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Atrapados entre las fuerzas de EEUU y la OTAN y los talibanes

Los refugiados afganos de la provincia de Helmand desalentados ante la presencia estadounidense

Fuentes: The Washington Post

Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández

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«Para quienes han escapado de la espantosa violencia que vive Afganistán, hay cosas difíciles de olvidar: la visión del pelo de una mujer enredado entre las ramas de una morera, con las piernas desparramadas más allá en medio de la mugre. O los sonidos que tuvieron que escuchar tras esconderse en un agujero bajo tierra, contando las bombas para pasar el tiempo y rezando para que se marcharan las tropas estadounidenses.

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Muchas de las personas internamente desplazadas no pueden permitirse alimentar a sus niños ni mantenerles abrigados durante el invierno. (Foto: Ahmad/IRIN.News)

Algunos de esos afganos pisan de puntillas sobre las huellas de sus vecinos para evitar las minas. Amenazados por los talibanes y atemorizados por la coalición, tuvieron que sufrir heridas de metralla, que les ataron las muñecas con cables, que destruyeran sus hogares y dispararan contra sus familiares. Y por todas esas razones tuvieron que escapar de la provincia de Helmand y encaminarse hacia este solar mugriento de las afueras de Kabul, donde mes a mes el asentamiento va creciendo con los que llegan a esperar que acabe la guerra.

«En una situación como ésta», dijo Sayid Mohammad, «un nativo de Helmand que ha tenido que pasar el último año en el campo de refugiados llega a preguntarse si alguna vez va a poder regresar a casa».

Mientras tanto, el Presidente Obama y sus asesores están pensando que lo que pase en la provincia de Helmand, una franja árida y empobrecida al sur de Afganistán, servirá de indicador importante de posibles progresos en la guerra afgana. Helmand es el lugar con mayor concentración de tropas estadounidenses, y donde se ha producido la primera gran operación lanzada bajo la nueva estrategia militar, después de que los marines estadounidenses tomaran en febrero el baluarte talibán de Marja. El comandante de la coalición, el General David H. Petraeus, señala ahora ciertas zonas de Helmand, como Nawa, como ejemplos de éxito de la contrainsurgencia.

Pero los refugiados de Helmand que viven en este depauperado campamento conocido como Charahi Qambar hacen una valoración mucho más sombría. Culpan de la inseguridad a la presencia de tropas británicas y estadounidenses, y a pesar de las afirmaciones oficiales de creciente estabilidad, estos afganos creen que sus pueblos siguen siendo lugares demasiado peligrosos para volver.

«¿Dónde está la seguridad? Los estadounidenses no hacen sino destruir el país y empeorar cada vez más nuestras vidas», dijo Barigul, un campesino de 22 años que cultiva opio en el distrito de Musa Qala, en Helmand, quien, como muchos afganos, tiene sólo un nombre. «Si estuvieran haciendo algo por nuestro país, ¿por qué me habría marchado yo de mi ciudad natal y arrastrado hasta aquí?»

Las primeras familias que levantaron tiendas en el lugar llegaron en 2007, y desde entonces el campamento ha ido creciendo hasta albergar a más de mil familias, constituyendo el más grande de los asentamientos informales situados en los alrededores de Kabul. Consta de dos agrupaciones principales, unas 800 familias que afirman haber llegado desde la zona de Helmand y otras 200 familias que dicen venir de Tayikistán, según un funcionario de las Naciones Unidas que trabaja con los refugiados.

Los residentes en el campo dicen que son mayoritariamente agricultores que llegaron con sus fardos en autobús y taxi para vivir en estas chabolas de barro o bajo retazos de lonas. Es un lugar de niños llorosos y caritas cubiertas de suciedad, donde los maridos buscan trabajos de ínfima categoría y las esposas queman montones de basura para poder cocinar las gachas diarias.

Atascados en el medio

Ahunzada, un mulá de 35 años, se las arregla con los escasos donativos que le dan otros refugiados como pago por dar clases de fe islámica y dirigir los rezos diarios en una especie de improvisada mezquita de techos bajos hecha de barro. Hace ya dos años que abandonó sus campos de opio en Sangin, uno de los lugares más violentos de Helmand, recientemente transferido por las tropas británicas a los Marines estadounidenses, después de cuatro años causando víctimas.

«Allí hay combates todos los días. Cuanto más infieles vengan a nuestro país, más afganos morirán y menos seguridad tendremos», dijo.

Ahunzada siente poco afecto por los talibanes. Su padre, Mohammad Gul Agha, y su hermano, Abdul Zahir, murieron ambos cuando una bola de fuego envolvió su coche en la carretera por la que se dirigían hasta la capital de la provincia. Los insurgentes, dijo, habían colocado una bomba destinada a un convoy militar estadounidense que debía atravesar el lugar.

«No nos sentimos contentos con ninguna de las dos partes, pero creo que las tropas estadounidenses y británicas son mucho más crueles que los talibanes. «Lo que yo he visto que sucede es que los talibanes llegan en moto, abren fuego y se marchan. Después vienen los estadounidenses y nos matan, nos bombardean, abren fuego contra nosotros y asesinan a niños y a gente inocente.»

