El periodista de investigación más importante de su época está siendo criminalizado y privado de libertad. Si EE.UU. consigue condenarlo, será más difícil y peligroso sacar a la luz la sórdida realidad de las guerras.
“Los que dicen la verdad necesitan un caballo rápido”, reza un proverbio estadounidense. O necesitan una sociedad que proteja la verdad y a sus mensajeros. Pero esta protección, que deberían ofrecer nuestras democracias, está en peligro. Como periodista, Julian Assange ha publicado cientos de miles de archivos que documentan crímenes de guerra cometidos por Estados Unidos y sus aliados en Afganistán, Irak, Guantánamo y otros lugares. La autenticidad de los documentos es incuestionable. Sin embargo, ninguno de los responsables ha sido llevado ante la justicia ni condenado. En cambio, el mensajero lleva cinco años encarcelado en una prisión de alta seguridad en Londres, con problemas de salud que ponen en riesgo su vida, tras haber pasado siete años encerrado en la embajada ecuatoriana. No ha sido acusado de ningún delito en el Reino Unido, en ningún país de la Unión Europea ni en su país de origen, Australia. El único motivo de su rigurosa privación de libertad es que el Gobierno de Estados Unidos ha iniciado un proceso de extradición al acusar al periodista de espionaje, apelando a una ley que se remonta más de cien años, a la Primera Guerra Mundial: la Ley de Espionaje.
Nunca se había acusado a un periodista al amparo de esta ley. El proceso de extradición, por lo tanto, sienta un precedente peligroso. Si sale adelante, todos los periodistas del mundo que revelen crímenes de guerra de Estados Unidos habrían de temer que les depare el mismo destino que a Assange. Eso supondría el fin de la libertad de prensa tal como la conocemos. Porque se basa en poder sacar a la luz el lado oscuro del poder sin miedo a represalias. Si se acaba con esta libertad, no solo muere la libertad de los periodistas, sino la libertad de todos nosotros: la que nos libra de la arbitrariedad del poder. PUBLICIDAD
Solo por este motivo, los tribunales de un sistema jurídico funcional nunca deberían aceptar el proceso de extradición. Julian Assange no hizo de espía en modo alguno, sino de periodista, y como tal, está sujeto a protección especial. Casualmente, el testigo clave en la acusación de espionaje era el conocido estafador y pedófilo convicto Sigurdur Ingi Thordarson, que admitió en 2021 haber mentido por el FBI y haber conseguido inmunidad judicial.
Assange no hizo de espía en modo alguno, sino de periodista, y como tal, está sujeto a protección especial
Imaginemos el caso con los roles invertidos: pongamos que un periodista australiano hubiera publicado crímenes de guerra cometidos por las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia rusos y buscase protección en un país europeo occidental. ¿Considerarían seriamente los tribunales el procedimiento de extradición a Moscú por espionaje, máxime cuando el testigo clave es un delincuente condenado?
Assange se enfrenta a una sentencia descabellada de 175 años en Estados Unidos. Es de temer que no sobreviva a las durísimas condiciones del infame sistema penitenciario estadounidense. Por eso, el Tribunal de Magistrados de Londres detuvo en primera instancia su extradición en 2021. El Gobierno de Estados Unidos, entonces, publicó unos documentos que afirmaban que no someterían a Assange a régimen de aislamiento. Pero según Amnistía Internacional, esas declaraciones “son papel mojado”, porque la nota diplomática no vinculante reserva el derecho del Gobierno estadounidense a cambiar de postura en cualquier momento.Al Tribunal de Apelaciones, no obstante, le pareció suficiente el documento para dar vía libre a la extradición: una tergiversación de la justicia, como apunta Amnistía.
La audiencia, que se celebró el 20 y 21 de febrero en el Tribunal Superior de Londres y cuyo veredicto se espera en marzo, es la última oportunidad de Assange de recurrir la decisión de extradición. Sin embargo, existe un riesgo muy alto de que le vuelvan a dar la vuelta a las leyes otra vez. Según indica la plataforma de investigación Declassified UK, uno de los dos jueces, Jeremy Johnson, trabajó previamente para los servicios secretos británicos del MI6, estrechamente vinculados con la CIA y cuyas actividades ilegales se dieron a conocer gracias al trabajo de Julian Assange.
Para Julian Assange, el propio juicio ya se ha convertido en un castigo. En abril de 2020, el Relator Especial de la ONU sobre Torturas, Nils Melzer, concluyó tras minuciosas investigaciones que Assange llevaba años sometido a tortura psicológica sistemática. El hecho de que Estados Unidos estuviera preparado para ir todavía más allá salió a la luz en septiembre de 2021: según informaciones de The Guardian, altos cargos de inteligencia, incluido el entonces director de la CIA y posteriormente secretario de Estado Mike Pompeo, planearon secuestrar y asesinar a Assange en 2017. Pongámonos en antecedentes: Wikileaks había publicado documentos aquel año que se dieron a conocer como “Vault 7”. Estos revelan la ingente actividad de la CIA en el campo de la guerra cibernética y demuestran que los servicios secretos intervienen sistemática y exhaustivamente en navegadores web, sistemas informáticos de automóviles, smart TV y smartphones, incluso cuando están apagados. Fue una de las revelaciones de Wikileaks que más sensación causaron desde las filtraciones de Edward Snowden, que destapó la vigilancia ilegal y descomunal que ejercía la Agencia de Seguridad Nacional. La CIA no iba a perdonarle el golpe a Assange y no tardaron en clasificar Wikileaks de “servicio de inteligencia hostil no gubernamental”, un neologismo trascendental que permitía declarar a periodistas enemigos del Estado. Cuando Pompeo se convirtió en secretario de Estado en 2018, el Gobierno de Estados Unidos inició el proceso de extradición. Esta jugada sustituía el plan original de Pompeo de secuestro y asesinato, pero el objetivo seguía siendo el mismo: acabar con un periodista inoportuno.
