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El mal karma del imperialismo

Matan al Buda del Valle Swat en Pakistán

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

El distrito Swat en la Provincia de la Frontera Noroeste de Pakistán, dominado por el valle Swat, irrigado por el río Swat, rodeado por montañas cubiertas de nieve que se elevan hasta 6.000 metros, ha sido comparado con Suiza por su imponente belleza. Con sólo 1.772 kilómetros cuadrados (dos tercios del tamaño de Rhode Island), y una población de 1,5 millones, tiene poca agricultura o industria, pero es rico en historia así como en paisajes naturales. Hasta hace poco, fue una meca para arqueólogos y turistas. Son atraídos en gran parte por la presencia de artefactos budistas, incluyendo grandes Budas esculpidos en las laderas de la montaña, similares a los creados hace 1500 años en Bamiyán, Afganistán.

Conquistada por Alejandro el Griego y sus macedonios en los años veinte del Siglo III A. de C., esta región llegó a hacer parte del imperio indio Maurya. El emperador Ashoka a mediados del tercer siglo A. de C. promovió la difusión del budismo, y en el segundo siglo A. de C. el rey local Menandro podría haber sido un converso. («Las preguntas de Milinda» – supuestamente una conversación entre el rey y un monje budista – es único entre los antiguos textos budistas en su forma de diálogo, característica de los textos filosóficos griegos, y puede haber sido escrita originalmente en griego.) Más adelante, el imperio Kushan, centrado en la región Gandhara, alentó la emergencia de un estilo budista indo-griego de escultura. El valle Swat se encontraba al filo de una de las síntesis más extraordinarias en la historia del arte: El contenido budista y la escultura occidental realista clásica. El Buda, simbolizado anteriormente (como una huella), llegó a ser representado como una deidad o rey griego, de pie o sentado en meditación.

Así, por ejemplo el Buda de Jenanabad de 7 metros de altura, uno de los mejores ejemplos del arte gandharano, tal como se veía hasta hace poco:

Y a partir del 8 de octubre quedó como lo muestra la fotografía:

¿Recordáis como los talibanes destruyeron los gigantescos Budas de Bamiyán, en Afganistán, en marzo de 2001? Bueno, este Buda en Swat fue atacado dos veces en septiembre pasado por fuerzas dirigidas por un clérigo local llamado Maulana Fazlullah, quien dirige el «Movimiento por la Imposición de la Ley Islámica,» alineado con los talibanes. El 8 de octubre, los talibanes paquistaníes lograron destruir su cara con dinamita. No se informó ampliamente al respecto en la prensa de EE.UU., tal vez porque hubiese demostrado de modo tan dramático cómo la influencia talibán lejos de desvanecerse se ha extendido afuera de Afganistán, e incluso lleva a algunos paquistaníes a atacar sus tesoros nacionales.

La ley budista del Karma señala que las acciones intencionales tienen consecuencias inevitables. Las acciones malignas producen más mal. Existe un Karma extraño en acción en la actualidad, que hace que todo empeore por doquier en el sudoeste de Asia. George Bush invadió Afganistán en 2001, para capturar a Osama bin Laden «muerto o vivo,» aplastar a al Qaeda y derrocar el régimen talibán. En realidad no logró capturar a bin Laden, e informes de la inteligencia de EE.UU. concluyen que al Qaeda es más fuerte ahora que en 2001. Mientras tanto, los talibanes basándose en nuevos reclutas controlan grandes áreas de Afganistán, matan a soldados de la «coalición» en cantidades récord (218 hasta la fecha en este año, incluyendo a 111 estadounidenses, en comparación con 191 incluyendo a 98 estadounidenses en 2006), y expanden sus operaciones en Pakistán. El talibán está arraigado en las tribus pashtunas que están en Afganistán y Pakistán y no dan importancia a la frontera. Están vinculados por un lenguaje común (pashto) y una cultura que se centra alrededor del Pashtunwali o código tradicional de conducta (que precede incluso la llegada del Islam, o sea que data por lo menos del período budista) que subraya más que cualquier otro valor la hospitalidad hacia los visitantes (melmastia).

Probablemente el gobierno de Bush no consideró este factor cuando expulsó a al Qaeda y a los talibanes a través de la frontera durante la batalla de Tora Bora en diciembre de 2001, o cuando Bush dijo en marzo de 2002 a una conferencia de prensa en la Casa Blanca: «Sinceramente no me preocupa» bin Laden. Desde marzo de este año responsables del gobierno han estado expresando su creciente alarma por los progresos del talibán y de al Qaeda en el área fronteriza, incluso hablando ominosamente de posibles ataques de EE.UU. en suelo paquistaní. Esas declaraciones provocaron inmediatos rechazos del Ministerio de Exteriores paquistaní, sin duda en parte para reafirmar ante el público que el régimen impopular se opone a un ataque de EE.UU., y en parte para disuadir a Washington de realizar ataques que agravarían el actual sentimiento anti-estadounidense en el país. Este último ha aumentado vertiginosamente en los últimos años.

