Una conversación con Felipe Rivas y Jorge Díaz, integrantes del Colectivo Universitario de Disidencia Sexual en Chile.
Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS) es uno de los colectivos maricas y transfeministas más activos, experimentales y provocadores que han surgido del contexto universitario en tiempos recientes. Su producción teórica y activismo callejero se ha caracterizado por desplegar una interminable variedad de expresiones sexuales no normativas, las cuales toman la esfera pública con insolente creatividad. A lo largo de diez años de activismo, sus intervenciones en Chile y en otros lugares de América Latina no han dejado de producir ficciones subversivas que se rehúsan a habitar una sola identidad. En esta breve conversación, Felipe Rivas San Martín (Artista visual) y Jorge Díaz (Biólogo feminista), ambos activistas de la CUDS, nos hablan sobre los territorios de disidencia sexual, la relación del colectivo con la militancia y la izquierda, las esferas del arte y el activismo, el rol de la escritura, y la distinción entre universidad y academia, así como diferentes estrategias para resistir contra la heteronormatividad de la vida cotidiana.
Miguel: CUDS ya tiene trabajando más de 10 años en un cruce de activismo radical, creación performativa, y producción teórica. ¿Cómo surge el colectivo? ¿Qué tipo de alianzas han establecido con otros movimientos sociales a lo largo de este tiempo?
Felipe: El colectivo surge en 2002 como continuidad al trabajo que venía desplegando un grupo anterior: el Comité de Izquierda por la Diversidad Sexual (CIDS). Ese comité había reunido a los sectores más radicales del activismo LGBT local, relacionados también con el activismo cultural y las feministas de Radio Tierra. El objetivo del grupo era generar un puente inédito entre los sectores de la izquierda (movimientos y partidos) y el activismo homosexual militante. El CIDS venía del Partido Comunista (PC), y en gran parte su razón de existencia se debe a la fuerte amistad que unió a Gladys Marín (Presidenta del PC en ese entonces) y a Pedro Lemebel, quien era muy cercano, se lo veía siempre en las actividades.
Cuando el CIDS se acaba, los activistas decidimos continuar los trabajos en nuestros espacios locales. Algunos miembros del grupo formaron luego un sindicato. Habíamos dos miembros que estábamos entrando a la universidad, así que nos pareció lógico que debíamos activar en ese campo. Nunca antes se había articulado políticamente un colectivo homosexual teniendo a la Universidad como espacio de inscripción, así que aquello tenía un carácter totalmente incierto, sin rumbo fijo y que nos hacía deambular por diferentes prácticas. Además éramos muy chicos, así que la CUDS ha sido nuestro espacio deformación política. Teníamos apenas tres signos de demarcación: izquierda, universidad y sexualidad crítica.
Esos tres signos han demarcado de manera diferencial los procesos del grupo y también han delimitado nuestras alianzas políticas. En primer término habría que pensar en la izquierda, no entendida como un partido político o un contenido programático preciso, sino como aquel posicionamiento disidente frente a lo ya instituido, a su cosificación y naturalización. Eso nos ha acercado a las prácticas contraculturales y anti sistémicas, a los anarcos y a las escenas under.
En segundo lugar, la Universidad, que es el lugar de auto legitimación de los saberes institucionalizados. En ese sentido, la Universidad es un campo de intervención política precisamente de parte de los sujetos que hemos sido tradicionalmente los objetos del discurso de las ciencias y humanidades (homosexuales, mujeres, travestis, etcétera) y que hoy estamos articulando un discurso propio, que se cuela desde el exterior hacia los bordes de la Universidad. La CUDS surge en el momento preciso en que se comienza a recepcionar en América Latina la teoría queer. El mismo 2002 la Revista de Crítica Cultural (dirigida por Nelly Richard) publica el primer dossier con textos de teoría queer, que están pensando justamente el problema de su traspaso al contexto local. Así, nuestra relación con el espacio académico ha sido ambivalente: a veces crítica; en otras, de alianzas tácticas.
Pero la Universidad es también el sitio de un movimiento social fundamental en Chile: el movimiento estudiantil, del que en cierto modo hemos sido parte y con el que hemos trabajado siempre, pero que ha tenido una fuerza revitalizante a partir de las movilizaciones de 2011.
