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La indignación de un pueblo

Fuentes: Rebelión

El sábado 9 y el domingo 10 del presente mes de abril de 2005 se levantó una oleada de protestas violentas en las principales ciudades de China contra Japón, contra su embajada y sus empresas, contra los japoneses y sus productos que se venden en China. Las noticias hablan del falseamiento de la Historia de […]

El sábado 9 y el domingo 10 del presente mes de abril de 2005 se levantó una oleada de protestas violentas en las principales ciudades de China contra Japón, contra su embajada y sus empresas, contra los japoneses y sus productos que se venden en China. Las noticias hablan del falseamiento de la Historia de Japón que hoy en día se le enseña a los niños en las escuelas japonesas. Es común que los culpables de atrocidades y de atropello de los derechos humanos traten como lo ocurrido en Chile, con la Junta Militar de Pinochet, de ocultar sus crímenes y de tratar que la población ignore lo ocurrido. Así, creen poder limpiar un poco su imagen, la imagen de criminales vestidos de uniforme.

El estallido de indignación popular del pueblo chino es justo y legítimo. Desde que Japón invadiera China en 1937 hasta su derrota en 1945, los japoneses cometieron horribles crímenes, no sólo contra los prisioneros, sino también, contra la indefensa población civil. El uso del arma biológica contra las ciudades, esparciendo virus y bacterias fue utilizado como arma común por las fuerzas japonesas. El ántrax fue utilizado por los japoneses contra varias ciudades chinas. Los experimentos con prisioneros utilizados como conejillos de indias son similares o peores a los realizados por los nazis en sus campos de exterminio. En los campos de prisioneros japoneses no había ningún respeto a los derechos humanos, la tortura y los castigos corporales eran el pan de cada día y por razones insólitas. El degollamiento de prisioneros por el motivo más ínfimo era común. Especialmente contra los prisioneros comunistas, contra los cuales iba dirigido en mayor medida la frustración y el odio
japonés. Especialmente crueles fueron los japoneses contra la población civil, los campesinos de la provincia de Shensí, después de la ofensiva de los 100 regimientos ejecutada por el Ejército Rojo en 1940. Allí se aplicó la política de arrasar con todo: gente, viviendas y animales domésticos. Más de 20.000.000 de personas perdieron la vida a manos de los furibundos japoneses. Y las crueldades que cometían son difíciles de creer. Sin embargo, de sus propios testimonios hay innumerables ejemplos de esa ignominia. Un ex soldado japonés tomado prisionero por el Ejército Rojo y que después se incorporó al partido comunista relata: «En junio de 1939 yo pertenecía al batallón Ohara del regimiento Vataru, uno de la división Houma, que llevaba a cabo la ofensiva hacia Suiyuan, en los límites de Ninghsia. En una oportunidad vi yo como el sargento Sakuma y el cabo Simazu salían de una pequeña cabaña a un anciano, una muchacha joven y su hija pequeña. Después de una brve conversación
entre ellos, apuntaron con sus armas al anciano y le ordenaron: ‘ Tú y tu hija -¡saku, saku!’ De esa forma se desvistieron el hombre y su hija, y después estos suboficiales obligaron a anciano a copular con su propia hija. El viejo maldijo y luchó, y ellos lo mataron. La joven gritó desolada cuando los suboficiales le quitaron su hijita y después de tirarla al suelo le llenaron la vagina de pimienta» (Harrison Forman, Det Röda Kina, página 132).

Estos sucesos y otros de la historia de esa contienda son desconocidas para la gran mayoría de las personas de nuestro continente. Aunque algunos periodistas, partidarios del capitalismo y seguramente admiradores del Japón atribuyen las protestas populares a una política desviacionista del actual gobierno chino. Mucha de esa gente se estará preguntando las razones, extralimitadas y exageradas, seguramente piensan, de los disturbios de los chinos en este instante en las grandes ciudades de ese país. Pero hay que conocer la verdad histórica que se trata de ocultar para comprender en su totalidad la razón de la indignación del pueblo chino y en especial de los estudiantes secundarios y universitarios.

