Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Moscú ha interpretado correctamente que el anunciado incremento de tropas de Obama en Afganistán no está relacionado con el proclamado objetivo de combatir a los «talibanes», sino que más bien se trata de otro intento más de los estrategas del Pentágono de envolver tanto a Rusia como a China en Eurasia para poder mantener el dominio militar global estadounidense. En realidad, no se espera política nueva alguna por parte de Washington. Por ello, Rusia está actuando para asegurar su perímetro en Asia Central mediante una serie de calculados movimientos geopolíticos reminiscencia del famoso Gran Juego [*] de hace más de un siglo. Las apuestas en este juego de poder geopolítico no podían ser más altas: la cuestión de la guerra o la paz mundial en la década entrante.
El Secretario de Defensa Robert Gates y el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, el Almirante Mike Mullen están pidiendo a Obama que duplique la presencia de tropas en Afganistán. Ambos, Gates y Mullen, manifestaron que aunque piensan en la guerra en Afganistán en términos de un período de 3-5 años, sus objetivos inmediatos son «inciertos». Esto es en gran medida revelador. Está claro, si tenemos en cuenta la deliberada pauta seguida durante meses y a pesar de las vehementes protestas del gobierno de Pakistán por el bombardeo de pueblos en el interior de Pakistán, supuestamente para golpear objetivos talibanes, que EEUU intenta extender el conflicto también a Pakistán. ¿Con qué posible objetivo?
A nivel militar, enviar 30.000 tropas estadounidenses más a Afganistán no va a servir para asegurar la paz en esta región tribal asolada por la guerra. Se ha documentado que muchos de los grupos a los que el Mando estadounidense etiqueta de «talibanes» son en realidad bandas armadas controladas por señores de la guerra locales, y que en ningún sentido están unidos ideológicamente a los cuadros talibanes. Al etiquetarles como talibanes, Washington confía en convencer a aliados de la OTAN como Alemania para que envíen sus tropas a combatir en una guerra imposible de ganar. En estos momentos, Afganistán tiene una tasa estimada de desempleo de un 40% y unos cinco millones de seres viviendo por debajo del umbral de la pobreza. El país está arrasado tras más de cuatro décadas de guerras continuas.
Añadir meramente 30.000 tropas al total de 60.000 que hay ahora en Afganistán, donde la tasa actual de muertes de soldados estadounidenses es quince veces superior a la de Iraq, es ridículo. Según las directrices de contrainsurgencia del Cuerpo oficial de Marines de EEUU, poner en marcha una estrategia de contrainsurgencia a lo largo y ancho de un país, aún con los niveles mínimos de fuerzas requeridos por la doctrina del cuerpo de Marines y del Ejército de EEUU, requeriría de casi 655.000 soldados, es decir, una escalada de más de 600.000 tropas sobre los niveles propuestos por la estrategia de Gates. En realidad, la estrategia estadounidense, según se nos muestra ahora, parece ser una repetición de la estrategia de escalada gradual que EEUU siguió en Vietnam en los primeros años de la década de 1960.
La Secretaria de Estado Hillary Clinton, cuya orientación en política exterior, al igual que la de su marido, no se puede prácticamente distinguir de la facción de Bush, acaba de convocar una cena-discusión con importantes expertos políticos en Afganistán y el Sur de Asia. En ese acto figuraban el Secretario de Defensa Gates, el comandante del CENTCOM comandante General David Petraus, y el asesor de Seguridad Nacional, el General James L. Jones. Todo ello tras la designación del ex Embajador y halcón, Richard Holbrooke, como enviado Especial del Departamento de Estado para el Sur de Asia.
En enero de 2008, hace más de un año, el actual asesor de Seguridad Nacional de Obama, el General James Jones, dirigió un Grupo de Estudio Afgano de carácter privado que recomendaba medidas drásticas para «revitalizar» la guerra en Afganistán. ¿Revitalizar una guerra cuyos objetivos ni siquiera se han formulado claramente? No es sorprendente que Moscú sospeche que hay en marcha otra agenda cuando Washington se propone una concentración estratégica tan fuerte en la cuestión de la olvidada guerra contra el terror en Afganistán, una región sin implicaciones directas discernibles de seguridad nacional para los Estados Unidos o los países miembros de la OTAN. No es una combinación concebible que Afganistán, un estado fallido, si es que alguna vez existió como tal, pudiera amenazar a alguien con una guerra de agresión. Los señores de la guerra tribales que rodean al Presidente Karzai parecer estar luchando tan sólo para mantener el flujo de sus exportaciones de heroína a niveles de record.
