La invasión rusa de Ucrania es una muestra de su imperialismo. Pero el imperialismo es también una estructura del espacio mundial dominada por unos pocos países que se apoyan de forma particular en su poder económico y en sus capacidades militares.
En este espacio mundial, la interacción entre el nuevo ciclo de militarización y la intensificación de la competencia económica es cada vez más intensa. La humanidad se enfrenta, como en las anteriores coyunturas del imperialismo, a los más graves peligros.
La inserción de Rusia en la economía mundial, de Yeltsin a Putin
Rusia entró en una dinámica capitalista tras la desaparición de la URSS, y desde el principio fue la integración en el mercado mundial la que guio las reformas del gobierno de Yeltsin. El desarrollo del «capitalismo de los oligarcas» fue diseñado por economistas estadounidenses y rusos y nunca faltó el apoyo financiero del FMI. Los programas iniciados por el FMI y el Banco Mundial fueron calificados de «terapia de choque» por el profesor de Harvard Jeffrey Sachs, que fue uno de los promotores de la misma [1]. En los países ex «socialistas», estas recetas dieron lugar a lo que Marx llamaba una «acumulación primitiva de capital» basada en los métodos más brutales de puesta en movimiento de la fuerza de trabajo.
La clase dirigente rusa, llamada «oligarquía» pero típicamente capitalista, se formó durante las reformas (perestroika) iniciadas en la URSS por Mijaíl Gorbachov en los años ochenta. Se sumaron a ella los directivos de las fábricas privatizadas en el marco de la «terapia de choque». A finales de los años 90, tres o cuatro grupos de oligarcas dominaban la economía y la política rusas [2]. Habían integrado la economía rusa en la «globalización» tras el ingreso de Rusia en el FMI en 1992. Sin embargo, las dramáticas consecuencias sociales de la acumulación primitiva (disminución de la esperanza de vida, pérdida de derechos sociales, caída de los ingresos, etc.) -como atestiguan, por ejemplo, las huelgas de los mineros del carbón en mayo de 1998, el saqueo organizado de los recursos naturales, el default de la deuda pública rusa en 1998 y la sumisión del gobierno de Yeltsin a la dominación del bloque transatlántico (ver más adelante)- hicieron que fuera sustituido por Putin. La declaración conjunta de Bill Clinton y Boris Yeltsin de 1993, en la que se afirmaba la «unidad dentro del área euroatlántica desde Vancouver hasta Vladivostok», acabó provocando el hundimiento de Rusia y la expansión de la OTAN, calificada ya de «inaceptable» en un documento de seguridad nacional de 1997 [3].
Vladimir Putin llevó a cabo una seria reorganización/depuración del aparato estatal ruso. Su política económica fue reconstruida en torno a un Estado fuerte y se basó en el aparato militar-industrial, la definición de objetivos planificados e incluso algunas renacionalizaciones. Uno de sus asesores, que abandonó Rusia en 2013 en desacuerdo con él y que se convirtió en economista jefe del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD), recuerda que el objetivo de las reformas de la década de 2000 consistía en una mejora radical del clima de negocios con el objetivo de atraer a los inversores extranjeros [4]. En 2011, Rusia se incorporó a la OMC.
Por ello, Vladimir Putin mantuvo el objetivo de integrar a Rusia en la mundialización. No tenía ninguna intención de volver a una especie de «capitalismo en un solo país», parafraseando la visión de Stalin. En 2008, uno de los think tanks estadounidenses más influyentes se congratuló de ello y subrayó que «Rusia forma parte intrínsecamente de la comunidad internacional y utiliza su integración económica [con el mundo, C. S.] para que su economía pueda alcanzar los objetivos fijados». [5] En 2019, el Banco Mundial seguía situando a Rusia en el puesto 31 en su clasificación que indicaba la facilidad para hacer negocios, un puesto por delante de Francia [6]… Desde 2003, este informe anual, basado en 41 criterios y diseñado por economistas neoclásicos reconocidos, ha sido utilizado para justificar la necesidad de desregular y privatizar las infraestructuras y los servicios públicos hasta que estalló el escándalo: algunas clasificaciones estaban falseadas bajo la presión de los gobiernos (sin embargo, Rusia no fue incriminada). ¡Qué descuido! El FMI no se aplicó a sí mismo ni a sus dirigentes las recomendaciones de buena gobernanza que les impone a los pueblos.
Las propias grandes empresas apreciaban las ambiciones económicas de Putin, como afirma el ex director general de BP (la octava empresa del mundo): «Lejos de ser visto como un aprendiz de dictador, Putin era visto como el gran reformador, alguien que haría una buena limpieza. [7] Y por no hacer una larga letanía, citemos al director general de BlackRock, el mayor fondo de inversiones del mundo: «A principios de los años 90, la inserción de Rusia en el sistema financiero mundial fue bien recibida, se conectó con el mercado mundial de capitales y se vinculó fuertemente con Europa Occidental». [8]
En resumen, el gobierno de Putin respaldó íntegramente la expansión del capitalismo en Rusia y su integración en el mercado mundial, pero con la condición de mantener un estricto control sobre su economía y su población.
La política económica tuvo éxito durante algunos años. El PIB y los ingresos de los hogares aumentaron, llegó la inversión extranjera y aumentaron los ingresos por exportaciones. Este boom económico desapareció a finales de la década de 2000. El fuerte crecimiento del PIB (+7% anual entre 1999 y 2008) dio paso a un cuasi estancamiento: entre 2009 y 2020, la tasa de crecimiento del PIB no superó el 1% anual. De hecho, el período de fuerte crecimiento fue el resultado de la acumulación masiva de rentas de petróleo y de gas: entre 1999 y 2008 la producción de petróleo y gas se quintuplicó y su precio se duplicó con creces durante el mismo período. A falta de una amplia diversificación industrial, la economía y las finanzas públicas siguen aún hoy dependiendo estrechamente de las rentas de petróleo y de gas. En 2018, el sector del petróleo y del gas representó el 39% de la producción industrial, el 63% de las exportaciones y el 36% de los ingresos del Estado ruso (fuente: OCDE). Esta adicción a las rentas es tanto más peligrosa cuanto que los precios de estos recursos naturales y su evolución se amplifican en los mercados de productos básicos (materias primas y productos agrícolas) mayoritariamente dominados por la lógica financiera.
