Recomiendo:
0

Trump y el movimiento obrero

Más allá del daño inmediato

Fuentes: Viento Sur

La gente trabajadora vivimos tiempos de penumbra. Cuando acabe la presidencia de Trump dentro de cuatro años -si es que acaba-, puede que ya no tengamos un movimiento obrero organizado. Como me dijo uno de mis compañeros, Ed Ott, del Instituto Murphy, que es la escuela sindical de la Universidad de la Ciudad de Nueva […]

La gente trabajadora vivimos tiempos de penumbra. Cuando acabe la presidencia de Trump dentro de cuatro años -si es que acaba-, puede que ya no tengamos un movimiento obrero organizado. Como me dijo uno de mis compañeros, Ed Ott, del Instituto Murphy, que es la escuela sindical de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, «esto es el comienzo del fin del sindicalismo estadounidense basado en la colaboración con el capital.» Estamos en el crepúsculo de una era. Los sindicatos y la negociación colectiva están a punto de desaparecer, y con ellos las instituciones que nos han amparado en el lugar de trabajo y nos han proporcionado un mínimo de seguridad en el empleo, salarios suficientes, seguros de enfermedad y pensiones de vejez. 1/

El presidente Donald Trump y el Congreso de mayoría Republicana, así como los Republicanos en los parlamentos estatales y los tribunales, planean un asalto contra el sindicalismo estadounidense. Este ataque a los sindicatos forma parte de un ataque más amplio contra la gente trabajadora en general. El gobierno de Trump no solo amenaza a los sindicatos, sino que también destruye la red de seguridad social, limitando los derechos de voto y criminalizando a gran parte de la población inmigrante. Al mismo tiempo, la retórica racista de Trump estimula y exacerba las tensiones raciales y religiosas en la sociedad, favoreciendo la violencia de extrema derecha, mientras que su lenguaje misógino degrada a las mujeres y las hace, también, más vulnerables a la discriminación y el abuso.

Las direcciones sindicales estadounidenses se han mostrado incapaces, durante las últimas cuatro décadas, de ofrecer resistencia a un ataque incesante, tanto económico como político, contra los sindicatos, y no han sabido liderar a la clase obrera en su conjunto. Nada ilustra mejor el estado patético del sindicalismo que su incapacidad para acoger lo que son sin duda movilizaciones de trabajadores y personas oprimidas, como Occupy Wall Street y Black Lives Matter, y para movilizarse en apoyo de las mismas. En este periodo crepuscular, tan solo un puñado de sindicatos han plantado cara a los patronos, a los Republicanos y a Trump. Y menos todavía han cuestionado el liderazgo del Partido Demócrata o han tenido la valentía de tratar de crear alguna alternativa política nueva.

El sol se pone para los sindicatos. El sindicalismo, tal como lo hemos conocido, está siendo exterminado, mientras todavía no ha emergido un nuevo movimiento obrero. Tendremos que desarrollar nuevas formas de lucha, y solo sabremos cuáles serán cuando no tengamos más remedio que inventarlas. Tendremos que hacer que vuelva a salir el sol, y eso no lo conseguiremos a base de plegarias, o al menos no solo a base de plegarias. Habremos de organizarnos y luchar, aprendiendo de los movimientos sociales y dotándonos de nuestra propia dirección política independiente.

¿En qué punto nos hallamos ahora?

Para construir un nuevo futuro hemos de comprender nuestro pasado reciente y el presente. Empecemos por la situación objetiva de los sindicatos en estos momentos. La afiliación sindical en EE UU se halla en su punto más bajo desde la década de 1920, y una serie de proyectos de ley que se debaten en el Congreso y los parlamentos estatales, así como ciertos juicios ante los tribunales, indican que en los próximos años los sindicatos se enfrentarán a la posibilidad de desaparecer de hecho. En 2016, en EE UU había 14,6 millones de afiliados a los sindicatos, lo que equivale a tan solo el 10,7 % de toda la clase trabajadora del país, mientras que en 1983 había 17,7 millones de trabajadores sindicados, o el 20,1 % de la mano de obra. A mediados de la década de 1950, el 35 % de los trabajadores estaban sindicados. En el sector público, actualmente están sindicados el 34,4 % de los trabajadores, frente a tan solo un 6,4 % en el sector privado. 2/ La mayoría de los trabajadores nunca han participado en una huelga ni asistido a una reunión sindical, y en las recientes elecciones en el sindicato de camioneros solo han votado el 19 por ciento de los afiliados. Para muchos trabajadores, los sindicatos han dejado de ser relevantes.

A pesar de algunos esfuerzos muy publicitados por ampliar la base de afiliación, como por ejemplo entre el personal de la industria automovilística en el sur, el sindicalismo ha sido incapaz de invertir la tendencia. Las campañas de United Auto Workers en Volkswagen y Nissan fueron un fracaso, los militantes no consiguieron crear un sindicato real y por tanto los trabajadores en ningún momento confiaron en que podían ganar sin perder sus puestos de trabajo. 3/
Además de los sindicatos regulares, en EE UU existen docenas de asociaciones obreras que organizan a inmigrantes, en su mayoría latinos y muchos de ellos indocumentados, para proteger sus derechos laborales y mejorar sus condiciones de trabajo. 4/ Estas organizaciones cuentan con miles de miembros que realizan un trabajo muy importante, aunque no tienen, ni mucho menos, el peso y la fuerza de los sindicatos.

No solo hay menos trabajadores afiliados que nunca antes en casi cien años, sino que los sindicatos también organizan cada vez menos huelgas. En 2016 hubo tan solo 15 paros de envergadura, en los que participaron un total de 99.000 personas. A los largo de las últimas cuatro décadas, el número de huelgas ha descendido aproximadamente un 90 %. El periodo que va de 2007 a 2016 ha sido el que ha conocido menos huelgas, sumando en promedio 14 paros de envergadura al año. El número más bajo de huelgas en un año fue de cinco en 2009. 5/Mientras que algunas pocas huelgas han servido de inspiración para el movimiento obrero y aportado modelos de organización, estrategia y lucha, como la huelga del sindicato de enseñantes de Chicago en 2012 y la de los trabajadores de telecomunicaciones en 2016, no ha habido ninguna oleada de huelgas importante en EE UU desde 1970-1971.