En último término, la sexualidad crítica, marca una continuidad de vínculo tradicional entre lo homosexual y el feminismo, que uno puede rastrear ya desde las prácticas artísticas homosexuales en dictadura y que hoy continuamos en nuestra implicación con el aborto. Pero un asunto que me interesa mucho de pensar las alianzas es no entenderlas como meras sumatorias, como ocurre cuando se invita a los homosexuales o a los indígenas a participar -por ejemplo- de las asambleas anti capitalistas. En esos contextos, participamos la mayoría de las veces de una lógica integracionista, donde somos simplemente un grupo más para una causa mayor. Las alianzas que me parecen más interesantes son aquellas que no se piensan como sumatoria representacional, sino como modos de afectación y transformación mutua. La pregunta sería cómo nos afectan las alianzas.
El Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS) es uno de los colectivos maricas y transfeministas más activos, experimentales y provocadores que han surgido del contexto universitario en tiempos recientes. Su producción teórica y activismo callejero se ha caracterizado por desplegar una interminable variedad de expresiones sexuales no normativas, las cuales toman la esfera pública con insolente creatividad. A lo largo de diez años de activismo, sus intervenciones en Chile y en otros lugares de América Latina no han dejado de producir ficciones subversivas que se rehúsan a habitar una sola identidad. En esta breve conversación, Felipe Rivas San Martín (Artista visual) y Jorge Díaz (Biólogo feminista), ambos activistas de la CUDS, nos hablan sobre los territorios de disidencia sexual, la relación del colectivo con la militancia y la izquierda, las esferas del arte y el activismo, el rol de la escritura, y la distinción entre universidad y academia, así como diferentes estrategias para resistir contra la heteronormatividad de la vida cotidiana.
Miguel: CUDS ya tiene trabajando más de 10 años en un cruce de activismo radical, creación performativa, y producción teórica. ¿Cómo surge el colectivo? ¿Qué tipo de alianzas han establecido con otros movimientos sociales a lo largo de este tiempo?
Felipe: El colectivo surge en 2002 como continuidad al trabajo que venía desplegando un grupo anterior: el Comité de Izquierda por la Diversidad Sexual (CIDS). Ese comité había reunido a los sectores más radicales del activismo LGBT local, relacionados también con el activismo cultural y las feministas de Radio Tierra. El objetivo del grupo era generar un puente inédito entre los sectores de la izquierda (movimientos y partidos) y el activismo homosexual militante. El CIDS venía del Partido Comunista (PC), y en gran parte su razón de existencia se debe a la fuerte amistad que unió a Gladys Marín (Presidenta del PC en ese entonces) y a Pedro Lemebel, quien era muy cercano, se lo veía siempre en las actividades.
Cuando el CIDS se acaba, los activistas decidimos continuar los trabajos en nuestros espacios locales. Algunos miembros del grupo formaron luego un sindicato. Habíamos dos miembros que estábamos entrando a la universidad, así que nos pareció lógico que debíamos activar en ese campo. Nunca antes se había articulado políticamente un colectivo homosexual teniendo a la Universidad como espacio de inscripción, así que aquello tenía un carácter totalmente incierto, sin rumbo fijo y que nos hacía deambular por diferentes prácticas. Además éramos muy chicos, así que la CUDS ha sido nuestro espacio deformación política. Teníamos apenas tres signos de demarcación: izquierda, universidad y sexualidad crítica.
Esos tres signos han demarcado de manera diferencial los procesos del grupo y también han delimitado nuestras alianzas políticas. En primer término habría que pensar en la izquierda, no entendida como un partido político o un contenido programático preciso, sino como aquel posicionamiento disidente frente a lo ya instituido, a su cosificación y naturalización. Eso nos ha acercado a las prácticas contraculturales y anti sistémicas, a los anarcos y a las escenas under.
En segundo lugar, la Universidad, que es el lugar de auto legitimación de los saberes institucionalizados. En ese sentido, la Universidad es un campo de intervención política precisamente de parte de los sujetos que hemos sido tradicionalmente los objetos del discurso de las ciencias y humanidades (homosexuales, mujeres, travestis, etcétera) y que hoy estamos articulando un discurso propio, que se cuela desde el exterior hacia los bordes de la Universidad. La CUDS surge en el momento preciso en que se comienza a recepcionar en América Latina la teoría queer. El mismo 2002 la Revista de Crítica Cultural (dirigida por Nelly Richard) publica el primer dossier con textos de teoría queer, que están pensando justamente el problema de su traspaso al contexto local. Así, nuestra relación con el espacio académico ha sido ambivalente: a veces crítica; en otras, de alianzas tácticas.
