A mediados de octubre de 2023 se celebró en Bishkek, Kirguizistán, el Consejo de Jefes de Estado de la CEI, la Confederación de Estados Independientes que gestó Yeltsin en el golpe de Estado de Belavézhskaya Pushcha, solo ocho meses después de que la población soviética hubiese aprobado por gran mayoría la conservación de la URSS. La CEI agrupa a Armenia, Azerbeiján, Bielorrusia, Kazajastán, Kirguizistán, Moldavia, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán, mientras que Turkmenistán y Ucrania tienen estatus de miembros asociados, aunque la cumbre de Biskek se celebró sin Ucrania ni Moldavia, que mantienen una dura oposición a Rusia. Asistieron el presidente kirguís, Sadir Zhapárov; el azerbeijano, Ilham Aliyev; el presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko; el kazajo, Kasim-Yomart Tokáev; el ruso, Vladímir Putin; el presidente tayiko, Emomali Rahmon; el turcomano, Serdar Berdimujamédov, y el presidente uzbeko, Shavkat Mirziyoyev, además del secretario general de la CEI, Serguéi Lebedev. Antes, en diciembre de 2022, Rusia había celebrado en San Petersburgo una cumbre informal de la CEI donde Putin resaltó la capacidad de los países miembros para superar las diferencias, y el papel del idioma ruso en la relación entre todas las antiguas repúblicas soviéticas. En Bishkek, los países de la CEI suscribieron dieciséis documentos de cooperación en áreas como la seguridad, tecnología digital, las relaciones orientadas a estimular un mundo multipolar y la utilización de la lengua rusa, entre otros. Están aumentando significativamente los intercambios comerciales utilizando sus propias monedas, con el rublo en más del ochenta por ciento de las transacciones, como con Kirguizistán. En ese octubre de 2023 se aprobaron las líneas de demarcación entre Kirguizistán y Tayikistán, Kazajastán y Uzbekistán, y también entre Rusia y China, y Putin se felicitó por las buenas relaciones entre Rusia y Kazajastán, con ocasión de la Fiesta de la República kazaja, la de mayor extensión.
Moscú quiere reforzar los lazos con toda la CEI y sigue atentamente el trabajo diplomático y las operaciones encubiertas que Estados Unidos, con colaboración de la Unión Europea, está desarrollando en toda la periferia rusa, que se añade a la ingente ayuda de la OTAN a la dictadura de Zelenski en la guerra de Ucrania, al estímulo y financiación de plataformas opositoras en el interior de Rusia y a las sanciones económicas: Bruselas ha aprobado ya once paquetes de sanciones, y Estados Unidos y el G-7 otros semejantes, con bienes rusos inmovilizados, transacciones bloqueadas y más de 1.500 personas y entidades sujetas a restricciones de la libre circulación. En conjunto, una verdadera guerra dirigida por Occidente, sin enfrentamiento militar directo, con el objetivo de quebrar la economía rusa y, eventualmente, forzar la partición del país. El pretexto ha sido la intervención rusa en Ucrania de 2022, pero el plan estadounidense se remonta a muchos años atrás: la cajita con un botón rojo y la palabra “reset” que Hillary Clinton entregó a Lavrov en 2009 para reiniciar las relaciones era un señuelo porque Obama suspendió ya en 2014 la cooperación comercial y militar argumentando que Rusia iba a invadir Ucrania, cuando en realidad Estados Unidos organizó ese año un golpe de Estado en Kiev que derrocó al presidente Yanukóvich e instauró una dictadura con ministros neonazis y de extrema derecha.
Después de la cumbre de Bishkek, Putin se dirigió a Pekín, para un encuentro sobre el décimo aniversario de la nueva ruta de la seda, donde subrayó con Xi Jinping el fortalecimiento del nuevo mundo multipolar y la importancia de las relaciones ruso-chinas para mantener la estabilidad internacional, destacando que la prensa occidental contempla la nueva ruta de la seda como una estrategia antiestadounidense, y que el plan chino sobre Ucrania puede ser la base para negociaciones entre Moscú y Kiev. En la cita, a la que acudieron gobernantes de sesenta países, entre ellos de los BRICS y la CEI, Xi Jinping acogió a Putin de forma destacada, y se abordó la guerra de Ucrania, la situación en Asia Central y los proyectos económicos conjuntos.
