Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Irónicamente, uno de los motivos por los que mucha gente apoyó el llamado a una zona de exclusión aérea fue el temor de que si Gadafi logra aplastar el levantamiento del pueblo libio y permanece en el poder, enviaría un mensaje devastador a otros dictadores árabes: Usad suficiente fuerza militar y mantendréis vuestro puesto.
En su lugar, resulta que el resultado puede ser todo lo contrario: Después de que la ONU aprobó la resolución de la zona de exclusión aérea y el uso de fuerza, y recién cuando aviones y barcos de guerra estadounidenses, británicos, franceses y otros lanzaron sus ataques contra Libia, otros regímenes árabes aumentaron la represión contra sus propios movimientos democráticos.
En Yemen, 52 manifestantes desarmados resultaron muertos y más de 200 heridos el viernes por fuerzas del gobierno de Ali Abdullah Saleh, respaldado y armado por EE.UU. Fue el día más sangriento del levantamiento yemení, que dura desde hace un mes. El presidente Obama «condenó enérgicamente» los ataques e hizo un llamado a Saleh para que «permita que se realicen manifestaciones pacíficamente».
Pero aunque una serie de funcionarios del gobierno de Saleh renunciaron en señal de protesta, los patrocinadores estadounidenses de Saleh no hablaron de verdadera responsabilización, de una prohibición de viajes o congelación de activos, ni siquiera de reducir la ayuda financiera y militar que fluye hacia Yemen en nombre de la lucha contra el terrorismo.
De la misma manera, en el aliado de EE.UU. Bahréin, base de la Quinta Flota de la Armada de ese país, por lo menos 13 civiles han muerto a manos de fuerzas del gobierno. Desde la llegada el 15 de marzo de 1.500 soldados extranjeros de Arabia Saudí y de los EAU, para proteger el poder absoluto del rey de Bahréin, se informa de la la desaparición de 63 personas.
Hillary Clinton, la secretaria de Estado de EE.UU., dijo: «Hemos dejado claro que la seguridad no puede resolver por sí sola los desafíos que enfrenta Bahréin. La violencia no es la respuesta, un proceso político sí lo es.»
Pero nunca exigió que las tropas extranjeras abandonen Bahréin, y menos aún amenazó con una zona de exclusión aérea o con ataques aéreos selectivos para detenerlas.
Legalidad contra legitimidad
A pesar de la legalidad otorgada oficialmente por la ONU, la credibilidad y legitimidad de la acción militar occidental disminuye rápidamente, incluso en círculos diplomáticos cruciales. Para la alianza occidental, y especialmente para el gobierno de Obama, el apoyo de la Liga Árabe era un requisito previo crítico para aprobar la intervención militar en Libia.
La verdadera resolución de la Liga, aprobada sólo un par de días antes de la votación en el Consejo de Seguridad de la ONU, aprobó una opción militar mucho más limitada, esencialmente sólo una zona de exclusión aérea, con una serie de admoniciones declaradas contra toda intervención extranjera directa.
Por cierto, una zona de exclusión aérea es intervención extranjera, no importa si alguien quiere reconocerlo o no, pero no es sorprendente que la aprobación de la Liga Árabe haya sido renuente, después de todo está compuesta exactamente por los mismos dirigentes que enfrentan desafíos incipientes o masivos a su poder gobernante en su propio país. El apoyo al ataque contra otro dictador -¡Upa!, perdón, otro gobernante árabe- nunca iba a ser fácil.
Y en cuanto comenzaron los ataques aéreos en Libia, el jefe de la Liga Árabe Amr Moussa criticó de inmediato el ataque militar occidental. Algunos comentaristas señalaron la probabilidad de que los gobiernos estuvieran presionando a Moussa por temor a ataques terroristas libios en sus países; creo que es más probable que los dirigentes árabes teman que la oposición popular, que ya cuestiona sus regímenes, escale a medida que aumentan las muertes en Libia.
Pasan por alto a la Unión Africana
Al principio, EE.UU. también había identificado el apoyo de la Unión Africana (UA) como un componente crítico. Pero al hacerse evidente que la UA no apoyaría el tipo de ataque contra Libia contemplado en la resolución de la ONU, la necesidad de ese apoyo (por cierto de la propia UA) desapareció del discurso occidental sobre el tema.