En la última década, los sindicatos obreros han adoptado algunas estrategias de afiliación nuevas entre grupos de trabajadores precarios. La más destacada de estas campañas fue la de «Fight for $15» (Lucha por los 15 dólares/hora), respaldada por sindicatos como la Service Employees International Union y United Food and Commercial Workers. Las manifestaciones de protesta, acciones simbólicas de carácter local y ocasionales huelgas parciales, combinadas con gestiones diversas y medidas legislativas, consiguieron un aumento cifrado en 62.000 millones de dólares a lo largo de la década pasada, según un informe asociado al proyecto de ley de empleo. 6/Todo esto está muy bien, pero los salarios siguen siendo demasiado bajos. Y sobre todo, la campaña no logró organizar a los cientos de miles de trabajadoras precarias de los sectores de comida rápida, hostelería y comercio minorista.

Ataques legales, legislativos y administrativos

El derecho de los trabajadores a organizarse en sindicatos está siendo atacado actualmente en los tribunales, en el Congreso y en los parlamentos estatales. 7/ La National Right to Work Legal Defense Foundation, una fundación antisindical, llevó al Tribunal Supremo el caso Janus contra AFSCME, que podría impedir a los sindicatos la capacidad de cobrar «cuotas de representación». Los conservadores alegan que el sindicato obliga a los trabajadores a apoyar económicamente causas políticas con las que pueden estar en desacuerdo, violando de este modo su libertad de expresión. Actualmente, los trabajadores pueden negarse a afiliarse al sindicato en su lugar de trabajo en el sector público, pero siguen estando obligados a pagar la cuota de representación al sindicato. Son las cuotas de los afiliados y las de los no afiliados las que proporcionan a los sindicatos los medios para comprar o alquilar un local sindical, contratar personal y llevar a cabo sus actividades. Si el Tribunal Supremo da la razón a Janus, muchos sindicatos del sector público pueden encontrarse no solo con la pérdida de las cuotas de los no afiliados, sino también, posiblemente, con la baja de afiliados. 8/

Los derechos sindicales en el sector público y el privado también están siendo atacados en el Congreso. Los conservadores han propuesto una ley del «derecho al trabajo» que, de aprobarse, «prohibiría, en todo el país, la exigencia contractual de que el personal pague las cuotas sindicales como condición del empleo», 9/como escribe la The National Law Review,

La Ley Nacional del Derecho al Trabajo sería sin duda devastadora para el movimiento obrero organizado, reduciendo drásticamente los ingresos de los sindicatos y las cuotas de afiliación, sobre todo en Estados que ya tienen un bajo nivel de afiliación sindical y en los que históricamente el sindicalismo cuenta con escaso apoyo. Los estudios realizados indican que existe una correlación directa entre la promulgación de leyes del derecho al trabajo y la pérdida de afiliados sindicales. De acuerdo con el Instituto de Estadísticas Sindicales, de los 27 Estados con un nivel de afiliación sindical inferior a la media en 2016, casi todos son Estados en los que rige una de estas leyes. El nivel en Carolina del Sur es de tan solo el 1,6 %. 10/

Una ley federal del derecho al trabajo acabaría con muchos sindicatos en numerosos sectores de la economía. Mientras, los parlamentos estatales siguen promulgando este tipo de leyes. Durante muchos años, tales leyes solamente existían en los Estados del Profundo Sur y un par de los de las Grandes Llanuras. Pero en 2012, Michigan e Indiana se dotaron de leyes del derecho al trabajo, seguidos de Wisconsin en 2015 y Virginia Occidental en 2016. En enero de 2017, Kentucky adoptó el derecho al trabajo, y en febrero del mismo año fue el turno de Misuri, el vigésimo octavo de la lista. 11/
Allí donde entran en vigor estas leyes, los sindicatos pierden afiliados y parte de su base de sustento, tienen que reducir personal y cuentan con menos capacidad económica e influencia política.

Aun sin sentencias judiciales ni nuevas leyes, Trump ha maniobrado para reducir el poder sindical, nombrando a dos inveterados enemigos de los sindicatos para formar parte del Consejo Nacional de Relaciones Laborales (NLRB), que supervisa la representación sindical y la negociación colectiva en el sector privado. Los dos elegidos por Trump, William Emanuel y Marvin Kaplan, ya confirmados por el Senado, proporcionarán la mayoría a los Republicanos en el consejo, formado por cinco miembros, y un enorme poder para bloquear la organización y representación sindical. 12/
Peter Robb, quien será nombrado Consejero General del NLRB, es conocido por sus posiciones antisindicales y podrá influir en miles de litigios laborales. 13/El NLRB tiene la facultad de decidir quién en un lugar de trabajo puede votar por un sindicato, cómo se comportan los sindicatos y la dirección de la empresa durante unas elecciones y cómo y cuándo tendrán lugar las elecciones sindicales.

Aunque cabía esperar lo peor, los sindicatos recibieron con espanto, el 14 de diciembre pasado, la noticia de que el NLRB, con tres votos a favor y dos en contra, tumbó la decisión conjunta de 2015, durante la presidencia Obama, por la que se facilitaba la creación de sindicatos y la negociación colectiva por parte de los contratistas y los trabajadores en negocios franquiciados, como las cadenas de hoteles y restaurantes. Al día siguiente, en un litigio en la empresa Raytheon Network Centric Systems y también por tres votos a favor y dos en contra, el consejo anuló una resolución de 2016 sobre los cambios que pueden implementar las empresas en los puestos de trabajo sindicales. El consejo, en este caso, restableció un precedente de hace 50 años que permite a las empresas cambiar de política sin el permiso de los sindicatos y han tomado iniciativas similares con anterioridad.

Los cargos nombrados por Trump en el Ministerio de Trabajo de EE UU, que supervisa la salud y seguridad ocupacionales, los niveles salariales y las normas relativas a la jornada de trabajo, las prestaciones del seguro de desempleo y los servicios de recolocación, también obrarán en contra de los intereses de los trabajadores. Es de prever que debilitarán el grado de protección de la mano de obra en el lugar de trabajo, reducirán el cobro de suplementos por horas extraordinarias e impondrán arbitrajes forzosos a los sindicatos, al tiempo que prohibirán las acciones colectivas ante los tribunales. 14/

Todas estas leyes y causas judiciales y estos cambios de normas y nombramientos harán que disminuya el número de afiliados y mermará los recursos económicos de los sindicatos y, por tanto, el poder político del movimiento obrero. Con menos afiliados habrá menos personas que trabajen en centros de llamadas del Partido Demócrata, menos voluntarios para las visitas puerta a puerta y menos gente que vaya a votar en las elecciones. Los trabajadores tendrán más dificultades para defenderse en el lugar de trabajo y pugnar por sus intereses en la sociedad y la política. Todo esto significa que hoy urge reconstruir el movimiento obrero o, mejor dicho, construir un nuevo movimiento obrero.