Pero la Universidad es también el sitio de un movimiento social fundamental en Chile: el movimiento estudiantil, del que en cierto modo hemos sido parte y con el que hemos trabajado siempre, pero que ha tenido una fuerza revitalizante a partir de las movilizaciones de 2011.
En último término, la sexualidad crítica, marca una continuidad de vínculo tradicional entre lo homosexual y el feminismo, que uno puede rastrear ya desde las prácticas artísticas homosexuales en dictadura y que hoy continuamos en nuestra implicación con el aborto. Pero un asunto que me interesa mucho de pensar las alianzas es no entenderlas como meras sumatorias, como ocurre cuando se invita a los homosexuales o a los indígenas a participar -por ejemplo- de las asambleas anti capitalistas. En esos contextos, participamos la mayoría de las veces de una lógica integracionista, donde somos simplemente un grupo más para una causa mayor. Las alianzas que me parecen más interesantes son aquellas que no se piensan como sumatoria representacional, sino como modos de afectación y transformación mutua. La pregunta sería cómo nos afectan las alianzas.
Miguel: Quisiera enfatizar el rol que cumple la visualidad en su trabajo, la manera en que incorporan estrategias artísticas y paródicas en su activismo, lo cual produce formas de transgresión distintas al de la política tradicional. ¿Cuál es su relación con el arte? ¿De qué forma estas ficciones estéticas transfeministas están cuestionando las formas convencionales de la acción política?
Jorge: Considerando tu pregunta me gustaría llevar su respuesta hacia el lugar que habla de la nominación de artista. Creo que a algunos en el colectivo con más o menos comodidad les viene bien la idea de ser considerado como artista. Yo, particularmente me siento incómodo con la categoría de artista, prefiero ser considerado un activista. Aún así diría: artista, claro que sí, entendiéndolo como la neovanguardia lo experimentó y decretó, claro que sí. «Cada hombre que trabaja por la ampliación, aunque sea mental, de sus espacios de vida es un artista» decía el arte social del grupo chileno Colectivo de Acciones de Arte (CADA). Aún así prefiero la idea de activista.
Creo que ahí hay una gran potencia política en un concepto como activismo artístico, pues rescata la importancia que tiene el arte para desajustar signos y prácticas en las que la militancia política y sexual ha estado trabajando hace muchos años.
Quisiera decir que la práctica activista de la CUDS nos ha permitido establecer una militancia con lo sexual de una manera bastante desprejuiciada y, lo más importante, sin disciplina. Con disciplina me refiero tanto al carácter académico como al tono marcial que tiene la palabra. Quizás ambas acepciones de la palabra apunten a lo mismo. Así, el trabajo en CUDS nos permite movernos entre las disciplinas sin buscar coherencias o referencias bibliográficas rígidas. Desde filósofas, putas, performers, dramaturgos, actrices y científicos vamos construyendo resistencias a las disciplinas que nos organizan. Nos damos esta posibilidad al menos en el trabajo del activismo. Porque claro, no hay un afuera del sistema, eso ya lo sabemos.
Me parece que la estética debe ser una profunda herramienta para los activismos que no pensamos que la transformación social será escrita en línea recta. Ahí creo que rescatando el concepto de acción política de las políticas de izquierda tenemos una notoria separación al menos en nuestro contexto. De hecho, la emergencia del movimiento estudiantil que ha exigido gratuidad y acceso también se ha separado de aquellas políticas de izquierda por considerarlas anquilosadas, machistas y tradicionales (y estas distancias aumentan cuando hablamos de los feminismos que han emergido en los contextos de protesta estudiantil). No creemos que haya una forma de hacer las transformaciones. Muchas veces se acusa a quienes trabajan con los signos, las estéticas y la palabra como sujetos elitistas: «Todo lo que ustedes hacen no sirve», dicen. Hay una insistente actitud de sospecha frente a los activismos que experimentan sobre todo con la palabra y lo micro político como signo de resistencia. Sin embargo, seguimos apostando por un activismo que no tenga miedo del trabajo teórico ni de la escritura feminista. Aquí quiero rescatar las palabras de un compañero en la militancia Lucha Venegas, filósofx del colectivo que hace muy poco escribió: «La escritura no es algo que le pertenezca a la academia, ni sea para su reducido uso industrial. Para lxs obrerxs y las feministas el escribir se vuelve algo vital, un lugar de resistencia, un plano de experimentación y re torsión de la realidad, un lugar desde donde atentar-nos.»