Estados Unidos persigue en toda la periferia rusa el deterioro de las relaciones de Moscú con las antiguas repúblicas soviéticas, y la captación de sus gobernantes, como ha conseguido en Ucrania y Moldavia. En un caso, a través del golpe de Estado del Maidán; en el otro, con el apoyo a las fuerzas de derecha alrededor de la liberal Maia Sandu. Estados Unidos lleva muchos años apoyando y estimulando el agresivo nacionalismo ucraniano, que tiene componentes claramente nazis: el objetivo ha sido, ya desde los años de Carter y Brzezinski y después de la partición de la Unión Soviética, azuzar el odio y los enfrentamientos para hacer irreversible la separación entre rusos y ucranianos pese a que son poblaciones hermanas, muy semejantes, con una cultura común y unidas durante siglos. Para conseguirlo, el nacionalismo ha sido una herramienta muy útil para Estados Unidos, aunque esté históricamente teñido de colaboracionismo con los nazis, algo que no preocupa a Washington: ya en los años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial apoyó a partidarios del nazi ucraniano Stepán Bandera y captó para sus servicios secretos a numerosos miembros de su organización.
Además de las sanciones económicas a Rusia, del sostén al régimen de Zelenski en la guerra de Ucrania, de la presión militar en las fronteras rusas, de la acción diplomática y de la ayuda en cada una de las antiguas repúblicas soviéticas a fuerzas políticas partidarias del acercamiento a Occidente y la OTAN, Washington introdujo mecanismos de intervención política a través de sus agencias, formando a estudiantes y captando a posibles futuros dirigentes en inocentes programas de gestión administrativa. Estados Unidos financia también a opositores (como los círculos de Navalni en Rusia) y a entidades diversas que actúan con la cobertura de centros demoscópicos, de investigación política o como plataformas informativas en internet, y coordina campañas de desinformación y desprestigio, junto a la presión antirrusa de sus poderosos tentáculos en los medios informativos de todo el mundo. Las personas formadas en esos centros son el vivero del que espera surjan sus clientes políticos del futuro inmediato. El trampantojo de esa acción es la “defensa de la democracia y la libertad”, recurso que aunque sea una burda mentira y un engaño histórico a la vista de las guerras que Estados Unidos ha impulsado y las dictaduras que proteje, sigue siendo eficaz y encuentra audiencia en muchos países. Y el dinero compra voluntades.
Así, centenares de personas en el país han sido identificadas por los servicios rusos por su participación en programas estadounidenses. La poderosa red informativa occidental, con delegaciones en toda la periferia rusa, insiste en desprestigiar la herencia e influencia soviética y alienta entre la población, y singularmente entre los jóvenes, la visión liberal del mundo y la conveniencia de un fuerte poder empresarial para «asegurar el desarrollo» de cada país, siempre dando por definitiva la separación de las antiguas repúblicas soviéticas. Ese discurso es grato para las élites locales que se apoderaron de los gobiernos y se han enriquecido con el robo de la propiedad pública soviética y con la corrupción, y que supone una alianza tácita con Estados Unidos: asegurar su poder en cada país exige alejarse de Moscú y de la idea de reunificación (que defienden por ejempo los comunistas en todas las repúblicas) y en ello tienen el apoyo estadounidense. Situación que no excluye las frecuentes luchas entre facciones y banderías, como ha sucedido en Kazajastán tras la caída de Nazarbáyev y el ascenso de Tokáev.