La inversión directa del resto del mundo en Rusia (FDI entrante, eFDI, Inversiones extranjeras directas entrantes, por sus siglas en inglés) y de Rusia hacia el resto del mundo (FDI saliente, sFDI, por sus siglas en inglés) a través de adquisiciones de empresas (fusiones y adquisiciones) así como la construcción de nuevos centros de producción son cuidadosamente analizadas por los economistas como emblema de la internacionalización del capital. El gráfico 1 confirma los tres periodos de la IED y la IED rusa: de 1991 a 2000, su derrumbe bajo el mandato de Yeltsin, su fuerte crecimiento entre 2000 y 2008 y desde 2008 su tendencia a la baja, a pesar de un repunte momentáneo (2016-2018)
El objetivo central de Putin era restaurar el peso geopolítico de Rusia en el mundo. Desde el principio de su mandato, reconstruyó una industria de armamento que había quedado destrozada durante los años de Yeltsin. El número de empresas de defensa había caído de 1.800 en 1991 a 500 en 1997 y su producción (militar y civil) se había reducido en un 82% [9]. Putin reorganizó la industria, creó estructuras de exportación centralizadas y mantuvo un fuerte crecimiento del gasto militar tras la crisis de 2008, aumentando mecánicamente su participación en el PIB hasta 2017 (ya que el PIB estaba estancado). El gasto en sistemas de armamento representa alrededor del 62-65% del presupuesto militar (que también incluye los gastos de personal y de funcionamiento), una proporción mucho mayor que en los países desarrollados [10]. Una idea de la sangría de riquezas que esto provoca la da el indicador de gasto militar/PIB: la proporción de los gastos de defensa con respecto al PIB se situaba entre el 4,2 y el 4,5% durante la década de 2010, una cantidad ligeramente superior a la de Estados Unidos.
Putin reforzó así las dos fuerzas motrices -los oligarcas y el aparato militar-industrial- que estructuraron la Rusia postsoviética para restablecer su estatus internacional.
A finales de la década de 2000, la acumulación de dificultades económicas fue acompañada de ambiciones militares cada vez mayores. Cuanto más estancada se encuentra la economía, más caro resulta hacer la guerra. Cuantas más guerras se libran, mayor es la sangría de los sectores productivos, ya sea por la integración de las actividades civiles (automóviles, compañías aéreas, etc.) en los conglomerados de defensa o por la obligación de las empresas mineras y energéticas de comprar parte de sus productos a las empresas de defensa [11]. Hay que añadir que cientos de empresas de defensa rusas, a las que la industria ucraniana suministraba una serie de subsistemas electrónicos hasta la anexión de Crimea en 2014, han tenido que buscar otros proveedores. Por último, la proporción de las ventas de armas rusas en el comercio mundial de armas ha disminuido considerablemente desde 2014.
Resulta muy tentador establecer una relación causal lineal entre la intensificación del militarismo ruso, por un lado, y sus dificultades económicas y el continuo declive de la economía mundial, por otro, sin que el sentido de la causalidad quede claro. De hecho, las interrelaciones existen y se han ido construyendo a lo largo de las décadas anteriores. El desmoronamiento del régimen soviético en la década de 1980 no destruyó el aparato militar-industrial. Tampoco fue barrido por la privatización de empresas decidida por los oligarcas del gobierno de Yeltsin. Putin le devolvió al aparato militar-industrial el poder que había perdido momentáneamente orientándolo hacia el objetivo de restaurar la ‘posición de Rusia en el mundo’.
La invasión de Ucrania es la culminación de un intervencionismo militar que se aceleró durante la década de 2000. Se explica por las profundas transformaciones internas que sufrió Rusia tras la llegada de Putin al poder. Pero la ascensión militar de Rusia se vio también facilitada por las convulsiones en el orden geopolítico y económico internacional que conforman lo que denominé el «momento 2008» y que pusieron fin al período de dominación estadounidense sin precedentes, iniciado con la desaparición de la URSS en 1991. Cuatro grandes acontecimientos resumen estas transformaciones: la crisis financiera de 2008, que debilitó las economías de los países desarrollados y sobre todo de Estados Unidos y la UE; la emergencia de China como potencia geoeconómica; el empantanamiento de los ejércitos estadounidenses en Irak y Afganistán; y la explosión popular (las «primaveras árabes») que sacudió el Magreb y el Oriente Medio. Estas transformaciones del espacio mundial fueron aprovechadas en primer lugar por el imperialismo ruso en su periferia. La guerra en Ucrania es el último eslabón de una cadena de invasiones decididas por Vladimir Putin: en Chechenia (1999-2000), en Georgia para apoyar la independencia de Osetia del Sur y Abjasia (2008), en Ucrania para apoyar la independencia de las regiones de Luhansk y Donetsk y unir Crimea a Rusia (2014) y el envío de tropas para ayudar a reprimir las manifestaciones en Kazajistán (enero de 2022). Vladimir Putin también aprovechó esta nueva situación internacional para consolidar sus posiciones militares en Oriente Medio mediante la intervención del ejército ruso contra el pueblo sirio, que también vivía una «primavera árabe» desde 2011. La intervención rusa se llevó a cabo en nombre del lema consagrado de la «guerra contra el terrorismo».
¿Un imperialismo multisecular?
El término ‘imperialismo’ resurgió con la invasión rusa de Ucrania. Había desaparecido prácticamente, salvo para los críticos radicales de la política internacional de los Estados Unidos, que en su mayoría prefieren el término ‘imperio’. Sin embargo, los nuevos pensadores del capitalismo ya lo habían utilizado después de los atentados del 11 de septiembre. Robert Cooper, asesor diplomático de Tony Blair y luego de Javier Solana, Alto Representante de la UE para la Política de Defensa y Seguridad, resumió el estado de ánimo imperante al hablar de la necesidad de un ‘imperialismo liberal’ capaz de hacer la guerra a esa otra parte de la humanidad que él llamaba los ‘bárbaros’. El imperialismo ‘liberal’ y ‘humanitario’ era la ‘misión del hombre occidental’ en la era de la globalización. Las guerras de Afganistán, Irak y Libia constituyen sus sangrientos estandartes.