Felipe: Continuando con tu pregunta Miguel, quiero decir un par de cosas. La primera es que tengo menos reparos que Jorge con la nominación artista, en parte por la razón obvia de que es mi formación, por lo que el arte es mi campo de trabajo, pero principalmente porque pienso que habría que bajar de su pedestal a la noción de artista. Hay una manera de entender al artista asociada a una serie de conceptos metafísicos y burgueses: creación, genio, iluminación, etcétera. Y me da la impresión que son esas cadenas de asociaciones las que hacen de la noción de artista una categoría sospechosa. Pero si entendemos al artista como productor y no como creador, ya no como un pequeño dios, podríamos pensar un concepto de artista más material que comparta una equivalencia con otras categorías como las mismas de filósofx, putxs, performer, dramaturgo, actriz y científicx que Jorge nombró. Los artistas somos también obreros que trabajamos con materiales sensibles.
Hace un par de días conversábamos sobre esto en un par de encuentros sobre el rol constituyente del arte y otro sobre arte y política, donde se reunieron varios de los artistas de mi generación que estuvieron involucrados en las manifestaciones estudiantiles de 2011, probablemente uno de los hechos políticos más provocadores de toda la post dictadura. Hay un nudo problemático y altamente productivo en el hecho que por un lado, los artistas seamos obreros de lo sensible, que el arte esté experimentando una repolitización crítica; y que cada vez haya una mayor atención al carácter sensible de la realidad, al hecho de que cualquier transformación de esa realidad debe ser también estética. Eso nos arma un problema porque surge la pregunta de si los artistas tendríamos que tener o no un rol privilegiado en esas transformaciones estéticas del mundo. Y el riesgo es caer nuevamente en la idea del artista iluminado, esta vez por su conciencia revolucionaria, como si fuera superior a la de lxs otrxs.
Pero volviendo a la pregunta de Miguel y la relación de la CUDS, las prácticas artísticas y la izquierda, yo diría que hay una relación de ida y vuelta. Cuando la CUDS surgió en 2002, se encontraba en pleno auge el Movimiento Funa. Durante la post dictadura (desde 1990 en adelante), la izquierda y los movimientos de Derechos Humanos que luchaban por Verdad y Justicia frente a los casos de violencia dictatorial (asesinatos, desapariciones y torturas) habían utilizado una estrategia institucional: apelar al estado y a los tribunales para intentar aplicar justicia, atacando el marco de impunidad y la Ley de Amnistía. Esa estrategia no tuvo ningún resultado. Entonces varios grupos de jóvenes y activistas de DDHH de fines de los ’90 tomaron la táctica argentina de los escraches pero empleando la noción de funa, una palaba mapuche. Así, el Movimiento Funa iba a las casas o a los lugares de trabajo de los asesinos y torturadores de la dictadura militar y les hacían un escándalo, un señalamiento público, lo denunciaban con sus vecinos o amigos, familiares, compañeros de trabajo. Era una forma de acción directa: «si no hay justicia, hay funa«. Eso estaba significando un desvío anti-institucional de las prácticas de la izquierda, y al mismo tiempo una transformación estética de sus modos, porque las funas eran muy visuales. Fue tan potente aquello que de hecho las primeras acciones de la CUDS fueron justamente funas a liceos, colegios o universidades donde se había discriminado a chicas lesbianas o gays. En ese momento el ejercicio de apropiación y desplazamiento de la táctica de DDHH a la de la política sexual no la pensábamos en términos de cita, de apropiación o de activismo artístico; en realidad lo comenzamos a usar porque nos parecía muy efectivo. Y también porque el activismo homosexual de ese momento no lo hacía. Yo pienso que esas funas de la CUDS fueron muy importantes para la delimitación de la dimensión estética de nuestro activismo, que siguió luego en las marchas, en la táctica del video, en internet, en la performance o la intervención urbana, en las redes sociales, en la ficción como herramienta, el trabajo desprejuiciado con los signos, su desmantelamiento. Y me parece que eso ha ido retornando hoy a nivel más amplio en la demanda de aborto que los grupos feministas y de disidencia sexual han levantado recientemente. Hoy la demanda de aborto en Chile se enuncia de un modo diferente: fuera del dramatismo y su manto lúgubre, el activismo abortista utiliza lenguajes lúdicos, irreverentes, divertidos. Y eso está cambiando la manera como percibimos el aborto. Entonces no se trata sólo que el arte adorne la protesta o la haga más atractiva, sino cómo éste altera nuestros modos de percibir.
