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La invasión de Ucrania, crisis no sólo de energía sino de supervivencia

Fuentes: Il Manifesto

El gas no es sólo energía, es estrategia, política y diplomacia. Y también, en el futuro inmediato, pura supervivencia de nuestra economía.

La  guerra paralela a la que hay sobre el terreno. Nos daremos cuenta cada vez más más de ello, y más ahora que la batalla por el gas ruso está llegando al corazón del asunto, mientras se interrumpe el suministro (fuente: Reuters) del  gasoducto Yamal (uno de los tres directos a Europa), con una alerta preventiva de Alemania y Austria, y con el Kremlin aplazando, de momento, los pagos de sus materias primas en rublos. Putin avanza y retrocede en la campaña militar, pero también en el frente del gas, para poner a prueba la dependencia de los europeos.

Las perspectivas para europeos e italianos son, con todo, poco tranquilizadoras.

No es posible sustituir de la noche a la mañana el gas ruso, que cubre el 38% de todas las importaciones (unos 28.000-29.000 millones de metros cúbicos de un total de 76.000 millones de metros cúbicos de consumo anual). Según algunas estimaciones (Nomisma Energia) – a pesar de las contramarchas y de un poco de gas licuado norteamericano – podría faltar en última instancia, ya durante el verano, una cuota de entre 10 y 12 mil millones de metros cúbicos. En el próximo invierno, una vez quemadas las reservas, se perfila el racionamiento.

Se entiende bien, con estas cifras, la importancia de la llamada telefónica de ayer entre Draghi y Putin. Estratégica para nosotros, pero también para Moscú. Desde que Putin ha invadido Ucrania, Europa ha gastado más de 17.000 millones de euros en comprar gas, petróleo y carbón a Rusia.

Alemania e Italia son especialmente dependientes del gas ruso, y en 2021 han gastado respectivamente 14.000 y 10.000 millones de euros. La batalla del gas en nuestro país se desarrolla en dos frentes. Uno, en Ucrania, una tragedia, a ojos vista de todos, que comenzó, primero  subterránea y luego cada vez más abiertamente, a lo largo de las rutas de los gasoductos, y acompañada por la expansión de la OTAN hacia el Este. Otro, en Libia -un teatro que nadie quiere mencionar- tiene un aspecto casi de comedia, con una tragedia, real, que se quiere mantener oculta.

El lado libio de la comedia es principalmente italiano. Draghi se reunió con Erdogan en la OTAN y no pronunció ni una palabra sobre Libia, donde se disputan el poder dos primeros ministros, Daibaba y Bashaga.

Nadie se atreve a preguntar: ¿qué está pasando en Libia? Como si no fuera éste el país del oleoducto Greenstream y de los pozos del ENI [Ente Nazionale Idrocarburi, la mayor empresa petrolera italiana, originariamente pública]. Y sin embargo, Libia -donde los huidos de la diáspora africana han desaparecido de los medios de comunicación, pese a que siguen sufriendo una violencia inaudita en la más completa  impunidad- sería nuestro surtidor de gasolina y energía debajo de casa. El condicional es obligatorio: el Greenstream, en funcionamiento desde 2004, tiene una capacidad de 30.000 millones de metros cúbicos, cuando esté a pleno rendimiento, pero hoy desempeña un papel casi insignificante en nuestros suministros.

De Libia preferimos no hablar, porque la han perdido dos veces nuestros estrategas. Una vez, en 2011, con las incursiones decididas por Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, a las que se unió Italia bajo bandera de la OTAN. La segunda, en 2019, cuando -con Trípoli bajo asedio de Haftar- la defensa del gobierno de Sarraj, que nos había pedido una modesta ayuda, se dejó en manos de la Turquía de Erdogan. Así que nadie ha invertido más en Libia, que tiene muchas más reservas de gas que Argelia, por poner un ejemplo.

El otro frente de gas es como descubrir el Mediterráneo. ¿Hacía falta una guerra para saber que Europa dependía de Moscú? La atroz  iniciativa de Putin ha convulsionado Ucrania, pero también ha dejado fuera de juego a Europa, que obtiene de Rusia entre el 40 y el 50% de su gas. Ahora son los Estados Unidos los que nos venderán gas con precios superiores a los de los rusos, un 20% más de media.

El caso del Nord Stream 2 es emblemático de cómo entran en conflicto los intereses norteamericanos y europeos. No se trata sólo de una cuestión económica, sino estratégica. Fuertemente deseado por la ex canciller Angela Merkel, el Nord Stream 2 era la verdadera palanca política y económica que disuadía a Putin de llevar a cabo acciones insensatas como la guerra. Muchos no lo habían entendido porque atribuían al gas ruso un valor solamente económico: tenía, por el contrario, un enorme valor político para mantener a Moscú enganchado  a Europa.

Con Merkel fuera de escena, los Estados Unidos se han encontrado con el campo libre. La guardiana de Putin y del gas ya no estaba, y los norteamericanos han comprendido que el presidente ruso se había vuelto más peligroso, pero también más vulnerable. Durante dos meses, los Estados Unidos han advertido de la invasión de Ucrania, porque sabían que, oponiéndose al Nord Stream 2, como han hecho, se abría una brecha en el corazón del continente. Los gasoductos han sido el cordón umbilical que unía a Moscú con Europa, nuestra dependencia daba a Putin una sensación de seguridad, el instrumento para condicionar a los europeos y hacerlos más flexibles e interesados en la suerte de Rusia.

Cuando Moscú ha comprendido que, con el débil canciller Scholz, el Nord Stream 2 no sería algo seguro, empezó a amenazar a Ucrania, a la que rusos y alemanes habían pagado previamente para que no protestara demasiado por la construcción del gasoducto, tan temido por Polonia, en tanto en cuanto lo veía como instrumento de expansión de la influencia de Putin. Además, los norteamericanos ya habían puesto a Merkel contra las cuerdas, obligándola a comprar incluso gas licuado norteamericano, del que Berlín no tenía entonces necesidad alguna,  ya que ni siquiera disponía de regasificadores.

Y así con la guerra, estamos en rendición de cuentas. Europa tendrá que pagar más por su cuota de la OTAN, comprando evidentemente más armas y aviones de combate norteamericanos, y también más gas estadounidense. Todo en beneficio de las corporaciones y del complejo militar-industrial. Esta es la receta de Biden, tentado de prolongar un conflicto que desgasta a Putin y llena las arcas norteamericanas. Un mundo perfecto para «exportar» una vez más la democracia.

Alberto Negri, prestigioso periodista italiano, ha sido investigador del Istituto per gli Studi degli Affari Internazionali y, entre 1987 y 2017, enviado especial y corresponsal de guerra para el diario económico Il Sole 24 Ore en Oriente Medio, África, Asia Central y los Balcanes. En 2007 recibió el premio Maria Grazia Cutuli de periodismo internacional y en 2015 el premio Colombe per la Pace. Su último libro publicado es “Il musulmano errante. Storia degli alauiti e dei misteri” del Medio Oriente, galardonado con el Premio Capalbio.

Fuente: https://ilmanifesto.it/la-mossa-russa-apre-lepoca-della-nostra-sopravvivenza

Traducido por Lucas Antón para Sin Permiso