La mayor parte de los comentaristas utilizan hoy el término imperialismo en un sentido completamente diferente al de hace veinte años para justificar el comportamiento de los Estados Unidos y de Occidente. Hoy, el imperialismo ruso describe una invasión que reactiva el uso directo de la fuerza armada para conquistar nuevos territorios y, según estos mismos comentaristas, la guerra en Ucrania forma parte de una tradición rusa multisecular. Un influyente think-tank estadounidense cita una declaración de Catalina II, hecha en 1772, para establecer una «continuidad directa con los dos imperios rusos: el primero bajo los zares Romanov (1727-1917) y el segundo con la URSS» [12]. Un comentarista francés experimentado señala que «su actual zar, Vladimir Putin» persigue las ambiciones imperiales del Imperio ruso y lanza la siguiente pregunta: «Vladimir Putin, ¿hacia un nuevo imperialismo ruso?» [13].
Estos atajos transhistóricos tienen muy poca importancia analítica. Por supuesto, la historia es esencial para explicar el presente, pero no es suficiente. ¿Quién podría conformarse con un análisis que explicara el redespliegue del ejército francés en el Sahel tras su salida de Malí en 2022 a través de la promulgación por Luis XIV del Código Negro [Code Noir] que legalizaba la esclavitud en 1685? Y lo que es más importante, la afirmación de la inmutabilidad del imperialismo ruso no menciona la ruptura, muy temporal pero profunda, que tuvo lugar al principio del régimen soviético [14]. El presidente ruso también reprocha violentamente a la «Rusia bolchevique y comunista» el hecho de haber apoyado el derecho del pueblo ucraniano (pero también el de los pueblos de Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia, etc.) a la autodeterminación. Es cierto que ya en 1914, Lenin había declarado: «Ucrania se ha convertido para Rusia en lo que Irlanda era para Inglaterra: explotada hasta el extremo, no recibe nada a cambio. Así, los intereses del proletariado mundial en general y del proletariado ruso en particular exigen que Ucrania recupere su independencia estatal.» [15] A Lenin le preocupaba sobremanera el comportamiento de Stalin en la cuestión de las nacionalidades, y entendió lo que podía poner en práctica. Uno de sus últimos escritos antes de su muerte lo advertía: «Una cosa es la necesidad de un frente, todos juntos, contra los imperialistas occidentales, defensores del mundo capitalista. […] Otra cosa es comprometernos, incluso en cuestiones de detalle, en las relaciones imperialistas con respecto a las nacionalidades oprimidas, despertando así la sospecha sobre la sinceridad de nuestros principios, sobre nuestra justificación de principios de la lucha contra el imperialismo [16]. Trotsky también se enfrentó al exterminio del pueblo ucraniano por parte de Stalin, exigiendo «el derecho a la autodeterminación nacional [que] es, por supuesto, un principio democrático y no socialista» y reivindicó una Ucrania independiente contra «el saqueo y el dominio arbitrario de la burocracia»[17].
Sin dudas, el recurso a la historia es algo útil, pero con la condición de que no sustituya al análisis concreto [18].
Los imperialismos contemporáneos
El planeta no se parece al ‘gran mercado’ imaginado por las teorías económicas dominantes. Constituye un espacio global en el que la dinámica de la acumulación de capital interactúa permanentemente con la organización del sistema internacional de los Estados. Una vez más, debemos recordar que el capital es una relación social que se construye políticamente en torno a los Estados ‘soberanos’ y que se despliega en territorios definidos por las fronteras nacionales. Es cierto que las medidas de desregulación han permitido que el capital monetario de préstamo circule en los mercados financieros internacionales, pero su valorización depredadora depende, en última instancia, de la acumulación productiva que sigue siendo la base de la creación de valor y que, por definición, está territorializada. La tendencia del ‘capital a crear el mercado mundial’ que Marx y Engels ya analizaron a mediados del siglo XIX no ha abolido las fronteras nacionales, y menos aún las rivalidades económicas y políticas que resultan de ellas.
En consecuencia, el espacio mundial es muy desigual y está jerarquizado según el peso de los países. El estatus internacional de un país depende de los resultados de su economía -lo que los economistas llaman su competitividad internacional- y de sus capacidades militares. En regla general, los mismos países se encuentran en las jerarquías mundiales de las potencias económicas y militares. Podemos entonces definir como imperialistas a aquellos pocos países que dirigen el funcionamiento del sistema internacional de Estados en su beneficio -en el seno de las instituciones internacionales y a través de acuerdos bi o multilaterales- y que capturan parte del valor creado en otros países. Los economistas marxistas proponen, con diferentes métodos de cálculo, una evaluación de la cantidad de transferencias de valor a los países dominantes. Por ejemplo, Guglielmo Carchedi y Michael Roberts calculan que estas transferencias han pasado de 100.000 millones de dólares (constantes) al año en la década de 1970 a 540.000 millones (constantes) en la actualidad [19].
Sin embargo, el comportamiento de los países imperialistas no es uniforme y las diferencias radican en la forma en que combinan sus resultados económicos con sus capacidades militares. Rusia moviliza sus capacidades militares de forma masiva para defender su estatus global frente a EE.UU. y la OTAN, y lo hace tanto más cuanto más se deterioran sus resultados económicos (véase más arriba). Sus guerras de conquista territorial recuerdan a las guerras de colonización de los países europeos antes de 1914. Sin embargo, los efectos positivos que tuvieron en los países capitalistas europeos no se ven hoy en día, aunque algunos sostienen que el objetivo de Vladimir Putin es permitir que Rusia se quede con los recursos naturales de Ucrania (gas, petróleo, hierro, uranio, cereales, algunos materiales esenciales para la fabricación de componentes electrónicos) [20] y la ampliación de su acceso al Mar Negro.
Sin embargo, el imperialismo contemporáneo no puede ya reducirse en la actualidad a la conquista armada y la colonización que antes de 1914. La capacidad de un país para captar una parte del valor creado en el mundo revela también una estructura del espacio mundial dominada por los imperialismos. Alemania es un claro ejemplo de ello y está en el extremo opuesto a Rusia. El país tiene todo para ganar a través de la expansión y apertura de la economía mundial, de la que obtiene grandes ingresos, comportamiento que se resume en la fórmula que suele utilizar el personal político de ese país: ‘cambio (de régimen) a través del comercio’.
Los Estados Unidos son un caso especial y único en muchos sentidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, junto con los países de Europa Occidental, creó un «bloque transatlántico» contra la URSS y China, basado en un trípode sólido: una creciente integración económica del capital financiero e industrial, una alianza militar (OTAN) y una comunidad de valores que combina economía de mercado, democracia y paz. Estados Unidos ha formado alianzas en la región de Asia-Pacífico basadas en el mismo trípode (Japón y ANZUS, que reúne a Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos). Así, el bloque transatlántico puede considerarse no sólo como América del Norte y Europa, sino como un espacio geoeconómico que incluye algunos países de la zona Asia-Pacífico.