Las promesas de Trump y la realidad

Donald Trump fue candidato a la presidencia con un programa económico nativista y nacionalista y con la promesa de «volver a hacer grande a EE UU», estimulando la creación de empleo y defendiendo esos puestos de trabajo frente al capital extranjero y a la inmigración. Trump prometió reconstruir la infraestructura nacional y presionar a las empresas a mantener los puestos de trabajo industriales en EE UU o volver al país. Aseguró que protegería esos puestos de trabajo frente a los mexicanos y otros inmigrantes ilegales y a EE UU frente a la competencia económica china. Trump afirmó que mientras hiciera estas cosas salvaría la seguridad social y la atención médica a las capas pobres de la población (Medicare). Finalmente, Trump juró que pondría fin a las guerras de EE UU en el extranjero y a la política de cambio de régimen en otros países, concentrándose en colocar a «EE UU primero». Trump incluso llegó a decir que haría del Partido Republicano un «partido obrero. 15/Fue este programa económico nacionalista el que hizo que Trump ganara en unos cuantos Estados clave suficientes votos obreros para tener mayoría en el Colegio Electoral y ganar las elecciones.

Trump prometió drenar la ciénaga de los buscadores de fortuna de Wall Street y Washington. Sin embargo, cuando asumió la presidencia, nombró para su gobierno a banqueros de Wall Street, de los que varios, como Rex Tillerson y Wilbur Ross, son milmillonarios. Se calcula que el peso total en dólares del gabinete era entonces de 14.000 millones. El programa procapitalista de Trump no solo se refleja en sus nombramientos políticos, sino también en su política, en particular el presupuesto y el plan fiscal. Conjuntamente no solo representan una enorme reasignación de la riqueza a quienes ya son ricos, sino que también comportan reducciones del personal de diversos servicios federales.

La propuesta presupuestaria inicial de Trump para el ejercicio fiscal, que sumaba en total más de 4.000 billones de dólares, planteaba un fuerte incremento del gasto en Defensa (un 10 % más), Seguridad Interior (un 7 % más) y Asuntos Veteranos (un 6 % más), y enormes recortes de las asignaciones a la Agencia de Protección Ambiental (un 31 % menos), a los programas de desarrollo estatales (un 29 % menos) y a Agricultura y Trabajo (un 21 % menos a cada uno), así como a Justicia (un 20 % menos, por ejemplo mediante la reducción de las ayudas a las víctimas de crímenes, pese a que el FBI verá un aumento de su presupuesto), Sanidad y Servicios Humanos (un 16 % menos) y Educación (un 14 % menos). 16/
La propuesta también preveía la eliminación de 19 programas menores, cuyo coste asciende a tan solo 500 millones de dólares, pero que incluyen muchos particularmente detestados por los conservadores, como la Radiotelevisión Pública, la Corporación de Servicios Jurídicos, la sociedad de servicios comunitarios AmeriCorps y los Fondos Nacionales para las Artes y Humanidades, 17/ como señaló The Washington Post,

Si eres pobre en EE UU, la propuesta presupuestaria del presidente Trump no está pensada para ti. Trump ha presentado un presupuesto que recortará o eliminará de cuajo programas que han venido ayudando a la gente que percibe bajos ingresos en casi todos los frentes, como por ejemplo viviendas asequibles, préstamos bancarios, medidas de ahorro energético, formación para el empleo, pagos de facturas de calefacción y asistencia jurídica en asuntos civiles 18/

El presupuesto de Trump recortará los fondos destinados a organismos reguladores y programas sociales y dará lugar al despido de empleados de agencias federales. Y su plan fiscal, aprobado por el Congreso a finales de 2017, reducirá los impuestos de los muy ricos, mermando los ingresos federales y agravando todavía más los recortes presupuestarios.

La estrategia de Trump hacia la clase trabajadora

Trump aplica una astuta estrategia hacia la clase trabajadora. Ha impulsado un programa encaminado a ganarse a la mano de obra muy cualificada, formada en su mayoría por trabajadores blancos, y al mismo tiempo ataca a los sindicados que representan a muchos trabajadores negros, latinos y mujeres. Se trata de una estrategia destinada a consolidar su base y dividir y debilitar al movimiento obrero. La reunión inicial de Trump con representantes sindicales en su primer día como presidente fue una jugada maestra. A los sindicalistas de la construcción les reveló sus grandes planes de infraestructuras: autopistas, puentes y, por supuesto, el muro fronterizo.

Los dirigentes sindicales alabaron al nuevo presidente. Sean McGarvey, quien preside la confederación de sindicatos de la construcción, parecía suplantar al propio Trump cuando habló de «una reunión increíble», lo mejor que «jamás había presenciado en Washington». «Tenemos algo en común con el presidente», dijo Garvey. «Venimos del mismo sector. Él comprende el valor de impulsar el desarrollo, haciendo ascender a la gente a la clase media.» James P. Hoffa, presidente del sindicato de camioneros -que había apoyado a Hillary Clinton-, también ha ensalzado a Trump. Muchos camioneros trabajan en el sector de la construcción, donde conducen volquetes y hormigoneras y transportan vigas de acero a las obras. Los camioneros han cantado las loas a Trump por lo que llaman su «objetivo de sentido común» de los proyectos de infraestructura.

Hoffa también aplaudió la salida de EE UU del tratado comercial transpacífico. Afirmó que «con esta decisión, el presidente ha dado un primer paso hacia la reparación de treinta años de mala política comercial que ha costado a los trabajadores estadounidenses millones de puestos de trabajo bien pagados». Hoffa declaró a Fox News que «hablamos de cambiar el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA) para siempre, y nadie se atrevía a hacerlo. Se puede hacer, y aplaudo al presidente por ser tan valiente de decir que lo rompemos y negociamos uno nuevo. Es algo insólito. Pero de verdad es lo que hace falta». Los camioneros quieren asimismo que Trump cambie la cláusula del NAFTA que permite a los camioneros mexicanos cruzar la frontera con EE UU.

