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Las dudas no se alejan del panorama afgano

Fuentes: Rebelión

El conflicto afgano ha continuado evolucionando tras el humo informativo de la pandemia. Tras casi cuatro décadas de violencia, Afganistán se asoma a una nueva situación que podría encaminar al país hacia una paz duradera, aunque son muchas las voces que mantienen el pesimismo.

Las negociaciones entre EEUU y los talibanes en Doha (Qatar) culminaron en un acuerdo de paz entre ambas partes, al tiempo que abrió la puerta para un posterior diálogo nacional entre los talibanes y diferentes facciones y figuras políticas encabezadas por el gobierno de Afganistán. Un posterior alto el fuego de tres días decretado por los talibanes, seguido de la liberación de prisioneros por ambas partes, han alimentado esas esperanzas de lograr una salida negociada y definitiva al conflicto.

Las últimas semanas Afganistán se ha enfrentado a un importante punto de inflexión., donde el guion de las tres crisis se ha manifestado con claridad. La crisis sanitaria en torno al COVID-19, con un aumento de víctimas civiles entre la población, y con los primeros casos dentro de las prisiones. La crisis política, con un gobierno afgano dividido, y hasta hace unas semanas con dos “presidentes” autoproclamados. La crisis militar, con la ofensiva taliban por buena parte del país, con atentados indiscriminados por parte de la rama local del Estado Islámico, y con el anuncio de Washington de retirar a sus tropas militares.

El acuerdo político entre Abdullah y Ghani del pasado 17 de mayo, busca en un principio poner fin al estancamiento político post-electoral y a la existencia de dos gobiernos, con el diseño de unas nuevas instituciones encaminadas para acomodar a las principales fuerzas políticas del país. No obstante, son muchas las voces que siguen mostrando su escepticismo ante este acuerdo.

Los talibanes han señalado que “es una repetición de las experiencias fallidas del pasado”. Mientras que otros actores políticos denuncian la falta de acuerdo institucional para compartir el poder entre Kabul y las provincias, “reforzando este sistema centralizado en torno a la figura presidencial seguirá avivando las llamas del conflicto”.

El acuerdo, ha permitido sobre el papel, que algunos de los protagonistas se repartan el pastel institucional, uniendo fuerzas bajo el paraguas de la República Islámica. Pero en la práctica, la escasa definición del nuevo engranaje institucional, unido a la persistencia de las causas estructurales de la crisis, no anticipan un final feliz.

Las casi cuatro décadas de conflicto han ido diseñando una fotografía afgana sustentada en diferentes claves, y que siguen presentes a día de hoy. Probablemente, sin la superación de éstas, difícilmente podrá Afganistán transitar a un escenario de paz.

La pugna por el poder, caracteriza el escenario afgano, y en buena medida ha determinado también la configuración de alianzas, enfrentamientos y un sin fin de conflictos. Diferentes líderes políticos, señores de la guerra, grupos armados, los países regionales y otros actores internacionales, han ido condicionando Afganistán en función de sus propios intereses y agendas.

Las políticas identitarias, unidas a fidelidades y a una afiliación centrada en muchas ocasiones en la tribu, la etnia y la religión, también han sido utilizadas, generando en muchas ocasiones divisiones y enfrentamientos sectarios. La realidad sociológica que emana de este panorama, ha dificultado cualquier intento por buscar un equilibrio entre esas identidades complejas y competitivas.

Los intereses y las diferencias entre pastunes, tayikos, hazaras o uzbekos; entre sunitas y chiítas; entre el paisaje tribal fracturado que en ocasiones subdivide a algunas de las citadas realidades, añaden otro factor clave para entender la situación afgana.

La corrupción también es una característica y una lacra estructural del país. Los diferentes escenarios que han ido apareciendo en Afganistán durante estos casi cuarenta años de intervenciones extranjeras, han diseñado diferentes proyectos caracterizados por altísimos niveles de corrupción. La pugna por el poder entre los diferentes actores locales, regionales o internacionales, ha propiciado que la corrupción sea una situación endémica a día de hoy.

Esa pugna de poder entre las diferentes redes y alianzas, “les lleva a éstas a competir y negociar sobre la distribución de los recursos políticos y financieros, para asentar y extender su influencia”.

Las diferentes caras de la insurgencia y la actitud hacia ésta desde actores extranjeros también condicionan el devenir afgano. La principal insurgencia se estructura en torno a los talibanes, que han logrado sobrevivir a una superpotencia militar como EEUU durante casi veinte años de guerra, y están a un paso de lograr que las tropas de Washington abandonen el país.

Tras los ataques de 2001, los talibanes se reorganizaron de manera descentralizada en cuestiones militares, dando poder para reclutar y operar a los líderes locales, mientras que la dirección política buscaba refugio en el exterior. Lo que comenzó en esos años como un aguerra de desgaste contra EEUU y la OTAN fue convirtiéndose en una ofensiva en todos los frentes, acorralando al gobierno local y sus aliados en torno a Kabul. La agenda y narrativa de los talibanes haciendo frente a la corrupción endémica y presentando un discurso “nacional” frente a las divisiones del país, también le reportan apoyos y le permite en ocasiones ocultar su cara más fundamentalista en clave religiosa.

Otro aspecto más reciente de la insurgencia es la aparición de la rama local del Estado Islámico en el país. Este grupo se ha sabido nutrir de antiguos miembros de los talibanes de Pakistán (Tehrik-i-Taliban Pakistan) , de ex talibanes descontentos con la dirección y otros jihadistas que proceden de Iraq y Siria. Sus ataques indiscriminados de las últimas semanas buscan acelerar el caos ante la posibilidad de un acuerdo.

La geopolítica y sus agendas también están presentes. Su posición geográfica le ha convertido en el ring donde las distintas agendas internacionales dirimen sus diferencias e intereses. EEUU, China, Rusia, Irán, Pakistán, India, entre otros, se han implicado activamente siempre en defensa de sus propias agendas, condicionando los asuntos internos de Afganistán.

Las soluciones a largo plazo deben cimentarse en un proceso dirigido y generado por la propia población afgana. Los discursos y políticas basadas en la invasión, ocupación y explotación están condenadas al fracaso. Como señaló en su día un alto dirigente taliban: “la historia de Afganistán está ante nosotros. Cuando llegaron los británicos, su fuerza era mayor que la de los afganos, lo mismo ocurrió con la llegada de los soviéticos, su fuerza era mayor, y los mismo sucede con EEUU, su fuerza era mucho mayor que la nuestra. Esto nos ha dado la convicción de que los estadounidenses también acabarán marchándose”.