La superioridad militar de Estados Unidos es innegable. Estados Unidos representa el 40% del gasto militar mundial, lo que representa un poco más que el total combinado de los 9 países que le siguen. Un investigador estadounidense calcula que hay cerca de 800 bases militares en más de 70 países, con un costo de 85.000 a 100.000 millones de dólares al año (aproximadamente el doble de todo el presupuesto anual de defensa de Francia) [21]. Esta supremacía militar, que tiene su origen en la Segunda Guerra Mundial, ha descartado de manera definitiva la transformación de la competencia económica en conflicto armado dentro del bloque transatlántico. La brecha en las capacidades militares entre Estados Unidos y los demás países aumentará aún más como resultado de la guerra en Ucrania. La administración Biden anunció un aumento del presupuesto militar nunca visto en varias décadas, que alcanzará los 813.000 millones de dólares en 2023.
Francia, al igual que Estados Unidos, se caracteriza por un posicionamiento internacional que combina estrechamente la presencia económica y las capacidades militares, pero se entiende que no compite en la misma división que Estados Unidos. Su condición de potencia nuclear la mantiene como potencia mundial, pero en el nuevo entorno internacional posterior a 2008, las intervenciones de sus cuerpos expedicionarios en África -cuyo estancamiento es cada vez más evidente- ya no son suficientes para ocultar el debilitamiento de su peso económico en el mundo.
La mundialización armada
La invasión rusa de Ucrania echó por tierra el mito de la ‘mundialización pacífica’ que parecía respaldada por la integración de Rusia en la economía mundial tras la desaparición de la URSS. Este mito del capitalismo pacífico fue difundido por los economistas dominantes que explicaban que la paz sería el resultado de la extensión de la economía de mercado, ya que el mercado logra la síntesis de las voluntades individuales de agentes libres y soberanos. Agregaban también que la paz saldría reforzada con el crecimiento del comercio y de los intercambios financieros entre las naciones, ya que la interdependencia económica reduce los impulsos bélicos [22]. Los politólogos de la corriente dominante complementaron la nueva ortodoxia añadiendo que la difusión de la democracia tras la desaparición de la URSS mejoraría la paz entre las naciones. Thomas Friedman, un reputado columnista del New York Times, tradujo la nueva ortodoxia en términos populares: «dos países que tienen restaurantes McDonald’s no van a la guerra» [23] porque comparten una visión común. ¿Se habrá traducido al ruso su libro? En cualquier caso, la presencia en 2022 de 850 restaurantes en Rusia que emplean a 65.000 personas no fue suficiente para convencer a Putin [24].
Había llegado la hora del «fin de la historia» anunciado por Francis Fukuyama, y los economistas y politólogos nos proponían una economía política de la globalización en formato PDF (Peace-Democracy-Free markets: Paz-Democracia-Libertad de Mercados). En realidad, el periodo abierto por la destrucción del Muro de Berlín tenía todos los ingredientes de una mundialización armada [25]. Sin duda, la atención puesta actualmente en Europa respecto a la guerra de Rusia contra Ucrania no debería esconder el panorama general. Desde 1991, los conflictos armados han proliferado: en 2020, el Instituto UDCP/PRIO contabilizó 34 conflictos armados en el mundo. Se calcula que el 90% de los muertos en las guerras de los años 90 fueron civiles. En el año 2000, las Naciones Unidas contabilizaron 18 millones de refugiados y desplazados internos, pero en 2020 fueron 67 millones. La mayoría de esos conflictos armados tienen lugar en África y, dado que se producen entre facciones dentro de los países, han sido calificados como ‘guerras civiles’, ‘guerras étnicas’, etc. Por ello, los principales pensadores, especialmente los del Banco Mundial, los atribuían a la mala gobernanza interna de estos países. Pero es todo lo contrario. Las guerras ‘locales’ no son enclaves en un mundo conectado, sino que se integran a través de múltiples canales en la ‘globalización-realmente existente’ [26]. El saqueo de los recursos que enriquece a las élites locales y a los ‘señores de la guerra’ alimenta las cadenas de suministro globales construidas por los grandes grupos industriales. Un ejemplo que se cita a menudo es el del coltán/tántalo en la República Democrática del Congo, comprado por las grandes empresas de la economía digital. Otros canales vinculan estas guerras a los mercados de los países desarrollados. Las élites gubernamentales, generalmente apoyadas por los gobiernos de los países desarrollados, que las legitiman como miembros de la ‘comunidad internacional’ (ONU), reciclan a través de las instituciones financieras europeas y los paraísos fiscales sus inmensas fortunas acumuladas en estas guerras y mediante la opresión de sus pueblos.
También ha habido guerras en nombre del ‘imperialismo liberal’. Estados Unidos se encargó de dirigir las operaciones con el apoyo de la OTAN. Por lo general, obtuvo una autorización del Consejo de Seguridad de la ONU -una excepción notoria fue la de la guerra en Irak en 2003-, si bien ha ido más allá de lo permitido por el mandato, como en Serbia (1999) y Libia (2011). Por último, siguen existiendo conflictos a gran escala en zonas donde hay países que aspiran a un papel regional (India, Pakistán) y en Oriente Medio (Irán, Israel, monarquías petroleras, Turquía).
El mundo contemporáneo se enfrenta así a cuatro tipos de guerras: las guerras de Putin, las ‘guerras por los recursos’, las guerras del ‘imperialismo liberal’ y los conflictos armados regionales. En conjunto, confirman que el espacio mundial está fracturado por rivalidades económicas y político-militares que involucran en primer lugar a las grandes potencias.
La economía continuación de la guerra por otros medios
Las guerras no son la única característica del período contemporáneo. Desde 2008, las interferencias entre la competencia económica y las rivalidades geopolíticas son más intensas. Los grandes países no solo movilizan medios ‘civiles’, como los medios de comunicación y el ciberespacio con fines militares en las llamadas guerras ‘híbridas’. Transforman los intercambios económicos en un terreno de confrontaciones geopolíticas, lo que conduce a una “militarización del comercio internacional” (weaponization of trade) [27]. Por tanto, podríamos invertir la fórmula de Clausewitz diciendo que, más que nunca, «la competencia económica es la continuación de la guerra por otros medios». En concreto, los países del G20 que son los más poderosos han incrementado seriamente las barreras proteccionistas y, para aparentar no derogar las reglas liberales controladas por la OMC, lo hacen invocando razones de seguridad nacional que siguen siendo en principio un asunto soberano. de las naciones [28]. La pandemia ha ampliado esta militarización del comercio internacional.
