La canciller estadounidense estuvo en China. Las diferencias sobre la crisis en Siria y la injerencia de EE UU en el Mar del sur de China afectaron la visita. Las relaciones entre la superpotencia y el gran país socialista no atraviesan por un buen momento. Este diagnóstico se repite como si se tratara de una […]
La canciller estadounidense estuvo en China. Las diferencias sobre la crisis en Siria y la injerencia de EE UU en el Mar del sur de China afectaron la visita.
Las relaciones entre la superpotencia y el gran país socialista no atraviesan por un buen momento. Este diagnóstico se repite como si se tratara de una prolongada enfermedad, salvo momentos de mejoría.
La visita que ayer hizo a China la secretaria de Estado, Hillary Clinton, confirmó que la relación bilateral sigue atravesada por diferencias muy profundas. La canciller no fue sólo a Pekín, sino que llegó allí luego de una gira de diez días por la región Asia-Pacífico, que Estados Unidos ha redefinido como la clave para defender su hegemonía mundial.
Y eso es lo que viene alterando la relación sino-estadounidense, como lo reflejaron varias reuniones sin resultados positivos entre la visitante y autoridades chinas. Ella se vio con su colega Yang Jiechi; luego llegó al despacho del primer ministro Wen Jibao y posteriormente se reunió con el presidente Hu Jintao.
El primer diferendo serio fue la situación de Siria, donde el Departamento de Estado promueve una grosera injerencia suya y de otras potencias aliadas. Los chinos junto a rusos han bloqueado por dos veces sendas resoluciones estadounidenses de sanciones a Damasco en el del Consejo de Seguridad de la ONU.
El canciller Yang se lo reiteró a la señora Clinton: «la historia juzgará que la posición de China sobre la crisis en ese país árabe es la más apropiada para el tratamiento de esa crisis; estamos a favor de una solución negociada y de ninguna presión externa».
El otro motivo de discordia, y para China tanto o más importante, fue la situación conflictiva planteada por países en el Mar del Sur de China. En el Este se recalentó la pulseada con Japón, que reclama como suyas las islas Diaoyu. El primer ministro Yoshihiko Noda dijo que las Diaoyu eran parte de Japón desde la Era Meiji. China las considera propias y el portavoz de la cancillería china replicó que las declaraciones de Noda «sabotean la soberanía territorial de China».
Hu Jin tao planteó que los diferendos con otros países de la zona respecto al Mar de China deben ser solucionados en forma bilateral. Washington, en cambio, trata de armar un frente de «todos contra Pekín», atizando el conflicto en un punto donde quiere ubicarse como el gran bloqueador. Controlar ese mar es parte de su designio estratégico de condicionar y doblegar a China, poniendo sus armas a tiro de la yugular por donde fluye el comercio vital. La señora Clinton, en su actual gira por Asia-Pacífico, viene trenzando esa alianza contraria a China y por eso le podrá ir bien en esas otras escalas, no así en el gigante asiático, puesto en guardia. Wen Jibao directamente le pidió «respeto para la soberanía y la integridad china».
Economía bastante bien
La dirigencia china cree que la administración Obama no está poniendo lo que debería para conjurar los efectos tan nocivos de la crisis económica internacional. Enfrascado como está en la campaña por su reelección en noviembre próximo, el presidente norteamericano busca mejorar la situación del imperio con una agresiva política de exportaciones y de trabas a las importaciones (de esto último puede dar fe Argentina, que pidió un panel contra EE UU en la Organización Mundial de Comercio por veinte años de impedimentos al ingreso y comercialización de los limones argentinos).
El jefe de gobierno chino, en tono de reproche a la canciller estadounidense, le espetó que era imprescindible «unir esfuerzos en el sombrío panorama económico global, con inversiones a gran escala y la promoción conjunta de proyectos de cooperación financiera».
China se pone más firme con la Casa Blanca y se muestra más amable con Alemania y la Unión Europea. Hace una semana arribó a Pekín la canciller Angela Merkel y el tono de los discursos y los acuerdos firmados difirió notablemente con lo sombrío que signó a la incursión de Clinton.
El 30 de agosto Wen Jiabao se reunió con Merkel, quien hacía su segunda visita en el año a China y la sexta desde que asumió como canciller en 2005. La agencia Xinhua informó que «las dos partes emitieron una declaración conjunta y firmaron más de una decena de acuerdos de cooperación, que abarcan áreas como energía, biotecnología, cultura, medio ambiente e investigación oceánica y polar». La parte asiática expresó que está dispuesta a seguir invirtiendo en bonos de gobierno de la Unión Europea, » con la condición de que pueda obtener la garantía de que los riesgos están siendo controlados».