Los comandantes estadounidenses dicen que han convertido en prioridad reducir las víctimas civiles y que sus soldados aceptan más riesgos para minimizar los daños colaterales. [*]

En el campamento, la mujer de Ahunzada ha cubierto los muros y paredes de su chabola con mantas, pero el frío del pasado invierno se llevó la vida de su hijo de un año, Ahmad Shah. Su hermano mayor, Shahfiullah, no para de toser y estornudar en medio de la gélida mañana invernal.

«Le miro y tengo que escapar de aquí como si fuera un ladrón», dijo Ahunzada. «Mi hijo me pide que le lleve algo, cómprame fruta, cómprame una manzana. Pero si no tengo dinero, ¿qué puedo llevarle?»

Para tratar de alimentar a los ocho miembros de su familia que viven ahora en el campamento, Barigul ha vuelto a hacer ladrillos, comprando tierra a los camiones que pasan por la carretera y mezclándola con arena y agua. Como agricultor de opio en Musa Qala, podría conseguir 60 dólares al mes. Aquí, con mucha suerte, no llega ni a la mitad.

«Lo único que conseguimos ganar es sólo lo más básico para subsistir», dijo.

Barigul y su familia dejaron Helmand el pasado mes. Comentó que tomaron la decisión al no poder soportar más el largo acoso por parte de las tropas estadounidenses y de los insurgentes. Los estadounidenses le habían detenido, dijo, acusado de poner bombas, le habían registrado en los controles y sufrido las bofetadas de los soldados extranjeros. Fuera del centro del distrito de Musa Qala, donde las tropas estadounidenses dominaban el terreno, los talibanes patrullaban los pueblos, impedían que los niños asistieran al colegio y mataban a los afganos acusados de colaborar con los extranjeros.

«Si nos dejamos crecer la barba, los estadounidenses nos arrestan y nos meten en la cárcel diciendo que somos talibanes. Si nos la afeitamos, los talibanes nos lo hacen pasar mal», dijo. «¿Qué se supone que tenemos que hacer, afeitarnos sólo la mitad de la barba?»

Aunque los residentes del campo se describen como daños colaterales de la guerra cogidos entre dos fuerzas rivales, también desean fervientemente que las tropas extranjeras se vayan.

«¿Quiénes son los talibanes? Son nuestros hermanos, nuestros vecinos, nuestros parientes. El problema son los estadounidenses», dijo Lala Jan, de 25 años, también de Musa Qala. «Si alguien ataca desde una casa, los estadounidenses bombardean el pueblo entero. Si los talibanes entran en una casa, los estadounidenses llegan durante la noche y la asaltan. Ese es el problema.»

Cada vez hay más desplazados

Como la cifra de tropas extranjeras ha aumentado -hay ahora alrededor de 140.000 soldados estadounidenses y de la OTAN- la población de quienes se han visto obligados a abandonar sus hogares y desplazarse a otros lugares en Afganistán ha aumentado también. El número ha crecido de 235.000 en 2008 a 295.000 en enero de 2010, según las estadísticas de la oficina del Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas. De las 2.300 familias desplazadas que viven en Kabul, más de la mitad provienen de la provincia de Helmand, según Abdul Rahim, viceministro para los refugiados y repatriados de Afganistán.

Dijo que muchos vecinos de Helmand llegan a Kabul en busca de trabajo además de escapar de la violencia.

«Estas personas afirman que es a causa de la falta de seguridad por lo que han escapado de esa zona. Pero se ha convertido en una ventaja para ellos. Porque todo el mundo les ayuda y les da cosas», dijo. «Deberían volver. Pero nadie puede obligarles a volver. No estaría bien obligarles.»

Pero quienes viven en el campo niegan tales afirmaciones de Rahim. El funcionario de las Naciones Unidas, que habló bajo anonimato porque no está autorizado a hablar públicamente, dijo que «la verdad está en algún sitio intermedio».

«Hay personas desplazadas afectadas por el conflicto viviendo en Charahi Qambar, pero esa no es la situación de todas los que viven allí», dijo el funcionario. «Hay también emigrantes en busca de trabajo y grupos seminómadas que nunca se han asentado permanentemente en parte alguna de Afganistán.»

Muhammad, un imán de 36 años, dijo que durante la operación de los marines en Marja, su familia tuvo que esconderse en un agujero cubierto con tablas durante los doce días que los talibanes lucharon con los estadounidenses casa por casa. La pasada primavera, la casa de su suegra en Marja resultó arrasada por una bomba estadounidense, dijo, matando a seis de sus familiares.

«Era imposible permanecer allí», dijo. «La casa se vino abajo».

«Si vuelvo a Marja, me veré obligado a optar por una de las partes», dijo. «Si apoyo a las fuerzas extranjeras, los talibanes me cortarán la cabeza. Si me uno a los talibanes, también me acabarán matando».

Para muchos, la tentación de volver sigue siendo fuerte. La lluvia se filtra en la choza de Ahunzada. Sin un ingreso estable, debe atesorar su suministro de azúcar y sal. Con el frío que se avecina, teme perder a su otro hijo. Yace en suelo por la noche anhelando volver a Helmand.

«Sigo pensando que yo debería volver a mi pueblo, y cultivar opio o unirme a los talibanes. Al menos podré obtener algún dinero. Se lo podría enviar a mi esposa y a mi hijo», dijo. «Pienso en ello cada noche.»

Pero aún no se siente con fuerzas para hacerlo.

«Cuando los infieles se vayan de nuestra provincia, al día siguiente, regresaré a mi hogar.»

Fuente: http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2010/11/21/AR2010112104570.html