En un momento decisivo en que el mundo lucha contra una crisis de salud pública inédita en un siglo y los efectos económicos que conlleva, la importancia de una relación entre China y Estados Unidos estable y sólida no se puede subestimar.
Cuando asuma este miércoles la Presidencia estadounidense, Joe Biden heredará una relación entre ambos países perjudicada gravemente por un puñado de incendiarios políticos de la Administración saliente que, incluso en sus últimos días de mandato, no han dudado en dar rienda suelta a su paranoia anti-China.
En los últimos cuatro años, ha habido una campaña desenfrenada de la Administración Trump para intoxicar una de las relaciones bilaterales más importantes del mundo. El nuevo líder en Washington debería comenzar por reducir las tensiones y trabajar con el país asiático para reconducir los lazos chino-estadounidenses a una senda racional.
En primer lugar, la Administración Biden debe dejar de considerar a Beijing como la “némesis ideológica” inevitable de Washington. En este sentido, debe aplicar racionalidad y sentido común a las diferencias entre ambas partes.
Con una mentalidad arraigada en las ideas obsoletas de la Guerra Fría, los halcones partidarios de la política dura contra China de la Administración Trump cerraron intencionadamente los ojos ante los logros sustanciales de las últimas décadas en las relaciones bilaterales y dibujaron a China como “una amenaza estratégica”.
Para justificar esta irracionalidad, buscaron de forma descarada cambiar la historia afirmando que la política de compromiso con China estadounidense se había derrumbado porque Washington no había conseguido “inducir el cambio” en el país asiático.
La acusación de Washington dista mucho de la verdad. Desde que, en la década de 1970, ambas partes decidieron poner fin a décadas de alejamiento, reconocer y respetar el sistema político y social de la otra mientras se buscaba ampliar los intereses comunes había sido el consenso predominante.
Si hace más de 40 años los dos países no trataron de remodelarse el uno al otro, es todavía más impensable e imposible que lo hagan ahora. Por el contrario, deben reactivar el diálogo y la comunicación en todas las áreas posibles para gestionar adecuadamente sus diferencias y ampliar el consenso.
En segundo lugar, la nueva Administración de EE. UU. debe renunciar a la mentalidad de “tú ganas, yo pierdo” y tener una visión racional de la competencia entre los dos países.
La cooperación entre China y Estados Unidos no ha sido nunca un caso en que una parte estafa a la otra, sino que, más bien, la cooperación mutuamente beneficiosa a lo largo de los años ha servido los intereses de ambos países y sus sociedades.
Por supuesto, las dos partes, ahora las dos principales economías del mundo, tienen su parte justa de competencia. Sin embargo, la cooperación y la competencia entre China y Estados Unidos nunca han sido, ni deben considerarse, mutuamente excluyentes.
Con la doctrina hegemónica de “Estados Unidos primero”, la Administración Trump ha cultivado erróneamente la teoría del “desacoplamiento de China” como medio para gestionar la competencia con Beijing.
A lo largo de los años, azuzó unilateralmente una guerra comercial contra China, satanizó y saboteó los intercambios bilaterales entre personas y abusó sin escrúpulos del poder estatal para reprimir a las empresas chinas con acusaciones inventadas.
Frente a la devastadora pandemia de COVID-19, los agonizantes problemas económicos y el empeoramiento del cambio climático, las dos economías más grandes del mundo se enfrentan a una gran oportunidad de cooperación.
Cooperar el uno con el otro es también su responsabilidad solemne e ineludible como grandes países. Al mismo tiempo, la Administración Biden debería trabajar con China para garantizar que cualquier competencia entre los dos países sea constructiva y no contraproducente.
Por último, pero no menos importante, la nueva Administración debe comprometer a Estados Unidos con la norma internacional universalmente reconocida de no injerencia en los asuntos internos de otros países y respetar los intereses fundamentales y las principales preocupaciones de China.
En los últimos años, los oportunistas de la Administración Trump han intentado repetidas veces cruzar la “línea roja” de China para sus propios logros políticos.
No obstante, las firmes contramedidas de China han demostrado su determinación de defender la soberanía, la seguridad y los intereses del desarrollo. Tal determinación no se verá influida por ninguna táctica de intimidación o de “máxima presión”.
Durante décadas, incluso en los difíciles cuatro últimos años, China siempre ha seguido una política coherente respecto a Estados Unidos, basada en los principios de no conflicto, no enfrentamiento, respeto mutuo y cooperación de beneficio mutuo. Ahora le toca a la nueva Administración en Washington tomar una decisión racional y hacer lo correcto.