Cortar un dedo a un cadáver para robar un anillo de boda es un acto de auténtico salvajismo, pero solo uno más que añadir a las numerosas atrocidades recientemente cometidas por los soldados de la junta de Myanmar. En este caso, la víctima era un religioso de 30 años, padre de dos hijos y de un bebé todavía por nacer.
El espeluznante incidente ocurrió el sábado, tras un ataque a la hermosa ciudad de Thantlang, en el estado Chin, al oeste del país. En sus enfrentamientos con combatientes de la resistencia civil que se ha levantado en armas contra el régimen, las tropas militares lanzaron proyectiles de artillería contra un barrio residencial. El bombardeo incendió una veintena de hogares.
Cung Biak Hum, el religioso cristiano chin, que había salido para ayudar a apagar los incendios, fue abatido a tiros por los soldados de la junta. Después de asesinarlo, le cortaron el dedo y le robaron el anillo de oro.
El bombardeo de la ciudad, los disparos erráticos de los soldados hacia el interior de los hogares, y el asesinato del religioso y la profanación de su cuerpo, aterrorizaron a las personas residentes de Thantlang. De inmediato, casi toda la población de la devastada ciudad, cerca de 10.000 personas, huyó del lugar, incluida la familia del religioso asesinado.
Esta historia es más que vergonzosa.
Aun así, el mundo ha visto numerosos incidentes atroces como el de Cung Biak Hum desde el golpe del 1 de febrero, ya que los golpistas dirigen a sus soldados y policías para matar, torturar y detener a la ciudadanía inocente que, en todo el país, se manifiesta en contra de la dictadura militar.
Estos trágicos relatos son tan numerosos que se convierten, después de un tiempo, en simples estadísticas. El religioso Cung Biak Hum es solo una víctima más que añadir a las 1.114 personas asesinadas desde el inicio del golpe de estado, de acuerdo con el listado más reciente, actualizado el 20 de septiembre, de la Asociación de Asistencia a los Presos Políticos (Birmania).
Según documentos y fotografías, existen víctimas que han sufrido peores destinos que el del religioso chin, con pruebas que muestran cuerpos sin vida con órganos internos extraídos, moratones y cortes mortales y heridas de bala en la cabeza. Estos informes aportan evidencias irrefutables de que la junta dirigida por el general Min Aung Hlaing ha cometido muchos crímenes, incluyendo crímenes de guerra.
Estas víctimas no merecían muertes tan terribles, ya que todas fueron asesinadas por acciones justas y valientes. Ahora son héroes de guerra.
Una guerra injusta, sin duda, que los generales han estado librando contra su propia gente en todo el territorio birmano, una nación de 54 millones de habitantes, desde su último golpe de estado en febrero con los aproximadamente 400.000 soldados a su disposición.
Finalmente, la ciudadanía no ha tenido otra opción que defenderse y defender a sus familias, comunidades y a su país.
Diplomacia ineficaz
La historia de Myanmar muestra que las vías políticas, las sanciones o presiones económicas internacionales, el diálogo y la diplomacia, nunca han tenido el menor efecto ni han frenado las ansias de poder de mentalidades sanguinarias como las de los militares golpistas.
Ninguna de las medidas aplicadas por la comunidad internacional o por los grupos nacionales de oposición ha convencido o influido en los compromisos o en poner algún tipo de freno a la violencia política de los generales que han controlado Myanmar, con regímenes militares vía golpes de estado, por los últimos 59 años.
El primer dictador, el general Ne Win, gobernó el país durante 26 años, de 1962 a 1988; los generales que le sucedieron, Saw Maung primero y posteriormente Than Shwe, controlaron el país durante 23 años, de 1988 a 2011.
Durante la segunda etapa de gobierno militar, grupos en la oposición como la Liga Nacional para la Democracia (NLD, por sus siglas en inglés), que obtuvo una victoria aplastante en las elecciones de 1990, y grupos representantes de las minorías étnicas, exigieron a la junta militar que entablara un diálogo para poner fin al estancamiento político del país. Con este objetivo, la comunidad internacional, liderada por países occidentales, ejerció presión diplomática e impuso sanciones económicas a los generales en el poder, mientras que las Naciones Unidas los condenaba y nombraba a personas representantes como enviadas especiales para tratar con la junta en sus numerosas misiones en Myanmar.
Pero no ocurrió nada.
Lo que si ocurrió es que, durante más de dos décadas, el régimen dirigido por el general Than Shwe, quien figuró de forma sistemática entre los dictadores más notorios del mundo, se limitó a jugar con ellos para ganar tiempo y lograr sus objetivos.
La transformación política que vivió el régimen en 2011 no se produjo, por tanto, gracias a la presión internacional, sino a que los generales ya habían alcanzado sus metas de promulgar una constitución que les beneficiara, la de 2008, además de organizar unas elecciones no inclusivas para 2010, lo que supuestamente les garantizaba un papel protagónico en la política nacional.
La comunidad internacional, líderes mundiales y observadores se han preguntado durante mucho tiempo qué fue lo que hizo que los obstinados generales cambiaran de rumbo político. Quizá una mayoría aún no comprende, incluso hoy en día. Los generales estaban implementando su «hoja de ruta» para poder seguir en el poder, pero esta vez gobernando disfrazados de civiles.