Con las repúblicas del Báltico ancladas en el dispositivo militar de la OTAN, Estonia, Letonia y Lituania, con diverso entusiasmo, se han convertido junto con la Polonia de Kaczyński en las cabecillas de la agresividad hacia Rusia, formando con Finlandia y Suecia un círculo que rodea el Mar Báltico y amenaza potencialmene a Kaliningrado y la región de Leningrado. Año y medio después de la intervención directa rusa en Ucrania, es obvio que el enfrentamiento es una guerra de la OTAN, por delegación, contra Rusia. En la conferencia de responsables de servicios de seguridad de la CEI que se celebró en Bakú en octubre de 2023, Aleksánder Bórtnikov, director del Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB, sucesor del KGB soviético), reveló que el ataque a Sebastopol fue lanzado por el gobierno de Zelenski en coordinación con especialistas militares de Estados Unidos y Gran Bretaña, y se sabe que trece empresas militares occidentales de mercenarios están participando en los combates en Ucrania, y que los organismos de Estados Unidos y la OTAN mantienen y financian diecisiete campos de entrenamiento militar en países de la Unión Europea, incluida España.
Estados Unidos ha sido capaz de mantener la cohesión de sus aliados, firmemente controlados en la OTAN, y de conseguir victorias relevantes en la ONU con su eficaz red diplomática y las presiones a muchos países, que hicieron posible la aprobación de resoluciones condenatorias a Rusia. Los aliados europeos siguen sin rechistar el argumentario del Pentágono y del Departamento de Estado, aunque a veces se descontrolen declaraciones inoportunas, como hizo la ministra de Defensa de Holanda, la liberal Kajsa Ollongren, defendiendo la guerra «hasta el último ucraniano» con reveladoras palabras: “Apoyar a Ucrania nos conviene mucho. Porque ellos están peleando esta guerra, no nosotros… Creo que también debemos involucrarnos en el diálogo con nuestros colegas y amigos estadounidenses. Porque tienen el mismo interés. Porque apoyar a Ucrania es una forma muy barata de garantizar que Rusia y este régimen dejen de ser una amenaza para los aliados de la OTAN. Por lo tanto, es vital que sigamos apoyándolo”.
Si en Bielorrusia la operación para derrocar a Lukashenko se saldó con un fracaso, no por ello el bloque occidental ha abandonado sus planes para derribar al gobierno de Minsk. En octubre de 2023, los ministros de Interior de Polonia, Estonia, Letonia, Lituania y Ucrania, junto a los de Finlandia y Noruega, se reunieron en Vilna y acordaron realizar ejercicios militares conjuntos para combatir la supuesta “amenaza híbrida” de Bielorrusia con el pretexto del estímulo de Minsk a la llegada de inmigrantes de Oriente Medio, acusación falsa a todas luces, y a pesar de que apenas unos miles de personas llegaron a la frontera de Bielorrusia con Polonia procedentes de países como Iraq, Siria, Afganistán, Libia… que padecen guerras iniciadas por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. El gobierno de Varsovia ha construido un muro en la frontera, en abierta violación del Derecho Humanitario internacional: incluso Amnistía Internacional denunció la detención arbitraria de dos mil inmigrantes por las autoridades polacas y su reclusión en centros inmundos, además de la práctica de malos tratos y torturas. La Unión Europea y Estados Unidos adoptaron sanciones contra Bielorrusia y apoyan a la oposición que califican de “democrática” con la figura de Svetlana Tijanóvskaya, en realidad una plataforma de acoso creada por Estados Unidos que actúa desde Lituania.
