En esta nota el autor da su mirada sobre las transformaciones económico-sociales en China tras cuatro décadas de reformas iniciadas por Deng Xiaoping.
Hace 40 años la economía de China crece a un promedio de 9,5 %, cuando el promedio mundial estuvo por debajo de 3 %. Como resultado de esa expansión, su producto bruto (PBI) quintuplicó su tamaño en este lapso, lo que explica que hoy sea la segunda economía más grande del planeta. Es el principal productor y exportador industrial, y casi todos los países lo tienen como destino importante de sus ventas al exterior. Estos son algunos de los saldos que dejaron los más de cuarenta años desde que Deng Xiaoping inició en 1978 el camino de las reformas tendientes a la restauración capitalista. China todavía se define oficialmente como una “economía socialista de mercado”. ¿Es eso algo más que un eufemismo para evitar hablar de capitalismo?
La acumulación primitiva “con características chinas”
Como ya señalamos en otra oportunidad, difícilmente se puede pensar que un “milagro chino” podría haber tenido lugar sin la revolución de 1949, que logró la unidad nacional, llevó a una ruptura con el imperialismo (hasta el restablecimiento de relaciones iniciado por Mao a comienzos de la década de 1970), liquidó la gran propiedad agraria y apuntó al fortalecimiento de una industria nacionalizada. Todo esto, que no había podido llevar a cabo el nacionalista Kuomintang [1] ni ningún otro sector de la burguesía, lo logró la revolución.
Como sostiene Ho-fung Hung, “la colectivización rural» y la “tijera de precios” (que significaba que la industria de propiedad estatal “pagaba menos” y “cobraba más” en su relación con los campesinos), permitieron al Partido Comunista “extraer y concentrar el excedente rural disperso” y dirigirlo hacia el crecimiento industrial urbano. Esto permitió que la economía tuviera altas tasas de crecimiento “hasta la mitad de los años 1970, cuando el impulso de crecimiento generado por el sistema de planificación centralizada quedó exhausto y la economía se detuvo” [2].
Esta “acumulación primitiva” sería un insumo clave para la restauración. Por un lado, porque, tal como ocurrió en la Rusia soviética y en Europa del Este, parte de la propiedad estatal sería capturada por sectores de la burocracia para convertirse en “emprendedores”. Pero además, este desarrollo dejó “un vasto acervo de trabajadores excedentes educados y saludables en el campo” [3]. Por eso se puede sostener que “el actual boom en China se construye sobre los cimientos industriales establecidos en el período de Mao” [4].
Todos los legados progresivos de la revolución –que desde el inicio cristalizaron una transición “trunca” por el rol de la burocracia del PCCh y el papel diluido de la clase obrera [5]–, fueron precondiciones para iniciar, a partir de Deng, un camino de regresión social de la mano de la restauración capitalista.
Al mismo tiempo, como sostiene Juan Chingo, “en el marco del retroceso histórico representado por la restauración capitalista, la economía china se ha beneficiado –contradictoriamente– de las ‘ventajas del atraso’” [6]. Uno de los principales motivos por el cual los efectos de la restauración capitalista en China contrastan con los estragos de la URSS y Europa del Este, es porque los puntos de partida no podían ser más distintos. Como señala Fan Gang, las economías de estos últimos “eran altamente industrializadas y altamente nacionalizadas cuando las reformas comenzaron” y “más del 90 % de la población eran trabajadores en empresas de propiedad estatal” [7]. En China, en cambio, el 80 % de la población trabajaba en la agricultura en 1978:
Era básicamente una sociedad agrícola en aquel tiempo, con un producto bruto interno per cápita de sólo 100 dólares estadounidenses […] En tanto y cuanto China no era una economía altamente industrializada o nacionalizada, fue mucho más fácil de proceder con las reformas y brindar un crecimiento en los ingresos y en la economía de conjunto, reestructurar mientras se desarrollaba [8].
Esto no hizo la introducción de relaciones capitalistas menos violenta –para los cientos de millones de campesinos arrojados a las fábricas dormitorio y la migración permanente–, sino que, por el contrario, en planos como el ambiental la volvió víctima de su “éxito”, llevando a las ciudades chinas más industrializadas a liderar en materia de contaminación. Pero a diferencia de lo que ocurrió en la URSS y Europa del Este, en los que la integración al capitalismo fue una caída al abismo para toda la clase trabajadora, en China los efectos serían diferentes para la “vieja” y “nueva” fuerza de trabajo, pudiendo esta última considerar “inicialmente su actual situación» como «una mejora relativa con respecto a sus condiciones de vida en el atrasado campo chino” [9].