Los pashtunes de las provincias de la Frontera Noroeste, incluyendo los de Swat, han evidentemente ofrecido su hospitalidad y dado refugio a muchos de los que están en la lista de buscados de EE.UU., probablemente incluyendo al Mullah Mohammed Omar y a Osama bin Laden. A medida que el talibán resurge en Afganistán, ayuda a su progreso, colocando al dictador de Pakistán, general Pervez Musharraf en un terrible aprieto. Ha desplegado tropas no familiarizadas con la región para atacar a partidarios locales del talibán, por insistencia de Washington, pero les ha ido mal y sus esfuerzos sólo han producido más apoyo local para los islamistas y más oposición a su gobierno. Según el New York Times, el Comando de Operaciones Especiales del Ejército de EE.UU. planifica «entrenar y equipar al Cuerpo de la Frontera paquistaní, una fuerza militar que tiene unos 85.000 miembros que provienen sobre todo de tribus fronterizas» y reclutar a líderes tribales paquistaníes para combatir a al Qaeda y a los talibanes. ¿Pero cómo lo harán en una región en la que bin Laden es aún más admirado que en Pakistán en su conjunto, mientras que su nivel de aprobación en septiembre fue de un 46%, comparado con un 38% para Musharraf y un 9% para Bush?

Citando la creciente amenaza para la seguridad, Musharraf declaró el estado de emergencia y suspendió la constitución paquistaní el 3 de noviembre, provocando una crisis política generalizada en un cercano aliado con armas nucleares de EE.UU. Aparentemente había planeado hacerlo en agosto pero fue disuadido por Washington. Ahora toma un gran riesgo. Podría caer, y los iconoclastas islamistas o sus patrocinadores en los militares paquistaníes podrían llenar un vacío en el poder, tal como los islamistas lograron el control de Irán después del derrocamiento del odiado shah. O el poder podría pasar a Benazir Bhutto, quien, como Musharraf, tiene que mantener un equilibrio cuidadoso entre la cooperación con EE.UU. en su «guerra contra el terror,» y echárselas de nacionalista y defensora del Islam moderado. Ante un odio casi universal en Pakistán contra el gobierno de Bush, y las sospechas de que la guerra está realmente dirigida contra el Islam en general, la perspectiva de que el talibán tome el poder en partes de Pakistán es muy real. El gobierno de Bush, incapaz de controlar los eventos que ha precipitado, se encuentra en un estado de consternación.

¿Cómo llegó a suceder algo semejante? ¿Cuáles son las causas y efectos tras la talibanización de la frontera? Uno puede rastrear el mal karma hacia adelante o hacia atrás. Si hacemos lo primero, podríamos comenzar por la primera gran intervención de EE.UU. en la historia del sudoeste asiático: el derrocamiento orquestado por la CIA del gobierno democráticamente elegido de Mohammed Mossadegh en Irán en 1953. (Después de nacionalizar la industria petrolera del país, fue falsamente declarado «comunista» por políticos y medios de EE.UU.) Pero procedamos hacia atrás, hasta llegar a ese punto.

La presencia de al Qaeda y del talibán en Pakistán es el producto de la invasión estadounidense de Afganistán.

La invasión estadounidense de Afganistán es el producto de los ataques de al Qaeda del 11-S contra EE.UU.

Los ataques de al Qaeda del 11-S son el producto del establecimiento de bases de EE.UU. en Arabia Saudí (más que de cualquiera otra causa).

El establecimiento de bases de EE.UU. en Arabia Saudí, que nunca fueron aceptadas por el pueblo saudí sino son vistas como una ofensa en el país de los sitios sagrados de la Meca y Medina, fueron el producto de la decisión de EE.UU. de ir a la guerra contra Iraq en 1990.

La decisión del primer presidente Bush de ir a la guerra contra Iraq y destruir sus fuerzas armadas fue el producto de la invasión de Kuwait por Sadam Husein.

Esa invasión de Kuwait fue sobre todo el producto de querellas entre Iraq y Kuwait por la deuda de Iraq con este último.