Estados Unidos ha avanzado posiciones en Moldavia, otro escenario donde el Pentágono quiere extender su dispositivo militar. La llegada de Maia Sandu a la presidencia moldava y la victoria de su partido en las elecciones parlamentarias de 2021 (aunque tiene una fuerte oposición comunista y socialista) supuso un giro antirruso que se ha acentuado: ha bloqueado la prensa rusa, disuelto partidos como el SOR, cuyos dirigentes acusaron a Sandu y al gobierno de Dorin Recean de preparar provocaciones en Transnistria, y al Tribunal Constitucional moldavo de actuar en coordinación con la embajada estadounidense, todo ello en medio de una gran insatisfacción popular por las difíciles condiciones de vida y el aumento de los precios y con decenas de manifestantes detenidos. Siempre complaciente con Washington, la Unión Europea creó en abril de 2023 una misión para combatir los “intentos rusos de desestabilizar Moldavia”. Pese a que la Constitución del pequeño país establece su neutralidad, las presiones de la OTAN son constantes: en marzo de 2023, el vicesecretario de la alianza, Mircea Geoana, declaró que “es hora de que Moldavia elija entre Rusia y Europa”, y en octubre Stoltenberg se entrevistó en la sede de la OTAN en Bruselas con el primer ministro moldavo, Recean, y exigió a Rusia que ”retirase sus tropas de Moldavia”, sin hacer referencia al hecho de que los mil quinientos soldados rusos están desempeñando una función pacificadora entre el gobierno y la región de Transnistria que quiere mantener los lazos con Rusia y se niega a formar parte de Moldavia. Por añadidura, en la cumbre de la OTAN en Lituania se aprobó un “programa de ayuda” a Moldavia para “mejorar su defensa”.
En Armenia, el gobierno de Pashinián (un político liberal del Congreso Nacional Armenio que alcanzó el poder con la turbia revolución de terciopelo de 2018 tras derrocar al converso Serzh Sargsián) ha establecido lazos con Washington e impulsa un acercamiento progresivo hacia Occidente, que coincide con el proyecto estadounidense para favorecer su salida de la OTSC (alianza militar que une a Armenia, Bielorrusia, Rusia, Kazajastán, Kirguizistán y Tayikistán; Azerbeiján, Georgia y Uzbekistán la abandonaron en 1999) e impulsar la incorporación del país a la Unión Europea y después a la OTAN, plan similar al que Estados Unidos ha dibujado para Azerbeiján. Pashinián ha aprovechado la guerra ucraniana para distanciarse de Moscú, que dispone de la base militar 102 en Gyumrí (antigua Leninakán, casi en la frontera turca) desde la Segunda Guerra Mundial, base que Washington y Ankara quieren eliminar. Las diferencias y el enfrentamiento entre Bakú y Ereván entorpecían ese objetivo de acercamiento a Occidente diseñado por Washington: en Nagorno Karabaj (enclave que tras su rendición ante el ejército azerí y la huída de la población armenia, Pashinián da por perdido, como le habían requerido Estados Unidos y Francia) y en Najicheván, una región azerí separada de Azerbeiján y rodeada de fronteras iraníes y armenias, que Bakú quiere unir con el resto de su territorio. Armenia está entre potencias hostiles, Turquía y Azerbeiján, pero Pashinián quiere sustituir la protección de Moscú por la de Washington. Rusia no se resigna a ver a dos de las antiguas repúblicas soviéticas convertidas, en la práctica, en territorio de la OTAN en la gran región del Cáucaso que une el Mar Negro con el Caspio y donde se encuentran algunas de sus repúblicas del sur: Daguestán, Chechenia y Kabardia-Balkaria, además de Osetia del Norte. Moscú no ha olvidado que en los años de Yeltsin los servicios secretos estadounidenses y de otros países de la OTAN azuzaron las dos guerras chechenas, apoyando a los rebeldes islamistas wahabistas del feroz Shamil Basáyev, partidarios de imponer la sharia en todo el Cáucaso ruso. La Unión Europea dispone ya de una misión en Armenia y ha firmado acuerdos de suministro de hidrocarburos con Bakú. Ursula von der Leyen, que con tanta frecuencia reclama democracia, ha elogiado al presidente azerí, Ilham Aliyev, que gobierna desde hace dos décadas con elecciones truchas y que impulsó ya en 2005 el oleducto BTC que une Bakú con el puerto mediterráneo de Ceyhan, en Turquía, a través de Tiflis, para evitar Rusia. Ceyhan es también el punto final del oleoducto que desde Kirkuk suministra petróleo iraquí, y funciona como punto logístico para el transporte de petróleo y gas natural de Oriente Medio y Asia Central hacia Europa. Bakú también construyó el gasoducto que termina en Erzurum, en Turquía. Esas infraestructuras evitan el paso por territorio ruso: fue el gran proyecto impulsado por la Unión Europea (con Estados Unidos supervisando la operación) para recibir suministros de hidrocarburos desde el Caspio. Al sur, Irán es un observador atento que mantiene diferencias con Bakú, consciente de la alianza de Aliyev con Erdogan.