El camino de la restauración atravesó por cuatro momentos:
• El inicio de las reformas de Deng Xiaoping fue la descolectivización de la agricultura. “En 1982, las Comunas del Pueblo (la forma china de agricultura colectiva) fueron desmanteladas oficialmente. En el papel, la tierra rural se mantuvo bajo propiedad colectiva de las comunidades aldeanas. En los hechos, la tierra fue distribuida a las familias, que tenían pleno control sobre su uso” [10]. Inicialmente este derecho de uso no se extendió a la posibilidad de transferir la propiedad. Durante la primera década de reformas, “la fuerza motriz fueron las empresas rurales privadas y colectivas (muchas de las cuales eran empresas privadas encubiertas)” [11]. También empezaron los primeros ensayos de asociación (“joint venture”) entre empresas estatales y firmas extranjeras para obtener tecnología, aunque de manera incipiente. El estímulo al sector privado rural impulsó el crecimiento de la economía, pero al mismo tiempo condujo a un fuerte déficit en las cuentas externas (balanza de pagos) por el aumento de las importaciones (de medios de producción y bienes de consumo), que no tuvo correlato en un aumento de las exportaciones [12]. A finales de la década de 1980, el entonces secretario general del PCCh, Zhao Ziyang, decidió, bajo los auspicios de Deng Xiaoping, encarar una reforma económica de orientación claramente neoliberal, liberalizando todos los precios en poco tiempo. Esto tuvo como resultado un aumento de la inflación, que llegó a 21 % en 1988. “La inflación creciente y la corrupción en aumento afectó no solo a la clase trabajadora urbana sino a los intelectuales y estudiantes universitarios. La rápida escalada del descontento social condujo a la crisis política de 1989” [13];
• La masacre de Tiananmen, que tuvo lugar en el mismo año en el que colapsaba la URSS y los ex Estados de Europa del Este, fue un punto de inflexión que terminaría acelerando la restauración. Como señala Juan Chingo, “el temor generado por los levantamientos de la Plaza Tiananmen inclinó la balanza hacia una orientación conservadora en lo político mientras se profundizaba la liberalización económica” [14]. Tras algunos años de impasse durante los cuales el balance interno en el PCCh se inclinó en favor de los sectores más reacios a acelerar las reformas promercado (cuya diferencia “era más sobre el ritmo y alcance de las reformas promercado que sobre su necesidad dentro de la ‘jaula’ del socialismo de Estado” [15] o “socialismo con características chinas”, fórmula que operó como paraguas bajo el cual se introdujeron todas las políticas de restauración capitalista) esta volvió a revitalizarse desde 1992, pero su centro se ubicó en otro terreno. Los sectores más reacios a continuar el camino aperturista “negociaron con Deng Xiaoping, quien insistió en la continuidad de las reformas […] Con el paso del tiempo no hubo más sectores que se oponían a las reformas en las estructuras de poder” [16]. Según Hung, “el capitalismo de emprendedores fue reemplazado por un capitalismo dirigido por el Estado desde la década de 1990, cuando las grandes empresas urbanas de propiedad estatal (EPE) desplazaron y subyugaron al capital privado” [17]. Las EPE fueron fuertemente reestructuradas con el objetivo de que se adaptaran a criterios de desempeño económico de las firmas capitalistas, para lo cual fueron convocados los bancos de inversión norteamericanos, a tal punto que los financistas Carl Walter y Fraser Howie podían afirmar en 2011 que “Goldman Sachs y Morgan Stanley hicieron del sector corporativo de propiedad estatal chino lo que este es hoy” [18]. El sector corporativo se reconfiguró sobre todo en la década que va de 1993 a 2003. Desde 1995, bajo el lema “aferrarse a lo grande, dejar ir lo pequeño”, los esfuerzos se concentraron en el desarrollo de los “campeones” nacionales, las firmas de mayor envergadura, que contaron con abundante asistencia financiera, mercados con competencia acotada y otras ventajas, mientras avanzaba la privatización de las EPE más pequeñas. “Cuando las élites del partido comunista iniciaron las privatizaciones masivas en la década de 1990, la clase obrera urbana se encontró políticamente aislada” señala Li [19]. El crecimiento del sector capitalista “dejó a la clase trabajadora del sector estatal con poco poder de negociación. La guerra de clases de la década de 1990 terminó con la victoria de la nueva clase capitalista China” [20];
• Desde 1992 la burocracia también encaró la apertura de la economía y las inversiones extranjeras que permitieron el despliegue de la industria orientada hacia la exportación (IOE), que fue desarrollada casi enteramente por el capital privado extranjero. Con su gigantesca disponibilidad de fuerza de trabajo, de la cual el capital trasnacional podía disponer pagando bajos salarios, China jugó un rol central en la llamada “internacionalización productiva” que relocalizó numerosas industrias de los países imperialistas en las economías dependientes y subdividió la producción en numerosos procesos parciales que se llevan a cabo en países diferentes [21]. Se ha convertido en el centro de la producción industrial mundial por lejos. La entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC), para lo cual asumió en materia de apertura un compromiso “realmente más amplio del que ha asumido cualquier miembro de la OMC”, según declaró entonces la negociadora