Las sanciones económicas, a menudo utilizadas por los países occidentales, especialmente contra Rusia desde la anexión de Crimea en 2014, pero también por las administraciones de Trump y Biden contra China, acentúan igualmente la “militarización del comercio internacional”. Se invocan preocupaciones militares y de seguridad nacional, mientras que muy a menudo el objetivo de las sanciones adoptadas por los gobiernos de los países occidentales es apoyar a sus grupos principales y proteger sus industrias, incluso contra otros países occidentales.
Las sanciones que ahora se están tomando contra Rusia, y que además se presentan como un sustituto de una imposible intervención militar directa de la OTAN, constituyen sin embargo un salto cualitativo. Son de una amplitud sin precedentes ya que, según Joe Biden, están «destinadas a poner de rodillas a Rusia por muchos años». Su objetivo es reenfocar la economía mundial en el bloque transatlántico con consecuencias más que inciertas (ver más abajo).
Las guerras y la “militarización del comercio” conviven así hoy con la interdependencia económica que produce la globalización. No es realmente una cosa nueva. La corta distancia que separaba la economía de la geopolítica ya era una característica importante del mundo de antes de 1914 y los marxistas la convirtieron en un elemento clave del imperialismo [29]. Menos conocida que la dada por Lenin en El imperialismo, la etapa suprema del capitalismo [30], la definición de Rosa Luxemburg «El imperialismo es la expresión política del proceso de acumulación capitalista» [31] enfatiza esta interacción entre economía y política, la disociación imposible entre la competencia entre capitales y las rivalidades militares. Los marxistas ya analizaban el imperialismo como una estructura global de cooperación y rivalidad entre capitales y entre Estados. Una ilusión retrospectiva hace olvidar que antes de 1914, las economías de los países europeos ya estaban profundamente integradas, y esto era incluso el caso de Francia y Alemania, que sin embargo se preparaban para ir a la guerra [32]. Hoy, su cooperación pasa por la existencia de organismos económicos internacionales como el FMI y el Banco Mundial que coordinan y apoyan medidas favorables al capital (las políticas “neoliberales”). La convergencia de las políticas gubernamentales contra las y los explotados de los países imperialistas tiene como trasfondo común el hecho de que “los burgueses de todos los países confraternizan y se unen contra los proletarios de todos los países, a pesar de sus luchas mutuas y de su competencia en el mercado mundial” [33].
Podemos incluso aplicar esta dialéctica cooperación/rivalidad al dominio geopolítico. Al día siguiente de la adopción del Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en 2017 en la ONU por una imponente mayoría de países, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad -China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia- emitieron una declaración conjunta: “Nuestros países nunca firmarán ni ratificarán este tratado, que no establece nuevas normas”. Así, los gobiernos de estos países, que por otra parte exhiben una peligrosa rivalidad para los pueblos, presentan un frente unido para mantener sus mortíferos privilegios.
El certificado de defunción de los análisis marxistas del imperialismo como un espacio global de interdependencia económica y rivalidad geopolítica ha sido proclamado a menudo desde 1945 debido al fin de la guerra entre las grandes potencias. Es cierto que dos factores modificaron profundamente la relación entre economía y guerra después de la Segunda Guerra Mundial. Por un lado, el arma nuclear ha disuadido a los países que la poseen, desde su uso contra el pueblo japonés, de convertir sus rivalidades económicas y geopolíticas en confrontaciones armadas. El riesgo de una conflagración nuclear también ha sido un argumento utilizado por Estados Unidos y la UE para rechazar cualquier intervención directa en Ucrania. Por otro lado, la supremacía económica y militar de Estados Unidos sobre los demás países capitalistas desarrollados de Europa y Asia ha prohibido cualquier uso de la herramienta militar como solución de disputas dentro del mundo “occidental”. Este término suele utilizarse como sinónimo de ‘mundo libre’, por lo que también incluye países asiáticos.
Estas dos grandes características son ciertamente parte de la coyuntura histórica resultante de la Segunda Guerra Mundial, pero más bien nos invitan a actualizar los aportes de las teorías del imperialismo que a decretar su obsolescencia.
La fragmentación geopolítica del mercado mundial en el orden del día
La guerra en Ucrania ya tiene dos consecuencias principales: el deseo de los Estados Unidos de fortalecer la cohesión del bloque transatlántico en su beneficio y la fragmentación del espacio mundial bajo los efectos combinados y potencialmente devastadores del proteccionismo económico y los conflictos armados. Durante una intervención sobre la guerra en Ucrania ante la asociación de líderes de los principales grupos estadounidenses, el presidente Biden recordó que «todos somos capitalistas en esta sala». Dijo que la guerra en Ucrania marca un «punto de inflexión en la economía global, e incluso en el mundo, como sucede cada tres o cuatro generaciones». Añadió que «Estados Unidos debe liderar el nuevo orden mundial uniendo al mundo libre», en otras palabras, soldar el bloque transatlántico con más fuerza.[34]
No cabe duda de que el nuevo orden mundial está dirigido contra China, que sigue siendo la principal amenaza geopolítica y económica para los Estados Unidos. Por lo tanto, la Administración Biden sigue esencialmente la política de Donald Trump contra China. Los países europeos ya habían expresado su acuerdo con la posición de los Estados Unidos en un documento publicado en 2020 «Una nueva agenda transatlántica para una cooperación mundial basada en valores comunes, intereses (sic) e influencia mundial». El documento europeo designa a China como «un rival sistémico» y observa que «Estados Unidos y la UE, como sociedades democráticas y economías de mercado, están de acuerdo en el desafío estratégico lanzado por China, aunque no siempre estén de acuerdo en la mejor manera de abordarlo» [35]. La OTAN también declaró a finales de marzo de 2022 que China plantea «un desafío sistémico» al negarse a cumplir con las normas de derecho que sustentan el orden internacional.
La Administración Biden tiene la intención de consolidar la dominación estadounidense sobre el bloque transatlántico que el mandato de Trump había más bien debilitado. En el plano militar, no hay duda de ello. En esta guerra que tiene lugar en Europa, se demuestra que los avances en defensa de los países de la UE solo pueden tener lugar bajo la dominación estadounidense. Por el momento, la OTAN está fortaleciendo su unidad, desmintiendo el comentario de Emmanuel Macron sobre su «estado de muerte cerebral».