Georgia ha recibido advertencias de Washington y Bruselas, que acusan al partido gobernante, el socialdemócrata Sueño Georgiano, de tener una posición cercana a Moscú, aunque el gabinete de Irakli Garibashvili reprocha a Rusia su apoyo a las regiones de Abjasia y Osetia del sur que no quieren pertenecer a Georgia, mientras que el presidente de Abjasia, Aslan Bzhania, ha suscrito un acuerdo con Moscú para abrir una base militar de la Armada rusa en la región de Ochamchira, en el Mar Negro. La presidenta georgiana, Salomé Zurabishvili (una antigua diplomática francesa, nacida en el exilio porque su familia abandonó Rusia tras la revolución bolchevique), se opone al gobierno de Tiflis y representa la facción más prooccidental, mientras que el gobierno de Garibashvili mantiene una posición más equilibrada. El Parlamento georgiano intentó aprobar una ley para que las organizaciones que tuviesen más de un 20 % de financiación exterior se registrasen como «agentes de influencia extranjera», pero el proyecto se ha bloqueado, pese a la evidencia de que esas organizaciones son uno de los instrumentos de Washington y Bruselas para influir en el país y organizar protestas para atar a Georgia a la estrategia occidental. En el polvorín del Cáucaso y en el enfrentamiento militar entre Armenia y Azerbeiján, el gobierno georgiano quiere permanecer neutral y mediar entre ambos. Al mismo tiempo está muy interesado en la nueva ruta de la seda, que celebró en Tiflis en octubre el Cuarto Foro Internacional sobre la iniciativa china, decisión que no gustó en Wasghington.
Aunque la relevancia económica de las cinco repúblicas de Asia central es relativa (su PIB total alcanzó en 2022 los 400.000 millones de dólares, similar al PIB de Dinamarca o al de la ciudad china de Cantón, y menos de la tercera parte del español), Estados Unidos busca sus recursos naturales y, sobre todo, dinamitar su relación con Rusia y alejar la hipótesis de una futura reunificación en los antiguos vínculos soviéticos. También, quiere dificultar el desarrollo de la nueva ruta de la seda china. Por ello, Rusia está muy atenta a la evolución de las cinco repúblicas, y observa que Estados Unidos trabaja para atraerlas a su área de influencia. En septiembre de 2023, aprovechando las sesiones de la Asamblea General de la ONU, Biden se reunió en Nueva York, en el marco del formato llamado C5+1, con los presidentes de Kazajastán, Kirguizistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Un mes después, el 24 de octubre, Samantha Power (que impulsó el ataque a Libia y el asesinato de Gadafi, y es la actual administradora de USAID, una de las tapaderas de la CIA con conveniente fachada de “ayuda humanitaria”) se reunió en Samarcanda con los cinco ministros de comercio centroasiáticos en ese C5+1. Washington estimula los temores de esas repúblicas (que cuentan con una importante población rusa como era habitual desde los años soviéticos) hacia Moscú. Por su parte, la Unión Europea juega también sus bazas, siguiendo el patrón estadounidense: el día anterior a la cita de Samarcanda, los ministros de Asuntos Exteriores de los cinco países centroasiáticos se reunieron en Bruselas con los ministros de la Unión y con Josep Borrell: la Unión Europea, entre promesas de colaboración y ayuda económica, reafirmó su apoyo a la soberanía de cada país centroasiático, dio cuenta de los once paquetes de sanciones a Moscú y arrancó la promesa de que los cinco cooperarían para que Rusia no