norteamericana que intervino en el acuerdo [22], fue un punto de inflexión en materia de atracción de inversión extranjera y crecimiento de las exportaciones. En 1990 China exportaba solo el 1,17 % de las manufacturas comercializadas internacionalmente; 20 años después era el principal exportador. En 2018 exportó el 14 % de las manufacturas; detrás se ubicaron segunda Alemania (9,26 %), tercero EE. UU. (8,63 %), cuarto Japón (4,67 %) y quinta Francia (4,04 %). Inicialmente las inversiones que captó el país iban exclusivamente a desarrollar los eslabones “trabajo intensivo” de las cadenas globales de valor, pero como ya señalamos, el Estado concentró esfuerzos por elevar el contenido tecnológico de sus exportaciones, no solo de las firmas nacionales sino apostando a que las firmas extranjeras se asociaran con las nacionales y transfirieran tecnología y eslabones de producción más complejos. China se volvió el “gran vendedor” del mundo, y EE. UU. su gran comprador, dando lugar a los “desequilibrios globales” que consisten básicamente en que la gran potencia imperialista se volvió crónicamente dependiente del financiamiento de China, situación que todavía no se revirtió a pesar del enfrentamiento que viene marcando las relaciones bilaterales;
• Desde la crisis de 2008 y sus secuelas, el crecimiento de China basado en las exportaciones perdió dinamismo. El comercio mundial, que cayó fuerte durante la Gran Recesión, se recuperó parcialmente, pero con una tendencia marcadamente distinta a lo que habían sido las décadas previas en las que, junto con las inversiones, aumentaba más que el producto mundial. Por el contrario, casi sistemáticamente creció menos que la economía, tendencia que se agravó con las disputas comerciales en los últimos años. China evitó en 2008 que su economía cayera como resultado del desplome global, pero a partir de entonces uno de los motores de su crecimiento perdió fuerza. Mantiene el liderazgo exportador pero las ventas al exterior no traccionan su economía como antes. Como resultado de la crisis empezaron a cobrar vigor los planteos sobre la necesidad de un “rebalanceo” de la economía, para depender menos de las exportaciones y poder basarse más en la demanda interna, no solo para la inversión (que ya era elevada y aumentó hasta alcanzar el 50 % del PBI) sino del consumo. Esto último no ocurrió, ya que los salarios, que aumentaron, lo hicieron en niveles incapaces de absorber partes significativas de lo que el país produce y exporta. La resistencia de los capitalistas multinacionales exportadores, pero también de la burguesía china, a sacrificar la ventaja competitiva que representan los salarios comparativamente bajos, impidió este “rebalanceo”. La demanda interna se estimuló acelerando las inversiones, creando obras de infraestructura faraónicas y desarrollo inmobiliario en gran escala, que alimentó burbujas que empezaron a manifestarse desde 2015 (ante lo cual el gobierno actúo para tratar de contenerlas contando con la ventaja del sistema financiero nacionalizado). También engordaron aún más el desarrollo de las EPE. Finalmente, como resultado de los desequilibrios producidos por la crisis, China entró en una competencia cada vez más agresiva por penetrar comercialmente en nuevos países, y por dirigir inversiones en ambiciosos proyectos de infraestructura fuera de su territorio, como la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda.
Capital privado o las empresas estatales, ¿qué da la impronta a la economía?
¿Cómo definimos la formación económico-social China que ha surgido de las transformaciones de estas cuatro décadas? A pesar del desarrollo de sectores capitalistas, están quienes sostienen que no puede hablarse aun de una formación capitalista en China. No olvidemos que China despertó en Giovanni Arrighi la fantasiosa hipótesis sobre el desarrollo de un mercado no capitalista que se proyectaría desde ahí al resto del planeta, especulación que plasmó en Adam Smith en Pekin, desde cuya publicación han pasado algunos lustros durante los cuales China cambió rápidamente. Pero todavía hoy vemos posturas que rechazan la idea de que China sea capitalista en marxistas como Michael Roberts, para quien la ley del valor opera sobre la economía china pero “su impacto es distorsionado, ‘moderado’, y bloqueado por la intervención de la burocracia de la estructura del Estado y del partido hasta el punto de que no puede dominar plenamente y dirigir la trayectoria de la economía china” [23]. El autor se basa en esto para sostener que no se trata de una economía capitalista. Reconoce que “ha ocurrido una expansión significativa de las empresas privadas, tanto extranjeras como nacionales en los últimos 30 años, con el establecimiento de un mercado de valores y otras instituciones financieras”, pero señala que:
… la gran mayoría del empleo y la inversión son realizados por empresas públicas o por instituciones que están bajo la dirección y el control del Partido Comunista. La mayor parte de la industria mundial de China no son las multinacionales de propiedad extranjera, sino las empresas estatales chinas. Los principales bancos son de propiedad estatal y sus políticas de préstamos y depósitos son dirigidas por el gobierno […] No hay flujo libre de capital extranjero dentro y fuera de China. Se imponen y aplican controles de capital y el valor de la moneda se manipula para establecer objetivos económicos [24].
