Arda Inal-Ipa está cansada. Su cara muestra frustración tras una hora de conversación. Reflexiona cada vez más profundo y es más directa al decir que nada fluye como debiera en Abjasia. Ella sabe, como vicedirectora del Centro para Programas Humanitarios de Abjasia, que su país está en una encrucijada desde que Rusia reconociese su independencia […]
Arda Inal-Ipa está cansada. Su cara muestra frustración tras una hora de conversación. Reflexiona cada vez más profundo y es más directa al decir que nada fluye como debiera en Abjasia. Ella sabe, como vicedirectora del Centro para Programas Humanitarios de Abjasia, que su país está en una encrucijada desde que Rusia reconociese su independencia el 26 de agosto de 2008, tras la guerra de Osetia del Sur. La gran ilusión abjasa, la aceptación internacional, ha chocado desde entonces con un bloqueo diplomático patrocinado por Georgia y un control ruso sobre el 70% del presupuesto que oprimen su desarrollo como nación autónoma.
La ONU, UE y Estados Unidos apoyaron desde el principio a Georgia, que perdió el 20% de su territorio con la independencia de sus repúblicas, y rompieron relaciones con Sujumi. Las 23 rondas de las conversaciones de Ginebra, destinadas a solucionar el conflicto a través del diálogo, están en punto muerto por la postura de todos los actores y la presencia militar rusa para mantener el estatus es aún evidente. Arda pide un respiro a la comunidad internacional: «Sólo queremos que nos dejen hacer negocio, educación y transporte». Y advierte: «Georgia es anti Rusia pero está haciendo todo lo posible para que Abjasia acabe dentro de Rusia. Desgraciadamente siguen pensando que no podemos ser libres».
Pero para entender Abjasia y su complejidad hay que remontarse al siglo XIX. El imperialismo ruso provocó en 1864 el exilio abjaso, donde el 60% de la población huyó al sur, e incentivó el asentamiento de georgianos. La diáspora, mayor que los habitantes dentro Abjasia (220.000), ha adquirido diferentes costumbres y es uno de los grandes retos producidos por la Historia. El segundo momento que condiciona este conflicto tiene como protagonista a Stalin, que en 1931 integró Abjasia en Georgia y creó el problema actual entre Sujumi y Tibilisi.
El desmoronamiento comunista provocó la guerra de secesión entre Abjasia y Georgia (1992-93) y trajo como resultado la independencia de facto para la ex región autónoma. En agosto de 2008, tras la guerra ruso-georgiana de Osetia del Sur, Moscú declaró países a Abjasia y Osetia del Sur rompiendo relaciones con Georgia y convirtiéndose en actor principal. Desde entonces sólo cinco estados de bajo perfil siguieron los pasos del Kremlin.
Todos estos factores conforman Abjasia y su débil independencia. Las casas están derruidas y sin reforma a la vista. Hay viviendas a más de una hora andando de una carretera donde cocina, dormitorio y salón cohabitan en un espacio con pollos que corretean. Esto sucede más en la región de Gali, donde residen los 60.000 georgianos que aún quedan en Abjasia y los brotes de violencia étnica fueron hasta 2012 habituales. En la capital, Sujumi, nada está mucho mejor. El antiguo Parlamento continúa abandonado. La bahía aún refleja la guerra y los complejos hoteleros de la época comunista siguen destruidos a la espera de un cambio en el turismo.
La influencia de Rusia
El viceprimer ministro de la cartera de Asuntos Exteriores, Irakli Khintba, explica que «el 80% de las transacciones de Abjasia son con Rusia y el 15% con Turquía«. Los turcos principalmente plantan tomates y se dedican a la pesca debido a la insuficiente flota abjasa. El resto es para Rusia. En 2011 más del 70% de los 294 millones de dólares de presupuesto procedían de Moscú en diferentes partidas. Entre 5.000 y 10.000 fuerzas de seguridad rusas operan para mantener el estatus. Los supermercados y bares informan en ruso. Se usa el rublo. Y un recurso como el gas del mar Negro es explotado por ellos.
Estos son algunos de los ejemplos que han llevado a determinados analistas a predecir una posible integración. Khintba desmiente este rumor «lanzado por Georgia» para luego destacar que «esta dependencia es explicable»: «Tenemos acuerdos y nos ayudan a preservar la seguridad, pero decir que Abjasia está bajo la ocupación rusa es incorrecto. Nosotros tenemos gobierno, los atributos para ser estado: tenemos ejército, economía, pasaportes y fronteras».
Arda coincide desde su ONG con la versión política al decir que recibieron la única ayuda de Rusia: «Se han creado las condiciones y esta es la realidad y no hay posibilidad de elegir. Así que ésta es la democracia que tenemos, y puede ser débil, pero fue nuestra elección y queremos crear buenas condiciones de vida preservando nuestro país e identidad». Alerta sobre cómo se puede sobrevivir como nación en estas condiciones: «Sería una tragedia si perdemos la identidad después de la guerra. Para Georgia Abjasia no existe. Rusia en cambio no dice es nuestro país, pero tiene mucha influencia y sigue avanzando porque estamos vendidos (por la comunidad internacional). Por lo tanto tenemos miedo tanto a Rusia como Georgia«.
Los únicos problemas entre Sujumi y Moscú están relacionados con la propiedad del suelo. El Kremlin reclama 160 km2 en la zona fronteriza de Aigba y se ha quejado sobre las limitaciones constitutivas para adquirir un terreno para los no abjasos. A pesar de estas fricciones Rusia ha declarado recientemente que no piensa reconsiderar el estatus de independiente que otorgó, y su creciente presencia en todos los ámbitos del país así lo indica.
