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Afganistán

Los flamencos islámicos

Fuentes: Rebelión

Cuando los talibán entran en el estudio de un pintor montan en cólera ante la visión de flamencos con las piernas desnudas, para ellos se parecían a las de las hembras humanas y, por lo tanto, eran libidinosas. Al artista le dan dos opciones: destruir su obra o poner pantalones a los animales.

Estamos acostumbrados a leer novelas (o ver películas) con personajes fascinantes, héroes y heroínas que deslumbran con sus hazañas, genio y belleza, pero más allá de las concertinas del primer mundo, donde arde con pasión la hoguera de las vanidades, la realidad está marcada por el dolor. 

En muchos países, entre ellos Afganistán (paradigma de la opresión y mutilación de la mujer) disfrutar de cosas sencillas que a los occidentales nos parecen corrientes, puede ser el colmo de la felicidad. En la obra Mil soles espléndidos, del escritor y médico de origen afgano Khaled Hosseini (Kabul, 1961) no hay supermanes ni superwomen, pero sí gente muy valiosa: hombres y mujeres cuya enormidad, cuya grandeza trágica, convierte a muchos “quejicas occidentales” en niños malcriados. 

Esa obra, que abre las tripas de Afganistán, nos golpea en la conciencia, nos hace pensar y, lo que es más importante, puede cambiar nuestra perspectiva, activar nuestra empatía hacia los niños afganos y las mujeres del burka (real o invisible), víctimas de la guadaña que siempre blanden los mismos verdugos. 

Khaled Hosseini, que se exilió en EEUU con su familia cuando tenía 15 años, nos narra con el corazón a flor de piel “como el hombre (muchos lamentablemente) hace que la mujer afgana se sienta como una cucaracha en casa o como oculta el miedo a su marido y a los talibanes cuando sale a la calle enrejada en el burka. 

Para muchas de ellas, forzadas a someterse a los machos que tienen la ley (la Sharia) de su parte, sólo quedan dos opciones (lo que refleja muy bien el autor en su novelística): rebelarse, lo que conlleva un duro castigo, incluyendo todo tipo de palizas y vejaciones, así como lapidaciones, o marchitarse, morir en vida hasta que “su protector” apague su llama en un ataque de ira. 

Khaled Hosseini, musulmán moderado, se niega a etiquetar a las personas según sus afinidades políticas, y va directamente a su condición humana. Se puede ser comunista (bueno o malo) o religioso (bueno o malo). Por encima de las ideologías, habla de personas maravillosas y despreciables, ángeles y demonios que, cuando las bombas caen matando y mutilando, se convierten en noticia, en chispazos virtuales de actualidad que apenas dejan huella en nuestro idiotizado y aletargado mundo occidental. 

Reconoce que gran número de mujeres accedieron a la educación y al trabajo cuando el gobierno afgano estaba apoyado por EEUU (2001-2021) o los soviéticos (1979-1989) (los socialistas, dice, hasta las prohibían llevar velo en escuelas y universidades) y no deja de recordarnos el terror de los talibanes, quien para él “son simples muñecos de pakistaníes y árabes”. 

En su durísima obra, que engancha desde un principio, también se permite el esperpento. Cuando los talibanes toman por primera vez el poder (1996-2001) prohíben todo: a las mujeres estudiar y trabajar, a los demás cantar, bailar, el cine, los libros (…) y hasta pintar. 

En un pasaje de Mil soles espléndidos, obra que superó en ventas a su primer best seller, Cometas en el cielo, narra como los talibán entran en el estudio de un pintor y montan en cólera ante la visión de un cuadro de flamencos con las piernas desnudas, ya que para ellos se parecían a las de la hembra humana y, por lo tanto, eran libidinosas. 

Entonces los fundamentalistas obligan al artista a cubrir las patas de esas bellas y elegantes aves, con pantalones. Así lo hace y los talibanes quedan satisfechos. 

Veamos cómo lo cuenta el escritor afgano: 

Los talibanes habían descubierto todas sus pinturas. Se sintieron ofendidos por las largas piernas desnudas de los animales. Le habían azotado en las plantas de los pies hasta hacerlo sangrar y luego le habían dado a elegir: o destruía las pinturas, o las rehacía para que fueran decentes. Así que cogió el pincel y pintó pantalones a todos y cada uno de los flamencos. Ya está, flamencos islámicos”. [1] 

Nota:

[1] Mil soles espléndidos, Ed. Salamandra, 2007. Págs. 328-329 

Blog del autor: Nilo Homérico 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.