En la misma dirección que Roberts apunta David S.G. Goodman, que caracteriza a China como “un sistema económico mixto en el que un sector creciente de mercado interactúa y se hibrida con, pero se mantiene en buena medida subordinado a, un sector estatal más establecido” [25].
Estos planteos se apoyan en el hecho cierto del peso que mantienen las empresas de propiedad estatal (EPE) en la economía. Si observamos cómo se distribuyen los activos según el tipo de firma en la actualidad, lo que veremos es que las EPE continúan siendo por lejos el sector corporativo que más recursos administra. En el sector industrial, las EPE tienen dos tercios de los activos totales, mientras que las firmas industriales de propiedad privada tienen un tercio, de acuerdo a los datos más recientes que ofrece el Bureau de Estadísticas. Si miramos las firmas de origen chino que participan del ranking de Fortune Global de las 500 más grandes del planeta, que China pasó a liderar este año (con los balances de 2019), en su abrumadora mayoría son firmas de propiedad estatal (total o parcial). En muchos casos se trata de firmas con proyección global limitada, es decir, que realizan la mayor parte de sus operaciones dentro del país, pero que llegan al ranking gracias a la escala que les permite el mercado chino.
También son las empresas públicas, y no las privadas, las que lideran la inversión extranjera de China hacia el exterior. Es decir que de los desembolsos de capital productivos que realiza China en el exterior, que por su volumen lo ubicaron en 2019 en cuarto lugar con un 8,9 % de la inversión extranjera directa después de Japón (17 %), EE. UU. (9,5 %) y los Países Bajos (9,4 %), la mayor parte lo realizan las EPE. En 2010, el 90 % de la inversión extranjera china era realizada por empresas estatales, en la actualidad (de la mano de un formidable aumento de la inversión total del país en el extranjero en esta década) la proporción disminuyó a 60 %. Es decir que más firmas privadas de origen chino invierten en el extranjero.
Hay que advertir, de todos modos, que la distinción entre empresas de propiedad pública y privada tiene fronteras bastante difusas. Como observa Lee Jones, muchas sociedades de responsabilidad limitada, que representan el 43,2 % de la IED, “cuentan con una mezcla de accionistas privados y públicos, y a veces las empresas de propiedad estatal cuentan con una participación mayoritaria” [26]. Se estima que las empresas públicas son “propietarias de una cuarta parte de las empresas privadas, inclusive las filiales que cotizan en mercados de valores extranjeros. Asimismo, muchas empresas públicas tienen accionistas privados” [27].
El panorama de abrumadora mayoría de corporaciones estatales cambia cuando miramos el sector exportador. Las EPE realizan en la actualidad el 10 % de las exportaciones totales del país, cuando en 1995, por el contrario, realizaban el 67 % de las ventas al exterior. Hoy, el 90 % de las exportaciones se las reparten en partes iguales las firmas que son total o parcialmente de propiedad del capital extranjero, y las firmas chinas de capital privado. Las firmas extranjeras (es decir, en su mayoría firmas de los países imperialistas que siguen aprovechando la fuerza de trabajo barata de China) tuvieron la mayor participación en las exportaciones de China en 2006 cuando alcanzaban casi el 60 %. En lo que hace a las firmas chinas de capital privado, su participación en las exportaciones era casi inexistente en el año 2000 y de apenas 10 % en el año 2004. Aunque aumentaron su participación, “la mayor parte de las exportaciones de las firmas de propiedad privada se mantiene en los sectores de baja agregación de valor, como vestido y bienes de consumo baratos” [28].
En el caso de las exportaciones de mayor complejidad, catalogadas como “exportaciones de procesos con materiales importados”, las más dinámicas y tecnológicamente avanzadas y que “se encuentran en el corazón de la integración de China en las cadenas globales de valor de las principales empresas trasnacionales” [29], las empresas con participación de capital extranjero oscilan entre el 80 y 85 % de manera estable desde el año 2006 hasta hoy. Estamos hablando de un rubro que en 2017 explicó un tercio de las exportaciones. La mayor parte de este monto de exportaciones lo realizan firmas exclusivamente de capital extranjero (60/65 %), mientras que una parte de ese total lo componen asociaciones (joint venture) entre capital de origen chino y capital extranjero. Las EPE exportan menos del 5 % en este rubro, y las firmas privadas el restante 10 %. “La dominación del capital extranjero en las exportaciones más avanzadas tecnológicamente de China es asombrosa, sobre todo considerando que la mayoría de los observadores sigue asumiendo que las exportaciones de China son realizadas por firmas chinas” [30]. Firmas coreanas como Samsung o LG hacen su propio ensamblado en China y se ubican entre los 10 principales exportadores del país. Pero firmas multinacionales como Apple operan en China a través de la subcontratación. En 2015, de las 10 principales firmas exportadores, solo 2 eran de origen chino. El principal exportador del país fue en ese año Hon Hai Prescision Industry (Foxconn), empresa de origen taiwanés que realiza la mitad de su facturación ensamblando teléfonos para Apple. Otras cinco empresas de ese origen están también entre los 10 principales exportadores de China en 2015, y junto con Foxxcon sumaron el 71 % del total exportado por ese top 10, y el 11 % de las ventas totales del país. Las únicas dos firmas Chinas entre las 10 más grandes exportadoras eran Huawei y la petrolera Sinopec [31].
