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La corrupción descarada, una forma de vida en Afganistán

Fuentes: Rawa.org

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Sherpur es la famosa/infame barriada de Kabul que en otro tiempo estaba cubierta con las casas bajas de adobe de los más pobres y que se ha convertido ahora en la barriada de los más ricos. Son los comandantes y señores de la guerra, los especuladores y los traficantes de opio, o bien por especuladores que confían en atraer a una organización internacional rica como inquilina, quienes encargan la construcción de estas mansiones. La narcoarquitectura es un término acuñado para este tipo de construcciones.

(Foto: Tilo Driessen/Flickr)

Muy cerca del sector donde se hallan las embajadas en el centro de Kabul hay una barriada llamada Sherpur. También se suele deletrear Sher Poor, pero eso no deja de ser una mera ironía. Porque, al margen de las calles, que en algunos lugares rivalizan con los caminos de cabras de las montañas, no hay nada que evoque pobreza en Sherpur.

Tras los muros de piedra y hormigón que rodean las manzanas de la barriada de Sherpur hay villas y mansiones de mármol. Señores de la guerra, traficantes de droga, políticos, ministros, banqueros y otros hombres de negocios que se han enriquecido a partir del comercio de la heroína, o de los miles de millones de dólares de la ayuda exterior que han afluido hacia Afganistán desde el año 2002, son quienes han construido esas mansiones a lo largo de los últimos cinco años.

Algunas veces referida como «Jardín de Adormideras», esta barriada es la sede de la elite del poder en Afganistán.

No se puede ignorar la riqueza, ni siquiera intentan disimularla.

Fuera de estas casas, que parecen búnkeres, hay todo un mundo diferente donde las alcantarillas corren al aire libre a través de barriadas seriamente deterioradas y depauperados niños juegan entre los persistentes escombros de treinta años de guerra.

Alrededor del 84% del PIB lo constituye la ayuda exterior, pero al hacer un recorrido por la ciudad se tiene la prueba de que la inmensa mayoría de los afganos no han sentido sus beneficios. Hay muy pocas calles pavimentadas. Muchas se han compactado con barro y piedra o están tan absolutamente llenas de baches que representan más una carrera de obstáculos que una vía pública.

El tráfico fluye como si fuera agua. Se suele coger el camino donde la resistencia sea menor. Los conductores van por el lado equivocado de los bulevares girando sin miedo hacia el tráfico que viene en dirección contraria o torciendo por la vía equivocada en las rotondas. Los pocos semáforos que existen no funcionan y la policía es demasiado analfabeta como para escribir multas.

El estadio de fútbol -donde los talibanes se entretenían en otra época ejecutando a los prisioneros- sigue esperando un nuevo césped y los pobres se reúnen en el cercano Cementerio Shohada para lavarse y quitarse el polvo sobre las tumbas esperando que parientes o amigos les paguen algo por sus problemas.

Hasib Sayed, hombre de negocios de Kabul, de 30 años, que es también canadiense y tiene casa en Toronto, dijo que viene de vez en cuando al cementerio a repartir dinero.

«La corrupción forma parte aquí de la vida», dijo. «Cualquiera que piense que eso va a poder controlarse no es muy realista. Tendrá su ciclo y finalmente desaparecerá. Tienes que entender que tras treinta años de guerra estos viejos que dirigen el país no conocen nada más. No son políticos. Son matones. Se morirán finalmente y llegará una nueva generación que confiamos cambie las cosas y piense que el futuro no tiene por qué ser igual que el presente.»

«Pero en el presente», dijo, «todo el mundo trata de obtener todo cuanto puede de sus posibilidades. Se tiene el sentimiento de que ahora nos toca a nosotros, por tanto aprovechémonos. No hay fe en el futuro. Esto es muy negativo. Tenemos que librarnos de esa negatividad».

Sayed dijo que centra todas sus esperanzas en la emergente generación de afganos que se han educado y que no comparten los viejos modos tribales.

Pero Habib Zahori, de 28 años, escritor, periodista y parte de esa nueva generación, no está de acuerdo.

«Es muy difícil librarse ahora de esos señores de la guerra, de esos criminales», dijo en una entrevista. «Al principio, los afganos tuvieron una oportunidad de oro para llevar a esos criminales ante la justicia, incluyendo a los talibanes, pero perdieron esa oportunidad».