La respuesta de Moscú
No es sorprendente que el Kremlin haya reaccionado frente a esos planes estadounidenses para Asia Central. El presidente de Kirguizistán voló a Moscú donde recibió promesas de aliviar su deuda y miles de millones de dólares en ayuda. Se le dijo a Bakiyev que conseguiría una cancelación de la deuda de Kirguizistán con Rusia por valor de 180 millones de dólares, un préstamo por valor de 2.000 millones de dólares y 150 millones de dólares en ayuda financiera. En ese momento, el Presidente Kurmanbek Bakiyev anunció sus planes para cerrar una base aérea estadounidense de importancia esencial para la guerra en Afganistán. Kirguizistán alberga a la única base que le queda a EEUU en la región estratégicamente crucial en el camino hacia el norte de Afganistán.
Cuando en 2001 la Administración Bush declaró su Guerra contra el Terror y anunció sus planes de lucha en Afganistán para arrancar al archidemonio de Osama bin Laden de las cuevas de Tora Bora, Washington se aseguró derechos de base para sus fuerzas aéreas tanto en Uzbekistán como en Kirguizistán.
Por esa misma época, empezaron secretamente a preparar el lanzamiento de una serie de Revoluciones de Color o «cambios de régimen» financiados por EEUU en Georgia (la Revolución Rosa en noviembre de 2003) y en Ucrania (la Revolución Naranja en 2004). También se intentó, pero se fracasó, en Bielorrusia y en Uzbekistán. Una ojeada al mapa de Eurasia deja claro que la pauta de todos esos intentos para favorecer a la OTAN tenía como objetivo envolver el territorio de Rusia, sobre todo porque en aquella época Washington creía que tenía al gobierno de Kazajstán en el bolsillo mediante una serie de acuerdos de formación militar y las inmensas inversiones petrolíferas de Chevron en Tenghiz.
Una vez que Washington anunció en enero de 2007 que iba a estacionar misiles estratégicos y avanzados sistemas de radar en Polonia y en la República Checa para «la defensa contra un ataque canalla con misiles desde Irán», como detallo en el libro que estoy a punto de publicar «Full Spectrum Dominante: Totalitarian Democracy in the New World Order», el entonces Presidente Putin dijo en la conferencia Wehrkunde celebrada en Munich en febrero de 2007, que el verdadero objetivo de la estrategia «defensiva de misiles» estadounidense no era Irán sino Rusia.
De forma similar, igual de falsa suena la actual insistencia estadounidense en que el incremento militar en Afganistán tiene que ver con los talibanes. Es por eso que Moscú está actuando claramente para asegurar sus fronteras ante una militarización estadounidense de toda la región de Asia Central. Las rutas de oleoductos y gaseoductos son también algo importante a tener en cuenta, incluyendo los deseos estadounidenses de construir un gaseoducto desde Turkmenistán hasta la India que privaría al GAZPROM de Rusia de un componente vital en sus actuales suministros de gas.
Sin embargo, el objetivo principal de la escalada afgana es conformar un nuevo «telón de hierro» entre las dos formidables potencias euroasiáticas que son las únicas capaces de desafiar el futuro dominio global estadounidense: Rusia y China. Si los dos antiguos rivales firman una cooperación mutua no sólo en cuestiones de materias primas y comercio económico industrial sino también en la esfera de la cooperación militar, como ha afirmado Zbigniew Brzezinski, el asesor en política exterior de la campaña de Obama, la combinación supondría una amenaza devastadora para la hegemonía global estadounidense.
La decisión de ahora, auspiciada por la ayuda de generosas concesiones financieras por parte de Rusia, de cancelar abruptamente los derechos de aterrizaje de la fuerza aérea estadounidense en la Base Aérea de Manas en Kirguizistán, representa un golpe devastador para la gran estrategia del Gran Juego estadounidense de envolver a las potencias clave de Eurasia: China y Rusia.
Cuando Washington trató de utilizar a sus variopintas ONG para fomentar una Revolución de Color en Uzbekistán en 2005, el no muy democrático Presidente del país, Islam Karimov, exigió que EEUU evacuara sus bases aéreas, repatriara a los voluntarios del Cuerpo de Paz estadounidense y cerrara sus ONG, prohibiendo también los medios de comunicación extranjeros. Karimov se movió en aquel momento para fortalecer sus deteriorados vínculos con Moscú. Se informa que en la actualidad Washington está intentando enfebrecidamente reestablecerse en Uzbekistán, pero la repentina cancelación de los acuerdos para sus bases en Kirguizistán representa un nuevo golpe devastador a toda la estrategia del Gran Juego para envolver toda Eurasia.