Es curioso que a pesar de que Hoffa y los camioneros hayan alabado a Trump, siguen obrando a favor del Partido Demócrata, apoyando por ejemplo a Keith Ellison, de Minnesota, candidato del «ala de Bernie Sanders» de dicho partido para que presida el Comité Nacional Demócrata. Las posturas contradictorias del sindicato de camioneros en estas cuestiones se observan también en otros muchos sindicatos.

Aunque Trump prometió a los dirigentes sindicales de la construcción lo que querían oír, es posible que los defraude. La Plataforma del Partido Republicano de 2016 aboga por la abolición de la ley Davis-Bacon de 1931, que obliga a los contratistas de obras públicas a pagar los salarios vigentes en cada lugar (que suelen ser los negociados por los sindicatos). Esta ley ha sido determinante para el mantenimiento del nivel de ingresos de los trabajadores de la construcción. Cuando McGarvey preguntó a Trump sobre la ley Davis-Bacon, el presidente se negó a prometer nada. Si se abole esta ley, el efecto entre la mano de obra del sector de la construcción sería devastador. Pocos días después de la reunión con Trump, el senador Jeff Flake, de Arizona, propuso un proyecto de ley encaminado a suspender la ley Davis-Bacon en los proyectos de carreteras federales.

Trump también decía que era amigo de la minería del carbón y de los mineros. Una vez elegido, prometió eliminar las restricciones a la producción de carbón. El 9 de octubre, Scott Pruitt, director de la Agencia de Protección Ambiental, anunció en la zona minera del este de Kentucky, para gozo de los ejecutivos de las compañías de carbón, que «la guerra contra el carbón ha terminado» y que su agencia iba a acabar con el Plan de Energía Limopia de Obama, que se había adoptado para proteger tanto el medio ambiente como la salud de las personas. 19/Sin embargo, es posible que Trump y Pruitt no puedan cumplir sus promesas de crear más empleo en la minería del carbón: muchas compañías han pasado a invertir en energía eólica y solar o a utilizar gas natural.

Mientras, las plantas de combustión de energías fósiles -de carbón o gas- siguen contribuyendo al cambio climático, afectando a la salud de la infancia y agravando enfermedades como el asma. Y la producción de carbón que apoyan es peligrosa para el planeta y todos sus habitantes, no solo agravando el cambio climático, sino también provocando fenómenos meteorológicos más extremos. El anuncio de Pruitt se produjo justo después de que los huracanes Harvey, Irma, María y Nate causaran estragos en Texas, Luisiana, Florida y Puerto Rico en una temporada de temporales sin precedentes que algunos científicos consideran debidos al cambio climático. Sin embargo, pese a que seguramente no se crearán muchos puestos de trabajo en el sector del carbón, a muy corto plazo la promesa de Trump de recuperar el empleo en el sector constituye un problema para el presidente de la AFL-CIO, Richard Trumka, en su propio bastión, el sindicato minero United Mine Workers.

Trumka, quien había apoyado a Hillary Clinton y calificado a Trump de fanático, racista, machista y enemigo de los sindicatos, cambió de actitud inmediatamente después de la victoria de Trump. En una declaración remitida por correo electrónico a la prensa, Trumka dijo que la AFL-CIO aceptaba el resultado de las elecciones y ofreció «nuestras felicitaciones» al vencedor. La estrategia de Trump de cortejar al sector de la construcción parece haber neutralizado efectivamente a la AFL-CIO, la confederación sindical más amplia e importante del país. Trumka parece no atreverse a desafiar directamente a Trump por miedo a perder el apoyo de dicho sector y de algunos otros sindicatos confederados y sus miembros, de los que no pocos votaron por Trump.

Trumka declaró a la prensa que las elecciones fueron un referéndum «sobre el comercio, sobre la recuperación de la industria, sobre la revitalización de nuestras comunidades». Y añadió: «Nos esforzaremos por que muchas de estas promesas se hagan realidad. Si él quiere colaborar con nosotros, de acuerdo con nuestros valores, nosotros estaremos dispuestos a colaborar con él.» A nadie asombrará que Trumka visitara al presidente pocos días después de las elecciones y declarara luego que había mantenido una «conversación fructífera». El hecho de que la cabeza visible de la organización sindical más grande del país no plantara cara a Trump desde el comienzo supuso una enorme decepción para muchos sindicalistas, pese a que después de opusiera a algunos de los nombramientos de Trump.

Trumka, por ejemplo, trató de impedir el nombramiento de Andrew Puzder, ex ejecutivo del sector de la comida rápida, como ministro de Trabajo, afirmando que «se ha manifestado en contra de elevar el salario mínimo… Se opone a la normativa promulgada por el presidente Obama y ahora actualizada en materia de horas extraordinarias. Desdeña las cuestiones de discriminación en el puesto de trabajo. Se siente cómodo apoyando tópicos dañinos sobre las mujeres, y eso no es todo.» Trump tuvo la sagacidad de nombrar a Trumka para su Consejo Económico, en el que pululan empresarios multimillonarios y milmillonarios. El dirigente de la AFL-CIO aceptó el puesto y permaneció en él durante meses. Trumka no abandonó el consejo hasta que una serie de directivos de empresas dimitieran después de que Trump se negara a condenar la marcha de grupos ultraderechistas, racistas y nazis en Charlottesville. Trumka escribió lo siguiente en un artículo publicado en el New York Times:

Por desgracia, cada día que pasa está más claro que el presidente Trump no tiene ninguna intención de cumplir sus compromisos con los trabajadores. Lo más preocupante es que sus actos y su retórica amenazan con empeorar la situación en EE UU y dividir aún más a la población. Por esto ayer dimití del consejo industrial del presidente, que ha sido disuelto tras una serie de abandonos. 20/

Trumka, quien ahora ha abierto los ojos, como suele decirse, no delineó en dicho artículo, sin embargo, un plan para combatir a Trump. Sus vacilaciones suscitan la cuestión de si la AFL-CIO, tal como está constituida actualmente, todavía es viable.

Al tiempo que adulaba a los trabajadores -en su mayoría blancos y hombres- de la construcción y sectores afines, Trump ha atacado a los empleados públicos. Ha dictado una orden ejecutiva por la que se congela la contratación en los organismos dependientes del poder ejecutivo, donde trabajan 1,2 millones de personas. El frenazo no afecta a los militares, ya que el presidente ha prometido reforzar el ejército. La congelación de las contrataciones, si perdura en el tiempo, reduce los efectivos al no reponer las vacantes, dando lugar a una desmoralización debido a la falta de personal, lo que a su vez comporta un aumento de los ceses a causa de la sobrecarga de trabajo. Los organismos gubernamentales pierden productividad, y eso sirve de excusa para subcontratar o privatizar.