En síntesis, el capital privado (y mayormente extranjero) continúa dominando el comercio exterior, mientras que en el conjunto de la economía (en la cual dicho comercio exterior perdió algo de relevancia en los últimos años porque la economía creció más que las exportaciones) las EPE son preponderantes.
¿En qué medida puede decirse que las EPE han logrado escapar a los condicionantes de la ley del valor hasta el momento? Pudieron hacerlo en la medida en han logrado mantener de manera sistemática niveles de rentabilidad inferiores a los del capital privado sin que esto les impida endeudarse en gran escala para sostener ambiciosos planes de expansión. Si observamos la proporción entre ganancias y activos en los holdings industriales de propiedad estatal, esta es la mitad de la que se registra en el sector privado de su economía. Que el sector corporativo de China no esté enteramente sometido a las presiones de la rentabilidad y haya continuado creciendo e invirtiendo a pesar de estos indicadores está asociado al hecho de que el sector financiero es de los que menos se desregularon y abrieron al capital privado. Esto ha permitido los recursos financieros que sostuvieron el crecimiento de las empresas. De la deuda total que acumula China, que contando al sector público y privado llegaba en el primer trimestre de 2020 a 317 % del PBI, la mitad (150 % del PBI) está en manos del sector corporativo no financiero, que se cuadriplicó entre 2008 y 2020 según datos del BIS. La OCDE calculaba en 2018 que el 82 % de la deuda de empresas no financieras en China correspondía a las EPE.
El hecho de que el nivel de endeudamiento alcanzado por muchas firmas no les haya impedido continuar con planes de expansión da muestras de la flexibilidad que preserva el Estado chino por haber limitado la privatización del sector financiero. Pero la necesidad de crear una masa de deudas gigantesca para limitar el peso de los imperativos económicos es otro indicador del punto hasta el cual la ley del valor pesa sobre la economía.
Transformaciones en la estructura de clases
El ya citado Goodman muestra, a pesar de su énfasis en la dominación del sector estatal, el punto hasta el cual se desarrollaron sectores de clase asociados al crecimiento del peso del capital. En 1978 no existían emprendedores ni propietarios de negocios privados. En 1988 estos representaban el 3,1 % de la población activa, en 2001 pasaron a representar el 8,1 %, y en 2006 el 10,8 %. Mientras tanto los “managers”, que en 1978 eran el 0,2 % de la población activa, llegaron en 2006 al 2,6 %. En paralelo aumentaron los sectores dirigenciales del Estado y las empresas públicas y la burocracia del partido, del 1 % de la población activa a 2,3 %. Si excluimos a este último estrato, nada menos que un 13,4 % de la población es propietaria o administradora de capital privado. Los técnicos y profesionales, empleados del comercio y oficinistas, que en 1978 alcanzaban el 7 % de la población activa, en 2006 llegaban a 23,4 % [32].
Un aspecto importante para caracterizar el avance del capitalismo en China es lo que ha ocurrido con la clase obrera. A primera vista los trabajadores “plenos” representan un porcentaje menor de la población activa que al comienzo de las reformas (pasó de 19,8 % en 1978 a 22,4 % en 1988 para reducirse a 14,7 % en 2006). Pero esto resulta engañoso, ya que una buena parte de la que está registrada como población ocupada en el sector rural (que cayó de 67,4 % a 40,3 % de la mano de la descolectivización de la tierra) son en realidad trabajadores migrantes, “que trabajan en actividades no rurales durante seis meses o más en el año, en ciudades o área rural fuera de su ciudad de residencia” [33]. Estos trabajadores rurales migrantes, que según Li representaron en 2012 un tercio de la población activa, cuando trabajan en la ciudad no tienen acceso a ninguno de los beneficios sociales de los que dispone la fuerza de trabajo urbana –como fondo de jubilación o seguro de salud– ya que estos están asociados al registro de domicilio (hukou) que los migrantes no pueden legalizar. Son “ilegales” dentro de su propio país.