Legalmente Abjasia cuenta con los requisitos para ser considerado estado; «al igual que Kosovo», dice cada abjaso. Existen escasas referencias constitutivas de un estado que hablan del retorno de los exiliados como parte fundamental. Éste ha sido el gran error de las autoridades desde su independencia de facto en 1992. Khintba reconoce que «la repatriación es una de las ideas nacionales. Por desgracia, en estos 20 años los esfuerzos no han sido suficientes por las malas condiciones de vida, la falta de dinero, el alto nivel de criminalidad… Todos estos problemas han absorbido los esfuerzos. Hemos sido deficientes. Pero la guerra de Siria ha creado una nueva situación y por qué la diáspora de allí no debe volver a casa».
El exilio del siglo XIX dispersó el 60% de su población. Cruzaron el mar Negro y se asentaron en su mayoría en Turquía. Algunos llegaron a Siria o Jordania, pero los más de 300.000 turco-abjasos que residen en Anatolia suponen un reto para el gobierno pro-ruso de Alexander Ankvab. Las ayudas que ofrece el país no cambian la complicada situación. Arda indica que «la mayoría de los que vinieron tras la guerra se han vuelto a Turquía porque las condiciones de vida son allí mejores. Hay un problema social y de integración. Es difícil hacer una buenas condiciones de vida aquí». A las limitaciones operativas se une la lengua. El abjaso es muy complejo y el ruso domina las ciudades ante la variedad étnica. Las áreas más importantes del país, como la educación universitaria, utilizan ruso. Esto afecta principalmente a la diáspora turca, desconocedora del idioma y con una cultura trufada por el Islam.
En el bar turco El Encuentro Hayri Kutarba hace de anfitrión. Lleva a este periodista ante tres turco-abjasos que combatieron en la guerra de los 90. En turco se denominan gazi, veterano de guerra. Se alternan para explicar que «no hay muchos problemas con la integración». Saben que toda la diáspora turca no podría llegar de golpe, no hay trabajo más allá del turismo. Desprenden rencor cuando hablan de los georgianos y explican que la religión no es tan importante para ellos, tal y como marca la tradición abjasa. Se ríen un rato antes de que Hayri concluya: «En Georgia sí es importante. Abjasia es musulmana y cristiana».
La difícil integración de la diáspora debe ir junto a la normalización de la población georgiana. Antes de la guerra representaban la mitad de los habitantes y los 60.000 que hoy quedan son objeto de discriminación. Sin el pasaporte abjaso, que muchos no tienen ya que deben renunciar al georgiano, carecen del derecho a pensiones y propiedad. 200.000 georgianos fueron desplazados de su hogar tras la guerra del 92 y las heridas no cicatrizaron, en parte, por las decisiones políticas. «Esa gente es georgiana y no tuvimos un acuerdo de paz tras la guerra. Esto ya no es una buena base para crear una buena relación. Hay que impulsar un acuerdo», sintetiza Arda, que persigue la reconciliación étnica a pesar de haber perdido a su hermano en la guerra de secesión y explica, para mostrar lo lejana que está la paz, que no hay un acuerdo para el no uso de la fuerza, «Georgia dice que lo firmaría con Rusia, y eso es un insulto».
Georgia y la seguridad en el Cáucaso Norte
La dinámica del gobierno georgiano liderado por Mijael Saakashvili se ha basado en la negación con respecto a la cuestión abjasa. La postura de su ejecutivo, hablando siempre de conflicto interno, no ha ayudado a acercar las antagónicas ideas. La elección como primer ministro del opositor Bidzina Ivanishvili en 2012, cuya coalición incluye al que fuera mediador entre Abjasia y Georgia, ha reactivado las relaciones económicas entre Moscú y Tibilisi, rotas tras las guerra de Osetia del Sur, a la espera de los comicios presidenciales georgianos de octubre.
Ivanishvili, que hizo fortuna en Rusia, ha conseguido en un año más avances que Saakashvili en su mandato. Anunció que eliminaría las ayudas a los guerrilleros georgianos que actúan en Abjasia e intentaría modificar la polémica Ley de Territorios Ocupados, que permite encausar a los rusos que entren en las ex repúblicas georgianas por Rusia sin el consentimiento de Tibilisi. Revocar esta ley simbólica, ya que Georgia no tiene ningún control sobre Sujumi, es un paso reiteradamente exigido por Moscú.
Este nuevo rumbo, opuesto al vasallaje de Saakashvili por entrar en la OTAN y UE, podría tener un punto común en la seguridad del Cáucaso Norte. Los problemas con el salafismo wahabí del Emirato Árabe del Cáucaso y su líder Doku Umarov alteran la severa política doméstica de Putin. Las deterioradas relaciones entre Moscú y Washington, acentuadas por el caso Snowden, no pueden verse afectadas en esta parcela. El ataque de los hermanos Tsarnaev en Boston, y sus lazos radicales con el Cáucaso, ha cuestionado la seguridad interna de Estados Unidos y elevado el riesgo terrorista de la zona.
Las amenazas a los Juegos Olímpicos de Sochi 2014, a 30 kilómetros de Abjasia, se convertirán en un baremo sobre la presencia radical en la zona. Abjasia tiene un 20% de musulmanes y contó en la guerra de secesión con la ayuda la Confederación de Pueblos Montañeses del Cáucaso, grupo que incluía al independentista checheno Basayev. Sus vínculos con Sujumi hoy no están definidos, pero los cinco intentos de asesinato al presidente abjaso Ankvab y los ataques a líderes religiosos musulmanes demuestran que grupos radicales de diferentes colores actúan dentro del país.
Fuente: http://www.achtungmag.com/abjasia-internacional-revista-achtug/