Con las rutas más importantes de suministro de la OTAN hacia Afganistán pasando a través de Pakistán desde el puerto de Karachi, y como cada día aumentan los ataques contra esas líneas de suministros, el Pentágono está buscando ansiosamente encontrar rutas alternativas para los suministros hacia el norte. Los combatientes acaban de volar un puente clave en el estratégico Paso Khyber en Pakistán.
Asegurar rutas alternativas de suministros hacia Afganistán es lo que aparece en la explicación oficial. Extraoficialmente, también proporcionaría el pretexto para reforzar la presencia militar estadounidense en Asia Central. Ahora, con la pérdida de la Base Aérea de Manas, ha aparecido un gran agujero en la «IV Partida» del Gran Juego de Washington.
Para complicar aún más la estrategia de Washington, Moscú está tratando de firmar acuerdos de cooperación defensiva entre los antiguos estados comunistas de Asia Central.
¿Una respuesta de Asia Central a la OTAN?
El anuncio hecho por el Presidente Bakiyev de Kirguizistán de que cancelaba los derechos estadounidenses a tener bases en su país se produjo el 4 de febrero, durante su visita a Moscú para participar en una cumbre de la anteriormente moribunda Organización del Tratado de Seguridad colectiva (CSTO, por sus siglas en inglés), un grupo de seguridad en el que se integran Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguizistán, Rusia, Uzbekistán y Tayikistán. Según se informó, se llegó a un acuerdo para crear una fuerza de reacción rápida a «situaciones de agresión militar, terrorismo internacional, extremismo, crimen, tráfico de drogas y emergencias». Los planes estadounidenses para reforzar su presencia militar en Afganistán estaban claramente muy presentes también en esa agenda.
La CSTO se estableció en 1992 para servir de base para mantener algún diálogo entre Moscú y las extintas repúblicas, el denominado «extranjero cercano» de Rusia, tras su declarada independencia.
Actualmente, el nivel de las conversaciones está adquiriendo un nuevo tono de seriedad debido a la circunvalación de las repúblicas del Asia Central. La CSTO valora a Pakistán y Afganistán como las «amenazas» más graves a su seguridad. La decisión de crear una fuerza realmente colectiva con una ubicación permanente y un mando único propulsaría la alianza a un nuevo nivel.
El Presidente ruso Medvedev anunció la decisión de formar la Fuerza de Reacción Rápida regional colectiva de la CSTO: «Me gustaría subrayar la importancia de esta decisión de establecer fuerzas de reacción rápida. Con ello perseguimos fortalecer la capacidad militar de nuestra organización». Proclamó que las nuevas unidades de respuesta «no iban a ser menos potentes que las de la OTAN», añadiendo que «la razón existente para crear esas fuerzas colectivas de funcionamiento operativo es el considerable potencial conflictivo que se acumula en la zona de la CSTO». Traducido del ruso, eso significa que lo que subyace es el aumento estratégico estadounidense en, y alrededor de, Pakistán y Afganistán.
Al mismo tiempo que albergaba la cumbre de la CSTO, Rusia ofreció Moscú como sede de un encuentro de la Comunidad Económica Euroasiática, EurAsEC. Este grupo está integrado por Bielorrusia, Kazajstán, Kirguizistán, Rusia y Tayikistán como miembros completos. EurAsEC, que se estableció en 2000, abarca también a Armenia, Moldavia y Ucrania con estatuto de observador.
Se discutió cómo establecer un fondo de asistencia conjunta por valor de 10.000 millones de dólares para afrontar los efectos de la crisis económica global, así como constituir un centro de intercambio de alta tecnología e implementar varios proyectos innovadores en los países miembros.
El Presidente ruso Dmitry Medvedev captó la vulnerabilidad de la hipocresía exhibida por Washington en Afganistán al manifestar en la conferencia de prensa celebrada tras la cumbre de Moscú: «Estamos preparados para una cooperación completa y entre iguales en lo concerniente a la seguridad en Afganistán, incluidos los Estados Unidos». Eso es, desde luego, lo último que los estrategas del Pentágono querrían oír.
N. de la T.:
[*] El Gran Juego es la acepción con la que los británicos denominaron la rivalidad estratégica que mantuvieron con los rusos en Asia Central durante el siglo XIX y principios del XX. (http://es.wikipedia.org/wiki/El_Gran_Juego).
F. William Engdahl es autor de «A Century of War: Anglo-American Oil Politics and the New World Order» (Pluto Press) y «Seeds of Destruction: The Hidden Agenda of Genetic Manipulation» (www.globalresearch.ca). Su nuevo libro «Full Spectrum Dominance: Totalitarian Democray in the New World Order» (Third Millenium Press) saldrá a la venta a finales de la primavera de 2009. Puede contactarse con el autor a través de su página en Internet: www.engdahl.oilgeopolitics.net
Enlace con texto original:
http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=12172