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La «favela» de la Silicon Valley de Pekín vive sus últimos días

Fuentes: Agencias

En el barrio de Pekín donde están las sedes de los gigantes informáticos como Baidu o Lenovo, los brillantes edificios corporativos contrastan con una favela de asentamientos precarios en los que hay cocinas comunes y la gente se ducha en las calles, un campamento que las autoridades quieren erradicar. Los equipos de demolición llegarán en […]

En el barrio de Pekín donde están las sedes de los gigantes informáticos como Baidu o Lenovo, los brillantes edificios corporativos contrastan con una favela de asentamientos precarios en los que hay cocinas comunes y la gente se ducha en las calles, un campamento que las autoridades quieren erradicar.

Los equipos de demolición llegarán en pocos días para destruir el campamento hecho de ladrillos decrépitos y material ligero, como parte de un plan de renovación urbana.

En algunos meses, la municipalidad ha tapiado o destruido miles de viviendas, comercios o cafés acusados de violar las reglas de urbanismo.

El objetivo de las autoridades es hacerle un «lifting» a la ciudad y limitar su población a 23 millones de personas para el año 2020, teniendo en cuenta que actualmente hay 22 millones y que en los últimos 15 años la urbe ha aumentado su población en un 50%.

Los inmigrantes llegados del sudoeste de China, de zonas muy poco desarrolladas, se han instalados desde hace dos décadas en Zhongguancun, un barrio conocido como el «Silicon Valley chino», ya que alberga a gigantes informáticos como el motor de búsqueda Baidu, Lenovo, Tencent y Sohu.

Zhang Zhanrong, una elegante treinteañera, dejó la aldea donde nació cuando era adolescente para trabajar en Pekín y no era la primera de su pueblo en hacerlo. Otras antes de ella ya habían «subido a la capital», atraídos por la expectativa de una vida mejor.

¿Adónde ir?

Poco a poco se fueron instalando en unas parcelas de tierra en el noroeste de Pekín, hacinados en viviendas precarias sin agua corriente.

El distrito de Zhongguancun, que alberga a prestigiosas universidades, se ha consolidado como el principal centro especializado en ciencias informáticas de China desde la década de 1980.

«Pero ya no quieren más inmigrantes aquí. Somos simples campesinos, ni siquiera intentamos comprender la política del Gobierno», explicó Zhang a la AFP.

«Todavía no hemos encontrado a dónde ir», explicó con calma, mientras preparaba la cena en una cocina común de gas instalada fuera de su casa.

Para subsistir, ella y su marido tomaron un crédito para comprar dos camiones de mudanza. Para los servicios emplean a sus vecinos, a los que pagan cerca de 5.000 yuanes (638 euros) al mes.

Ellos suman cerca de 15.000 yuanes (1.900 euros) entre los dos, el salario medio de una pareja en Pekín. Pero casi la totalidad del dinero se va en pagar el préstamo y en escolarizar a sus hijos. Por el alquiler de dos habitaciones adyacentes pagan unos 1.000 yuanes (128 euros) mensuales.

En China hay cientos de millones de «inmigrantes» internos, campesinos que se establecen en la capital en busca de trabajos mejor pagados. Esta mano de obra ha contribuido a la excepcional expansión de la economía china.

Pero ahora, la presión demográfica hace que Pekín prefiera que desde la provincia lleguen trabajadores urbanos y con alguna titulación.

«Día a día»

La mayoría de los inmigrantes gana muy poco y no puede permitirse tener consigo a sus hijos, quienes no pueden beneficiarse del derecho a la educación si se trasladan.

«Hacemos trabajos que la mayoría de los pequineses no quieren, como la limpieza o los trabajos manuales», explicó Peng Shuixian, de 30 años. «Pero es difícil quedarse. Mis hijos no pueden venir a la escuela aquí. Se quedaron en Chongqing con sus abuelos».

Las casas no tienen baño y las zonas comunes están sucias. Algunos habitantes construyeron duchas improvisadas con barriles de plástico.

«Algunos ganan hasta 6.000 yuanes por mes (760 euros) como conductores de vehículos de turismo. Pero las autoridades decidieron que los provincianos ya no tienen el derecho de hacer esto», contó mientras se duchaba Yang Qiang, que ahora ejerce como empleado de mudanzas. «Vivimos día a día», resumió Lin Huiqing, de 50 años. «No me hablen de mañana».