La deuda de Iraq con Kuwait fue el producto de los considerables préstamos de su vecino durante la guerra Irán-Iraq de los años ochenta, y de la negativa de Kuwait (respaldado por EE.UU.) de perdonar esa deuda después de la guerra.

Esa guerra fue el producto de la suposición de Sadam de que Irán era débil, y de que Iraq podría ajustar la frontera entre los dos países por la fuerza militar.

El optimismo de Sadam fue en parte el producto de sus dos reuniones durante la guerra con Donald Rumsfeld, quien ofreció y suministró asistencia militar de EE.UU.

El deseo estadounidense de derrocar a Sadam fue el producto del objetivo político de derrocar el gobierno iraní.

Este objetivo fue el producto del derrocamiento del shah pro-estadounidense en 1979 y de la emergencia de un régimen islamista anti-estadounidense.

La adquisición del poder por el régimen islamista fue el producto del odio contra el shah, quien había sido derrocado en 1979 en el más genuino alzamiento revolucionario basado en las masas en la historia del mundo musulmán.

El retorno del shah al trono 26 años antes fue el producto de un cálculo imperialista de EE.UU. de que sería el más indicado para proteger los intereses de EE.UU. en la región del Golfo.

Es, por supuesto, una cronología retrospectiva simplificada. Deja muchas cosas sin considerar, incluso el profundo antecedente de que todo el mapa de Oriente Próximo fue establecido por los colonialistas británicos y franceses después de la Primera Guerra Mundial. (Por eso Kuwait está separado de Iraq, por eso Kurdistán nunca llegó a ser un Estado, por eso los cristianos del Líbano ejercen un poder político desproporcionado, etc.) Algunos, por supuesto, me acusarán de presentar una perspectiva de «acusar primero a EE.UU.» al cubrir el período desde el golpe de la CIA en Irán, pero ¿qué gobierno merece más culpa por las actuales crisis del Líbano a Pakistán? Podría agregar que la existencia misma de al Qaeda y del Talibán son producto del esfuerzo de EE.UU. durante los años ochenta y noventa de movilizar a islamistas para una yihád contra los soviéticos y sus aliados en Afganistán. El despliegue consciente de yihadistas contra los «comunistas» seculares durante el fin de la Guerra Fría llevó directamente a la emergencia de tales grupos. La resistencia afgana exaltada por Reagan no tuvo en general nada de progresista; se oponía a la educación de muchachas, al establecimiento de clínicas, a la reforma agraria, a las limitaciones de los poderes de los clérigos, a la eliminación de las regulaciones islámicas de vestimenta. Estaba repleta de fanáticos religiosos opuestos tanto a la interferencia estadounidense como a la soviética en sus asuntos. Después de que los soviéticos se vieron obligados a partir de Afganistán, muchos terminaron por atacar a EE.UU. Es lo que la CIA llama ‘contragolpe’. Es el karma malo del imperialismo.

Pero volvamos al valle Swat y a su patrimonio budista. El mullah Fazlulah, cuyo «Movimiento por la Imposición de la Ley Islámica» data de comienzos de los años noventa, supuestamente tiene ahora bajo su influencia a 4.500 militantes. Impreca contra las vacunaciones contra la poliomielitis administradas por la UNESCO, contra los negocios de venta de CD, y las escuelas para niñas, y al parecer apunta sus esfuerzos a eliminar el pasado no-musulmán del Swat. Cualquiera que propugne ataques de EE.UU. contra Pakistán (una serie de neoconservadores lo han hecho durante los últimos nueve meses) mencionará todas estas cosas a fin de subrayar la alteridad troglodita del enemigo. Pero deberíamos preguntar a esa gente: «¿Por qué están de buena racha los mullah Fazalulahs? ¿Cuál es la causa, cuál es el efecto?

¿Por qué quieren atacar esos fanáticos religiosos obras de arte budista invaluables, irremplazables? ¿Por qué han comenzado a hacerlas volar en los últimos años algunos musulmanes en esa región, que vivieron contentos a la sombra de esa imágenes durante muchos siglos? (El último esfuerzo por destruirlos fue en el Siglo XVII, durante el reino del especialmente intolerante emperador mogol Aurangzeb.) Según el arqueólogo del Museo de Peshawar, Zainul Wahab, «los militantes dicen que [las estatuas] son ‘símbolos del mal.'» Los islamistas de Swat son conscientes de que el Qur’án prohíbe la representación de las formas humanas o animales en el arte religioso (aunque algunas «pinturas en miniatura» mostrándolas en libros han sido permitidas, notablemente en la Persia chií) como una salvaguardia contra la idolatría. (Vea Qur’án 6:74, 14:35, 22:30, etc.) ¿Pero, porqué esas acciones, ahora?

