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Muchos afganos se sienten defraudados por su presidente ante la falta de mejoras económicas y la tolerancia con la corrupción

Las horas más bajas de Karzai

Fuentes: El País

Elegante y urbano, Hamid Karzai representa un Afganistán en los antípodas del modelo talibán. Su talante y su llamativa vestimenta conquistaron al mundo desde el mismo momento en que Estados Unidos logró su designación como presidente provisional en Bonn, en diciembre de 2001. También le sucedió a la mayoría de los afganos. Y sin embargo, […]

Elegante y urbano, Hamid Karzai representa un Afganistán en los antípodas del modelo talibán. Su talante y su llamativa vestimenta conquistaron al mundo desde el mismo momento en que Estados Unidos logró su designación como presidente provisional en Bonn, en diciembre de 2001. También le sucedió a la mayoría de los afganos. Y sin embargo, en el último año su imagen ha acusado el desgaste de la frustración popular con la falta de avances económicos y sociales significativos. «Muchas mujeres nos arrepentimos de haber votado a Karzai», dice Shukria Kazimi, activista de los derechos de las afganas.

Y no sólo las mujeres. Cada vez más afganos acusan a Karzai de indeciso, tolerante con la corrupción y falto de capacidad. Diplomáticos y cooperantes extranjeros se muestran contrariados con su renuencia a echar del Gobierno a los funcionarios corruptos y dar acomodo a los llamados señores de la guerra, que si bien ayudaron a derrocar a los talibanes también están vinculados al narcotráfico y tienen un pasado de violación de los derechos humanos. Pero es que, además, las cualidades que le catapultaron a la presidencia y le dieron celebridad mundial, ahora le hacen parecer débil.

«No se castiga a nadie cuando se descubre a un ministro o un gobernador corrupto; sólo se le cambia de puesto», denuncia Shukria Barakzai, una diputada aliada de Karzai. «Necesitamos un Gobierno fuerte» porque «el Ejecutivo se ampara en las organizaciones extranjeras y los donantes».

«Los afganos se han cansado de esperar a que Karzai cumpla sus promesas», asegura por su parte hayi Sayed Daud, director del Afganistán Media Research Center. «Primero esperaron a la Constitución; luego a que fuera elegido en las urnas, y, finalmente, a que hubiera un Parlamento democráticamente elegido, pero ninguno de esos mojones ha traído los cambios esperados», añade.

Como la mayoría de los entrevistados durante dos semanas de viaje por Afganistán, hayi Daud, que edita el único periódico independiente del país, Erada, lamenta que el presidente haya alcanzado un compromiso con los jefes de las antiguas milicias y nombrado a sus hombres como gobernadores y ministros. «Por eso siguen los abusos, las extorsiones y el tráfico de opio. [La mayoría de] los gobernadores son títeres de los señores de la guerra», lamenta.

Karzai siempre ha defendido su inclusión en las estructuras del Estado con el argumento de que «han servido a su patria», en referencia a su lucha contra la ocupación soviética. Pero a los ojos de afganos y extranjeros más parece una estrategia de supervivencia ante su aislamiento en Kabul, una forma de comprar el apoyo de los únicos que realmente pueden garantizar la estabilidad en las zonas que controlan, ya que las nuevas fuerzas de seguridad aún son demasiado débiles. Es la razón por la que también se ha declarado dispuesto a hablar con los talibanes.

«Él y Khalilzad optaron por una política de apaciguamiento de los señores de la guerra», explica Sardar Roshan, mentor político de Karzai en los años ochenta y director de su campaña electoral en 2004. «Ambos creían que las tropas estadounidenses iban a ser suficiente disuasión [frente a los abusos de aquéllos y el posible retorno talibán]. A mí siempre me pareció naïf», dice ahora que ha cesado su relación profesional.

«Me llamó para llevar la campaña y poco a poco me di cuenta de que carecía de la capacidad necesaria para el cargo. Quiere jugar él solo, pero no está preparado para desarrollar una visión del país y tomar las decisiones difíciles que son necesarias para evitar que vayamos al caos», dice.

Hay que conocer la relación que une a los Roshan con los Karzai para comprender la gravedad de su juicio. El padre de Sardar y el del presidente fueron compañeros de celda durante el régimen comunista. Allí trabaron una amistad que se extendió a sus respectivas familias. «Quiero a Kazai como a un hermano, pero me apena por él y por mi país», manifiesta. Pero ese cariño no le impide discrepar completamente de la forma en que el presidente ejerce su poder.

«Por un lado, espera que la comunidad internacional resuelva los problemas; por otro, no delega poderes, con lo que los cargos realmente capacitados carecen de autoridad», dice. «Karzai es el único que toma decisiones y los jóvenes asesores que le rodean están manipulados por los verdaderos hombres fuertes del país, que los utilizan para sus intereses». Entre éstos se incluye el narcotráfico.

Fuentes de la Misión de Asistencia de Naciones Unidas en Afganistán (Unama) reconocen un alto nivel de corrupción en la camarilla de afgano-estadounidenses que asesora al presidente. «Tenemos constancia de los abusos de varios de ellos», admite un interlocutor que desde el anonimato cita los nombres de varios altos cargos de la presidencia y sus negocios turbios. El problema, asegura, es que ahora va a resultar muy difícil que la comunidad internacional cambie de parecer sobre Karzai. «¿Cuál es la alternativa? Si se fuera tendríamos cinco presidentes», dice Barakzai, la diputada, dando a entender una eventual partición del país. Por eso, para muchos, de momento, Karzai es el mal menor.