pudiera eludir las sanciones occidentales. La insistencia de Biden en la reunión de Nueva York en defender la “integridad territorial” no respondía a una defensa del derecho internacional, que trae sin cuidado a Washington, sino a una velada acusación a Rusia por la situación en Ucrania, y sus propuestas sobre cooperación económica con Asia central buscan suministros de energía y minerales, facilitar una mayor penetración de las empresas estadounidenses, disolver lazos con Moscú y dificultar la cooperación con China en el desarrollo de proyectos de la nueva ruta de la seda. Además, la Casa Blanca dio cuenta del compromiso de Biden para desarrollar el denominado Corredor Internacional Transcaspiano, una ruta comercial para conectar Asia Central y Europa, dejando Rusia al margen, a través de puertos turkmenos y azerbeijanos en el Mar Caspio y georgianos en el Mar Negro. Aunque ese corredor es utilizado por China, Estados Unidos se debate con la dificultad de perjudicar el flujo de millones de contenedores chinos hacia Europa y busca al menos dañar a la economía rusa. Por su parte, Moscú trabaja con China e Irán para limitar la penetración de Washington y quiere evitar el dominio de compañías estadounidenses en iniciativas logísticas en el Mar Caspio y el Mar Negro.
Al gobierno ruso le preocupan los signos de acercamiento a Estados Unidos que muestran algunas repúblicas, y la fabricación de una nueva historia común. Como Mirziyoyev en Uzbekistán, Tokáev sigue inventando el pasado kazajo mientras consolida su poder e incauta bienes de familiares de Nazarbáyev, como le ha ocurrido a Kairat Boranbayev. La reconstrucción del ayuntamiento de Almatý (Alma-Ata), incendiado durante la revuelta popular de enero de 2022, ha sido aprovechada para eliminar los símbolos soviéticos de la fachada. En todas las repúblicas las nuevas oligarquías están muy atentas a los movimientos populares, aunque no impugnen directamente su poder: en Tashkent, la capital uzbeka, fueron detenidas cien personas por manifestarse contra el genocidio israelí en Gaza: Mirziyoyev cuida los gestos.
En junio de 2023, se celebró en Almatý una cita de los organismos de seguridad de Rusia y de los cinco países de Asia Central centrada en la situación de Afganistán, que tras el abandono de Estados Unidos sigue siendo un peligroso foco de inestabilidad y tráfico de drogas además de centro de difusión yihadista que inquieta a las repúblicas centroasiáticas. La cercanía de Afganistán, que tiene fronteras porosas con Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán, es un riesgo constante. Tanto la CIA como el MI6 británico cuentan con agentes en el interior de Afganistán, y el Departamento de Estado norteamericano está trabajando para recuperar la presencia militar del Pentágono en el país, difícil objetivo que debe conjugar con su negativa a las iniciativas para el desarrollo económico del país bajo control talibán, y que se añade al sabotaje global que impulsa contra la nueva ruta de la seda china que tiene en Asia central y en Pakistán dos de sus ramales más relevantes. Además, Moscú está muy preocupado por la actividad estadounidense en los laboratorios biológicos que ha creado en muchos países, e intenta detener su actividad y cerrar los centros. En Kirguizistán ha suscrito un acuerdo para ello, que se añade a los firmados con Bielorrusia, Armenia, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán, y tiene previsto hacerlo con Azerbeiján y Kazajastán.