El episodio de Bamiyán puede ofrecer algunas pistas. En julio de 1999, el mullah Omar realmente ordenó que los Budas fueran preservados. No eran utilizados como objetos de culto (no ha habido budistas en Afganistán desde hace siglos). Además: «El gobierno considera las estatuas de Bamiyán como un ejemplo de una importante fuente potencial de ingresos para Afganistán de visitantes internacionales. El talibán declara que los budas de Bamiyán no serán destruidos sino protegidos.» Pero, en marzo de 2001, un nuevo decreto llamó a destruir todas las imágenes semejantes. El mullah Omar explicó a un periodista paquistaní en abril de 2004: «No quería destruir el Buda de Bamiyán. De hecho, vinieron algunos extranjeros y me dijeron que les gustaría realizar el trabajo de reparación del Buda de Bamiyán que había sido ligeramente dañado por las lluvias. Me espantó. Pensé: esa gente insensible no se preocupa por miles de seres humanos – los afganos que se mueren de hambre, pero están tan preocupada por objetos inanimados como el Buda. Era algo extremadamente deplorable. Por eso ordené su destrucción. Si hubieran venido para realizar trabajo humanitario, nunca habría ordenado la destrucción de los Budas.»

Suena totalmente ilógico. Los occidentales, razona Omar, estaban más preocupados por salvar una estatua que por salvar a gente en un país en guerra durante dieciséis años, en competencia con Etiopía por cuál era el Estado más empobrecido del mundo – y por lo tanto hay que destruir los Budas de Bamiyán. Totalmente irracional. Pero indica una conexión entre las acciones islamistas extremas y las estructuras del poder global. Omar no estaría de acuerdo con esta interpretación de la historia reciente, pero el hecho es que la Unión Soviética, tomada de sorpresa por el golpe izquierdista en 1978 en Afganistán, pero determinada posteriormente a apoyar a un régimen moderno secular, progresista, envió sus tropas en 1979 para proteger a ese régimen de islamistas como Omar. Y EE.UU. apoyó con dedicación y entusiasmo a los yihadistas, y la mitad del dinero de la CIA fue enviado al tristemente célebre señor de la guerra Gulbuddin Hekmatyar que ahora ha seleccionado para que sea asesinado. En 1993 los señores de la guerra de la Alianza del Norte (sobre todo tayikos y uzbecos) capturaron la capital, castraron y colgaron al último gobernante secular que se había refugiado en el complejo de la ONU, proclamaron su victoria sobre las fuerzas anti-islámicas y se dedicaron a construir su nuevo orden. Se sumieron en luchas intestinas y Hekmatyar, un pashtún que en cierto momento fue nombrado primer ministro, puso sitio a Kabul. El caos terminó en 1996, cuando los talibanes, apoyados por la inteligencia militar paquistaní, tomaron la capital e impusieron el régimen draconiano que fue depuesto por el ataque de EE.UU. cinco años más tarde.

Mientras tanto – entre 1993 y 2001 – EE.UU. básicamente ignoró a Afganistán. Washington había saboreado la oportunidad de (como la describiera el consejero nacional de seguridad del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinsky,) «hacer sangrar a los soviéticos, tal como nos sangraron a nosotros en Vietnam.» Pero una vez partidos los soviéticos, EE.UU. perdió interés. Reconoció al nuevo gobierno dominado por la Alianza del Norte, pero suministró poca ayuda. Sus principales intereses en Afganistán eran «las drogas y los bandidos» – disuadir de la producción de opio, y contener a los muyahidín que, después de haber expulsado a los soviéticos, descargaban su hostilidad contra sus antiguos aliados infieles. Después de la toma del poder por el talibán en 1996, la compañía petrolera UNOCAL, a través de su representante Zalmay Khalilzad hospedó a responsables del talibán en EE.UU. para discutir la construcción de un oleoducto. Colin Powell negoció un paquete de ayuda específicamente destinado a la erradicación del opio. Pero, mientras los aliados de EE.UU. Pakistán, Arabia Saudí y Omán reconocían al talibán y enviaban alguna ayuda, EE.UU. y Occidente en general hicieron poco por aliviar el hambre en Afganistán. De ahí, posiblemente, la indignación del mullah.