Los sindicatos de la función pública se han apresurado a criticar la medida, basando sus objeciones en el servicio a la sociedad. La congelación tendrá efectos negativos para quienes utilizan los servicios de los organismos federales, también mermará una fuente importante de empleo permanente y de jornada completa -aunque a menudo mal pagado-, con vacaciones y prestaciones sanitarias, para muchos y muchas trabajadoras, especialmente de raza negra y mujeres.

Con el nombramiento del juez federal Neil M. Gorsuch para el Tribunal Supremo, Trump ha colocado a otro archiconservador en la cúpula judicial. La inclusión de Gorsuch dará lugar a una mayoría conservadora que asumirá el caso de Janus contra AFSCME, poniendo fin, con toda probabilidad, a la capacidad de los sindicatos de la función pública para cobrar cuotas de representación a los trabajadores no afiliados, a los que están obligados a representar. Como ya hemos señalado, el resultado probable será la inanición económica de muchos sindicatos de la función pública, obligándoles a reducir personal, con la consiguiente pérdida de eficacia.

El gobierno de Trump será malo para todos los empleados públicos, pero son los maestros y maestras quienes se enfrentan a los mayores desafíos. Así lo anuncia el nombramiento, como secretaria de Educación, de Betsy DeVos, otra milmillonaria, que ha liderado la reforma de la enseñanza privada. Esto es lo que escribió el New York Times sobre sus actividades:

Igual que los Koch, los DeVos son generosos simpatizantes de institutos de estudios que pregonan el capitalismo desregulado, como el Instituto Acton de Michigan, y combaten a los sindicatos y están a favor de la reprivatización de los servicios públicos, como el Centro Mackinac.

También han financiado a grupos nacionales que propugnan la reducción de las funciones del Estado, entre ellos el Centro Nacional de Análisis Político (que impulsa la privatización de la seguridad social y está en contra de la regulación medioambiental) y el Instituto por la Justicia (que recurre contra la normativa legal ante los tribunales y defiende el cheque escolar). Ambas organizaciones también han recibido dinero de la casta reaccionaria y antisindical. Así que los maestros y maestras pueden esperar un ataque a la enseñanza pública combinado con un ataque contra sus derechos sindicales.

El presidente de la Federación de Empleados Públicos de EE UU, J. David Cox, desafiando a Trump en sus propios términos nacionalistas, ha criticado el presupuesto de Trump señalando que «estos recortes presupuestarios dificultarán todavía más el ya arduo trabajo de las mujeres y los hombres que protegen nuestros cielos, patrullan por nuestras aguas y nos preparan para responder a alguna emergencia». Se refería a los importantes recortes de las dotaciones para la Administración de Seguridad del Transporte, la Agencia Federal de Gestión de Emergencias y la Guardia Costera. «El presidente Trump prometió ‘hacer que EE UU vuelva a ser seguro’, pero los fuertes recortes presupuestarios que propone harán justo lo contrario», ha dicho Cox. «No se mejora la seguridad reduciendo los presupuestos de programas que impiden que terroristas secuestren aviones, que las drogas ilegales invadan nuestras calles y que en nuestros barrios actúen extremistas violentos». Esta retórica nacionalista y alarmista en boca de dirigentes sindicales, en particular de aquellos que representan a muchos trabajadores de color, socava la posibilidad de unificar posiciones de los sindicatos contra el nacionalismo blanco de Trump.

Trumka dudó cuando el sector de la construcción y los camioneros aprobaron el proyecto de Trump, pero muchos sindicatos nacionales y locales se han instalado en modo oposición, aunque en distintos grados. Las maestras y maestros han encabezado la resistencia. La Federación de Maestros movilizaron a 250 organizaciones locales y sus afiliados en más de 200 ciudades el día antes de la toma de posesión, en el marco de la jornada de acción del Día Nacional de la Reclamación de Nuestras Escuelas frente al programa de Trump. La Asociación Nacional de la Educación, el sindicato más grande del país con 2,7 millones de afiliados, llamó a sus afiliados a salir de la escuela en el día de la toma de posesión para protestar contra Trump. Ambos sindicatos habían respaldado a Hillary Clinton.

Miembros de la local n.º 10 de la Unión Internacional de Portuarios y Estibadores en Oakland, California, un sindicato con una dilatada historia radical y cuyos afiliados son en un 50 % negros, pararon el día de la toma de posesión de Trump. La huelga salvaje supuso que ese día no se cargaron ni descargaron buques en uno de los puertos con más tráfico de la costa oeste. Aunque simbólico, fue un acto significativo.

Sorprendentemente, la presidenta de la Unión Internacional de Empresas de Servicios, Mary Kay Henry, quien no había sido invitada a la fiesta de hermandad de Trump con algunos dirigentes sindicales, ha declarado que no piensa que el presidente suponga una amenaza para la existencia de su sindicato, el segundo más grande del país con su millón y medio de afiliados. Ha añadido que su sindicato está preparándose para la batalla y que seguirá impulsando el movimiento Fight for $15. Incluso en el caso de que algún sindicato internacional se haya puesto del lado de Trump, existen uniones locales que han adoptado una postura distinta. Por ejemplo, el consejo conjunto n.º 16 del sindicato de camioneros, que representa a 90.000 trabajadores de la ciudad de Nueva York, ha criticado duramente la política de inmigración de Trump.

Al margen de los sindicatos, ha habido protestas significativas de trabajadores del sector servicios y de empresas tecnológicas, así como de consumidores. La Alianza de Taxistas de Nueva York, un centro que cuenta con gran número de trabajadores inmigrantes musulmanes, se declaró en huelga en el aeropuerto internacional Kennedy. Al mismo tiempo, trabajadores de Google en California y de Comcast en Filadelfia se manifestaron en contra de la política de inmigración de Trump. Los sectores no organizados e inoficiales del movimiento obrero, por tanto, han sido a menudo más activos en la oposición a Trump que los sindicatos.