La eliminación de los beneficios sociales y de la garantía de empleo a perpetuidad que estaba consagradas por el llamado “cuenco de arroz de hierro” (“iron rice bowl”) fueron jalones clave para constituir un “mercado de trabajo”, sin el cual no puede hablarse de capitalismo. Las EPE aseguraban históricamente empleo y salarios, haciendo que fuera virtualmente inexistente la amenaza del desempleo. El funcionamiento del capitalismo requiere no solo que esta amenaza sea real, sino que pueda existir un “ejército industrial de reserva a disposición del capital”, en palabras de Marx. Algunos de estos compromisos siguen existiendo en los papeles para la fuerza de trabajo empleada por las EPE, pero se han vuelto irrelevantes y dejan afuera a quienes están empleados en el sector privado. A esto se agrega que los trabajadores rurales migrantes que viven buena parte del año trabajando en las ciudades sin estar registrados son una ciudadanía “de segunda” que favorece la degradación general de las condiciones laborales y facilita la extensión de estos mecanismo de “mercado”.
China solo se entiende como un resultado del desarrollo desigual y combinado
Es problemático discutir el carácter de China solo a partir del peso relativo del sector capitalista y del estatal en su economía, sin tomar como punto de partida las transformaciones que estaban teniendo lugar mundialmente en el momento en el que China inició la restauración capitalista, y cómo estas resultaron clave para explicar los aspectos de su “excepcionalidad”. El acelerado crecimiento de China, la formación de sus “campeones nacionales” de propiedad estatal y su desarrollo como principal plataforma exportadora, habrían sido impensables si no hubiera tenido lugar una acelerada internacionalización productiva durante las últimas décadas que convirtió a varios países asiáticos –y a algunos pocos de otras geografías–, pero sobre todo a China, en uno de los principales centros de la acumulación de capital. Más allá del peso específico que adquirió el capital privado, este fue sin dudas el combustible central de esta transformación.
Miremos en primer lugar qué significó China en el sistema mundial capitalista. Los desarrollos capitalistas que produjo en China el capital extranjero, orientado a la producción manufacturera exportadora, fueron la contracara de la desindustrialización (relativa o absoluta según la rama productiva a las que nos refiramos) de los países imperialistas. Con sus bajos salarios, China fue una pieza clave del llamado “arbitraje global de la fuerza laboral”, concepto al que apeló Stephen Roach para dar cuenta de una práctica que las empresas multinacionales vienen profundizando desde los años ‘80. Este “arbitraje” consiste en el aprovechamiento de la fuerza de trabajo con bajos salarios en los países dependientes radicando allí la producción que antes se desarrollaba en las economías desarrolladas, empezando por las labores más “trabajo intensiva” mediante una división internacional de los procesos productivos, pero avanzando también en otros eslabones de la cadena de valor. El resultado de este arbitraje fue un marcado cambio en el “reparto de la torta” entre las clases, con un aumento de la participación del capital en el ingreso generado, lo que ocurrió en los países imperialistas pero también en estos países que atrajeron inversiones y en otras economías dependientes que quedaron relegadas. China, con su población actual de 1.400 millones de personas y 940 de fuerza laboral, fue una pieza central de la llamada “duplicación” de la fuerza de trabajo mundial disponible para el capital trasnacional, que de acuerdo a la OIT pasó de 1,9 mil millones de personas en 1980 a 3,5 mil millones en la actualidad como resultado de la integración de los ex Estados obreros burocratizados en el capitalismo mundial y de la mayor apertura económica de todos los países dependientes –que se consagró en 1995 con la creación de la Organización Mundial del Comercio–, la que tuvo lugar de forma sistemática desde finales de los años 1970 bajo la presión EE. UU. junto a la UE y Japón, con el acicate del FMI y el Banco Mundial con sus “reformas estructurales” que impusieron en todas las crisis de deuda [34].
El alto crecimiento de China –y en menor medida de otras economías “en desarrollo”– durante las últimas décadas, es el resultado de haberse convertido en este polo de atracción del capital global, aunque no sea este el único elemento que lo explica. El relativamente bajo crecimiento económico que tuvieron durante este período los países imperialistas –con desigualdades entre ellos y con momentos bien diferentes, pero en promedio muy inferior a la de los años del boom de posguerra– es la otra cara de un desarrollo desigual a escala planetaria.
A partir de este “sociometabolismo” global es que debemos caracterizar en qué se ha transformado China, como un proceso de desarrollo desigual y combinado, tomando el concepto que desarrolló León Trotsky, primero para caracterizar las singularidades de Rusia, y posteriormente para dar cuenta de una ley más general del desarrollo capitalista.
China registró profundas modificaciones en su estructura económica y social moldeadas por la penetración del capital, a la luz de la cual se reconfiguró también toda la producción de propiedad pública, con EPE que hoy cotizan en bolsa como cualquier firma privada, aunque no estén condicionadas plenamente por las restricciones de rentabilidad de las empresas capitalistas privadas.