Sin duda piensa que Occidente no sabe decidir qué es lo más importante. Pero ¿es tan diferente su pensamiento sobre el arte de aquel de los arquitectos de la Guerra de Iraq, que no protegieron el Museo de Bagdad de saqueadores, calificando el saqueo de «caos creativo»? ¿O los militares de EE.UU. cuyos vehículos aplastaron artefactos en Babilonia creados en los días del Rey Nabucodonosor II? ¿O los soldados de EE.UU. que en Samarra utilizaron el Minarete Malwiya del Siglo IX como atalaya y puesto para francotiradores, provocando un ataque con bombas que dañó su parte superior? No veo que la preservación de la cultura tenga importancia en las prioridades del gobierno de Bush; les preocupa la conquista, no el arte o la religión. Mientras tanto, el Estado paquistaní trata en apariencia de preservar las imágenes budistas de Swat. Pero como dice un oficial de policía en la comisaría más cercana al Buda de Jenanabad: «Debido a la precaria situación de la ley y del orden en el área estamos confinados a la comisaría y no pudimos ir al lugar.» El Estado está bajo presión y su principal prioridad es protegerse a sí mismo.

Por lo tanto otros emplazamientos budistas en Swat, incluyendo el stupa Butkara y las ruinas del monasterio budista Takht-i-Bahi, siguen amenazados, expuestos no sólo al fanatismo religioso sino a la ausencia de un aparato estatal cuyas preocupaciones lo llevan a otros sitios. Ambos problemas son agravados por la invasión de la región por EE.UU. La actual ola de violencia islamista fue desencadenada por el imperialismo de EE.UU. el que por su parte nació de la competencia capitalista entre Estados que data del Siglo XIX. Es cuando las principales potencias occidentales, después de haber dividido a China en concesiones y colonizado el Pacífico, fraccionaron a África y al Sudeste Asiático. Rusia y Gran Bretaña competían por el control de Afganistán, Gran Bretaña terminó por lograr el control sobre sus relaciones exteriores. Pero los imperialistas británicos no lograron obtener el control colonial de Afganistán a pesar de dos sangrientas guerras con ese fin (1839-42 y 1878-80). En mayo de 1919 el kan afgano Amanullah atacó a las fuerzas británicas, que respondieron con el primer bombardeo aéreo (contra Kabul) en la historia de Afganistán. Los combates terminaron sin llegar a una definición, en un acuerdo mediante el cual Gran Bretaña reconoció la autodeterminación de Afganistán en sus relaciones exteriores. (Fue justo después de que Rusia revolucionaria estableciera relaciones con el país.)

En 1857, Federico Engels describió la Primera Guerra Anglo-Afgana como un «intento de los británicos de imponer un príncipe propio en Afganistán» que estaba condenado al fracaso por «el odio indomable del gobierno y el amor a la independencia» de los afganos. Presento esto como un tema más importante que cualquier especie de religiosidad. A la gente no le gusta que la invadan. No le gusta cuando se invade a sus parientes cercanos al otro lado de una frontera artificial creada por cartógrafos imperialistas. Los pashtunes del valle Swat están enfadados por el derrocamiento de los talibanes, y sin duda por el apoyo de EE.UU. a Musharraf y por la invasión de EE.UU. en Iraq. Y si son como los musulmanes en todo el Oriente Próximo, se vuelven hacia el extremismo islámico en parte por frustración ante la pobreza y la falta de oportunidad económica. Son los resultados de la globalización imperialismo; el valle Swat es rico en minerales y tiene un potencial agrícola importante pero el Estado no ha impulsado un desarrollo generalizado, y se basa en importancia turística. La indignación por los ataques militares, la creciente cantidad de víctimas mortales civiles en Afganistán, y la falta de puestos de trabajo y de ingresos en Swat se combinan con la pasión religiosa para atraer a jóvenes a grupos pro-talibán. Ahora estos grupos desafían los planes neoconservadores para la región, rebelándose contra el Estado paquistaní, y atacando imágenes budistas. Pero esos ataques pashtunes son sólo la causa inmediata de la desfiguración del Buda de Jenanabad. Las causas kármicas más profundas se hallan, en el tiempo y el espacio, muy lejos del hermoso valle Swat.

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Gary Leupp es profesor de historia en la Universidad Tufts, y profesor adjunto de Religión Comparativa. Es autor de «Servants, Shophands and Laborers in the Cities of Tokugawa Japan«; «Male Colors: The Construction of Homosexuality in Tokugawa Japan«; e «Interracial Intimacy in Japan: Western Men and Japanese Women, 1543-1900.» También colaboró con la despiadada crónica de CounterPunch sobre las guerras en Iraq, Afganistán y Yugoslavia: «Imperial Crusades.» Para contactos escriba a: [email protected]

http://www.counterpunch.org/leupp11232007.html