El fortalecimiento del liderazgo económico sobre sus aliados es un objetivo aún más importante de la Administración de los Estados Unidos. Pues la guerra no eliminará la competencia económica dentro del propio bloque transatlántico, más bien la exacerbará. Las sanciones económicas contra Rusia provocan efectos negativos menos violentos en los Estados Unidos que en Europa, donde Alemania sigue siendo el principal competidor de los Estados Unidos. Donald Trump incluso lo había convertido en un objetivo casi tan importante como China. El presidente Biden procede de otra forma, pero ha obtenido de Alemania lo que ha estado pidiendo en vano desde su elección: el freno definitivo del funcionamiento del gasoducto Nord Stream 2 y el fin del aprovisionamiento de gas ruso, lo que plantea un desafío a corto y tal vez a medio plazo para Alemania.
La fragmentación del espacio mundial ya está muy avanzada con las medidas contra Rusia adoptadas por los Estados Unidos y sus aliados. Se han tomado dos medidas muy importantes: la exclusión de parte de los bancos rusos del sistema de pago internacional SWIFT, al que pertenecen más de 11 000 instituciones financieras y cuyo centro de datos se encuentra en Virginia (Estados Unidos), y la prohibición de aceptar dólares en poder del Banco Central de Rusia. Por lo tanto, los Estados Unidos utilizan una vez más el activo político que constituye la emisión de la moneda internacional utilizada en los pagos internacionales y que en 2022 representa alrededor del 60 % (en comparación con el 70 % en 2000) de las reservas en poder del conjunto de los bancos centrales.
Sin embargo, esta medida es de doble filo: debilita la capacidad financiera de Rusia, pero también presenta un riesgo para los Estados Unidos. En primer lugar, a nivel técnico, los economistas observan que la tenencia de dólares se basa en las garantías ofrecidas por la Reserva Federal (el banco central de los Estados Unidos) y, por lo tanto, en la confianza en una posibilidad ilimitada de utilizar la moneda estadounidense como medio de pago. Sin embargo, la Administración de los Estados Unidos confirma al congelar los activos en dólares en poder del Banco Central de Rusia que sus propios intereses estratégicos prevalecen sobre el respeto del correcto funcionamiento de la moneda internacional. Luego, en el plano político, esta medida unilateral acelerará la búsqueda de soluciones alternativas al dólar. China estableció un sistema de pago internacional basado en el renminbi en 2015, que sigue siendo de uso limitado, pero podría utilizarse para eludir el dólar. En resumen, la «militarización del dólar», según la expresión del Financial Times [36], va a amplificar los enfrentamientos geopolíticos. Porque Estados Unidos ya no se encuentra en la situación hegemónica de posguerra que le permitió imponer, incluso a sus aliados europeos, un sistema monetario internacional, materializado en los Acuerdos de Bretton Woods en 1944, en el que «el dólar es tan bueno como el oro». El «momento 2008» reveló una configuración de las relaciones de poder económico completamente diferente a la de la de la posguerra. La guerra en Ucrania ya revela los juegos geopolíticos que están funcionando. Los esfuerzos de la Administración Biden por constituir un frente común del «mundo libre» erigido contra los regímenes autoritarios se enfrentan a dificultades ya que la India, «la democracia más grande del mundo», e Israel, a la que los medios de comunicación occidentales llaman la «única democracia en Oriente Medio» [37], mantienen sus relaciones con Rusia.
Un analista financiero muy escuchado explica que «las guerras a menudo ponen fin a la dominación de una moneda y dan lugar a un nuevo sistema monetario». En consecuencia, augura un nuevo sistema de Bretton Woods porque «cuando la crisis (y la guerra) terminen, el dólar estadounidense debería ser más débil y, por otro lado, el renminbi, apoyado por una cesta de divisas, podría ser más poderoso». [38]
La guerra en Ucrania y el deseo de la Administración Biden de consolidar el bloque transatlántico amplificarán la fragmentación del espacio global, y los discursos sobre la «desglobalización» que han surgido desde la crisis de 2008 se están multiplicando [39]. Tras la crisis financiera de 2008, el comercio internacional se estancó. Luego, la crisis sanitaria puso de relieve la fragilidad de la forma en que se internacionaliza el capital. Ha causado un aumento del proteccionismo que ha llevado a interrupciones del suministro dentro de las cadenas de valor construidas por los principales grupos mundiales, así como a la reubicación de las actividades de producción basadas en criterios geopolíticos y la seguridad del acceso a los recursos. Sin embargo, el capital necesita el espacio mundial más que nunca para aumentar la masa de valor producida, pero sobre todo la parte que es apropiada por el capital, a la que Marx llama plusvalía. Desde este punto de vista, la crisis que comenzó en 2008 no se ha superado realmente y lo es tanto menos, ya que las sangrías operadas sobre el valor por el capital financiero nunca han sido más fuertes.
Por lo tanto, los impulsos que impulsan la dinámica del capital para abrirse constantemente nuevos mercados están muy presentes, pero están enredados con las rivalidades nacionales, que resultan de la competencia entre los capitales controlados por grandes grupos financiero-industriales. Sin embargo estos siguen siendo, a pesar de todos los discursos radicales sobre el «capitalismo global» y la emergencia de una «clase capitalista transnacional», adosados a su territorio de origen, del que siguen obteniendo una gran parte de sus ganancias gracias a las instituciones estatales que les garantizan las condiciones sociopolíticas para la acumulación exitosa de su capital.
La agresión imperialista de Rusia actúa como un precipitado químico porque acelera las tendencias que ya están funcionando. La competencia económica entre los capitales de los bloques y las alianzas de países se transforma por un deslizamiento continuo en un enfrentamiento armado. Y ya está produciendo consecuencias sociales mortíferas en docenas de países del sur que son dependientes de las grandes potencias.
Los pretextos
Algunos análisis críticos del capitalismo todavía reservan el término imperialismo solo a los Estados Unidos. Sus autores no parecen saber contar más allá del número uno y exoneran a la Rusia de Putin de este calificativo. La fijación en el «monoimperialismo» estadounidense no puede justificarse por el hecho de que «los enemigos de mis enemigos son mis amigos».