La productividad de la economía china, que es a nivel agregado un 25 % de la de EE. UU. (inferior a la de la Argentina aunque cueste creerlo y sea una muestra de lo engañosa que resulta esta estadística), hay que mirarla también bajo esta luz del desarrollo desigual y combinado. China encierra varias Chinas, desde la ultramoderna localizada sobre todo en el sudeste con “islas” en el resto del país, donde se radican los desarrollos tecnológicos y el “Silicon Valley” chino (Shenzen) y toda la industria exportadora, con altos niveles de productividad y algunos estratos sociales –minoritarios– con elevada capacidad de consumo; y otras chinas donde se entremezclan modernización, proyectos de infraestructura y viviendas gigantescos y subutilizados, y amplias zonas rurales. En el agro mismo, como dijimos, la preservación de la producción en parcelas individuales (sometida a las presiones hacia la mercantilización completa de la tierra y su concentración) se choca con el desarrollo de la producción capitalista en gran escala, que busca acaparar más territorio.
China ha pasado rápidamente a ser una de las sociedades más desiguales. Esto fue el resultado de tres procesos combinados: 1) la “desposesión” de la propiedad estatal de los medios de producción, que también en China, al igual que en Rusia, fue en parte convertida en propiedad privada de sectores de la burocracia (el hecho de que el Estado no entrara en descomposición como en la URSS, limitó la rapacidad, pero no eliminó el proceso); 2) los esfuerzos por crear una burguesía nacional –y no solo grandes empresas públicas– que amplíe las bases del capitalismo; 3) también fue producto espontáneo del funcionamiento del sistema que produjo en todo el mundo incrementos de la desigualdad durante estas décadas de capitalismo desenfrenado. Aunque la riqueza per cápita de China es todavía inferior a la de países como Argentina, es desde 2019 el país con más población dentro de la 10 % más rica del mundo (aunque en el 1 % más rico EE. UU. sigue liderando). Es decir hay un estrato nada desdeñable que se ubica en los mayores niveles de la riqueza global, aunque este pueda resultar “raquítico” para los niveles de China. En cantidad de milmillonarios está al tope de la lista, con 799 ultra-ricos que suman una riqueza de 1,12 billones (casi 10 % del tamaño de su economía). Es decir que tiene más que los dos países que la siguen sumados: EE. UU. (626) e India (137). Es otra muestra de que está fuera de duda, a más de 40 años de iniciada la restauración, que estamos ante una sociedad capitalista no obstante las singularidades de su desarrollo combinado.
“No solo padecemos a causa de los vivos, sino también de los muertos”, decía Marx en el prólogo a la primera edición de El capital para referirse a los estragos que producía la “combinación” entre lo “nuevo” –capitalista– y lo “viejo” –feudal– en Alemania por aquellos años [35]. Lo mismo podría valer para China hoy. Entre la locura de la vida ultramoderna, el intento de liderar en la innovación tecnológica y la conservación de métodos de explotación de la fuerza de trabajo “decimonónicos” en numerosas factorías. En los últimos años la sociedad se muestra tironeada entre el potente desarrollo económico y la expansión de empresas chinas por el mundo, que contrasta con una avidez insatisfecha de sectores burgueses y pequeñoburgueses que encuentran insuficiente el espacio que deja el “estatalismo” a la iniciativa privada –como señala Au Loong Yu [36], aunque esto no impida el continuo enriquecimiento de los magnates. Las aspiraciones imperiales de la burocracia del PCCh, que proyectaba décadas para asentar su influencia global dentro del orden establecido, viene lidiando hace años con la agresividad del imperialismo norteamericano que aceleró todos los tiempos. Son todas tensiones que surgen de lo imbuida que está china en el capitalismo, y cuya resolución, todavía abierta, definirá su lugar en la jerarquía global.
NOTAS:
[1] El Kuomintang (KMT) es el partido nacionalista chino de la República de China fundado tras la revolución de Xinhai de 1911. En 1923, siguiendo la táctica del Frente Único Antiimperialista que la III Internacional había definido en 1922 en las Tesis de Oriente, los comunistas chinos ingresaron a las filas del KMT uniendo fuerzas para luchar contra la ocupación imperialista. Sería este partido el que reprimiría las insurrecciones en Shangai y Cantón en 1927, a pesar de lo cual Stalin, consolidándose ya al frente de la URSS como resultado de la burocratización en curso, ordenaría al PCCh obedecer a la dirección del KMT. Todo bajo la idea de que en esta “primera etapa” de la revolución, la clase obrera no estaba llamada a dirigir. En 1934 el KMT retomaría abiertamente la iniciativa de exterminar a los comunistas acelerando la ruptura definitiva. Después de la revolución, el KMT mantuvo el dominio de Taiwán con apoyo imperialista.
[2] Hung, Ho-fung, The China Boom. Why China Will Not Rule the World, New York, Columbia University Press, 2016, p. 54.
[3] Ídem.
[4] Ídem.
[5] Señalan Emilio Albamonte y Matías Maiello que “no fue la clase obrera con su propio partido revolucionario la que llevó adelante las tareas democrático-burguesas y las ligó con su propio programa, sino que un partido comunista de base campesina terminó aferrándose a parte del programa del proletariado”. La consecuencia fue que “no se desarrolló una dinámica ‘permanentista’ (internacional y nacionalmente) hacia el comunismo luego de la toma del poder, sino que esta perspectiva se bloqueó desde el comienzo” (Estrategia socialista y arte militar, Buenos Aires, CEIP, 2017, p. 394.