La guerra que Japón llevó a China fue una guerra típicamente imperialista. Era la misma política que habían llevado los otros imperialismos como Inglaterra, Francia, Rusia y Estados Unidos con los países del mundo subdesarrollado. Y China fue uno de aquellos países gigantes que sufrían un atraso de siglos, en cuanto al desarrollo de sus fuerzas productivas y de la tecnología y, por tanto, de sus fuerzas armadas, lo que ubicaba a China -un país enorme, mayor que el territorio de Europa- entre aquellos que podían ser agredidos fácilmente, con la intención de usurpar territorios y transformarlos en colonias de esos países imperialistas. Ya Inglaterra se había apoderado de Hong Kong, como indemnización por las «Guerras del Opio», ocurridas en 1840 y 1847 respectivamente, en la cual los capitalistas ingleses introdujeron esa droga en China, a pesar de que estaba prohibido y como un cargamento de opio fuese destruido por las autoridades Chinas, motivó al imperio británico a una gu
erra entre un Goliat y un David, con el consiguiente resultado. Una guerra a todas luces inmoral. Sin embargo, ni en Europa ni en América se levantaron protestas contra este terrible abuso y esta inmoralidad, sobretodo de aquellos que aseguran a pie juntillas que defienden valores humanos y valores éticos occidentales y cristianos, tan cacareados por ellos hoy en día. De esa forma tanto Francia, como Rusia y Estados Unidos fueron indirectamente cómplices de esas infamias. Además, aprovecharon la indefensión de China para sacar también una tajada de esa guerra inmoral.

En 1937, Japón quiso apoderarse de la mayor parte de China y con un motivo grotesco y absurdo invadió ese país. Una fuerza invasora japonesa -que por aquella época era ya una potencia militar, con una flota que era la tercera a nivel mundial- irrumpió en Shangai y después de una lucha apoteósica y de grandes costos humanos, logró apoderarse de esa ciudad y puerto que era en aquella época el principal centro comercial de China. Esas fuerzas continuaron hasta la capital del gobierno nacionalista ubicado en Nanking, una ciudad a orillas del gran río Azul (Yangtzé). Después de una batalla de varios días, el ejército japonés, muy superior en preparación militar y con una enorme superioridad de fuego, logró apoderarse de la ciudad.

En la ciudad de Nanking ( por aquella época la capital de la China nacionalista) ocurrió uno de los peores capítulos en la historia de la humanidad sobre el atropello a los derechos humanos. Creo que los crímenes llevados a cabo por las fuerzas japonesas contra los prisioneros de guerra y contra la población civil en Nanking no tiene parangón en el mundo. Atila, el rey de los Hunos que asoló a Europa en el siglo V y llamado «El azote de Dios», fue un niño de pecho comparado con este terrible azote que cayó sobre el pueblo chino.

Más de 300.000 personas fueron asesinadas. En su mayor parte civiles y no en actos bélicos, sino cuando ya toda resistencia armada había desaparecido. Durante dos semanas los soldados japoneses, instigados por sus comandantes, cometieron los crímenes más horrendos que se conoce en la historia. Violaciones de mujeres y niñas ocurrieron a miles. Se obligaba mediante golpes y amenazas de muerte a los padres a violar sus hijas. Las violaciones de las niñas pequeñas se hacían a vista y paciencia de sus familiares más cercanos y aquellos que trataban de oponerse o de defender a sus seres queridos eran ultimados a sablazos por esos miserables soldados del Mikado. Y de todo esto existen no sólo los relatos de los sobrevivientes, sino las fotografías tomadas por los japoneses mismos, que gustan tanto de fotografiar todo lo extraño y grotesco, como lo hacen los turistas japoneses hoy en día cuando visitan las ciudades del mundo. Fotografías que hablan por sí mismas. Fotografías repele
ntes y que demuestran el grado de sadismo y de bajeza humana de esos soldados imperiales. Mujeres muriéndose con una estaca introducida por la vagina. Cualquiera puede hoy en día, mediante la internet tener acceso a esos materiales. los sufrimientos eran tales, que muchas familias cometieron suicidio colectivo por la imposibilidad de seguir viviendo después de semejantes atropellos.

