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Los subsaharianos que no logran llegar a Europa permanecen bloqueados en Níger por la vergüenza de volver a casa

Las vidas suspendidas

Fuentes: La Vanguardia

Arnaoud Zakou lleva ocho meses varado en Agadez. Malvive en una casa de adobe , donde las paredes ‘hablan’ de Europa y no quiere volver a intentar una travesía del Sáhara que recuerda con dolor (Pau Coll /RUIDO photo) A Alex Jallah el Mediterráneo le derrotó. Durante una odisea de casi diez años desde su […]

Arnaoud Zakou lleva ocho meses varado en Agadez. Malvive en una casa de adobe , donde las paredes ‘hablan’ de Europa y no quiere volver a intentar una travesía del Sáhara que recuerda con dolor (Pau Coll /RUIDO photo)

A Alex Jallah el Mediterráneo le derrotó. Durante una odisea de casi diez años desde su Liberia natal hacia Europa, Jallah atravesó fronteras y desiertos, le estafaron, padeció robos, torturas y secuestros y casi se muere de sed; pero jamás se planteó detener su camino hacia una nueva vida. Hasta que llegó al mar. Los ojos se le llenan de lágrimas cuando recuerda el momento en el que llegó a la costa de Libia y se dispuso a subirse a un bote precario para intentar cruzar a Italia. Se quedó paralizado. «Tuve miedo. Tuve miedo. El mar me aterrorizó. Mucha gente moría…». En el último instante, Jallah dio marcha atrás. Han pasado varios meses desde que decidió volver por donde había venido y regresar a Níger, pero aún debe detener su explicación varias veces para tragar saliva. Cuando se derrumba, hunde el rostro entre las manos y repite entre sollozos el nombre de Lobetto, la hija que despidió en Monrovia como un bebé y ahora está a punto de cumplir diez años. «Quiero estar con ella, pero no puedo volver con las manos vacías. ¡Me avergüenzo tanto! No puedo volver sin nada, todos se reirán». Jallah ha empezado a trabajar de peluquero en el barrio de Gamkale II de Niamey, la capital de Níger, pero los días con suerte solo gana 1.000 cefas -1’5 euros- y para él ahorrar es imposible. «¿Cómo voy a volver? No tengo nada. Estoy atrapado».

Níger se ha convertido en el refugio de mil vidas suspendidas. Jóvenes subsaharianos que han fracasado en su intento de llegar a Europa y que han abandonado su ruta por miedo, tras sufrir experiencias traumáticas o quedarse sin dinero, permanecen bloqueados en territorio nigerino sin opciones ni voluntad de seguir hacia delante ni de regresar a sus países. Son los habitantes de un limbo terrenal con sabor a derrota que no salen en las estadísticas pero que ilustran la desesperanza de quienes han abandonado a la fuerza el sueño migratorio hacia el Viejo Continente.

Para el religioso genovés Mauro Armanino, de la orden de Misiones Africanas y que trabaja en Niamey con migrantes desde el 2011, la presión familiar es una losa demasiado pesada para algunos. «Las familias de estos chicos son muy humildes y vendieron vacas o tierras para pagar el viaje de su hijo a Europa; cuando no lo consiguen, no se atreven a enfrentarse a la humillación del fracaso». Según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), desde el año 2014, unas 500.000 personas han llegado a costas italianas por la ruta central del Mediterráneo, la más peligrosa y que ha provocado al menos 15.000 muertes en el mar en los últimos cuatro años. No hay cifras sobre los que vagan atrapados en mitad del camino, pero sólo hace falta pasear por los alrededores de la estación de autobuses de Agadez o los guetos donde viven los migrantes clandestinos para encontrar a quienes han bajado los brazos.

Para el liberiano Laurent Davis y también para Emmanuel, de Benín, la opción de seguir hacia el norte se esfumó hace tiempo. Tras ser asaltados por bandidos en el desierto, pasan los días vagando entre los autobuses, implorando por un plato de comida o cargando sacos a cambio de unas pocas monedas con las que pasar el día.

Como Laurent sólo sabe inglés y desconoce el francés o el árabe, las lenguas locales más habituales, sus posibilidades de encontrar un empleo son escasas. «La vida no ha sido fácil para mí. Rezo a Dios cada día para encontrar una salida. Si pudiera volver atrás no volvería a intentar este viaje, he sufrido mucho. Ahora sólo quiero trabajar».

En ocasiones, el sueño de quienes siguen hacia adelante se funde con el de quienes se han dado por vencidos. El marfileño Arnaud Zokou lleva ocho meses varado en Agadez. Vive en una casa de adobe sin ventanas con una docena de migrantes que esperan la señal del traficante para subirse a un todoterreno y atravesar el Sáhara, pero él no piensa volverlo a intentar. Cuando sus compañeros de habitación se jactan de no tener miedo del desierto, él baja la cabeza y golpea con la punta de los dedos un bidón amarillo que le sirve de asiento. Al final, cuando los demás no escuchan, se sincera. «Yo no puedo más. Es demasiado duro y peligroso, yo sé cómo es el desierto, sin agua ni comida. No quiero morir ni que me roben otra vez».

El horror libio, donde se producen secuestros o ventas de esclavos, y el mayor control fronterizo promovido por la Unión Europea y varios países africanos en el Acuerdo de La Valeta (Malta) en 2015 han aumentado los obstáculos para los migrantes.

La última vez que Zokou intentó llegar a Libia, fue detenido por la policía nigerina y encarcelado durante semanas. Sin dinero ni posibilidad de conseguir un trabajo -muchos migrantes no se dejan ver por las calles de Agadez por temor a ser apresados por las autoridades-, Zokou dice que tampoco piensa regresar a Costa de Marfil. «¿Volver pobre? No es una opción». Para él, la única posibilidad es esperar porque, asegura, aún conserva, aunque tenue, una pequeña pizca de esperanza. «Si Dios quiere, algún día quizás tengo un golpe de suerte».

En otros casos, la entrada en el limbo es por obligación. En la estación de Wadata, en el este de Niamey, más de un centenar de jóvenes, la mayoría de Guinea y Mali, se desparraman en cualquier rincón a la espera de que la IOM les lleve de vuelta a casa. Todos han sido expulsados de Argelia, donde trabajaban o buscaban la manera de llegar al Mediterráneo. Isiaga Bangoura, de 25 años, asegura que un día las autoridades argelinas hicieron una redada, les quitaron todo lo que tenían y les abandonaron en la frontera de Níger. Los demás, que le escuchan en corro, asienten indignados. Bangoura dice que ha sufrido demasiado y necesita descansar, pero que cuando le lleven a su país no volverá con su familia. «No les diré nada. No quiero que sepan que he fallado. Sin dinero no puedo volver. Intentaré buscar trabajo y si tengo suerte, lo volveré a intentar. Si no, no sé qué voy a hacer». Algunos de los que le rodean, vuelven a asentir.

Fuente: http://www.lavanguardia.com/internacional/20180604/444073421798/vidas-suspendidas-niger.html