Uno de los argumentos a favor de la intervención militar en Libia defiende que con ella se da ejemplo: se muestra a otros mandatarios que el uso de la fuerza contra sus opositores puede desembocar en una respuesta internacional. Podría ser así, pero la realidad nos está mostrando lo contrario. Desde el inicio de la […]
Uno de los argumentos a favor de la intervención militar en Libia defiende que con ella se da ejemplo: se muestra a otros mandatarios que el uso de la fuerza contra sus opositores puede desembocar en una respuesta internacional. Podría ser así, pero la realidad nos está mostrando lo contrario. Desde el inicio de la intervención hasta ahora los gobiernos de Yemen, Bahrein y Siria han lanzado ataques contra los manifestantes.
En Yemen ha habido decenas de civiles muertos y más de 200 heridos en los últimos días a causa de disparos de las fuerzas gubernamentales. En Bahrein hay muertos, 63 desaparecidos y varios informes indican que las autoridades han prohibido a los médicos de los hospitales atender a los heridos de bala o por gas lacrimógeno. Es decir, a sus opositores. De confirmarse, solo esto sería un crimen contra la humanidad.
«Tenemos claro que aplicar solo medidas de seguridad no puede resolver los retos a los que se enfrenta Bahrein. La violencia no es la respuesta; sí lo es un proceso político», ha dicho Hillary Clinton. Ni una palabra para que las tropas extrajeras saudíes que ayudan al gobierno de Bahrein abandonen el país.
En Siria la represión está dejando un reguero de muertos. En Egipto las fuerzas de seguridad han detenido y torturado a algunos manifestantes en las últimas semanas. Hace dos días los militares disolvían con brutalidad una protesta de universitarios que exigían la dimisión de su rector.
A su vez, se ha cerrado la posibilidad de crear una asamblea constituyente para que redacte una nueva Carta Magna. En su lugar, se ha impulsado un referéndum -tan solo 5 semanas después de la caída de Mubarak, una rapidez criticada por sus opositores- para aprobar reformas limitadas en la Constitución actual, la de la dictadura.
Solo los Hermanos Musulmanes y el partido de Mubarak apoyaban esas modificaciones. El resto de partidos y movimientos -incluido Mohamed El Baradei y la coalición 25 de Enero- pedían el no. Pero ganó el sí por amplia mayoría.
«Estoy muy animado porque Egipto está tomando el camino correcto hacia la democracia y un gobierno civil», decía este miércoles en El Cairo el secretario de Defensa estadounidense Robert Gates, el mismo día en que se aprobaba una ley que dicta multas y penas de hasta un año de cárcel a quienes participen en protestas que «interrumpan el trabajo público o privado», es decir, a quienes hagan huelga, esa herramienta de protesta que fue clave para el derrocamiento de Mubarak.
Y de este modo tenemos procesos estancados en mayor o menor medida: Yemen, Bahrein, Siria, Egipto.
«Nos arriesgamos a que esto se convierta en otra oportunidad perdida», escribía esta semana el novelista egipcio Alaa Aswany.
La gran contribución de Occidente a lo que prometía ser una primavera revolucionaria árabe son las «bombas humanitarias» sobre Libia y el apoyo en el plano político a tímidas reformas frente a la imperiosa necesidad de un cambio contundente hacia la democracia y la independencia reales. Tras el susto inicial, Estados Unidos y sus aliados mantienen las riendas.
Por cierto, uno de esos aliados, Israel, ha vuelto a bombardear Gaza tras el atentado en Jerusalén, que a su vez respondía al asesinato de doce palestinos, dos de ellos menores. Panorama prometedor sin duda.