Miguel. Debido a que el origen de la CUDS es el contexto universitario alguien podría reducir sus acciones a una especie de activismo de academia, cuando en realidad el tipo de intervención política que han realizado ha tenido diversos canales, muchas veces posicionadas en las periferias de las instituciones o de los discursos LGTB más formales. ¿Cuál son los ámbitos/espacios/lugares de movimiento de la CUDS?
Felipe: Existe una distinción que nos ha sido de mucha utilidad y es la que uno puede establecer entre universidad y academia. Yo pienso que la universidad es un espacio importante para la intervención política que no debemos abandonar. La universidad como tal es un espacio permeable que tiene dos dimensiones interesantes para la CUDS: la universidad como espacio de producción de saberes (de su confrontación crítica) y como lugar que acoge al movimiento estudiantil. Esos dos ámbitos de intervención polémica justifican el trabajo en la universidad.
El problema viene con la cuestión de la academia y su configuración contemporánea como entidad fiscalizadora, reguladora y disciplinaria de un modo de producción de pensamiento único y legítimo. Ese modo de producción de pensamiento está vinculado a un mercado del conocimiento que privilegia la utilidad capitalista y que ha venido estructurando la producción universitaria bajo rígidos formatos: el paper, los sistemas de citación, la indexación de las publicaciones y su monopolio en agencias internacionales, el ranking, el lenguaje claro y preciso, eficiente para la utilidad de mercado: sin los sobresaltos o pliegues de la duda o la vacilación crítica, sin el barroquismo afectado del lenguaje marica, obviamente. Hay un modelo straight de producción académica, masculino y heterosexual en su forma, neoliberal en su marco, que estamos comenzando a resistir abiertamente desde modelos de reflexión crítica y disidente.
Independiente de eso, como dices, la CUDS no limita su activismo al espacio de la universidad. Pero creo que más importante aún, el modo de entender cada espacio también debe ser disidente, debe producir una fractura, una contaminación. Por ejemplo, en el caso de las intervenciones de la CUDS en el espacio público o en la calle, ese espacio público o esa calle no constituyen emplazamientos autónomos, cerrados en sí mismos, sino que intervenidos también por otros espacios, como el de las redes. Entonces las intervenciones que hacemos en la calle están también pensadas en su registro, posterior edición y circulación virtual. Hoy una protesta en la calle también se mide por su eficacia en la circulación medial, entonces la reciente repolitización del espacio público está muy ligado a la emergencia de medios alternativos de comunicación y de las redes sociales, que rompen el cerco comunicacional del monopolio televisivo y pueden hacer circular la protesta de modos distintos a como los hacía circular la prensa oficial.
Dentro de la CUDS y en otros grupos de disidencia sexual en Chile se ha cuestionado la posibilidad de utilizar los lenguajes mediáticos o incluso de la farándula como posibilidad crítica, como por ejemplo el Frente Jilista o Josecarlo Henríquez, prostituto feminista y activista de la CUDS que ha tenido una presencia mediática muy importante en Chile, llegando a permear la televisión con un discurso disidente sexual. Al mismo tiempo, luego de las movilizaciones estudiantiles de 2011 y a propósito del feminismo abortista, hemos reforzado nuestra cercanía con el movimiento estudiantil y los feminismos recientes. Hoy el movimiento estudiantil ha comenzado a demandar una educación no sexista, cuestión que va más allá de una simple educación sexual que era parte de los programas estatales. Nosotros en la CUDS estamos hablando de una educación sexy.
Entonces hay una multifocalización de ámbitos de acción (del escribir-en-difícil de la práctica teórico-crítica a los lenguajes masivos de la TV; de las redes sociales a la calle, del feminismo a la farándula). Hace un par de años en la CUDS nos comenzamos a llamar «vecinas»: somos las vecinas de la CUDS. Ahora todo el mundo nos conoce así y a la gente le causa mucha gracia. Ser vecina significa que uno comparte un barrio, un territorio de proximidad, un espacio de circulación común, ciertas prácticas y ritos que producen sentido pero que no son necesariamente coherentes entre sí. Los territorios de la disidencia sexual son espacios ambiguos de intervención intermitente y discontinua, tanteos experimentales sin rumbo predeterminado.
Miguel: Finalmente, ¿podrían comentar su vínculo y complicidad con Hija de Perra, una figura marginal y fulgurante del activismo marica que acaba de fallecer? ¿Cuál creen ustedes que es el lugar que ocupa su performance bizarra y gore en el contexto local o latinoamericano?