A ello se añaden los movimientos militares. Rusia dispone en Kazajastán del cosmódromo de Baikonur, del campo de pruebas de misiles en Sary-Shagan y de la estación de radar en el lago Baljash, y tiene su mayor base militar de Asia central en Dushanbe, Tayikistán. Rusia también dispone desde hace veinte años de una base aérea en la ciudad de Kant, en el norte de Kirguizistán. En oriente, Rusia está preocupada por la creciente tensión en torno a Corea, y por el nuevo rumbo de la política exterior y el rearme militar japonés. En agosto de 2023, el primer ministro nipón, el ultraderechista Fumio Kishida, pronunció un discurso en Hiroshima durante la ceremonia del aniversario del bombardeo atómico, y comportándose como un mendaz lacayo omitió citar a Estados Unidos como responsable; en cambio, no descuidó acusar a Moscú: «Como único país que ha experimentado el horror de la devastación nuclear en la guerra» Japón trabajará para lograr «un mundo sin armas nucleares», pero «la creciente división en el seno de la comunidad internacional en torno a los planteamientos del desarme nuclear, la amenaza nuclear de Rusia y otras preocupaciones dificultan aún más ese camino». En ese terreno, si las relaciones de Estados Unidos con China están en una situación crítica, las que mantiene con Moscú han llegado a su punto más peligroso de los últimos treinta años, y eso afecta al equilibrio nuclear. Washington ha dado pasos irresponsables, destruyendo el entramado de acuerdos sobre desarme nuclear: abandonó unilateralmente el ABM, el TNF, y el Tratado de Cielos abiertos, y el acuerdo 5+1 con Irán, entre otros. Rusia y Estados Unidos firmaron también en 1996 el Tratado de Prohibición completa de ensayos nucleares (TPCE, o CTBT por sus siglas en inglés), pero aunque Moscú lo ratificó en 2000, Washington nunca dio el paso final de codificarlo como ley. Ante esa evidencia, la Duma rusa aprobó recientemente la salida, y los 412 diputados presentes votaron a favor de abandonar el acuerdo. El presidente de la Duma, Viacheslav Volodin, remachó el clavo: «Desde hace 23 años, estamos esperando que Estados Unidos ratifique este tratado», «pero Washington, debido a su doble rasero y su actitud irresponsable con respecto a los temas de seguridad mundial, nunca lo hizo». Pero esa decisión, aunque sea en reciprocidad, marca un nuevo retroceso para evitar la proliferación nuclear. El presidente ruso, Putin, llamó a principios de octubre a la eliminación del TPCE, pero no especificó si Rusia reanudaría las pruebas nucleares. Otros dos países han ratificado el tratado: Francia y el Reino Unido. Rusia y Estados Unidos poseen casi el 90 % de todas las armas nucleares del mundo. Desde febrero de 2022, en esa carrera armamentista mundial, Moscú ha advertido sobre sus líneas rojas para el uso de armas nucleares, y la principal de ellas es preservar la existencia y la seguridad del país, obviamente amenazada por la agresiva política estadounidense. Por eso, Lavrov, en la reciente Conferencia de Seguridad celebrada en Minsk, anunció que Moscú aplicaría “medidas compensatorias” en respuesta al despliegue de armas nucleares estadounidenses en Europa. Rusia critica ese emplazamiento y las llamadas “misiones nucleares conjuntas” que desarrolla el Pentágono. El día anterior, Rusia realizó pruebas de su sistema de disuasión nuclear lanzando un misil balístico intercontinental Yars desde Plesetsk, un misil balístico Sinevá desde un submarino estratégico en el mar de Barents y varios misiles de crucero desde sus bombarderos. Pocos días después, el vicepresidente de la Comisión Militar Central de China, el general Zhang Youxia, afirmaba ante el ministro de Defensa ruso, Shoigú, en el Foro Xiangshan de Seguridad, que China aumentará la confianza y la coordinación estratégica entre el ejército chino y el ruso.