Observar la existencia de una arquitectura internacional basada en rivalidades interimperialistas, como ha hecho este artículo, no exime de un análisis concreto de la guerra en Ucrania, y menos aún justifica la intervención del ejército ruso. El derecho de los pueblos a su libre disposición debería ser el hilo conductor de todas las personas que se reclaman del antiimperialismo [40]. El apoyo al pueblo ucraniano se convierte entonces en una demanda obvia, sin tener que limitar las críticas a la invasión rusa con consignas como «no a la guerra» ni hablar de «guerra ruso-ucraniana», formulaciones que en realidad enmascaran la diferencia entre el país agresor y el país atacado. El pueblo ucraniano es una víctima y la solidaridad internacional es esencial [41].
Quienes en las filas de la izquierda se niegan a condenar la agresión rusa afirman que Rusia está amenazada por los ejércitos de la OTAN estacionados en sus fronteras y que está librando una «guerra defensiva». Es indiscutible que la OTAN amplió su base después de la desaparición de la URSS e integró a la mayoría de los países de Europa Central y Oriental en este bloque económico-militar. Hay que lamentarlo, pero esta extensión se vio facilitada por el efecto repulsivo ejercido sobre los pueblos de los países orientales por los regímenes sometidos a Moscú que combinan la opresión económica y la represión de las libertades. Estos pueblos experimentaron el «socialismo de los tanques» que la URSS neoestalinista y sus satélites implementaron en Berlín Oriental (1953), Budapest (1956) y Praga (1968) y Polonia (1981).
Además, el argumento de la amenaza de la OTAN es obviamente reversible: los países cercanos a Rusia pueden temer las armas rusas. El óblast ruso de Kaliningrado (un millón de habitantes, anteriormente la ciudad alemana de Königsberg), situada en el Mar Báltico y a varios cientos de kilómetros de Rusia, tiene fronteras comunes con Polonia y Lituania. Este exclave ruso es el hogar de grandes fuerzas armadas, equipadas con misiles nucleares tácticos, misiles tierra-mar y tierra-aire.
Por lo tanto, no podemos detenernos ante las amenazas recíprocas entre las grandes potencias, ya que han sido desde finales del siglo XIX la base del militarismo y su «carrera de armamentos». En el contexto de sus rivalidades interimperialistas, algunos países eran agresores y otros estaban en posición defensiva. Los roles también eran intercambiables, lo que explicaba por qué quienes se reclamaban del internacionalismo se negaban a apoyar a uno de los dos bandos opuestos. Sin embargo, la guerra en Ucrania no es una guerra entre potencias imperialistas, sino que es librada por el imperialismo contra un pueblo soberano. Es la negación absoluta del derecho de los pueblos a la autodeterminación, a menos que, por supuesto, consideren que el pueblo ucraniano no existe.
El abandono de un análisis basado en la soberanía popular conduce a una reificación del estado y, en la situación actual, a considerar que Vladimir Putin tiene razón, ya que se siente amenazado, incluso «humillado» por la extensión de la OTAN. Esta posición legitima el establecimiento por parte de Rusia de un «cordón sanitario» que pasa por la anexión de Ucrania, considerada, siguiendo a Stalin y Putin, como una provincia de la Gran Rusia. Esta posición, bajo el disfraz del antiimperialismo estadounidense, se une a la llamada corriente «realista» de las relaciones internacionales. Ésta analiza el mundo a través del prisma de los estados racionales que defienden sus intereses, de ahí el hecho de que «en un mundo ideal, sería maravilloso que los ucranianos fueran libres de elegir su propio sistema político y política exterior», pero que «cuando tienes una gran potencia como Rusia a tu puerta, debes tener cuidado» [42]. En el mundo de estas teorías «realistas», no existen las «realidades» del derecho de los pueblos a la autodeterminación o la solidaridad internacional de las clases explotadas y oprimidas.
A la espera del advenimiento del «mundo ideal», la tarea inmediata es denunciar la guerra de Rusia en Ucrania y los peligros extremos que la prosecución de las rivalidades interimperialistas hace correr a la humanidad.
Claude Serfati, economista, investigador del IRES (Instituto de Investigación Económica y Social). Su próximo libro, L’Etat radicalisé. La France à l’ère de la mondialisation armée (El estado radicalizado. Francia en la era de la globalización armada) será publicada por las ediciones La Fabrique a principios de octubre de 2022.
Notas
[1] https://www.jeffsachs.org/newspaper-articles/zw4rmjwsy4hb9ygw37npgs97bmn9b9
[2] Nesvetailova Anastasia (2005), « Globalization and Post-Soviet Capitalism: Internalizing Neoliberalism in Russia”, In Internalizing Globalization. Palgrave Macmillan, London, 2005. p. 238-254.
[3] Jakob Hedenskog and Gudrun Persson, “Russian security policy”, en FOI Russian Military Capability in a Ten-Year Perspective – 2019, diciembre 2019, Stockholm.
[4] Sergey Guriyev, “20 Years of Vladimir Putin: The Transformation of the Economy”, Moscow Times, 16 de agosto de 2019.
[7] Tom Wilson, “Oligarchs, power and profits: the history of BP in Russia”, Financial Times, 24 ars 2022.
[8] “To our shareholders”, 24 de marzo de 2022.
[9] Alexei G. Arbatov, “Military Reform in Russia: Dilemmas, Obstacles, and Prospects,” International Security, vol. 22, no. 4 (1998).
[10] Westerlund Fredrik Oxenstierna Susanne (Sous la direction de), “Russian Military Capability in a Ten-Year Perspective – 2019”, FOI-R–4758—SE, diciembre 2019.
[11] Pavel Luzin, 1 avril, 2019, https://www.wilsoncenter.org/blog-post/the-inner-workings-rostec-russias-military-industrial-behemoth
[12] Lukasz Adamski, “Vladimir Putin’s Ukraine playbook echoes the traditional tactics of Russian imperialism”, 3 de febrero de 2022, https://www.atlanticcouncil.org/blogs/ukrainealert/vladimir-putins-ukraine-playbook-echoes-the-traditional-tactics-of-russian-imperialism/
[13] Dominique Moïsi, https://www.institutmontaigne.org/blog/vladimir-poutine-en-marche-vers-un-nouvel-imperialisme-russe?_wrapper_format=html
[14] Sobre la distancia entre los objetivos fijados por Lenín y la realización de la “sovietización” de los países no rusos, ver Zbigniew Marcin Kowalewski, “Impérialisme russe”, Inprecor, N° 609-610 octobre-décembre 2014, http://www.inprecor.fr/~1750c9878d8be84a4d7fb58c~/article-Imp%C3%A9rialisme-russe?id=1686
[15] Citado por Rohini Hensman en Les cahiers de l’antidote, « Spécial Ukraine », n°1, 1° de marzo de 2022, Edition Syllepse.