Altos cargos de inteligencia en EE.UU. planearon secuestrar y asesinar a Assange en 2017
Las revelaciones de informantes como Edward Snowden y Chelsea Manning y periodistas como Julian Assange han demostrado que, a la sombra de la denominada guerra al terrorismo, ha surgido un vasto universo paralelo en las últimas décadas que está obsesionado con el espionaje ilegal a sus propios ciudadanos y el encarcelamiento, torturas y asesinato arbitrarios de adversarios políticos. Ese mundo se escapa en gran medida al control democrático, es más, está socavando el orden democrático desde dentro.
Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos no es del todo nuevo. En 1971, unas filtraciones revelaron un programa secreto del FBI para espiar movimientos de derechos civiles y en contra de la guerra, infiltrarse en ellos y reventarlos, conocido como COINTELPRO. Ese mismo año, The New York Times publicó “Los archivos del Pentágono”, filtrados por el informante Daniel Ellsberg, que demostraban que cuatro administraciones consecutivas de Estados Unidos habían mentido sistemáticamente a sus ciudadanos acerca del alcance y la motivación de la guerra de Vietnam y de los cuantiosos crímenes de guerra cometidos por el ejército estadounidense. En 1974, Seymour Hersh reveló los programas secretos de la CIA para perpetrar magnicidios contra dirigentes de Estado extranjeros y la operación encubierta para espiar a cientos de miles de opositores a la guerra, que operaron con el nombre en clave de Operación CAOS. Empujado por estas informaciones, el Congreso de Estados Unidos convocó en 1975 el Comité Church, que llevó a cabo un análisis exhaustivo de las operaciones secretas y condujo a un mayor control parlamentario de los servicios.
Portada de The New York Times en la que Seymour Hersh desveló los programas secretos de la CIA contra disidentes, el 22 de diciembre de 1974.
Julian Assange forma parte de esta venerable tradición periodística y ha contribuido de manera determinante a su renovado florecer. Sin embargo, hay una diferencia importante con los años setenta: hoy, el periodista de investigación más importante de su generación está siendo abiertamente perseguido, criminalizado y privado de libertad. Cuando los Estados declaran delictiva la investigación de crímenes, la sociedad cae en una peligrosa espiral, al final de la cual pueden surgir nuevas formas de totalitarismo. Ya en 2012, Assange señalaba en relación con el aumento del dominio de las tecnologías de vigilancia: “Tenemos todos los ingredientes para un Estado totalitario y carcelero”.
Si las autoridades estadounidenses consiguen condenar a un periodista por revelar crímenes de guerra, habría otra consecuencia grave. En el futuro, sería todavía más difícil y peligroso sacar a la luz la sórdida realidad de las guerras, sobre todo de las guerras que a los gobiernos occidentales les gusta vender como misiones civilizadoras con la ayuda de periodistas adheridos a la causa. Si no conocemos la verdad de las guerras, resulta mucho más sencillo librarlas. La verdad es la herramienta más importante para la paz.
Si no conocemos la verdad de las guerras, resulta mucho más sencillo librarlas
Julian Assange todavía no ha sido extraditado ni condenado. A lo largo de los años, se ha creado un movimiento internacional extraordinario para su liberación y la defensa de la libertad de prensa. Muchos parlamentarios en todo el mundo también se están pronunciando. El Parlamento australiano, por ejemplo, apoyado por el primer ministro Anthony Albanese, aprobó una resolución por amplia mayoría que exigía la liberación de Assange. Un grupo de más de ochenta miembros del Parlamento alemán se han unido. Aun así, el Gobierno alemán todavía se niega a ejercer ningún tipo de presión significativa sobre el Gobierno de Joe Biden, que continúa persiguiendo a Assange. La ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, que como candidata a canciller del Partido Verde se había manifestado a favor de liberar a Assange, evita constantemente preguntas sobre el tema desde que se unió al Gobierno. Su Ministerio se pasa meses sin contestar las preguntas de los diputados sobre el caso, para luego limitarse a formular excusas retóricas y esquivas. Los políticos destacados de la coalición de gobierno alemana, que gustan de presentarse a bombo y platillo como los guardianes de la democracia y del estado de derecho, tienen que tomar cartas de una vez por todas en este asunto de justicia política y exigir inequívocamente la liberación de Julian Assange antes de que sea demasiado tarde. Pero claro, eso requeriría superar la actitud medrosa hacia el padrino en Washington y defender de verdad los valores tan cacareados de la democracia.
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Traducción de Ana González Hortelano.
Este artículo fue publicado originalmente en Scheerpost.
Fabian Scheidler es escritor autónomo y trabaja para Berliner Zeitung, Le Monde diplomatique, Taz Die Tageszeitung, Blätter für deutsche und internationale Politik entre otros medios. En 2009 obtuvo el Premio de Periodismo Crítico Otto Brenner.