Actualmente, en 2021, con una nueva generación de militares liderados por Min Aung Hlaing arrebatando el poder del gobierno electo, la historia y el ciclo se repiten: un nuevo golpe de estado, protestas pacíficas en contra en todo el país, medidas de represión violentas y persecución política por parte de las tropas de la junta, sanciones internacionales a los generales, diplomacia internacional, continuos llamamientos al diálogo por parte de la comunidad internacional, nuevas personas enviadas especiales nombradas por las Naciones Unidas y por la ASEAN, etc.
A los ojos de la población de Myanmar, es el mismo programa fallido de siempre, experimentado una y otra vez, en las últimas décadas. En el pasado, no dio ningún resultado.
Tras el golpe de febrero, en esos primeros meses de protestas antigolpistas, mucha gente joven se manifestó frente a embajadas y la oficina de la ONU en Rangún, solicitando la intervención internacional, citando el principio de la “responsabilidad de proteger», con el fin de frenar el golpe en su fase inicial y devolver la democracia al país.
No obstante, la población pronto se dio cuenta, al mes siguiente de marzo, que era un esfuerzo inútil. Y ha continuado enfrentando la represión violenta de los soldados en todo el país.
Pero fue el detonante para que las personas en oposición a la junta militar, especialmente la juventud, tomara las armas para seguir luchando contra el régimen. Las circunstancias han obligado a una defensa de escudos improvisados, hondas (algunas normales, otras gigantes hechas a mano) y pistolas de aire comprimido.
Saben perfectamente que, solo con este tipo de «armas», no podrán nunca vencer a los crueles soldados de la junta, equipados con armas automáticas de artillería pesada. De todas formas, sienten que no les queda otra opción, al igual que en otra época sintieron sus familiares, cuando las tropas del imperio británico lucharon en Myanmar a lo largo del siglo XIX. También aquellas familias utilizaban solo armas tradicionales como espadas, lanzas y flechas, pero decidieron luchar contra un ejército de armas modernas.
Tanto la juventud hoy en día en las calles, en particular la perteneciente a la Generación Z, conocida como «Gen Z» y que antes del golpe se interesaba casi en exclusiva por los juegos en línea, como el resto de ciudadanía opositora al golpe (que prácticamente es la totalidad de la población del país), sin duda preferirían poner fin a la dictadura militar por medio de una vía política pacífica para retornar a la democracia en el país. Sin embargo, en base a la experiencia local, con décadas de generales implacables y de diversos fracasos de los medios diplomáticos, la ciudadanía birmana ha llegado al límite y, en la actualidad, ha dejado de creer en la efectividad de la comunidad internacional y ha terminado por considerar inútil la búsqueda de soluciones diplomáticas.
Y así es cómo ha comenzado la nueva ola del levantamiento armado, o la «guerra popular de defensa». Por supuesto, la ambición final entre combatientes de la resistencia civil es erradicar la dictadura, pero el objetivo inmediato es subvertir el régimen militar de tal manera que la junta no pueda ejercer un control total sobre el país. Debido a esta resistencia popular, así como a los distintos métodos de desobediencia civil adoptados por la ciudadanía birmana desde el golpe de estado, ésta es la situación actual en la que se encuentra el régimen.
La resistencia civil armada está respaldada por el llamamiento a la “revuelta nacional” emitido por el popular Gobierno de Unidad Nacional (NUG, por sus siglas en inglés) en la clandestinidad. Al contrario que la comunidad internacional, la mayoría de la población de Myanmar recibió con euforia el llamamiento del NUG.
Desde la comunidad internacional, el Reino Unido dice «apoyar los esfuerzos pacíficos para restaurar la democracia en Myanmar», mientras que desde los Estados Unidos se insta a que «todas las partes actúen de forma pacífica». A pesar de las referencias del Reino Unido y de los Estados Unidos a los «esfuerzos pacíficos», desde entonces los soldados del régimen militar han asesinado a más personas civiles, entre ellas el religioso Cung Biak Hum, por no nombrar las numerosas aldeas y ciudades incendiadas por las tropas de la junta durante las incursiones. El NUG, con dirigentes que forman la representación electa de la NLD y de las minorías étnicas, afirmó que su declaración de guerra contra el régimen es resultado del «fracaso diplomático» y de la falta de una solución justa para Myanmar desde el golpe de estado.
Por el momento, la resistencia civil armada no hará más que crecer en Myanmar, ya que la población carece de alternativas. La ciudadanía birmana parece dispuesta a morir luchando, en lugar de esperar a ser asesinada por los soldados. Algunas almas prácticas pueden ridiculizar la idea, preguntándose cómo unas fuerzas civiles, conocidas colectivamente como Fuerzas de Defensa Populares, poco organizadas y equipadas con armas rudimentarias, pueden pensar en enfrentarse a un régimen con soldados armados hasta los dientes. Sí, es bastante complicado y la perspectiva de victoria, descabellada.
Es como la lucha entre David y Goliat: un pequeño pastor con una honda enfrentándose a su enemigo gigante. En el pasado, Goliat siempre venció a David en Myanmar.
No obstante, esta vez muchas personas birmanas confían en David, que puede estar en desventaja, pero que es un luchador leal. Y también en su sencilla herramienta, más eficaz y menos ruidosa que la diplomacia internacional. Basta ya.
Naing Khit es comentarista de asuntos políticos
Fuente original en inglés: https://www.irrawaddy.com/opinion/guest-column/diplomacy-is-wasted-on-myanmars-junta.html