[16] La cuestión de las nacionalidades o de la “autonomía”, 31 de diciembre de 1922, https://www.marxists.org/francais/lenin/works/1922/12/vil19221231.htm#note1
[17] La independiencia de Ucrania y los borradores sectarios, 30 de julio de 1939, https://www.marxists.org/francais/trotsky/oeuvres/1939/07/lt19390730.htm#sdfootnote8anc
[18] Sobre la toma en cuenta de esta dimensión, ver el artículo de Denis Paillard, Legado imperial: Putin y el nacionalismo de una gran Rusia. https://vientosur.info/legado-imperial-putin-y-el-nacionalismo-de-una-gran-rusia/
[19] https://thenextrecession.wordpress.com/2021/09/30/iippe-2021-imperialism-china-and-finance/ Los autores se interesan solo por las dimensiones económicas del imperialismo.
[20] Jason Kirby, “In taking Ukraine, Putin would gain a strategic commodities powerhouse” (La toma de Ucrania ofrecería a Putin recursos de materias primas estratégicas). Globe And Mail, 25 de febrero de 2022.
[21] David Vine, Base Nation: How U.S. Military Bases Abroad Harm America and the World,2015, Metropolitan Books, New York. http://www.amazon.com/Base-Nation-Military-America-American/dp/1627791698
[22] En su “Discurso sobre la cuestión del libre-cambio” (1848), Marx satirizaba ya esta tesis: “Designar con el nombre de fraternidad universal la explotación en su estado cosmopolita, es una idea que solo puede tener su origen en el seno de la burguesía”, https://www.marxists.org/francais/marx/works/1848/01/km18480107.htm
[23] Friedman Thomas, The Lexus and the Olive Tree, Harper Collins, Londres, 2000. Es cierto que añadía inmediatamente después que “McDonald no puede prosperar sin McDonell Douglas”. Mc Donnell Douglas era entonces uno de los principales productores americanos de aviones de combate.
[24] https://corporate.mcdonalds.com/corpmcd/en-us/our-stories/article/ourstories.Russia-update.html
[25] Serfati Claude, La mondialisation armée. Le déséquilibre de la terreur, Editions Textuel, Paris, 2001.
[26] Aknin Audrey, Serfati Claude, « Guerres pour les ressources, rente et mondialisation », Mondes en développement, 2008/3 (n° 143).
[27] Véase, por ejemplo, J. Pisani-Ferry, “Europe’s economic response to the Russia-Ukraine war will redefine its priorities and future”, Peterson Institute for International Economics”, 10 de marzo de 2022.
[28] Discutí el impacto de estas medidas en la economía mundial en el artículo “La sécurité nationale s’invite dans les échanges économiques internationaux”, Chronique Internationale de l’IRES, 2020/1-2.
[29] Claude Serfati (2018) “Un guide de lecture des théories marxistes de l’impérialisme” http://revueperiode.net/guide-de-lecture-les-theories-marxistes-de-limperialisme/
[30] «Era de dominación del capital financiero monopolista», el imperialismo tiene, según Lenin, las siguientes características: «formación de monopolios, nuevo papel de los bancos, capital financiero y oligarquía financiera, exportaciones de capital, división del mundo entre grupos capitalistas , división del mundo entre grandes potencias”. Lo menos que podemos decir es que no están obsoletos.
[31] Luxemburgo Rosa, La acumulación de capital, cap 31. https://www.marxists.org/espanol/luxem/1913/1913-lal-acumulacion-del-capital.pdf
[32] Véase, por ejemplo, en el caso de las industrias metalúrgicas – industrias esenciales para el armamento – Strikwerda, C. (1993). “The Troubled Origins of European Economic Integration: International Iron and Steel and Labor Migration in the Era of World War I”. The American Historical Review, 98(4).
[33] Marx Karl, “Discours sur le parti chartiste, l’Allemagne et la Pologne”, 9 de diciembre de 1847, https://www.marxists.org/francais/marx/works/1847/12/18471209.htm.
[34] Comentarios del presidente Biden antes de la reunión trimestral de directores ejecutivos de Business Roundtable, 21 de marzo de 2022.
[35] «Joint Communication: A new EU-US agenda for global change”, 2 de diciembre de 2020.
[36] Valentina Pop, Sam Fleming y James Politi, «Weaponization of finance: how the west unleashed ‘shock and awe’ on Russia», Financial Times, 6 de abril de 2022.
[37] Sobre este tema, véase Thrall Nathan: » Israël est-il une démocratie ? Les illusions de la gauche sioniste», Orient XXI, 24 de febrero de 2021, https://orientxxi.info/magazine/israel-est-il-une-democratie-les-illusions-de-la-gauche-sioniste,4551
[38] Zoltan Pozsar: «We are witnessing the birth of a new world monetary order», 21 de marzo de 2022, https://www.credit-suisse.com/about-us-news/en/articles/news-and-expertise/we-are-witnessing-the-birth-of-a-new-world-monetary-order-202203.html
[39] Véase, por ejemplo, la declaración a los accionistas del CEO de BlackRock, el mayor fondo de inversión del mundo, https://www.blackrock.com/corporate/investor-relations/larry-fink-chairmans-letter .
[40] Véase la entrevista de Yuliya Yurchenko con Ashley Smith, «La lutte pour l’autodétermination de l’Ukraine «, 12 y 13 de abril de 2022, https://alencontre.org/europe/russia/the-fight-for-Lself-determination-of-lukraine-i.html
[41] Rousset Pierre y Johnson Mark «En esta hora de grave peligro, en solidaridad con la resistencia ucraniana, reconstruyamos el movimiento antiguerra internacional», 11 de abril de 2022, https://vientosur.info/en-esta-hora-de-grave-peligro-en-solidaridad-con-la-resistencia-ucraniana-reconstruyamos-el-movimiento-antiguerra-internacional/ https://www.contretemps.eu/ukraine-invasion-russe-mouvement-anti-guerre-rousset-johnson/
[42] Mersheimer, entrevistado por Isaac Chotiner, «Why John Mearsheimer Blames the U.S. for the Crisis in Ukraine», The New Yorker, 1 de marzo de 2022.
Fuente: http://alencontre.org/laune/lere-des-imperialismes-continue-la-preuve-par-poutine.html
Traducción de Faustino Eguberri (Viento Sur) y Ruben Navarro (Correspondencia de Prensa)