El periódico japonés «Tokio Nichinichi shimbun» en su edición del 4 de diciembre de 1937 denunciaba la muerte por degollamiento de 100 chinos prisioneros. Pero eso era sólo un pelo de la cola comparado con la cantidad de personas ejecutadas. Existen datos estadísticos de los prisioneros de guerra ejecutados. En las zonas de la ciudad: Tsao Hsien-chia, 57.000 ejecutados; Hsiakuan, 40.000; Yentzuchi, 50.000; Paotashi, 30.000 y Shangsinho, 28.700 (Diccionario Histórico de la Revolución china, página 279). La maquinaria japonesa se había organizado al estilo del ejército alemán, es decir, era una maquinaria muy disciplinada y muy jerarquizada. Las órdenes de los superiores tenía la fuerza de una ley y bajo ninguna excusa podía ser puesta en tela de juicio. Así, todas esas violaciones a los derechos humanos no fueron producto del desequilibrio de los soldados al estilo de las hordas de los Hunos; fue una masacre, violación y destrucción organizada. En la cual participaron los sol
dados y los jefes por igual. El teniente general japonés Tani Hisao personalmente se jactaba de haber violado una docena de mujeres en esos días de ocupación y exhortaba a sus soldados a violar todas las mujeres y niñas chinas como venganza por la resistencia realizada por las fuerzas chinas en la defensa de Shangai.

El sacerdote y misionero norteamericano, James MacCallum, que vivía en Nanking escribió en una declaración como testigo de esos crímenes, que cada noche, a lo menos, 1000 mujeres eran violadas en esa ciudad por las fuerzas de ocupación japonesa. Además, las violaciones continuaban durante el día y se calcula que no menos de 80.000 mujeres y niñas fueron violadas y, muchas de ellas, después de la violación, asesinadas.

Y eso es lo que intenta negar la historia escrita en el Japón en estos últimos días, cuando menciona el «incidente» de Nanking omitiendo explicar esos terribles hechos. Como si todos esos crímenes fueron sólo unas cuantas muertes producidas por los excesos de la soldadesca. Una forma de mentir es no contar toda la verdad. Una cuestión que no se puede aceptar, por razones de principios. De ahí el estallido popular en China de estos dos días del abril del presente año 2005.

¿Cómo poder explicarse semejantes brutalidades? Acciones tan depravadas que ningún animal de los llamados «irracionales» realiza con sus semejantes o con otros animales. ¿Es un problema de conciencia, de principios o simplemente ético-morales? Creo que la explicación de esa conducta humana se encuentra fundamentalmente en la formación que esos soldados habían recibido en sus unidades militares. El hombre es un producto de su sociedad, cualquiera que esta sea y en cualquier época histórica. Marx explicó que «en la historia de la sociedad, los agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines; aquí, nada acaece sin una intención consciente, sin un fin propuesto». Cierto, absolutamente cierto. El soldado japonés estaba formado con una mentalidad muy elitista y consideraba a los chinos no como a sus iguales, sino como infrahumanos. Creo que los jefes japoneses pretendían quebrar la resistencia del pu
eblo chino a su invasión y ocupación de su país. Algo así como hacen hoy en día los soldados israelitas con el pueblo palestino. Se les ordenó asesinar y violar, se dieron órdenes claras de exterminar a los soldados chinos prisioneros y el ejemplo de los jefes de maltratar y violar fue seguido por esa miserable soldadesca. El objetivo de destructividad usado contra los habitantes de esa ciudad era una reacción contra la impotencia de ver la resistencia de un pueblo a «esa raza superior» que los japoneses creían ser. De esto que afirmo estoy seguro, de allí la razón que tiene Japón para ocultar esta repugnante historia que es una mancha, dentro de muchas otras ocurridas en esa guerra, en la vida de ese pueblo. Era la lógica de un sistema militarista que apartaba toda lógica y la reemplazaba con la destrucción aparentemente irracional. Aparentemente irracional, porque las órdenes buscaban objetivos claros y racionales. Después de eso el ejército nacionalista chino durante añ
os luchó en condiciones inferiores, tanto de orden material como de orden espiritual. El trauma duró hasta comienzos de la centuria siguiente. Algo parecido, pero en escala muy inferior ocurre en el Chile de hoy. En cierta forma, nuestro propio pueblo vive todavía el trauma que produjo la dictadura militar de Pinochet. Y en todo trauma de esta naturaleza, los pueblos se refugian, como una forma de escapismo, en la religión. Se alienan para poder sobrevivir al perder el horizonte de la lucha por la emancipación. El gran objetivo del discurso de los políticos chilenos de hoy es establecer una especie de conformismo de que no existe otro camino. La «ley de amnistía» de la dictadura tiene que ser derogada y los culpables enfrentados a sus víctimas en un juicio público. De otra forma es aceptar que todas esas infamias fueron por culpa nuestra, que nos merecíamos esos tratos y que fuimos culpables de los crímenes imaginarios de los cuales nos acusan. Repartir el ingreso en forma más justa, nacionalizar nuestras riquezas básicas y terminar con el monopolio de la banca por la clase capitalista, son crímenes inauditos e inaceptables.

