“La historia se repite, primero como tragedia, después como farsa.” -Karl Marx
Al ver las siluetas de los cruceros norteamericanos frente a las costas venezolanas -para enfrentar al régimen del presidente Nicolás Maduro, acusándole de complicidad con el narcotráfico internacional-, vienen a la memoria varios episodios de las agresiones imperialistas en Nuestra América. Uno de los más notables, pero quizás poco recordado, es la agresión de una flota europea enviada a cobrar la deuda externa que no alcanzaba a pagar Venezuela.
En el tornasiglo, hace más de un siglo, ese país -heredero de parte de la pesada deuda externa gran colombiana- se vio entrampado por las exigencias de los acreedores. En diciembre de 1902, Gran Bretaña y Alemania enviaron un ultimatum. El gobierno del presidente Cipriano Castro hacia todo lo posible para pagar. Los nuevos impuestos y la entrega a los acreedores de los ingresos de las aduanas, con el consiguiente sacrificio para la sociedad, resultaban insuficientes. Castro propuso negociaciones por separado a los acreedores, asegurando que pagaría tan pronto como fuera posible.
Los acreedores ignoraron la respuesta y enviaron sus cañoneras al Caribe.
El país fue bloqueado por una flota anglo-germano-italiana. Los pocos barcos venezolanos fueron destruidos. Puerto Cabello, La Guaira y Maracaibo fueron bombardeados. Las tropas extranjeras desembarcaron para proteger a sus connacionales y a sus intereses de la “tiranía extranjera”, como diría, para justificar la agresión, el canciller alemán Bernhard von Buelow. La operación bélica tuvo un costo superior al valor del monto adeudado. Se impuso la razón imperial, cueste lo que cueste, cabría anotar.
Venezuela invocó sin éxito la doctrina Monroe: los EEUU se cruzaron de brazos ante la agresión europea para evitar que se les incomodara en sus planes de “independizar” a Panamá; una actitud cómplice similar se reeditaría en 1982, durante la guerra de las Malvinas… La única condición que impusieron desde Washington fue que “el castigo aplicado por cualquier europeo no incluya la toma de suelo americano”. No se puede olvidar que poco antes los Estados Unidos, en plena fase expansionista, ocuparon Puerto Rico y Cuba, avanzando también hacia Hawai, Guam, Filipinas. Y tampoco pueden desaparecer de la memoria las agresiones militares de los EEUU para cobrar las deudas en Haití, República Dominicana, Nicaragua…
En ese entonces, Argentina encabezó la protesta continental. El ministro de Relaciones Exteriores, Luis Drago, envió una nota de rechazo al uso de la fuerza para lograr el pago de la deuda externa por parte de los Estados, por ser atentatoria contra el derecho internacional. Este planteamiento, que se conoce como la doctrina Drago, fortaleció la doctrina Calvo, formulada décadas antes por otro argentino: Carlos Calvo, quien, como representante del Paraguay en Paris, protestó por la injerencia británica en los asuntos internos de ese país. De aquí emergió el principio de la no intervención y, poco después, el principio moderno de la igualdad jurídica de los Estados. Eloy Alfaro, el gran líber liberal ecuatoriano, al igual que los gobernantes de Bolivia, Chile y México respaldaron a los venezolanos.
Para terminar este breve repaso histórico, recordemos que entonces Venezuela empezaba a ser presa de la voracidad extractivista, en particular de la New York & Bermúdez Company, una empresa estadounidense que controló la explotación del Lago de Asfalto de Guanoco; empresa que, sustentada en su poder económico, influenciaba en la vida política de esa nación. Paulatinamente comenzaba a sentirse la influencia de los intereses imperiales que buscaban controlar el petróleo de este país andino-caribeño. Solo falta acordarse que Castro fue depuesto por su vicepresidente Juan Vicente Gómez, con la ayuda de las potencias extranjeras. Este títere del imperialismo garantizó el pago de la deuda y la entrega de la riqueza petrolera venezolana.
En la actualidad, están presentes, una vez más, las pretensiones imperiales. En realidad, el combate al narcotráfico resulta un pretexto, si se considera que el grueso de la droga que consumen en los EEUU, ni se produce en Venezuela, ni cruza por allí. Al gobierno de Washington -capital del país en donde queda la mayor tajada de las ganancias del negocio del narcotráfico- evidentemente no le interesa la democracia, ni el bienestar de la población venezolana, lo que busca el coloso del Norte es el control de los enormes recursos estratégicos venezolanos para su seguridad geopolítica y energética. En este escenario, la fracasada “guerra contra las drogas”, como lo hemos comprobado hasta la saciedad, forma parte de la política imperial de los EE.UU.
Recordar la historia es fundamental. Esa gran maestra nos proporciona el conocimiento y las herramientas necesarias para comprender mejor las actuales apetencias de un imperio en decadencia, que se repliega a lo que considera su patio trasero: ¡Nuestra América!
Alberto Acosta: Economista ecuatoriano. Presidente de la Asamblea Constituyente 2007-2008.
Alberto Acosta: Economista ecuatoriano. Presidente de la Asamblea Constituyente 2007-2008.
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