El ánimo positivo trasuntado por la II Ronda de Consulta con Alemania (la I fue en junio del año pasado en Berlín) tomó más vuelo en contraste, cinco días más tarde, con el pobre resultado de la visita de Clinton.
La economía china sigue mostrando números robustos, aunque en baja respecto a performances extraordinarias. Creció a una tasa del 10 por ciento anual durante tres décadas, cuando llegó a convertirse en la segunda economía mundial. Y en 2012 se estima que crecerá al 7,5 por ciento, que muchos envidiarán, pero que supone una baja respecto a esos récords.
Pero justamente esas dificultades económicas, que van a reflejarse también aunque en forma moderada en la economía doméstica, hacen que la dirigencia china analice en forma más penetrante y crítica las contradicciones que tiene con EE UU.
Ojo con lo militar
En realidad los papeles del Pentágono venían planteando desde 1997, que el eje de la disputa para que el siglo XXI sea un «siglo americano» es la región Asia-Pacífico. No hace falta ser un gran analista para darse cuenta que asegurándose la hegemonía allí, el viejo imperio busca contener y eventualmente agredir a China, al que muchos estudiosos dan como el país que puede superar a EE UU en lo económico y otros órdenes.
Por eso a la administración Obama, que en enero pasado certificó que Asia-Pacífico es el centro de sus preocupaciones, le importa y mucho todo lo que tenga que ver con la región.
Eso explica las guerras estadounidenses en Irak y Afganistán, su rol de promotor de la desestabilización en Siria y aún de agresión contra Irán. Del 8 al 18 de abril hubo en Bahrein un ejercicio militar estadounidense con nueve países de Medio Oriente; y el 15 de mayo pasado hubo un segundo, en Jordania, llamado «Operación Eager Lion», con 12.000 soldados norteamericanos y de quince países de Medio Oriente.
Eso respecto a un parte de Asia. Sobre la región del Pacífico, en junio en Singapur estuvo el jefe del Pentágono, Leon Panetta, como parte de una gira de varios días por el sureste asiático.
Allí ratificó que para 2020 el 60 por ciento de la fuerza naval estadounidense estará en esa zona, en las cercanías de China. Panetta confirmó que hacia allá enviarán «6 portaviones, submarinos nucleares adicionales, nuevos bombarderos estratégicos, medios antisubmarinos y de guerra electrónica y la mayoría de los navíos de superficies disponibles».
Hoy Washington busca atizar los reclamos de varios países de la zona contra China, en el mar que lleva su nombre. Taiwán, Malasia, Singapur, Brunéi y Filipinas son algunos de los tentados para formar un bloque antichino que tendrá detrás del trono al verdadero poder yanqui.
Eso no es todo. El imperio firmó acuerdos con Australia y Nueva Zelanda para poner allí bases militares y marines, cuyas armas apuntan hacia Pekín. Con Filipinas negoció reactivar las bases militares ya existentes. Y eso llevará la cuenta en Asia y los océanos Pacífico e Índico, a más de los 300.000 efectivos que ya tiene en este momento en decenas de bases.
El ladrón grita «al ladrón» para distraer la atención. Con semejante despliegue bélico, queda claro quién es la potencia militarista que poner en riesgo la seguridad de China y en general a la paz mundial.
Pero, tratando de distorsionar la realidad, los medios de prensa abonados al Departamento de Estado agitan que el gran peligro es el «rearme chino». Por ejemplo, han hecho un escándalo con que el presupuesto de Defensa de Pekín se duplicará para el año 2015. Pero resulta que esa partida aumentó en 2011 el 12,7 por ciento, llegando a 91.500 millones de dólares; cabe recordar que el presupuesto «oficial» del Pentágono es de 612.000 millones de esa moneda (el real es superior). El impacto del gasto militar chino es el 1,5 por ciento del PBI, en tanto que el norteamericano supera el 4,8 por ciento.
Lo que sí es verdad es que China está preocupada por su defensa. El 31 de agosto informó que la Fuerza de la Artillería No.2 del Ejército Popular de Liberación realizó varios lanzamientos de prueba de misiles balísticos, entre ellos el intercontinental DF-41, «capaz de alcanzar cualquier parte de EE UU después de penetrar su sistema de defensa de misiles».
También está construyendo seis modernos portaaviones, de diseño, materiales y rendimientos previstos muy superiores a los de la superpotencia que amenaza a la paz mundial.
¿Habrán tomado nota en Washington?