[6] Chingo, Juan, “Mitos y realidades de la China actual”, Estrategia Internacional 21, septiembre 2004.
[7] Citado por Chingo, ob. cit.
[8] Ídem.
[9] Ídem.
[10] Li, Minqi, China and the Twenty-first Century Crisis, Nueva York, Pluto Press, versión digital.
[11] Hung, ob. cit., p. 61.
[12] Li, ob. cit.
[13] Ídem.
[14] Chingo, ob. cit.
[15] Jianyong Yue, China’s Rise in the Age of Globalization. Myth cor Reality?, Londres, Palgrave Macmillan, 2018, p. 171.
[16] Chingo, ob. cit.
[17] Hung, ob. cit., p. 61.
[18] Walter, Carl E. y Howie, Fraser J. T., Red Capitalism. The Fragile Financial Foundation of China’s Extraordinary Rise, Singapur, Wiley, 2012, p. 10.
[19] Li, ob. cit.
[20] Ídem.
[21] Ver sobre esta internacionalización de la producción y el rol de China: Chingo, Juan, “Crisis y contradicciones del “capitalismo del siglo XXI”, Estrategia Internacional 24, noviembre 2007; Mercatante, Esteban, “Las venas abiertas del Sur global”, Ideas de Izquierda 28, mayo 2016; Mercatante, Esteban, “Una carrera hacia el abismo”, Ideas de Izquierda 30, julio 2016.
[22] Barshefsky, Charlene, “US Trade Policy in China”, Audiencia ante la Comisión de Finanzas sobre el Estado de la Solicitud de China para integrarse a la OMC, 13 de abril de 1999.
[23] Roberts, Michael, “China: three models of development”, Michael Roberts blog, julio de 2015.
[24] Ídem.
[25] Goodman, David S.G., Class in Contemporary China, Cambridge, Polity Press, 2014, 29.
[26] Jones, Lee, “Más allá de China S. A.”, Alainet.org.
[27] Ídem.
[28] Starrs, Sean Kenji, “¿Puede China deshacer la construcción norteamericana del capitalismo global?”, The World Turned Upside Down?Socialist Register 2019.
[29] Ídem.
[30] Ídem.
[31] Ídem.
[32] Goodman, ob. cit., p. 60.
[33] Li, ob. cit.
[34] Algunos estudios que se refieren a esta “duplicación” o hasta “cuadruplicación” –ponderando la cantidad de trabajadores por el crecimiento del comercio exterior– de la fuerza de trabajo son: Freeman, Richard, “China, India and the doubling of the global labor force: who pays the price of globalization?”, The Globalist, 03/06/2005 y Jaumotte, Florence y Tytell, Irina, “The globalization of labor”, World Economic Outlook, FMI, abril de 2007.
[35] “En todas las demás esferas nos atormenta, al igual que en los restantes países occidentales del continente europeo, no solo el desarrollo de la producción capitalista, sino la falta de ese desarrollo. Además de las miserias modernas, nos agobia toda una serie de miserias heredadas, resultantes de que siguen vegetando modos de producción vetustos, meras supervivencias, con su cohorte de relaciones sociales y políticas anacrónicas. No solo padecemos a causa de los vivos, sino también de los muertos” (Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política, México, Siglo XXI, 1976, p. 4).
[36] En los años previos a Xi “cuando el mercado era lo suficientemente grande y el partido estaba privatizando rápidamente el sector estatal, la burguesía privada disfrutó de su mejor momento”. Después de la Gran Recesión los aspectos estatalistas o de “dirigismo” se reforzaron para descontento de algunos de estos sectores: “con la saturación del mercado y la finalización de las privatizaciones, tienen un espacio mucho menor para hacer dinero e incluso pueden ser exprimidos por el sector estatal. De ahí su descontento. Hoy, la pequeña y mediana empresa está en una mala situación, especialmente porque los bancos estatales continúan negando préstamos mientras casi que le arrojan dinero al sector estatal” (Entrevista a Au Loong Yu, “Fortalezas y contradicciones de la economía china”], Semanario Ideas de Izquierda, 14/10/18).
Esteban Mercatante, nacido en Buenos Aires en 1980. Es economista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001. Coedita la sección de Economía de La Izquierda Diario, es autor de los libros Salir del Fondo. La economía argentina en estado de emergencia y las alternativas ante la crisis (Ediciones IPS, 2019) y La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo (Ediciones IPS, 2015), y compilador junto a Juan R. González de Para entender la explotación capitalista (segunda edición Ediciones IPS, 2018). @EMercatante
Fuente: https://www.laizquierdadiario.com/Los-contornos-del-capitalismo-en-China