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La IV Guerra Púnica en territorio de Libia

Fuentes: Barómetro Internacional

El imperio global, dirigido por Estados Unidos (EEUU), ha desatado contra Libia una guerra sui géneris, tan asimétrica y unilateral como violadora de los principios básicos del derecho internacional, pues pretende dictar la pauta al pueblo libio sobre qué tipo de gobierno debe tener y al mismo tiempo imponerle un gobierno monárquico que sea capaz […]


El imperio global, dirigido por Estados Unidos (EEUU), ha desatado contra Libia una guerra sui géneris, tan asimétrica y unilateral como violadora de los principios básicos del derecho internacional, pues pretende dictar la pauta al pueblo libio sobre qué tipo de gobierno debe tener y al mismo tiempo imponerle un gobierno monárquico que sea capaz de garantizar al imperio varios intereses, en lugar del gobierno de Gaddafi que le ha garantizado al pueblo el mejor nivel de vida de toda África.

Ante todo, el objetivo es el control del petróleo necesario para el derroche de la sociedades de consumo a cambio de equipamiento militar, entre otros rubros comerciales estadounidenses pero también lograr el abandono de Libia a las políticas de apoyo a otros pueblos del África subsahariana o de América Latina. Otro interés es lograr destruir los proyectos libios en el ámbito económico creados conjuntamente con China, Rusia o Vietnam, entre otros países; y deje de obstaculizar los negocios estadounidenses o franceses en Italia y otros países a partir de esas cuantiosas cantidades acumuladas de dólares y euros provenientes del petróleo libio, así como obstaculizar el proyecto sobre el Mediterráneo en el cual Gaddafi era un factor de enlace entre Europa y África.

Esta guerra imperial desatada por Francia en total coordinación con EEUU y otras potencias europeas con crisis económicas y el apoyo de oligarquías árabes hacen recordar las llamadas tres «Guerras Púnicas» del siglo II y I a.c. con la diferencia de que aquellas fueron entre dos potencias: el Imperio de Roma y el poderoso estado de Cartago asentado en los territorios norafricanos que hoy ocupan Marruecos, Argelia, Túnez y Libia.

Incluso, también en esa época, entre el 241 y 238 a.C. se dio la «Guerra de los Mercenarios» donde estuvo involucrado Cartago, pues fue afectado por una guerra civil con participación mercenaria y que fue apoyada por el imperio romano para arrebatarle a Cartago las islas de Córcega y Cerdeña, hoy italianas. Hoy Gaddafi ha vuelto a denunciar la presencia de mercenarios al servicio de Al Qaeda lo cual es contrarrestado por los medios de comunicación transnacionales diciendo lo inverso.

Cualquier semejanza de aquella coyuntura guerrerista de hace más de 2.000 años con la situación actual no es pura coincidencia, porque el conflicto actual forma parte de esa posición hegemónica que siempre han tratado de sostener y ampliar los imperios, y para lo cual deben vencer a todos los pueblos que se oponen a esos designios imperiales, sobre todo a los que pudieran mostrar debilidades internas y falta de alianzas externas, sobre los cuales se ensañan y centran todas su potencia hasta aniquilarlos.

Motivos semejantes a los usados por el imperio Romano que peyorativamente dieron la calificación de «púnicas» (en referencia a los «peligrosos» fenicios) a las tres guerras de Roma contra Cartago, hoy el imperio yanqui a través de su cabeza visible, el emperador Barack Obama, usa el poder condigno para arrebatar el líder al pueblo libio y desencadenar una grosera campaña inerencista autoproclamándose «legitimador» de gobiernos y expide «certificados de buena conducta» para tratar de gobernar al mundo, revuelto precisamente por la anarquía del capitalismo.

¿Qué diría Obama si un gobernante extranjero le exige que abandone el poder por reprimir a sus ciudadanos en Wisconsin o en Ohio o por asesinar a niños, mujeres y ancianos en Afganistán o en la propia Libia? ¿Cree Obama realmente que «la democracia no es el gobierno de las mayorías», como dijo en su visita a Chile? ¿No está dando la razón a los mismos republicanos que le adversan? ¿O es que Obama está asumiendo su verdadera identidad antidemocrática y alcanza a ser la cabeza del complejo militar-financiero-comunicacional?