Un nuevo sindicalismo

Habrá dos principales fuentes de ideas para la construcción de un nuevo sindicalismo: una será la experiencia propia de los trabajadores, con sus tácticas y estrategias desarrolladas de forma empírica en su lucha contra los patronos y el Estado. La otra será la izquierda socialista, que puede aportar una teoría revolucionaria, es decir, una visión de una sociedad socialista democrática, así como estrategias más incluyentes para hacer confluir las luchas en los lugares de trabajo, en los barrios y de los movimientos sociales en una batalla más amplia por el poder político. Esta sinergia entre organizaciones de trabajadores, movimientos sociales e ideas socialistas ha estado en el origen del cambio radical de la sociedad durante más de 150 años, y sigue siendo la fuente de nuestro poder potencial.

El programa de la izquierda en materia sindical ha consistido durante muchos años en construir un movimiento de base para transformar los sindicatos corporativos en organizaciones democráticas y combativas. En la década de 1970, muchos activistas de izquierda ingresaron en los sindicatos con diversas estrategias, desde colaborar con dirigentes sindicales progresistas hasta tratar de crear una alternativa revolucionaria a la dirección existente. La estrategia del movimiento de base pretendía organizar a los trabajadores para desbancar a las direcciones sindicales existentes y transformar los sindicatos en organizaciones de lucha de clases. Uno de estos grupos, International Socialists (IS), tenía el objetivo de unir a grupos de base de diferentes sindicatos, así como de los movimientos sociales, en un pequeño partido socialista revolucionario de masas. Esta estrategia -posteriormente desconectada del objetivo de construir una organización revolucionaria- la asumió IS cuando se fusionó con otros grupos socialistas para constituir Solidarity. No solo Solidarity, sino también la International Socialist Organization y más recientemente Democratic Socialists of America, han adoptado a veces esta estrategia.

IS, que desarrolló esta estrategia en la década de 1970, opinaba que la burocracia sindical, incluso en los sindicatos progresistas, solía controlar a los trabajadores más que asumir sus intereses y luchar por ellos. Afirmaba que dicha burocracia, especialmente en los niveles superiores, constituía una casta social con sus propios intereses materiales: salarios, gastos, pensiones y patrimonio sindical. Y tal vez por encima de todo, la burocracia sindical también tenía su propia ideología, a saber, que en virtud de sus relaciones privilegiadas con miembros del gobierno, patronos y trabajadores, conoce los intereses de la clase trabajadora mejor incluso que los propios trabajadores.

La estrategia de movilización de las bases estaba destinada precisamente a desbancar a la burocracia sindical y permitir que los trabajadores se unan para combatir a los patronos. Esto implicaba asumir las quejas de los trabajadores de a pie, organizar campañas de negociación contractual y presentar candidaturas a las direcciones locales y nacionales, siempre con el objetivo de impulsar un sindicalismo más democrático y combativo. La construcción de un movimiento obrero de este tipo estaba en el centro del proyecto de construir un partido socialista de los trabajadores. Tal como escribe Kim Moody, quien mejor explicó la teoría, «la noción de un puente entre la conciencia de clase rudimentaria o militancia sindical y la conciencia socialista es la piedra angular de la política de transición y la estrategia del movimiento de base». 21/

La idea de la estrategia del movimiento de base tuvo su origen en la Liga de Educación Sindical del Partido Comunista de comienzos de la década de 1920 y en las mejores prácticas de los trotskistas en el sindicato de camioneros en la década de 1930. También se inspiró en las rebeliones de las bases sindicales en EE UU que comenzaron a mediados de la década de 1960 y continuaron hasta 1981, cuando una combinación de recesiones económicas y represión política acabó con el movimiento. En aquel periodo, mineros, obreros del automóvil, camioneros, trabajadores de correos, jornaleros y otros se rebelaron contra sus direcciones sindicales, sus patronos y en ocasiones el gobierno. 22/

Los y las militantes de izquierda desempeñaron un papel importante en estos movimientos. La labor de International Socialists en el sindicato de camioneros, donde contribuyó a unir a jóvenes radicales y disidentes veteranos para fundar la asociación Camioneros por un Sindicato Democrático (TDU) en 1976, impulsó la más exitosa de las rebeliones de la época. 23/Con el apoyo de TDU, en 1991 salió elegido Ron Carey presidente del sindicato de camioneros, y bajo su liderazgo el sindicato organizó una huelga nacional contra la empresa United Parcel Service en 1997, una batalla que inspiró al conjunto del movimiento sindical. 24/
La estrategia del movimiento de base sigue siendo válida y necesaria, aunque no suficiente, para construir un nuevo movimiento obrero. Labor Notes, que publica una revista mensual, distribuye libros como Troublemaker’s Handbook (Manual del agitador), imparte cursos para agitadores en todo el país y organiza una conferencia bianual a la que asisten nada menos que 2.000 activistas, sigue siendo un centro neurálgico del activismo de base.

Actualmente, activistas sindicales han adoptado la estrategia del movimiento de base en sindicatos que representan a trabajadores del transporte, enseñantes y personal sanitario. Aunque los sindicatos de la función pública se enfrentan a dificultades particulares porque sus miembros a menudo atienden directamente el público -pensemos en enfermeras y maestros-, el principio de organizar a los trabajadores de base para desafiar a la burocracia sindical, para poder combatir a los patronos, no deja de ser el mismo. Ahora que los sindicatos de la función pública son objeto del ataque concertado de los tribunales y los parlamentos, los trabajadores necesitarán movimientos de base para presionar a sus líderes reticentes a fin de que movilicen a los miembros en defensa propia. Y los socialistas deben ayudar a que estos movimientos se doten de direcciones combativas.

Sin embargo, la mayoría de los trabajadores -alrededor del 90 %- no están sindicados, de manera que necesitamos estrategias de sindicación. Algunos lugares de trabajo, como por ejemplo en el sector logístico, es decir, en almacenes y centros de expedición, todavía tienen carácter de lugares de trabajo industriales tradicionales. Esto significa que hay allí una numerosa mano de obra semicualificada organizada en torno a instalaciones y máquinas -en este caso, estanterías, recogepedidos, carretillas elevadoras, muelles y camiones- y reunida en una planta o constelación de instalaciones. Por ejemplo, Amazon, una empresa cuyo valor asciende a 386.000 millones de dólares, tiene 350.000 empleados. El centro de Fall River, a las afueras de Boston, emplea a un millar de almacenistas. Aunque hasta ahora los esfuerzos por sindicar a esta mano de obra han fracasado, 25/trabajadores como estos pueden organizarse de la misma manera que se han organizado siempre los trabajadores industriales, creando un núcleo de militantes clandestinos en los distintos lugares de trabajo y coordinándolos a escala de todo el país a través de un sindicato. El personal de grandes empresas de distribución, como Wal-Mart, que cuenta con 2,1 millones de empleados, muchos de ellos almacenistas, podría organizarse de la misma manera.