Jorge: Hija de Perra fue una tremenda e inspiradora compañera en la militancia sexual. Su partida física deja un gran espacio de orfandad que seguro muchos otros continuarán. Ella fue un grito desesperado por romper los límites entre lo que se llama performance y activismo, entre lo que se entiende por pedagogía y por transgresión estética. Como CUDS mantuvimos un fuerte lazo desde sus primeros momentos de diva trash, bizarra y underground, recorriendo los espacios más sórdidos y punk del Santiago de la post dictadura con performances donde los excrementos, la sangre y la fiesta nos permitieron establecer una suerte de espacio donde existir. Recuerdo que me sorprendía la capacidad de preocuparse de cada detalle en sus presentaciones, la calidad de sus performances en lugares donde no existían los medios básicos para un espectáculo de ese tenor. Hacía glamour desde la precariedad, entregaba un discurso fuerte e irreverente desde espacios de fiesta y sexo. Jamás temió a la teoría feminista y de disidencia sexual y fue ahí donde seguimos estableciendo una profunda amistad política y afectiva que se plasmó en escritos y performances que causaron mucha polémica. Con Hija de Perra interrumpimos disidentemente en marchas y academias, entramos a museos y desordenamos seminarios. Nuestro mismo recorrido como CUDS está marcado por la presencia de Hija de Perra, no podríamos entender nuestro activismo sin ella y creo que esto fue recíproco. La localización de lo queer y nuestra insistencia en una política post identitaria donde el aborto ocupa un lugar central, enigmático y urgente fue lo que nos mantuvo cercanos y en alianza política.
Hija de Perra no temía a hablar de sexo en un país sofocado por el tradicionalismo, la homofobia, el sexismo, el racismo y el miedo a todo lo diferente. Su discurso no quería pasar desapercibido y ser hablado en voz baja. Utilizó la estrategia de la exageración como reflejo a un país donde todo es mesura en relación al sexo. Aplicó una pedagogía radical en cuanto a la práctica del sexo con sus clases sobre enfermedades venéreas con las que recorrió gran parte de Chile y Argentina. Su presencia incomodaba tanto a los conservadurismos de las derechas como de las izquierdas. Con su vagina de látex contaminó los espacios académicos, con su estética bizarra sorprendió a los ojos heteronormados de cuantos vieron su trabajo. Quizás la palabra censura fue una de las que la recorrió como cuerpo desobediente. Recuerdo que fue grabada muchas veces para programas de televisión y jamás salió al aire.
Hija de Perra fue esa bomba insolente a la institución que norma. Una bomba como Hija de Perra aceleró nuestros corazones disidentes hasta hacerlos explotar. Hija de Perra es el epitafio para nuestros corazones disidentes. Hagamos bombas para la ridícula idea de no volver a verte, Perra.
***
Miguel A. López: Investigador Peruano y escritor sobre cultura visual y política. Integra la Red Conceptualismos del Sur (RCS) desde su fundación en 2007. Sus proyectos recientes intersectan prácticas desviadas y rearticulaciones maricas de la historia. Ha curado Perder la Forma Humana. Una imagen sísmica de los años 80 en América Latina (junto con la RCS) en el Museo Reina Sofía de Madrid, 2012 Pulso Alterado (junto a Sol Henaro) en el MUAC-UNAM, México, 2013; y Un Cuerpo Ambulante. Sergio Zevallos en el Grupo Chaclacayo, 1982-1994 en el Museo de Arte de Lima (MALI), 2013. Ha desarrollado recientemente exposiciones y eventos sobre formas contemporáneas de recodificación maricona, junto con Oliver Ressler e Ines Doujak para Secession de Viena (2014), y la sección curatorial «Dios es marica» para la 31º Bienal de Sao Paulo (2014).
Jorge Díaz: Biólogo feminista y activista de la disidencia sexual. Candidato a Doctor en Bioquímica por la Universidad de Chile. Es miembro del Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS) desde el año 2008. Ha escrito textos sobre farmaco-política, cine, teoría y arte feminista participando en ponencias y encuentros de arte y política sexual nacional e internacional. En el área de la ciencia trabaja en la biología celular y molecular de patologías contemporáneas.
Felipe Rivas San Martín: Artista visual, candidato a Magíster en Artes Visuales por la Universidad de Chile, miembro del Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS), ha participado en numeroso seminarios, mesas redondas y presentaciones sobre arte, video y disidencias sexuales tanto en Chile como en el extranjero.
Fuente: http://www.revistapuntodefuga.com/?p=1637