Poco después del comienzo de los bombardeos, el comité de cinco miembros de la UA sobre Libia solicitó una «detención inmediata» de todos los ataques y «moderación» de la comunidad internacional.
Fue aún más lejos, llamando a proteger a los trabajadores extranjeros, con referencia en particular a expatriados africanos en Libia (como reacción ante informes sobre ataques contra trabajadores africanos por fuerzas de la oposición), así como a «reformas políticas necesarias para eliminar la causa de la actual crisis».
Por lo tanto, dentro de los primeros ataques de la campaña de bombardeo, EE.UU. y sus aliados han perdido el apoyo de las instituciones árabes y africanas que el gobierno de Obama había identificado como cruciales para seguir adelante.
Otros países también se volvieron contra los ataques; el gobierno indio, que se había abstenido en la votación del Consejo de Seguridad, endureció su posición, diciendo que «lamenta los ataques aéreos que están teniendo lugar» y que la implementación de la resolución de la ONU «debería mitigar y no exacerbar una situación que ya es difícil para el pueblo de Libia».
Sigue presente la pregunta, ¿cuál es la fase final? La resolución de la ONU dice que sólo se puede utilizar la fuerza para proteger a civiles libios, pero altos responsables estadounidenses, británicos y franceses han declarado repetidamente que «Gadafi debe irse» y que «ha perdido legitimidad para gobernar». Claramente quieren cambio de régimen.
Los comandantes militares insisten en que el cambio de régimen no está en su programa militar, que Gadafi no está «en una lista de objetivos», pero hay un guiño cómplice ante preguntas de «que tal si» sobre un posible bombardeo «si está inspeccionado una instalación de misiles tierra-aire, y no tenemos la menor idea de si está o no en el lugar».
No siempre consigues lo que pides
No cabe duda de que la oposición libia, como la mayoría de los movimientos democráticos que conforman la Primavera Árabe de este año, quiere terminar con el régimen dictatorial en su país.
A diferencia de los movimientos democráticos de los países vecinos, el movimiento libio libra una batalla militar armada, algo que se acerca a una guerra civil, contra las fuerzas del régimen.
Ese movimiento, que enfrenta un implacable ataque militar, ha pagado un precio mucho más elevado en vidas perdidas o rotas que los activistas no violentos en los otros levantamientos democráticos, e incluso si se suman componentes de las fuerzas armadas, tienen menos armas y están desesperados. Por lo tanto no es sorprendente que hayan pedido ayuda internacional de las naciones e instituciones poderosas más capaces de suministrar ayuda militar inmediata, incluso si esa ayuda termina por amenazar su propia independencia.
Pero lo que han recibido es probablemente mucho más de lo que incluso la propia oposición libia esperaba. Y a pesar de la euforia ante los primeros tanques destruidos, sigue habiendo preguntas.
¿Y si algún tipo de impasse deja a Libia dividida y los ataques militares continúan? ¿Y si la oposición se da cuenta de que negociaciones (tal vez bajo los auspicios de los recientemente democratizados Egipto y Túnez) se necesitan urgentemente, pero no pueden tener lugar porque los presidentes de EE.UU. y Francia han anunciado que el líder libio no tiene legitimidad y que no se puede confiar en él?
¿Y si, como ha sucedido en zonas de exclusión aérea impuestas anteriormente por EE.UU. (tanto unilaterales como apoyadas por la ONU) los ataques lleva a un aumento de la cantidad de víctimas civiles causadas por bombas de la coalición occidental y a un aumento, en lugar de una disminución, de la guerra civil? ¿Qué pasa entonces?
La resolución de la ONU mira claramente hacia una eventualidad semejante. Solicita al secretario general que informe al Consejo de Seguridad de la ONU de todas las acciones militares y le da instrucciones para que «informe al Consejo dentro de siete días y después todos los meses».
La ONU, por lo menos, parece estarse preparando para otra guerra prolongada, que podría durar mucho más que la primavera árabe de este año.
Phyllis Bennis es miembro del Institute for Policy Studies y del Transnational Institute en Amsterdam. Sus libros incluyen Calling the Shots: How Washington Dominates Today’s UN.
Fuente: http://english.aljazeera.net/
rCR