En la mayoría de ciudades de EE UU, sin embargo, hoy en día las entidades que cuentan con más personal suelen ser una o dos universidades importantes y un hospital o complejo hospitalario. Mientras que en el siglo XIX y comienzos del XX las grandes fábricas constituían el centro de la economía, actualmente son los trabajadores de la sanidad y la enseñanza quienes se concentran en enormes lugares de trabajo que ejercen un poder económico, social y político considerable. Veamos por ejemplo la pequeña ciudad de Cincinnati: la Universidad de Cincinnati cuenta con 15.000 empleados, más de la mitad de los cuales trabajan en el campus principal. En el cercano centro médico, el Hospital Infantil, trabajan 15.000 personas, mientras que el Hospital Universitario de Cincinnati, que también se halla cerca, tiene 12.000 empleados.

En muchas ciudades de todo el país existen complejos similares. Numerosos trabajadores universitarios y hospitalarios están sindicados, sean grupos profesionales como profesores y enfermeros, sean empleados no profesionales. Todavía queda trabajo básico de sindicación por hacer en algunas universidades y hospitales, mientras que en otras falta organizar movimientos de base. Algunos de estos sindicatos se han politizado bastante. Organizaciones como la Asociación de Enfermeras de California, que han creado el sindicato National Nurses United, contribuyeron mucho al apoyo a la campaña presidencial de Bernie Sanders y otras campañas progresistas.

Un sector importante que sigue en gran medida sin organizar es el de las empresas tecnológicas. Según fuentes oficiales de EE UU, en 2014 trabajaban 17 millones de personas en esta industria, que representa el 23 % del PIB del país. Estas empresas emplean a miles de personas: Google cuenta con 75.000, Facebook con 17.000 y Yahoo con 8.500. Se han hecho algunos intentos entre estos trabajadores, pero hasta ahora no ha habido ninguna campaña de sindicación seria que haya dado lugar a la formación de un sindicato y de un convenio sindical. 26/

Se han dedicado muchos esfuerzos a debatir sobre la dificultad de organizar al «precariado», es decir, a los trabajadores temporales a jornada parcial y sin horario regular. 27/ A lo largo de las últimas décadas, los lugares de trabajo se han «fisurado», como dice una autoridad en la materia. 28/Muchas empresas de diversos sectores han ido subcontratando a otras empresas, muchas de ellas sin sindicación, todos los elementos de su actividad, salvo los productivos básicos y los rentables. Estas empresas, a su vez, han contratado a trabajadores temporales o a jornada parcial. Otras firmas del sector de la hostelería y restauración también contratan a personal temporal. Incluso en los casos en que los trabajadores tienen supuestamente contratos de jornada completa o indefinidos, muchos de ellos consideran que su puesto es inseguro. 29/
Actualmente millones de jóvenes, muchos de ellos endeudados hasta el cuello por sus estudios, no encuentran trabajo en las especialidades para las que se han preparado y no tienen más que un empleo precario. Organizar a estos trabajadores, muchos de los cuales están pluriempleados, exigirá nuevas estrategias y tácticas, pero la labor de organizarlos ha de llevarse a cabo de una manera u otra. La organización de los no organizados debe ser una prioridad del nuevo movimiento sindical y de los socialistas.

Construir un nuevo movimiento obrero

¿Qué ocurrirá con los sindicatos? En estos momentos, los sindicatos de la función pública que están a punto de ser desmantelados a raíz de las medidas legales y judiciales comentadas más arriba -sobre todo el caso Janus-, se dedican a lo que algunos han denominado campañas de mantenimiento de la afiliación o de reafiliación. Los líderes sindicales llevan a cabo una labor educativa sobre el sindicato entre los miembros y piden a estos que firmen compromisos de seguir pagando sus cuotas. Todo esto está muy bien, pero no parece que vaya a reforzar de nuevo a los sindicatos, y mucho menos a convertirlos en organizaciones combativas.

A medida que avanza el ataque y se desmantelan los sindicatos, algunos de ellos y algunos trabajadores se encontrarán implicados en sindicatos minoritarios, es decir, en organizaciones que solo representan a algunos trabajadores y tal vez no a la mayoría del centro. Aunque los trabajadores tienen el derecho legal a organizar tales sindicatos minoritarios, puede que no tengan derecho a negociar convenios. La fuerza de los sindicatos minoritarios radica en su capacidad para organizar al personal de taller o de oficina para resistir, y esta resistencia suele adoptar la forma de huelgas de celo, trabajo lento o tal vez algún tipo de sabotaje, y puede implicar también huelgas salvajes o ilegales. La capacidad de los trabajadores para recurrir a estas acciones, en particular la huelga, es fundamental para la reconstrucción del movimiento obrero.

El sindicalismo minoritario se asemeja a lo que históricamente se llamaba «la minoría militante», es decir, el grupo de trabajadores que resulta crucial para la movilización de grupos más amplios o incluso masas de trabajadores. El término se refería inicialmente a pequeños grupos que organizaban importantes huelgas en fábricas y astilleros de Gran Bretaña durante la primera guerra mundial, pero en Alemania, Francia e Italia sucedía lo mismo a finales de la década de 1910 y en los años veinte. La minoría militante la formaban a menudo obreros cualificados, cuyo conocimiento y experiencia no solo les proporcionaba cierta protección, sino también una base económica en el lugar de trabajo.

El núcleo de la minoría militante lo componía, casi siempre, un puñado de socialistas con una visión radical del cambio social, una idea estratégica sobre la lucha contra los patronos y el gobierno y un compromiso duradero con la lucha. Aunque el término se acuñó durante la primera guerra mundial, también hubo minorías militantes en el corazón de las huelgas de la década de 1930 que condujeron a la creación del Congreso de Organizaciones Industriales, el CIO. Y grupos similares fueron los que dirigieron los movimientos huelguísticos de finales de la década de 1960 y comienzos de la de 1970 en Francia, Italia y EE UU. La construcción de organizaciones militantes minoritarias en los centros de trabajo será fundamental para reconstruir el movimiento sindical, y será tarea de los socialistas construirlos.