Algunos dirán que se comportaron como bestias y yo me pregunto ¿de adónde nació ese mito? Las bestias son mucho mejores que los humanos, no tienen ni la crueldad ni la planificación que usan los soldados a la hora de cometer crímenes y otras aberraciones. Las arañas, seres menospreciados por los humanos, sólo matan para alimentarse y las presas no sufren porque el veneno paraliza todo el sistema nervioso y, por tanto, toda sensibilidad. En cambio, aquí se buscaba producir dolor, angustia, desmoralización y la falta de respeto en sí mismo.

Creo que muchos se preguntan las razones que existen para acallar esos crueles y sádicos sucesos. ¿Y que es lo que mueve a veces a los pueblos a callar y otorgar? En Chile se habla, especialmente en las clases privilegiadas de olvidar y dar vuelta la página para seguir hacia adelante. Pero, la primera condición que los humanos necesitamos para seguir adelante es que los culpables, al menos, reconozcan sus crímenes. Como aquellos padres que han golpeado durante años a sus hijos y que después con los años, viejos y avergonzados, para mantener su imagen niegan los hechos. Como los crímenes ocurridos en Guantánamo contra los prisioneros que ilegalmente y arbitrariamente tiene el Imperio. Gente acusada de crímenes inexistentes. La mayor parte de ellos apresadas en Pakistán, simplemente por ser individuos de otras nacionalidades, sin ninguna prueba de culpabilidad y que ya están sufriendo tres años de cautiverio, expuestos a las mentes sádicas y enfermizas de los soldados yanquis
y de sus comandantes que gozan de esos tratos totalmente fuera de los derechos humanos defendidos por la Declaración Mundial de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y por la Convención de Ginebra. Y no debemos olvidar como nuestras propias fuerzas armadas torturaron, violaron y asesinaron a miles de personas en nuestro país y, aun cuando han reconocido parte de la verdad, no ha salido a la luz del día toda la verdad y los criminales permanecen en la oscuridad, encubiertos por el sistema de dominación capitalista y con el visto bueno y la complicidad del actual gobierno chileno.

Por todas estas razones, el estallido de protesta popular en China es justo y debemos apoyarlo. Estos sucesos de hoy me recuerdan «El Movimiento del 30 de Mayo», ocurrido en China en 1925. En aquella época, manifestaciones pacíficas contra la ocupación de fuerzas imperialistas terminó con una masacre de obreros chinos a manos de las fuerzas de ocupación inglesas y originó una protesta masiva en la cual se fortificó el partido comunista chino. Podría decir que ese movimiento fue la verdadera antesala de la Revolución China. Tal vez, estos sucesos son muy diversos, sin embargo, la indignación de un pueblo es parte de la conciencia de las masas y tarde o temprano a de elevarla a niveles que pueden desencadenar cambios cualitativos.

Es nuestra obligación, no sólo como chilenos o latinoamericanos, además de seguir luchando porque toda la verdad salga a la luz y que los responsables sean llevados ante la justicia, y que en verdad se les aplique todo el peso de la ley. Apoyemos también las protestas de los pueblos contra los opresores y criminales. Es una tarea que no podemos dejar de lado. Es mucho más importante que lograr algunos escaños en el parlamento. Es un deber irrenunciable y no puede aceptarse que se claudique en esto.