La probabilidad de que la oposición ucraniana tenga éxito en caso de enfrentamientos callejeros es bastante escasa. Así que el desenlace en forma de una «revolución de terciopelo», como la que se produjo en Belgrado o Tbilisi, no parece nada obvio en Kíev, a pesar de que ahora se encuentran en Ucrania los técnicos de […]
La probabilidad de que la oposición ucraniana tenga éxito en caso de enfrentamientos callejeros es bastante escasa. Así que el desenlace en forma de una «revolución de terciopelo», como la que se produjo en Belgrado o Tbilisi, no parece nada obvio en Kíev, a pesar de que ahora se encuentran en Ucrania los técnicos de tales revoluciones. Rusia está muy interesada en que no haya desestabilización en Ucrania y que ésta siga desarrollándose como un Estado fuerte e independiente. Si los funcionarios oficiales de Moscú mostraron clara preferencia por Víctor Yanukovich durante las elecciones presidenciales en Ucrania, era porque Rusia tiene allí intereses propios que, además, coinciden mucho con los de aquellos sectores que quisieran ver en Ucrania una nación realmente libre, independiente y próspera. No es que Moscú este fascinada con Yanukovich, es Víctor Yuschenko quien le parece inadmisible por dos razones. La primera consiste en que él es partidario de que Ucrania abandone el Espacio económico único que se está creando conjuntamente con Rusia, Bielorrusia y Kazajstán. Yuschenko y sus coidearios votaron en el Parlamento de Ucrania en contra de este proyecto. Y si Ucrania abandona el Espacio económico único, se verá afectada la economía rusa y, en mayor grado, la ucraniana. La segunda causa es que la elección de Yuschenko supone, en dos o tres años, la adhesión de Ucrania a la OTAN. Es lo que el líder opositor le ha prometido a Washington, y viceversa. Huelga explayarse acerca del por qué no responden del todo a los intereses de los pueblos hermanos la presencia de la 6ª Flota de EE.UU. en Sebastópol y Odesa, los morenos simpáticos de la US Navy en las calles de Kíev, los bombarderos de la OTAN en los aeródromos cerca de Poltava y los componentes del sistema norteamericano de defensa antimisil en la provincia de Lugansk o en Crimea. Rusia tendría que olvidar en tal caso su amistad con Ucrania, y esta última, su soberanía recién lograda. Quienes acusan a Rusia de la «injerencia» en los comicios presidenciales de Ucrania parten aparentemente de que nadie más se está inmiscuyendo en los asuntos internos de esta nación. Mas sólo personas muy ingenuas o astutas son capaces de pensar que Yuschenko no tiene respaldo desde el exterior. Todos los líderes de los países occidentales han manifestado su simpatía hacia él. También lo harían a título oficial, si hubiese entre ellos alguno que tuviera en Ucrania al menos una décima parte del prestigio de que goza allí Putin. Sólo por la línea del Gobierno, EE.UU. asignó decenas de millones de dólares para diversos programas de «apoyo a la democracia», relacionados con la campaña de Yuschenko. Y mucho más dinero llegó a través de las fundaciones benéficas y organizaciones no gubernamentales de Occidente que financiaron generosamente a las estructuras y a los medios de información «democráticos», es decir, favorables a Yuschenko, así como los programas de movilización de electores jóvenes, actividades culturales y conciertos del movimiento naranja, entre otras cosas. Decenas de expertos en tecnología política y creación de imagen, venidos de Occidente y también de Rusia, trabajaron en la plana mayor de la oposición ucraniana. El número de observadores estadounidenses en esos comicios triplicaba al de los rusos. No hablemos ya de los medios de comunicación occidentales. Si las cadenas de radio y televisión o la prensa de Rusia reflejaban cierta pluralidad de opiniones sobre Yuschenko y Yanukovich, en Occidente no había nada parecido. Todos los medios sin excepción alguna, como si fuesen clones, entonaban al unísono la misma canción: «Es la batalla última y definitiva.» La victoria «del candidato demócrata y prooccidental» Yuschenko sobre «el rusófilo reaccionario» Yanukovich va a «cerrar el asunto ruso de una vez y por todas»,» poniendo fin al imperialismo de Rusia». Pues, si Rusia queda desvinculada de sus raíces históricas, será posible relegarla para siempre a su guarida de oso, en la que debería permanecer quieta y sin rechistar. Si esta postura de la prensa occidental tiene algo de cierto, es que realmente quedaríamos desarraigados: Moscú fue fundada por la gente de Kíev; así que muchos santuarios rusos se encuentran en Ucrania. Los orígenes de la civilización común rusa y ucraniana están en la llamada Rusia de Kíev. No ha faltado la injerencia desde todas partes, y sería sorprendente si no la hubiese. En una democracia se acostumbra a prestar ayuda a los coidearios y correligionarios extranjeros. Los demócratas cristianos o los socialdemócratas de Alemania hacen propaganda a favor de los demócratas cristianos o los socialistas italianos durante las elecciones, y así pasa en todos los países. Cuando los dirigentes del G-7 se desplazaron a Moscú en 1996 para apoyar a Boris Yeltsin, nadie protestó contra la «injerencia en los asuntos internos» de Rusia, a excepción de los comunistas. ¿Que si Putin debía haber felicitado a Yanukovich con la victoria, o no? ¿Pues por qué no? No tengo dudas de que Yanukovich realmente ha ganado. No podría perder esas elecciones. Después del virtual empate en la primera vuelta hubo dos sucesos importantes en Ucrania. Primero, Yanukovich se impuso claramente sobre Yuschenko en los debates televisivos, según todas las encuestas. Y segundo, el índice de afluencia en las regiones orientales de Ucrania aumentó en grado considerable. Estos dos acontecimientos determinaron el desenlace de las elecciones a favor de Yanukovich. Su victoria la vaticinaban tanto las encuestas que tuvieron lugar en vísperas de los comicios como los sondeos a pie de urnas realizados por las estructuras no comprometidas con Yuschenko. Claro que hubo falsificaciones durante la votación pero nadie sabe de qué lado las hubo más. Una participación del orden del 85 por 100 en las provincias económicamente deprimidas del oeste de Ucrania, las cuales apoyan a Yuschenko pero en las que hasta la mitad de la población activa se ha visto obligada a buscar alguna fuente de subsistencia en el extranjero, también es algo que pertenece a la categoría de milagros electorales. O las abuelitas de Lviv que presentan a la vez veinte carnés de identidad para coger las papeletas del voto… ¿A santo de qué los partidarios de Yanukovich deben dejar de reconocer su victoria? La postura de Moscú de cara a las elecciones ucranianas es objeto de crítica por parte de aquellas personas, muy numerosas en el mundo, según las cuales Rusia no tiene ni puede tener intereses nacionales. ¿Acaso Estados Unidos o Australia toman los asuntos de Ucrania más a pecho que los rusos, vinculados a este pueblo hermano por un sinfín de vínculos culturales, históricos y humanos? Son vínculos que se van a preservar independientemente de cómo termine la crisis ucraniana.