El nuevo movimiento obrero estadounidense tendrá que reconstruirse tanto en los lugares de trabajo como en los barrios, así como en alianza con los movimientos sociales progresistas. Aunque el movimiento sindical está centrado en los lugares de trabajo, los trabajadores también intervienen en las luchas de sus barrios en torno a la vivienda, la mejora de la enseñanza y la sanidad. Participan en luchas contra la policía racista y violenta y por la disponibilidad de recursos públicos. Hemos de hallar la manera de mejorar la conexión entre los lugares de trabajo y los barrios. También tenemos que sacar al movimiento sindical a la calle. Un movimiento sindical sano se aliaría naturalmente con Occupy Wall Street y se colocaría sin vacilar del lado de Black Lives Matter, y además de uniría a la lucha contra el cambio climático y por un cambio de sistema.

Nuestro nuevo movimiento obrero, cualquiera que sea la forma que adopte, no debe construirse sobre la base de la colaboración con el capitalismo, sino bajo el principio de que luchamos para abolirlo. La noción de una lucha por una sociedad basada en la democracia, la igualdad y la solidaridad puede y debe inspirar, e inspirará, a un nuevo movimiento, del mismo modo que la lucha contra la codicia, el supremacismo blanco, el militarismo y la destrucción del medio ambiente. Nuestro objetivo de construir un nuevo movimiento obrero tendrá más posibilidades de realizarse si somos capaces de proyectar la visión de una lucha desde abajo por una sociedad socialista democrática, una visión que hoy por hoy solo atraerá a una minoría de trabajadores, pero que puede ayudar a inspirarles para convertirse en una minoría militante que galvanice a la mayoría de la clase trabajadora.

Notas:

1/ Este artículo está basado en una charla titulada «La elección de Donald Trump y su impacto en el sindicalismo» que dio el autor en el marco de una conferencia sobre «Norteamérica como espacio de solidaridad sindical» en la Universidad McMaster, Hamilton, Canadá, 12-14 de octubre de 2017.

2/ U.S. Bureau of Labor Statistics.

3/ Chris Brooks, «Why Did Nissan Workers Vote No?», Labor Notes, 11/08/2017.

4/ Janice Fine, «Worker Centers: Organizing Communities at the Edge of the Dream», Economic Policy Institute, www.epi.org/publication/bp159/.

5/ U.S. Bureau of Labor Statistics, Work Stoppages Summary, 09/02/2017.

6/ National Employment Law Project, Fight for $15’s Four-Year Impact: $62 Billion in Raises for America’s Workers. En la web del proyecto hay un enlace al informe completo.

7/ Josh Eidelson, «Unions Are Losing Their Decades-Long ‘Right-to-Work’ Fight», Bloomberg Businessweek, 16/02/2017.

8/ Ian Millhiser, «Springtime for Union Busting?», The Nation, 26/06/2017.

9/ Garen E. Dodge y Anna M. Stancu, «Congress Considers National Right-to-Work Bill: Beginning of the End for Unions?», The National Law Review, 08/02/2017.

10/ Dodge and Stancu, íbid.

11/ LaborPress.org, Another State Goes Right-to-Work – Missouri, 14/02/2017.

12/ Noah Lanard, «Trump’s Labor Board Appointments Are Another Blow for Unions», Mother Jones, 19/07/2017.

13/ Mike Scarcella y Erin Mulvaney, «Peter Robb, Trump’s Pick for NLRB General Counsel, Is Poised to Pivot Board», Corporate Counsel: Inside Counsel, 19/09/2017.

14/ Alexia Elejalde-Ruiz, «Labor Policy Is in the Midst of a Shift Under Trump», Chicago Tribune, 21/02/2017.

15/ Nick Gass, «Trump: GOP Will Become ‘Worker’s Party’ Under Me», Politico, 26/05/2016.

16/ Alicia Parlapiano y Gregor Aisch, «Who Wins and Loses in Trump’s Proposed Budget», New York Times, 16/03/2016.

17/ Sharon LaFraniere y Alan Rappeport, «Popular Domestic Programs Face Ax Under First Trump Budget», New York Times, 17/02/2017; Aaron Blake, «The 19 Agencies that Trump’s Budget Would Kill, Explained», The Washington Post, 16/03/2016.

18/ Tracy Jan y Steven Mufson, «If You’re a Poor Person in America, Trump’s Budget Is Not for You», The Washington Post, 16/03/2016.

19/ Lisa Friedman y Brad Plumer, «E.P.A. Announces Repeal of Major Obama-era Carbon Emissions Rule», New York Times, 09/10/2017.

20/ Richard Trumka, «Why I Quit Trump’s Business Council», New York Times, 16/08/2017.

21/ Kim Moody, «The Rank and File Strategy», en Kim Moody, In Solidarity: Essays on Working Class Organization in the United States (Chicago: Haymarket Books, 2014), 114.

22/ Aaron Brenner, Robert Brenner y Cal Winslow, eds., Rebel Rank and File: Labor Militancy and Revolt from Below During the Long 1970s (Nueva York: Verso, 2010).

23/ Dan La Botz, «The Tumultuous Teamsters of the 1970s», en Aaron Brenner, Robert Brenner y Cal Winslow. Y Dan La Botz, Rank-and-File Rebellion: Teamsters for a Democratic Union (Nueva York: Verso, 1990).

24/ Dan La Botz, The Fight at UPS: The Teamsters Victory and the Future of the «New Labor Movement» (Solidarity, 1997). Pocos meses después, el gobierno de EE UU destituyó a Carey alegando corrupción de subordinados suyos durante la campaña electoral; Carey nunca fue declarado culpable de delito alguno.

25/ Nick Wingfield, «Amazon Proves Infertile Soil for Unions, So Far», New York Times, 16/05/2016.

26/ Michael J. Coren, «Silicon Valley Tech Workers Are Talking About Starting Their First Union in 2017 to Resist Trump», Quartz, 24/03/2017.

27/ Guy Standing, The Precariat: The New Dangerous Class (New York: Bloomsbury, 2014), passim.

28/ David Weil, The Fissured Workplace: Why Work Became So Bad for So Many and What Can Be Done to Improve It(Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 2014), passim.

29/ Wayne Lewchuk, «Precarious jobs: Where are they, and how do they affect well-being?», The Economic and Labour Relations Review (vol. 28(3), 2017), 402-419.

Dan La Botz es coeditor de New Politics y autor de varios libros sobre sindicalismo, movimientos sociales y política.

Fuente: http://vientosur.info/spip.php?article13688

Fuente del original en inglés: http://newpol.org/content/trump-and-labor-movement