«Creo que este país está abocado a otra guerra civil, mucho más sangrienta y terrible. Los estadounidenses nos han inundado de armas. Creo que tan pronto como el gobierno se venga abajo, el ejército y la policía se dividirán en dos facciones, una se irá con los talibanes y la otra se unirá a los señores de la guerra.»

Declaró que confiaba en que los estadounidenses perdieran interés por Afganistán después de las elecciones presidenciales de 2012.

«Y si los estadounidenses se van no creo que ningún país europeo se quede aquí.»

Ambos hombres conocen bien los modos y maneras de Afganistán. Cuando era adolescente, Zahori dijo que una vez los talibanes le obligaron a contemplar una ejecución en el estadio de fútbol.

«¿Cómo te sentiste? ¿Te impresionó?»

«No. Había vivido ya una guerra civil.»

La corrupción ha ido invadiendo todos los aspectos de la vida afgana. Todo el mundo se queja de ella porque todo el mundo la sufre.

Un agente de policía que busque promocionarse tiene que sobornar a su superior. Para financiar ese soborno, cobra a sus patrulleros quienes, a su vez, sacan dinero de la gente. Las docenas de controles de la policía y del ejército de Kabul -algunos itinerantes, otros permanentes- sirven como puntos de recogida de sobornos. El dinero va subiendo por la cadena de mando.

Los estudiantes pagan sobornos para conseguir acceder a las mejores facultades universitarias y para poder estudiar en el extranjero.

Sin embargo, estos son sólo los flecos de una sociedad corrupta. El dinero de verdad está en el centro del poder.

El Banco de Kabul, que tramita los salarios de los empleados del gobierno, se hundió el pasado año después de que 900.000 millones de $USA se volatilizaran en préstamos sin interés y sin documentar concedidos a 207 personas con acceso a información privilegiada. El hundimiento casi arruinó la agobiada economía de 12.000 millones de dólares de Afganistán.

Los destinatarios de esos préstamos incluían al parecer a altos funcionarios del gobierno como el hermano del presidente Hamid Karzai, Mahmud Karzai. El pasado mes se acusó tanto al ex director ejecutivo del banco como a los integrantes de su junta y otras 38 personas están también bajo investigación.

El gobierno tomó cartas en el asunto sólo tras las presiones del FMI y los miembros de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad. Las reticencias de Karzai a investigar el caso provienen probablemente del hecho de que muchos de los préstamos se los llevaron funcionarios gubernamentales cercanos a Karzai.

Hay ciertos negocios en Afganistán que están considerados prohibidos para todos excepto para un puñado de gentes con acceso a información privilegiada. Entre esos negocios están, en primer lugar, el negocio del combustible. Esto incluye la seguridad del transporte de petróleo hasta las principales bases de la ISAF por todo el país.

Para asegurar las entregas de combustible, la mafia del petróleo paga sobornos a los insurgentes para que no ataquen esos suministros tan importantes estratégicamente. En consecuencia, los transportes de combustible atraviesan prácticamente el país sin que nadie les moleste. De esa forma, el dinero de la ISAF ayuda a financiar la insurgencia.

«Nadie se atreve a tocar el petróleo a menos que seas uno de los cuatro o cinco tipos que controlan todo», dijo Sayed.

Sayed tiene varios pequeños negocios en Afganistán que incluyen una compañía de autobuses que ganó recientemente un contrato para poner en funcionamiento una red de autobuses en la ciudad virtual de la OTAN que es el campo de aviación de Kandahar.

Su experiencia con la compañía de autobuses refleja el tipo de conducta corrupta con la que los hombres de negocios tienen que lidiar incluso en contratos relativamente a pequeña escala.

Cuando ganó el contrato, dijo, su competidor telefoneó a sus empleados advirtiéndoles que «si cogían cualquier autobús a Kandahar (los empleados), iba a hacerles desaparecer». Un trabajador confirmó esta historia a Postmedia News.

En otro caso, Sayed dijo que cuando logró engatusar a un empleado clave de su competidor, el competidor sobornó a la policía para que acusara al empleado de robar combustible y neumáticos. La queja no se presentó en Kandahar, donde el competidor acusó que se habían cometido los delitos, sino en una pequeña comisaría de Kabul.

«Me pasé todo un día en la comisaría intentando librarme de él», dijo Sayed. «En un determinado momento, uno de los agentes de policía me llevó aparte y me dijo que mi competidor les había pagado 6.000 dólares para que arrestaran y encarcelaran a su empleado.»

Fuente: http://www.rawa.org/temp/runews/2011/08/12/blatant-corruption-is-a-way-of-life-in-afghanistan.html