Brzezinski ya había dicho que “cuanto menor sea la población de ese territorio [la Unión Soviética y Rusia], más éxito tendrá su desarrollo por parte de Occidente”. El halcón polaco convertido en estadounidense acariciaba desmembrar el territorio soviético y ruso, y ese deseo sigue siendo uno de los principales objetivos de Washington. Henry Kissinger, para quien “el colapso de la URSS es, con mucho, el acontecimiento más importante de nuestro tiempo” aseguró preferir el caos y la guerra civil en Rusia a su reunificación en un Estado único, fuerte y centralizado.» Así, no puede sorprender que muchos políticos estadounidenses, de ambos partidos del régimen, se expresen con ferocidad. Jamie Raskin, miembro de la Cámara de Representantes, ha señalado: “Rusia debe ser completamente destruida ‘a cualquier precio’”. Y, por delirante que parezca, algunos sectores son todavía más sanguinarios que el Pentágono: Nikki Haley, que fue embajadora ante la ONU, reclamaba que Estados Unidos debe tener un “Departamento de Ofensa” y no de Defensa porque “debe sembrar el miedo” entre sus enemigos.
Eso es lo que ha estado haciendo su país desde el final de la Segunda Guerra Mundial: en esas décadas, Estados Unidos ha participado en más de doscientas guerras y conflictos bélicos de distinta gravedad, y la expansión de la OTAN no es una apuesta por la paz y un seguro contra el terrorismo, como aseguran sus publicistas, sino la herramienta para preservar la hegemonía estadounidense. El controvertido Larry C. Johnson, un antiguo analista de la CIA, afirmó recientemente que Estados Unidos tiene que estar en guerra permanente porque su economía depende de ello. Johnson recordó que en los últimos treinta años Estados Unidos ha realizado 215 intervenciones militares en otros países, mientras que Rusia ha hecho cinco operaciones en todo ese tiempo, y todas en sus fronteras. La mayoría de los grupos terroristas que actúan en el mundo han sido creados por los servicios secretos estadounidenses y por sus agencias. Por eso, el general Bórtnikov, responsable del FSB ruso, ha destacado el trabajo que desarrollan los servicios secretos estadounidenses y británicos en toda la periferia situada en el sur de la CEI, y en Afganistán, Iraq, Siria y otros países para mantener focos de tensión e inestabilidad que fuercen la atención de Moscú y desvíen sus recursos.
Rusia sigue interesada en mantener buenas relaciones con la Unión Europea, y singularmente con Alemania: en octubre de 2023, en una conferencia del Club Valdái, contrapunto del Foro de Davos, ante las dificultades alemanes para su abastecimiento de energía y el aumento de los costes asociados que está afectando a su industria, Putin afirmó que la reanudación del suministro de gas a Alemania a través del Nord Stream 2 sigue siendo posible porque se conserva un ramal del gasoducto: «Está intacto y puede suministrar 27’5 mil millones de metros cúbicos de gas a Europa. Esta es sólo una decisión del gobierno alemán. No necesito nada más. Hoy toma la decisión, y mañana giramos la válvula y listo, el gas fluye. Pero ellos no hacen esto. En detrimento de sus propios intereses. Porque Washington no lo permite.»
Estados Unidos sigue vendiendo una historia propia caracterizada por la libertad y la democracia, otorgándose el papel de adalid de quienes defienden sociedades abiertas regidas por constituciones y por leyes democráticas; sin embargo, su trayectoria está impregnada de un capitalismo feroz, agresivo, nacido del esclavismo, la discriminación racial, la explotación salvaje de oleadas de inmigrantes y la expansión mundial imperialista que ha ensangrentado al mundo causando matanzas en todos los continentes de la tierra. Y esa contradicción entre su propaganda y su praxis está estallando en el nuevo escenario internacional y reduce su influencia. No le faltaba razón a Nikolái Pátrushev, secretario del Consejo de Seguridad Nacional ruso y uno de los hombres más destacados del gobierno, cuando escribió en septiembre de 2023 en la revista Razvedchik que Estados Unidos persigue en Ucrania “derrotar a Rusia en el campo de batalla y desintegrarla posteriormente”.
Estados Unidos sigue presionando con sus juegos de serpiente en toda la periferia rusa, pero no puede mantener tantos focos de tensión: Pátrushev cree que “el orden mundial colonial centrado en Occidente, que se originó en la era de las Cruzadas y tomó forma durante los grandes descubrimientos geográficos, está experimentando un colapso final”.
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