políticos y éticos; tratando de preservar su autonomía y su irreductible opción por los pobres.  

 

José María Poirier. Director de la revista Criterio.

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar/?p=4554