El lugar de la mujer es la casa y el burka ¡Ay de aquellas que se atrevan a alzar la voz contra Alá o sus portavoces, los talibanes! La mujer debe hablar en voz baja, tal y como ordena el Ministerio del Vicio y la Virtud, de lo contrario será golpeada, quebrada. Las malas, las que ignoran El Corán, acabarán ardiendo en el Infierno.
Con la caída de Kabul, quizás la noticia más desgarradora de los últimos tiempos, por el indescriptible sufrimiento que los talibanes pueden acarrear a los niños, mujeres, etc., decidí escuchar sólo voces afganas para intentar abrir mi mente a la compleja realidad de ese país, víctima de la Guerra Fría, la religión como mazo de Dios, la ignorancia y ceguera humanas.
Escuché entregado como la periodista afgana, Yalda Hakim, de 38 años, informaba en la BBC, a las dos de la tarde del 15 de agosto (hora española), de la caída de Kabul y de la huida, a lo Vietnam, de EEUU y sus aliados con el rabo entre las piernas. Su misión plagada de luces y sombras (tanto los soviéticos como la OTAN masacraron masivamente a la población civil) concluía con una estrepitosa derrota.
Las palabras y los ojos de Yalda Hakim, quien huyó con su familia en 1983, cuando tenía seis meses de edad (su padre, arquitecto, no quería hacer el servicio militar) eran el espejo de un Afganistán destrozado y de la oscuridad que empezaba a ceñirse sobre las niñas y mujeres que habían empezado a mostrar los primeros brotes de sus alas.
(En otra ocasión escribiré una crónica sobre Yalda Hakim, referente de cientos de miles o millones de mujeres afganas que siguen soñando, tras las rejas o el burka, con la libertad)
Aquel día, con un Biden chocheando y con claras señales de demencia senil, EEUU y Europa se dedicaban a salvar a sus colaboradores, dejando atrás “a los rezagados”, el espectáculo fue dantesco. El inquilino de la Casa Blanca leía este patético comunicado “no fuimos allí a construir un país, fuimos a evitar atentados terroristas contra los estadounidenses”.
Pronto los expertos tacharon a Afganistán de “Estado frágil, Estado fallido”, etiqueta que ya se puso, entre otros, a Irak (cuya destrucción, basada en informes falsos, dio origen al ISIS, cuyos tentáculos llegaron a gran parte del mundo islámico y desencadenaron innúmeras migraciones que tiñeron de sangre el Mediterráneo.
En Afganistán “es difícil ver con claridad” ya que, como nos recuerda el escritor afgano Khaled Hosseini, en su obra Cometas en el cielo [1], “la perspectiva es un lujo que solo pueden permitirse las mentes que no están atormentadas por un enjambre de demonios”.
En Cometas en el cielo, cuya historia comienza en 1975, su protagonista (el pueblo afgano) vive con esperanza y sus mujeres, sobre todo de la burguesía y las laicas, se permiten estudiar, trabajar en puestos importantes, e incluso pasear por Kabúl con minifalda, tal y como retrató en 1972 la periodista gráfica Laurence Brun (Suiza, 1944), instantánea que encabeza este artículo.
Dice Khaled Hosseini, de 56 años, cuya obra acabo de leer, que Afganistán es el país de los huérfanos, muchos de ellos amputados, ya que “cuando un padre de familia muere, asesinado, en la guerra, o por otras causas, los niños y niñas son enviados a misérrimos orfanatos ya que, como a las madres se les prohíbe trabajar o salir a la calle sin compañía de un varón, carecen de ingresos para alimentar o educar a los pequeños.
En esos orfanatos, describe Cometas en el cielo, los niños y niñas se venden a talibanes sin escrúpulos que abusan de ellos sexualmente o les esclavizan para que “sean buenos siervos de Dios” según los dictados de la Sharia (Ley Islámica) de los diabólicos barbudos de turbantes negros.
El lugar de la mujer es la casa y el burka ¡Ay de aquellas que se atrevan a alzar la voz contra Alá o sus portavoces, los talibanes! Las malas, las que ignoran El Corán, acabarán ardiendo en el Infierno.
La mudez de la mujer la narra así Khaled Hosseini en este breve fragmento de Cometas en el cielo. Se trata de una carta que le escribe Hassan (de la etnia hazara, despreciada por los talibanes) a su amigo Amir (hijo de un hombre ateo, rico y respetable). El primero le cuenta:
“Amir Agha, por desgracia el Afganistán de tu juventud ha muerto hace mucho. La bondad ha desaparecido de estas tierras y es imposible escapar a las matanzas. En Kabul el miedo está en todas partes…Los salvajes que dirigen nuestra patria (los auténticos cerebros de este gobierno, si quieres llamarlo así: árabes, chechenos, pakistaníes) no conocen la decencia humana. El otro día acompañé a Farzana al bazar a comprar patatas y, cuando le preguntó al vendedor el precio, este no contestó (…) Así que ella volvió a preguntárselo elevando la voz y de pronto apareció corriendo un joven talibán que le pegó en los muslos con una vara de madera. Le dio tan fuerte que mi mujer cayó al suelo. Se puso a gritarle y a maldecirla y a decirle que el Ministerio del Vicio y la Virtud no permite que las mujeres hablen en voz alta”.[2]
Como colofón diré que para Khaled Hosseini hay dos tipos de religión en Afganistán (él es musulmán practicante): La buena, que predica la honestidad y la ayuda al prójimo, al tiempo que valora la contribución social de la mujer. La madre del autor fue profesora en la Universidad de Kabul. Y la demoníaca, que destruye a todo ser humano hasta convertirlo en una piltrafa, si no se somete “al terror divino” de los turbantes negros.
Notas:
Estos días hemos visto a grupos de mujeres afganas enfrentarse a los talibanes en Kabul. No les pedían que se respeten los Derechos Humanos (lo que va en contra de El Corán, que autoriza golpear a las mujeres) sino que se las permita salir, trabajar, estudiar, pues una cosa muy cierta se sabe de las mujeres afganas: “tienen un hambre insaciable de conocimiento, aulas, libros, bibliotecas”. Al parecer solo un 4% de la población afgana apoya a los talibanes, que cuentan con un fuerte respaldo de los islamistas radicales de Afganistán y de otros muchos países donde EEUU y su criada, Europa, metieron hasta el fondo la pezuña.
[1] Cometas en el cielo (Ed. Salamandra bolsillo, 2020, Penguin Randon House).
[2] Ibíd. Págs. 222 y 223
Blog del autor Nilo Homérico