Las guerras púnicas concluyeron con el desastroso fuego dado por los romanos a la principal ciudad cartaginesa y la caída de Cartago como sociedad independiente que tuvo entre sus grandes hombres a los generales Amílcar, Asdrúbal y Aníbal Barca, padre y dos hijos que fueron queridos y respetados por sus conciudadanos gracias al nivel de vida que les dieron y los defendieron por varias décadas de las pretensiones romanas. Roma trató y logró arrebatar el dominio del mar y la vida en comunidades a los cartagineses.

Libia, también heredera de Cartago, gozó hasta ahora del mejor nivel de escolaridad de África, del mejor Producto Interno Bruto (PIB) por habitante y de los mejores índices de salud para lograr una alta esperanza de vida. La mayor parte de sus ciudadanos nunca presentaron quejas de su gobierno, el cual, luego de la desintegración del campo socialista en 1991 con el consiguiente desbalance y desequilibrio mundial y ante los cortejos de occidente Gaddafi comenzó a hacer negocios comerciales con diversas empresas y gobiernos occidentales, los cuales a largo plazo les actuaron como caballos de Troya, según se ha podido apreciar en estos días. En todo caso fueron las decisiones de un gobierno independiente y soberano quizás obsesionado con su modelo establecido en el Libro Verde, pero al fin y al cabo, su proyecto político que le proporcionó a Libia desarrollo sostenible durante cuarenta años.

Libia, colocada en una posición geográfica estratégica para los fines del Africom (Comando de EEUU para África), está siendo atacada bajo la óptica del jefe militar de este comando estadounidense quien de un momento a otro recibirá la orden de desembarco en ese país norafricano y se volverá a romper así con la Doctrina Eisenhower de evitar a toda costa el combate de estadounidenses en el continente africano, tal y como ocurrió en Somalia, de donde EEUU tuvo que salir con la cabeza gacha.

Cuando no se respetan los principios del derecho internacional público, como hoy lo hace EEUU y sus aliados y deciden burlarse de las restantes potencias opuestas pacíficamente, el resultado es semejante al que estamos presenciando: ataques a ciudades libias y cacería de cuarta generación sobre un presidente legítimo respaldado por la mayoría de su pueblo, de las fuerzas armadas y de las instituciones del país; apoyo político, logístico y financiero a fuerzas opositoras armadas minoritarias; engaño a la opinión publica mundial; robo de los recursos financieros de Libia depositados en los bancos de Berna, Paris o New York; burda manipulación de la Carta de la ONU y de las prerrogativas del Consejo de Seguridad; engaño flagrante a miembros del Consejo de Seguridad para evitar el veto y luego hacer lo que sus ambiciones le dicten.

Hoy se vislumbran dos modelos de dominación empleados por el imperio -el «tunecino» y el «libio»- para afrontar las crisis o crearlas en el medio oriente árabe, compelido por monarquías o gobiernos vulnerables. Ambos se empezaron a aplicar desde 2010 en su fase preparatoria sobre esos países según hayan sido aliados a EEUU (el modelo tunecino para Egipto, Yemen. Bahrein, Omán) o adversarios (el modelo libio para Argelia, Siria e Irán). Ambos modelos se basan en estudios profundos de las potencias estatales de cada país árabe en las cuales las fuerzas armadas desempeñan un papel crucial en los desenlaces de los conflictos creados bajo la guía del propio modelo. Ante todas estas rebeliones del mundo árabe el resultado es diverso como diversas son las particularidades de cada cual.

Estas fuerzas belicistas estadounidenses-europeas están colocando al mundo de paz ante los mismos retos que en su época impuso, como «Guerra Fría», el presidente estadounidense Harry Truman a partir de 1947 para crear la OTAN (1950) y que obligaron a una parte del planeta liderada por la Unión Soviética a la firma del Tratado de Varsovia en 1955 que sirvió para defender la paz y la seguridad internacionales a partir de la unión de las voluntades políticas de los ocho países socialistas (URSS, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria, Alemania Democrática, Polonia, Albania y Rumania).

Si mañana surge un nuevo Tratado Militar antimperialista, en torno a una potencia nuclear opuesta a los guerreristas -única vía pacífica por ahora para evitar las guerras-, y el mundo se divide en dos o tres bloques militar-nuclear, la humanidad debe estar bien consciente de que fue a causa de la agresividad y la ambición imperial frente a los pueblos que no se dejan invadir y mucho menos explotar o colonizar.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.