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La invasión que no tiene fin contra Afganistán

Fuentes: Resumen Latinoamericano

Un estimado de 20 mil civiles muertos. La infraestructura de un país devastada. Una crisis política interna que parece no tener fin. 3.485 soldados extranjeros abatidos, 2.356 de ellos estadounidenses. 686 mil millones de dólares para sostener una invasión que no resolvió nada de lo que transimitó la propaganda: ni libertad, ni democracia, ni estabilidad. […]

Un estimado de 20 mil civiles muertos. La infraestructura de un país devastada. Una crisis política interna que parece no tener fin. 3.485 soldados extranjeros abatidos, 2.356 de ellos estadounidenses. 686 mil millones de dólares para sostener una invasión que no resolvió nada de lo que transimitó la propaganda: ni libertad, ni democracia, ni estabilidad. Y la excusa de la «lucha contra el terrorismo» desenmascarada con el correr de los días, ahora transformada en otro plan de la Casa Blanca para mantener su control lejos de casa. Estas son sólo una parte de las consecuencias que dejó la Operación «Libertad Duradera» que Washington inició junto a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) en Afganistán durante 2001.

Asesinado Osama Bin Laden, derrocados los talibanes del poder afgano y con un presidente demócrata que asumió en Estados Unidos ofreciendo una política de guerra diferente a la de George W. Bush, Afganistán continúa en la senda del caos y la militarización.

Aunque la Casa Blanca anunció formalmente del retiro de tropas del país asiático, en territorio afgano quedan 12.500 soldados estadounidense con el argumento de entrenar a las fuerzas de seguridad locales (unos 350 mil efectivos) y colaborar en los combates contra los talibanes, quienes desde hace 13 años resisten en armas desde el sur afgano, intentando restablecer su poder basado en una interpretación ortodoxa del Islám, como lo hicieron entre 1996 y 2001 bajo el liderazgo de Mohammed Omar (o el mullah Omar).

La supuesta retirada estadounidense de Afganistán deja, por los menos, un sinfín de dudas sobre el futuro del país y de la región. La nación afgana, ubicada estratégicamente en Asia, limita con Irán, se encuentra a un país (Pakistán) de por medio de China y a una apetitosa cercanía con el sur de Rusia. Teherán, Beijing y Moscú, tres capitales con las que Estados Unidos ha incrementado sus discrepancias, pero de las que también depende económicamente (principalmente con China). Tres países que disputan -según su poder bélico, político y económico-, la hegemonía con Washington. En el caso de Irán, el gobierno de Teherán -bajo los preceptos de la Revolución Islámica-, se convirtió en uno de los referentes indiscutidos para Medio Oriente, denunciando las masacres de Israel en Palestina, pero también apoyando a los mismos palestinos en su resistencia contra Tel Aviv. Además, Irán no se ha callado a la hora de sacar a luz los planes estadounidenses para la región y, a su vez, se erige como una potencia emergente con capacidad para mediar en conflictos regionales, algo que intenta en Siria.

Los números y los muertos

«Juntos hemos sacado al pueblo afgano de las tinieblas de la desesperación y le hemos dado esperanza en el futuro», expresó el general John Campbell frente a los soldados de la OTAN en una ceremonia solemne que despidió a las tropas de Afganistán.

Ceremonia solemne, casi secreta y rodeada de los mayores controles de seguridad posible, porque una realidad va creciendo día a día en tierra afgana: los ataques talibanes se han recrudecido, impactando con dureza a las fuerzas extranjeras.

Estimaciones de Naciones Unidas indican que las víctimas civiles aumentaron un 19% en 2014, con 3.188 muertos hasta finales de noviembre, la cifra más alta desde 2008. A esto se suma que un total 4.600 miembros de la policía y el ejército afganos fueron muertos en los diez primeros meses de 2014. El diario The Washington Post difundió que de los 2,6 millones de militares que desde 2001 combatieron en Irak y Afganistán, más de 800 mil regresaron con heridas físicas o psíquicas. En Estados Unidos, cifras de este tipo remiten a la derrota sufrida en Vietnam. No solamente por el impacto de las bajas y heridos, sino porque éstos últimos retornan a su país y en un gran número son relegados y olvidados sin recibir asistencia alguna.

La cadena Russia Today señaló que Afganistán se ha convertido en el país donde más bombardeos se lanzaron contra civiles. Sólo entre 2009 y 2013, Estados Unidos y sus aliados descargaron 18.274 bombardeos contra objetivos que no tenían nada que ver con los talibanes, el terrorismo o alguna otra organización que opera dentro de las fronteras.

No hay que olvidar que en la lucha contra «el terrorismo», Washington no escatimó bombas, lanzadas en su mayoría desde drones, contra la frontera afgano-paquistaní, asesinando a cientos de pobladores de ese país y recibiendo duras críticas del gobierno de Islamabad.

La invasión militar también dejó un saldo de 765 mil personas desplazadas. El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados calcula que dentro de un año la cifra aumentará en un 25% y afectará a 900 pobladores personas.

Ante un panorama devastador, al que se le debe sumar la destrucción de la infraestructura, Estados Unidos utilizó casi 700 mil millones para su ataque a Afganistán. Dinero extraído directamente de los bolsillos de estadounidenses que todavía son golpeados por la crisis económica que vive el país.

El negocio del opio

Las investigaciones y denuncias se acumularon en el transcurso de esta década y comprueban que desde la llegada de Estados Unidos a Afganistán la producción de opio en el país -para la elaboración de heroína- creció exponencialmente.

La producción mundial de heroína, según la ONU, se eleva a 430 o 450 toneladas, de las cuales Afganistán produce 380.

La Red Voltaire informó que el 10 de julio de 2014, el inspector general especial estadounidense a cargo de Afganistán, John F. Sopko, rindió cuentas a la subcomisión a cargo de Medio Oriente y norte de África en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, y afirmó que los esfuerzos realizados para reconstruir el país, sobre todo a favor de las mujeres y del Estado de derecho, se derrumbaron ante la presión de la droga y de las organizaciones criminales.

Datos difundidos por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, señalaron que en Afganistán toda la actividad vinculada a la droga representó en 2012 un total de dos mil millones de dólares y se elevó a tres mil millones en 2013, alcanzando un récord histórico.

A partir de 2010, el gobierno ruso viene denunciando que la OTAN es la encargada de exportar la heroína afgana hacia Europa. La agencia de noticias Ria Novosti citó al Servicio Federal Ruso de Control de Estupefacientes (FSKN), organismo que estimó que más de la mitad de la heroína que se consume en Europa proviene ahora de Afganistán, en muchos casos trasladada por los miembros del Emirato Islámico (EI).

Para Ígor Korotchenko, director del Centro de Análisis del Comercio Internacional de Armas de Rusia, «la estancia de Estados Unidos en Afganistán convirtió al país en el primer productor de opio del mundo: la producción de droga en Afganistán se multiplicó por 40».

A su vez, el titular del Servicio Federal de Control de Drogas de Moscú, Víktor Ivánov, en 2014 «el territorio (afgano) donde se cultiva el opio habrá aumentado hasta 250.000 hectáreas». Desde ese organismo además aseveraron que Afganistán produce hasta 150 mil millones dosis de heroína, una cifra 21 veces superior a la población del planeta.

Es por demás de conocido que la industria armamentística y la producción de drogas y su tráfico son los principales negocios en la actualidad. No es casualidad que Estados Unidos sea el actor fundamental en estos dos negocios ilegales.

La crisis como política

Ni reconciliación nacional, ni estabilidad institucional y mucho menos libertad y democracia. En Afganistán la crisis es permanente y los intentos por recomponer el sistema político (siempre a semejanza de Occidente) da por tierra. El poder de las tribus afganas, la injerencia estadounidense

En 2014, las elecciones presidenciales fueron vendidas como el momento de la estabilización, pero terminaron siendo una confrontación de acusaciones de fraude entre los dos principales candidatos a la segunda vuelta comicial.

En el artículo «‘Libertad Duradera’, crónica de un fracaso anunciado», del periodista Dabid Lazkanoiturburu y publicado en el diario Gara, se muestra el tablero de la política afgana con claridad.

Derrotados los talibanes por la OTAN en alianza con los mujhadines de Ahmad Shah Massoud (quien había formado parte del régimen que derrocó al gobierno prosoviético en 1992), Washington colocó en el poder a Hamid Karzai, quien instauró «un régimen que mantiene incólumes los virreinatos de los señores de la guerra», según describe Lazkanoiturburu.

Karzai, un hombre dirigido desde la Casa Blanca, intentó negociar con los talibanes, vía Qatar. La poca voluntad de Estados Unidos, la debilidad política del entonces mandatario afgano y la desconfianza de los líderes talibanes dieron al posible acuerdo un profunda inviabilidad.

Ahora las riendas del país están en manos del ex ministro de Finanzas, Ashraf Ghani Ahmadzai, peón directo de Washington y ex miembro del Banco Mundial (BM). Su principal rival en los comicios, Abdullah Abdullah, fue nombrado jefe del Gobierno. Al poder afgano hay que sumarle la presencia de Rashid Dostum, un mercenario que dirigió columnas contra el gobierno prosoviético y es acusado de crímenes de guerra.

Asumido la nueva administración, Ghani firmó el Acuerdo de Seguridad Bilateral (BSA) con Estados Unidos. Según Lazkanoiturburu, con este pacto «Washington se reserva el derecho de mantener tropas de combate y les garantiza impunidad absoluta».

Mientras tanto, los talibanes se encuentran ilesos, teniendo en cuenta la propaganda en su contra comenzada la invasión en 2001. Para Lazkanoiturburu, «los talibanes demuestran que lo suyo fue una retirada estratégica. De año en año incrementa sus ofensivas guerrilleras, secundadas por atentados cada vez más espectaculares, incluso en el corazón de Kabul y en el norte del país».

Apostar a un análisis para lo que sucederá en Afganistán en 2015 es similar a asomarse a la cornisa de un abismo en el que no se ve el fondo. Pero sin dudas la situación afgana es consecuencia directa de la política guerrerista y de injerencia estadounidense. Apoyando a los talibanes en un principio, para luego convertirlo en los enemigos más peligrosos del planeta, la Casa Blanca reproduce un plan sistemático que viene aplicando hace casi 100 años. Y los resultados de ese plan están a la vista, principalmente del pueblo afgano que sufre la invasión todos los días.

Fuente original: http://www.resumenlatinoamericano.org/?p=7334